La mentira de la planificación centralizada

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[Extraído del capítulo 1 de Central Planning and Neomercantilism (ed. Shoeck, 1964)]

Todo el concepto de planificación parece depender de alguna forma de determinismo. El determinismo está implícito en la aproximación conductista a la psicología y se ejemplifica en experimentos con animales. El famoso trabajo de Pavlov en Rusia ha influido evidentemente a todo el concepto comunista de planificación, bajo la convicción de que los mismos principios que se aplican a las vidas de los animales pueden aplicarse a las vidas de los hombres.

Se afirma a veces que llegará el momento en que el condicionamiento de la gente estará tan completamente desarrollado que hará automáticamente lo que se supone que tiene que hacer. La gente actuará entonces tan armoniosamente como el plan determine que actúe. En la utopía de la planificación centralizada, tan confiadamente esquematizada, nada se dejará al azar de la decisión y los hombres serán tratados con el patrón de estímulo y respuesta que ahora funciona con plantas y animales.

Todo esto suena estupendo, pero tiene en su esencia un profundo problema lógico. No tiene sentido hacer planes salvo que el determinismo causal sea verdadero; aun así, si el determinismo causal es verdadero, la misma base de la planificación centralizada se destruye, porque el planificador público está él mismo determinado. Por un extraño lapsus lógico, el creyente en el determinismo causal siempre se excluye a sí mismo del sistema que está poniendo en práctica. Como la mayoría de los creyentes en la planificación operan al nivel supuestamente práctico, tienden a ignorar estas dificultades intelectuales. Pero, siempre que los planificadores para otros sean consistentes, están condenados a tener problemas.

Si aceptamos la filosofía del determinismo, entonces el propio planificador no es libre y no planifica en realidad, sino solo ilustra el determinismo causal del que es parte su acción. Todo lo que puede hacer el planificador es decir que está haciendo exactamente lo que las condiciones le obligan a hacer, sin ninguna decisión propia, pero, por supuesto, ningún planificador realmente se conformaría con esto en la práctica. Cree, por alguna razón no indicada, que es una excepción a la regla que necesita.

La forma de Lenin de esquivar la dificultad fue su convicción de que unos pocos hombres, la vanguardia, son realmente excepciones. Pero si hubiera alguna excepción, la ley del determinismo no es una ley, porque no tiene universalidad.

La razón principal por la que normalmente no vemos esta flagrante incoherencia es que destacamos situaciones no humanas. El psicólogo y los animales están tan alejados en sus niveles de ser que el sistema parece funcionar. Puede suponerse razonablemente que el botánico planifique el crecimiento del árbol, ya que su decisión personal está fuera del sistema de la vida botánica, pero una vez se aplica el sistema determinista a los pensamientos y acciones humanos, incluyendo las acciones morales, la situación se altera radicalmente.

El trabajador social, salvo que sea inusualmente sofisticado en sentido filosófico, tiende a favorecer una filosofía determinista. Es así porque puede planear un proyecto, como el de eliminación de chabolas, y su creencia en el determinismo le asegura que su experiencia funcionará eficazmente en alterar el curso de otras vidas humanas. Si las acciones humanas se deducen inevitablemente de las condiciones previas físicas y sociales, como tiende a suponer, entonces todo lo que necesita hacer es disponer las condiciones y esperar los resultados. Pero esta filosofía simple se hace pedazos una vez que el planificador empieza a ver que, según su propia filosofía, el mismo trabajo de planificar está, él mismo, determinado por las condiciones previas.

La conclusión es que, si su filosofía es verdadera, el planificador no planifica en absoluto, sino que es meramente el ejecutor pasivo de acciones que son materialmente necesarias. O existe la realidad de la elección, en cuyo caso la planificación nunca puede ser completa y el planificador debe afrontar el hecho de que no puede manipular las vidas de los hombres de la misma manera en que manipula el comportamiento animal, o no existe la  realidad de la elección, en cuyo caso el planificador es él mismo un peón. En cualquier caso, la planificación estricta es imposible. Es un dilema serio del que, hablando estrictamente, no hay salida lógica. Un sistema que lleve a tal dilema es necesariamente sospechoso, pues el método principal de la filosofía es el de probar cualquier proposición apuntando a dónde lleva. Es el método mostrado en todos los diálogos socráticos de Paltón.

