La organización desorganizadora definitiva

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[Testimonio ante el Comité de la Cámara de EEUU de Política Monetaria de los Servicios Financieros Nacionales y el Subcomité de Tecnología, 8 de mayo de 2012]

Estoy especializado en la teoría económica de organizaciones (su naturaleza, aparición, límites, estructura interna y gobernanza), un campo que es cada vez más importante en economía y fue reconocido con el premio Nobel 2009 otorgado a Oliver Williamson y Elinor Ostrom. (Ronald Coase, el fundador de la materia, fue asimismo premio Nobel). Mucha de mi reciente investigación se refiere a la economía del emprendimiento y el carácter empresarial de las organizaciones, tanto privadas como públicas. Igual que las empresas, las organizaciones públicas como parlamentos, tribunales, agencias públicas, universidades públicas y empresas patrocinadas por el gobierno busca lograr objetivos concretos y pueden innovar para lograr más eficientemente esos objetivos.[1] Las organizaciones públicas, igual que sus equivalentes con ánimo de lucro, pueden actuar empresarialmente: Están alerta ante oportunidades percibidas de ganancia, privada o social, pecuniaria o no. Controlan recursos productivos, tanto públicos como privados, y deben ser juiciosas al aplicar estos recursos en combinaciones concretas bajo condiciones de incertidumbre. Por supuesto, hay distinciones importantes entre organizaciones privadas y públicas, los objetivos pueden ser complejos y ambiguos, el rendimiento es difícil de medir y algunos recursos se adquieren por coerción, no por consentimiento.

En mis próximos comentarios evalúo el Sistema de la Reserva Federal (y la institución de la banca centralizada más en general) desde la perspectiva de un economista organizativo. Aunque estoy en profundo desacuerdo con muchas de las políticas clave del Consejo de la reserva Federal tanto antes como después de la crisis financiera y la Gran Recesión, mi argumentación no se centra en acciones concretas tomadas por esta o esa presidencia y consejo. El problema no es que la Fed haya cometido algunos errores (tal vez generados por cambiar su mandato legal, supervisar su comportamiento más de cerca, etcétera) sino que la misma institución de una autoridad monetaria centralizada es por sí misma desestabilizadora y dañina para el emprendimiento y el crecimiento económico.

Un banco central es una entidad pública a cargo del sistema monetario, una entidad que “controla la oferta monetaria” en términos sencillos, con la tarea de mantener la “estabilidad de precios”, logrando un “pleno empleo” de los recursos de la economía y otros objetivos de rendimiento económico nacional. (Al Sistema de la Reserva Federal se le atribuye explícitamente alcanzar tanto la estabilidad de precios como el pleno empleo, el llamado mandato dual ahora cuestionado por los representantes Pence y Brady).[2] La Fed, como otros bancos centrales modernos, también sirve como “prestamista de último recurso” encargado de proteger al sistema financiero ante corridas bancarias y otros pánicos estando preparada para dar préstamos a bancos comerciales, utilizando fondos que se crean instantáneamente, de la nada, con el clic de un ratón.

En resumen, el trabajo del banco central es “dirigir” el sistema monetario. Como tal, es la agencia de planificación económica más importante en una economía moderna. El dinero es un bien utilizado universalmente y el mercado del préstamo, a través del cual entra en la economía el dinero recién creado, está en el centro del proceso de inversión. Curiosamente, aunque la economía enseña claramente la imposibilidad de una asignación eficiente de recursos bajo una planificación económica centralizada, como se demostró (teóricamente) en las décadas de 1920 y 1930 por economistas como Ludwig von Mises y F.A. Hayek,[3] y (empíricamente) por el fracaso universalmente reconocido de las economías planificadas centralizadamente a lo largo del siglo XX, mucha gente piensa que el sistema monetario es una excepción al principio general de que los mercados libres son superiores a la planificación centralizada. En otras palabras, cuando nos referimos al dinero y la banca, es esencial tener un solo cuerpo de toma de decisiones, protegido ante la competencia, sin supervisión efectiva, poseyendo completa autoridad para llevara a cabo casi cualquier acción que considere de interés para la nación. La organización debe estar dirigida por unos cuerpos de élite de tecnócratas apolíticos con solo el interés público en la cabeza.