El problema lógico es el problema de la coherencia. Como este es un país libre, un hombre que quiera creer en el determinismo es libre de hacerlo, pero lo que no es libre de hacer es eliminarse de la doctrina que propone. Podemos respetar a un creyente en la manipulación de las vidas de otros hombres, siempre que tenga la honradez intelectual de admitir que lo que él llama su plan no es en sí mismo una alternativa. El tema filosófico no es el determinismo, por tanto, sino la coherencia lógica.[1]

IV

Los peligros de la planificación, que los planificadores ignoran a menudo, porque parecen académicos o excesivamente complicados, son éticos además de lógicos. El principal problema ético que afecta a la planificación es lo que Berdiaev ha llamado la deshumanización del hombre.[2]

La sencilla verdad es que, en la planificación centralizada, los hombres son peones. A medida que la planificación se hace más centralizada y está más cerca de completarse, hay una fuerte tendencia a olvidar que las unidades finales de cualquier sociedad son personas y que el orden existe para su bien. Salvo que se mantenga esto en la conciencia de los planificadores, toda la situación se convierte en impersonal: las decisiones individuales por parte de la gente en realidad no cuentan para nada.

Una evolución en esta dirección parece ser propia de una burocracia siempre creciente. Por ejemplo, es casi imposible tener una planificación a gran escala sin algún ejemplo de la ley de Parkinson. El control burocrático siempre tiene una tendencia a aumentar, con la consecuente pérdida de iniciativa por parte de la gente. El peligro llega sutilmente y aparece incluso en las empresas más benéficas.

Casi toda la gente cree en la renovación urbana, que se ha ido produciendo de una forma u otra durante al menos dos mil años, pero la tendencia actual es pare esto es afrontar todos los peligros de la grandeza, de forma que en un año o dos una oficina de remodelación urbana puede tener un montón de empelados, muchos de los cuales están dedicados a servirse unos a otros y cuya actitud hacia el público es altamente impersonal. Es un paso sencillo para una oficina así convertirse en comandante en lugar de servidora de la gente.

La paradoja moral de la planificación deriva naturalmente del hecho de que en la vida humana hay muchos principios válidos, en lugar de uno. Si fuera posible al ocuparse de un problema moral descubrir cuál es el principio y seguirlo, la respuesta sería esencialmente sencilla. Pero rara vez se da este caso. La dura verdad es que tenemos que ser leales a muchos ideales al mismo tiempo y que algunos de ellos están inevitablemente en conflicto con otros.

En el ejemplo de la renovación urbana, es un buen principio librarse de las chabolas, pero también es un buen principio dejar que la gente viva donde quiera vivir; aun así, en muchos casos uno de estos principios, al aplicarse, elimina la posibilidad del otro. Las ventajas definitivas de la renovación urbana pueden ser muy grandes pero la dureza temporal puede ser terrible. Así, en Providence, Rhode Island, algunas familias de color han sido trasladadas por fuerza hasta cuatro veces. No sorprende que piensen en sí mismos como peones en el juego burocrático.

A veces se sugiere que el problema moral de la planificación puede manejarse, o al menos minimizarse, limitando la planificación centralizada a los asuntos públicos, mientras se permite al individuo hacer lo que quiera con su propia vida privada. Bajo esta premisa, uno podría suponer que cada hombre tiene el derecho a vender su trabajo en cualquier mercado en el que pueda ser contratado, pero ya esto se viene abajo en muchos estados, porque a los hombres no se les permite asumir ciertos empleos si tienen objeciones personales a unirse a los sindicatos.

Uno podría suponer que los fabricantes tendrían el derecho, en sus propios negocios privados, de establecer los precios que quieran y asumir el riesgo consiguiente, pero el gobierno pone en marcha todos sus enormes recursos para obligar a la sumisión a la voluntad de la administración. Tiene mucho valor planificar para impedir que los precios suban, pero el precio de la compulsión puede ser un aumento inapropiado del poder centralizado que puede acabar no pudiendo verse desafiado por nadie.

Sería gratificante si pudiésemos hacer una distinción clara entre vida pública y privada y a veces en nuestras conversaciones suena como si fuera posible hacerlo, pero la distinción es cada vez más difusa. Por ejemplo, ¿es la contratación de una valla publicitaria un asunto público o privado? Por supuesto, es ambas cosas. ¿Deberían permitirse las vallas publicitarias en una buena sociedad? No hay métodos claros para resolver problemas de este tipo similares a los métodos que pueden utilizarse con reglas de cálculo.