Y aun así todo lo que sabemos acerca de organizaciones con ese tipo de autoridad sin supervisión o control externo nos dice que no es posible que puedan funcionar bien. Igual que a los planificadores centrales de toda la economía, les faltan los incentivos y la información para tomar decisiones eficientes acerca de las operaciones en el mercado abierto, el tipo de descuento y los requisitos de reserva. La Fed simplemente no conoce la oferta monetaria “óptima” o la intervención “óptima” en el sistema bancario: nadie la conoce. Añadid los problemas habituales de la burocracia (despilfarro, corrupción, indolencia y otras formas de ineficiencia bien conocidas por estudiantes de la administración pública) y se hace cada vez más difícil justificar el control del sistema monetario por una sola burocracia.[4]

Esto es especialmente cierto cuando el bien en cuestión es el dinero, el único bien que se intercambia con todos los demás bienes, lo que significa que es el bien en que se citan todos los precios. La mala gestión de la oferta monetaria no solo afecta al nivel general de precios sino que distorsiona los precios relativos de distintos bienes e industrias, haciendo más difícil a empresarios sopesar costes y beneficios de distintas formas de acción, llevando a malas inversiones, despilfarro y estancamiento. La inflación de precios recompensa a los deudores al tiempo que castiga a los ahorradores, igual que los tipos de interés artificialmente bajos recompensan a los propietarios de viviendas mientras que castigan a los arrendatarios.

Por el contrario, las fuerzas del mercado deberían determinar los niveles de préstamo y ahorro, propiedad y alquiler y actividad empresarial. Dicho de otra manera, el sistema monetario es tan importante que no puede confiarse a una agencia pública, ni siquiera a una organización prestigiosa, nominalmente independiente, distinguida científicamente como el Sistema de la reserva Federal.

Los críticos de una política monetaria discrecional han argumentado a favor de reglas fijas, como la famosa recomendación de Milton Friedman de un tipo fijo de crecimiento de la oferta monetaria o la serie de reglas contracíclicas más complaciente del profesor Taylor.[5] Otros debaten si el objetivo de inflación u objetivo de rentas nominales es una política más directa y realista para la Fed.[6] Sin embargo ninguna de estas propuestas es tan efectiva como eliminar completamente la autoridad monetaria y confiar en las decisiones voluntarias de los participantes en el mercado para determinar la oferta monetaria y los tipos de interés. Por ejemplo, un patrón material elimina incluso la posibilidad de intervención del gobierno central en el sistema monetario. Si las reglas son mejores que la discrecionalidad, la mejor política es eliminar toda discrecionalidad y conseguir un sistema monetario que sea completamente independiente de interferencia política o tecnocrática.

El rendimiento de la Fed antes y después de 2008

Mis propias opiniones sobre teoría y política monetaria derivan de la “Escuela Austriaca” de Ludwig von Mises, F.A. Hayek, Murray N. Rothbard y otros importantes investigadores y analistas.[7] Desde esta perspectiva, la cusa de la burbuja inmobiliaria no fue la exuberancia irracional, la avaricia corporativa o la falta de regulación, sino la política monetaria altamente expansionista de la Fed bajo los presidentes Greenspan y Bernanke.[8] Después del estallido de las punto com la Fed recurrió a las imprentas, aumentando la base monetaria en un 5,6% en 2001, un 8,7% en 2002 y un 6,3% en 2003, mientras que el MZM subió un 15,7%, un 13,0% y un 7,3% durante esos años. Greenspan recortó el tipo de los fondos federales desde el 6,5% en enero de 2001 al 1% en junio de 2003, manteniéndolo en el 1% hasta finales de 2004, un nivel no visto desde 1954. Esta infusión de crédito llevó a un exceso de inversión en vivienda y otros sectores intensivos en capital, ayudados por políticas del gobierno federal pensadas para aumentar el porcentaje de propietarios relajando los patrones de suscripción.[9]

La respuesta correcta al colapso de Lehman Brothers del 16 de septiembre de 2008 y de Washington Mutual diez días más tarde, habría sido dejar que estas instituciones insolventes quebraran y estimular un desapalancamiento masivo de la economía y un aumento en el ahorro y la inversión. Una crisis económica representa una mala asignación de recursos productivos y la mejor repuesta política es permitir que los participantes en el mercado redirijan los recursos de usos menos valorados o otros más valorados. En resumen, una vez se revuelan como errores esas inversiones, es crítico dejar que el mercado liquide las malas inversiones tan rápidamente como pueda para dejarlas disponibles para otros propósitos.[10] Por supuesto, los recursos físicos y humanos no pueden reasignarse instantánea y gratuitamente a usos alternativos. Sin embargo debería permitirse a las partes contratantes renegociar el uso del recurso sin que los bancos centrales se interpongan en el camino. Los mecanismo existentes para liquidar inversiones y organizaciones existentes, como la quiebra, deberían usarse cuando sea apropiado.

La Fed trabajando de la mano del Departamento de Tesoro bajo las administraciones Bush y Obama, ha hecho precisamente lo contrario, rescatando instituciones financieras insolventes y sectores en peligro, llevando los tipos de interés a cero e inyectando billones de dólares en el sistema financiero, aumentando la base monetaria, por ejemplo, en una media del 33,7% anual entre 2008 y 2012, un aumento acumulado del 198%. En resumen, la filosofía de la Fed ha sido impedir, en lo posible, que los empresarios liquiden cualquier mala inversión, de hecho, perpetuar esas malas inversiones tanto como sea posible. Las instituciones financieras insolventes, en lugar de ir a la quiebra y la reorganización, con los malos directivos sustituidos por otros mejores, han recibido miles de millones de dólares de dinero gratuito. Los ejecutivos incompetentes siguen en la cumbre.