La difuminación de la línea entre “público” y “privado”  se ha explicado brillantemente por Harlan Cleveland en el prólogo a The Ethics of Bigness: Scientific, Academic, Religious, Political, and Military. Aquí el antiguo subsecretario de estado es capaz de demostrar, por un lado, que los negocios privados hoy tienen siempre un aspecto público y que el gobierno siempre tiene un aspecto privado. Cleveland cita a Frank Stanton, presidente del Columbia Broadcasting System, diciendo: “Somos responsables de lo que aparece en CBS. Aceptamos esa responsabilidad (…) solo estamos obligados a hacer una caso, y es ser responsables ante el pueblo estadounidense”.

Por otro lado, nuestro gobierno externaliza muchas de sus tareas, especialmente en el departamento de defensa y permite que estas las realicen empresas privadas, pero sin asumir riesgo privado. Una de las evoluciones más extrañas de nuestra planificación de la vida es que el gobierno hoy tiende a ser quien toma la iniciativa y proporciona a un creciente número de empresas industriales la seguridad principal que tienen. Es evidente que esto tiene peligros, así como ganancias.

V

La mayor ayuda que necesita ahora el concepto de planificación es la ayuda que puede dar la clarificación de nuestra filosofía. Necesitamos recordar que, a pesar de que las influencias externas determinan algunas de las condiciones de la vida de un hombre, no determinan su respuesta. Sencillamente no es verdad que el hombre sea un engranaje en un mecanismo. Nuestra razón más fuerte para saber esto es la razón empírica de nuestra propia conciencia, mientras que todos los argumentos del determinismo mecánico son especulaciones dogmáticas. Cuando un hombre afronta el hecho de que es un hombre, y no meramente una máquina ni meramente un animal, difícilmente puede evitar llegar a la famosa conclusión acerca de la responsabilidad a la que llegó Jean Paul Sartre:

La consecuencia esencial es que el hombre, al estar condenado a ser libre, lleva sobre sus hombros el peso de todo el mundo: es responsable del mundo y de sí mismo como una manera de ser. Estamos tomando la palabra responsabilidad en su sentido habitual de conciencia de ser el autor incontestable de un acontecimiento o de un objeto.[3]

Salvo que haya un sentido profundo y genuino en el que todos los hombres sean libres, hablar de responsabilidad no tiene sentido, pero incluso el sistema completo de planificación implica responsabilidad, pues el panificador declara ser responsable de sus propias decisiones. No puede serlo si no es posible actuar de otra manera que en la manera en que actúa. Así que lo más que podemos hacer en nuestra contribución filosófica al problema es insistir, primero, en la coherencia y, segundo, afrontar resueltamente lo que significa ser una persona. Si la humanidad se compone de una multitud de personas, cada una valiosa en sí misma, la manipulación nunca está justificada. El mundo de las personas es siempre un mundo al que la falta la simplicidad fundamental que requeriría la planificación total.

Demasiado a menudo, cuando hablamos de planificación, realmente pensamos más en término de una colmena que en términos de una comunidad humana. Ha sido un lugar común para la filosofía social mirar a la sociedad animal y concretamente a la sociedad de hormigas y abejas, como modelos para la sociedad humana. Si queremos una sociedad que esté completamente ordenada, la colmena sería sin duda nuestro ideal. En ella no hay revueltas, ni crítica editorial, ni derroche ni competencia ni iniciativa individual. La colmena presenta una economía completamente cooperativa en la que no hay rastros de resistencia ni individuación.

Es importante darse cuenta de que nuestra tendencia a idealizar la colmena es un buen ejemplo de lo que el profesor Lovejoy ha calificado como “patetismo metafísico” o completo sentimentalismo. La colmena es armoniosa, pero a un precio tremendo. Platón tenía razón en la República al apuntar que uno no puede tener un buen orden social in una división del trabajo, pero en la vida de la colmena la división del trabajo que hace que las cosas funcionen tan bien se lleva a un grado absoluto.[4] Cada miembro de la comunidad ideal se reduce a una sola función y por tanto se niega cualquier concepción de la totalidad. La reina no puede alimentarse a sí misma y no trabaja, ya que se limita a la función de procrear.  Ni siquiera se preocupa de sus propios hijos. La mayor parte de esta comunidad ideal está compuesta por hembras no procreadoras que construyen, crían, consiguen comida y luchan contra los enemigos. Los zánganos solo existen como pretendientes de la reina.[5]

El resultado de tal división del trabajo es, por supuesto, una clara uniformidad en su funcionamiento, pero debemos afrontar el hecho de que no es realmente una sociedad en absoluto, ya que es simplemente una asociación de peones indefensos. La colmena es realmente algo como un organismo en el que las abejas individuales se corresponden con células en un cuerpo en lugar de verdaderos individuos. Entendemos la colmena mucho mejor que lo que podíamos antes, debido a que ciertos científicos realizan estudios cuidadosos de la vida de las abejas.

La conclusión es que la colmena se convierte cada vez menos en un ideal válido. Vemos uno de los principales peligros de la planificación centralizada cuando nos damos cuenta de que trata de hacer mediante un trabajo inteligente los que las abejas hacen instintivamente. El concepto de la colmena esta casi tan alejado del ideal ético para el hombre como pueda imaginarse.

Si una persona es verdaderamente un filósofo, no renunciará a una postura simplemente porque tenga dificultades, sino que analizará decididamente las dificultades alternativas antes de tomar su decisión. Casi nunca encontramos una situación perfecta en el que los ideales sean singulares y claros, sino que debemos decidirnos por algún tipo de solución que nos de la menor cantidad de males posible. Nuestra esperanza es que pueda ser posible ir más allá tanto de los males de la tesis como de los males de la antítesis en una tercera vía que sea mejor que las alternativas normalmente reconocidas. Esta es nuestra esperanza ideal respecto de la planificación.

Por muy vívidos que puedan ser los peligros de la planificación, no debemos aceptar la alternativa de la vida azarosa. Por otro lado, no debemos aceptar la planificación total, porque destruiría lo que es más precioso en la vida humana, especialmente su individualización. La tercera vía, la síntesis de buscamos, está condenada a ser una en la que mantengamos el principio de orden y el principio de libertad en tensión mutua, nunca abandonando ninguno de ambos. La tensión puede parecer desafortunada, pero es bueno recordarnos que la música no puede tocarse sin cuerdas tirantes.

La buena vida será siempre una vida que sea esencialmente arriesgada, pues nunca tendremos seguridad. Nunca tendremos un orden completo y nunca tendremos una libertad completa. Es así porque somos hombres. La mayoría de los peligros que he mencionado son los peligros propios de ser personas.

El nivel de lo personal es un nivel único, completamente distinto del meramente animal o el mecánico. Es un nivel en el que existe la posibilidad de grandeza y también la posibilidad de bajeza. Es un nivel en el que un hombre se ve tentado a manipular a sus compañeros y aun así puede darse cuenta, cuando piensa seriamente, que no tendría que hacerlo. Es un nivel en el que los seres pueden planificar, pero nunca uno de ellos puede planificar completamente.

El ideal que buscamos está condenado a ser un compromiso, porque la propia vida tiene características opuestas que deben considerarse e incluirse en cualquier solución. La vida humana no puede ser completamente libre, pero nuestro contraste del valor de un sistema es si ayuda a los hombres a ser libres. Solo es defendible aquella planificación que cumpla este patrón.



[1] Para un desarrollo más completo de este tema, ver  mi libro Philosophy of Religion (Nueva York: Harper and Bros, 1957), pp. 281, 282.

[2] Nicholas Berdiaev, que fue forzado a abandonar Rusia como rebelde cristiano contra el materialismo dialéctico, escribió muchos libros. El libro en el que se ocupa del proceso de deshumanización es The Fate of Man in the Modern World.

[3] Jean-Paul Sartre, Being and Nothingness: An Essay on Phenomenological Ontology, (Nueva York: Philosophical Library, 1956), p. 553. [En español, El ser y la nada].

[4] República, p. 368.

[5] Para un tratamiento brillante del contraste entre la colmena y la vida humana, ver Susanne Langer, Philosophical Sketches (Baltimore: The Johns Hopkins Press, 1962).


Publicado el 1 de abril de 2010. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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