La Fed tiene demasiado poder

Los defensores de la Fed reconocen que sus acciones recientes son polémicas. Pero dicen que esa es la naturaleza de la bestia. Alguien tiene que estar al cargo del sistema monetario y, durante una crisis, los líderes tienen que tomar decisiones duras. Si no son el presidente y el personal de la Fed (economistas inteligentes, competentes y bien formados) ¿quién si no? ¿Quién mejor que el distinguido macroeconomista de Princeton, Ben Bernanke?

El economista Lawrence Ball escribió un trabajo interesante en febrero de este año sobre la psicología del presidente.[11] Ball explicaba la evolución del pensamiento de Bernanke entre 2000 y 2012, argumentando que, desde 2008, “la Fed de Bernanke ha evitado las políticas que Bernanke apoyó una vez. Ball atribuye el cambio en el pensamiento de Bernanke al pensamiento de grupo y a la propia personalidad del presidente, al que Ball describe como tímido, introvertido y retraído.

Sin pretenderlo, Ball da argumentos poderosos contra la propia política monetaria discrecional, que se basa en un pequeño grupo de élite de técnicos poderosos, representativos de grupos de intereses y consejeros políticos para diseñar e implantar normas y procedimientos que afectan a las vidas de millones, que recompensan a algunos (banqueros comerciales y de inversión, propietarios de viviendas) mientras castigan a otros (ahorradores, rentistas), que modelan el curso de los acontecimientos mundiales. Bajo la banca centralizada, no hay reglas, solo discreción. ¿Realmente queremos un sistema en el que el tipo de personalidad de una persona tenga un efecto tan enorme sobre la economía global?

Sí, insisten los defensores de la Fed. Es vital, dicen, que la Fed no esté limitada de ninguna manera para seguir las políticas que considere mejores. Los funcionarios de la reserva Federal están considerados como los reyes-filósofos de Platón. Cuando un grupo de distinguidos economistas expresó su escepticismo en 2008 acerca de lo que se convirtió en el Programa de Alivio de Activos con problemas, el rescate del gobierno de empresas financieras ineficientes y mal dirigidas, Gregory Mankiw, de Harvard, ofreció la siguiente respuesta:

Conozco bien a Bernanke. Ben es al menos tan inteligente como cualquiera de los economistas que firmaron esa carta o se quejan en blogs y editoriales acerca de la política propuesta. Además, Ben está mucho mejor informado que los críticos. El personal de la Fed incluye a algunos de los mejores economistas de nuestro entorno. En su capacidad como presidente de la Fed, Ben entiende la situación. (…) Si yo fuera un miembro del Congreso, me sentaría con Ben, privadamente, para conocer su franca opinión. Si él cree [que el rescate] es lo correcto, abandonaría mis recelos y seguiría su consejo.[12]

Uno difícilmente puede imaginar una perspectiva más peligrosa sobre la toma de decisiones del gobierno. Ignora las diferencias en los marcos teóricos entre, por ejemplo, keynesianos, austriacos, monetaristas, neoclásicos y otros economistas. Ignora las diferencias en la interpretación de los datos, que es un asunto de juicio, no de conocimiento. Ignora la posibilidad de que los que tomen las decisiones, incluyendo los cargos de la Fed y el Tesoro, tengan intereses privados y en conflicto. Y por supuesto ignora preocupaciones normativas: algunos ciudadanos pueden oponerse a recompensar a directores incompetentes con fondos del contribuyente, independientemente de las consecuencias en la eficiencia. Más en general, el argumento de Mankiw aparentemente se aplicaría a todas y cada una de las formas de planificación económica pública. ¿Por qué tener mercados en absoluto, si podemos tener a planificadores inteligentes y bien informados dirigiendo la asignación de los recursos?

Tristemente, no es que Mankiw esté solo en esta visión general.[13] Es la filosofía implícita que subyace a la institcuión de la banca centralizada. Y la verdad es que “Ben” hizo exactamente lo incorrecto. Contrariamente al relato popular de que la Fed y otros bancos centrales impidieron una catástrofe financiera e hicieron que la Gran Recesión fuera menos dañina de lo que habría sido en otros caso, las acciones de la Fed han hecho de una mala situación algo mucho peor, al perpetuar los mismos desequilibrios estructurales que produjo la recesión en primer lugar. El problema hoy con la economía de EEUU es difícilmente una falta de demanda agregada efectiva, como les gusta decir a los keynesianos, sino un desequilibrio estructural producido por dos décadas de crédito barato, desequilibrios que la Fed trabaja duro por hacerlos permanentes (por ejemplo, manteniendo el tipo de descuento cercano a cero y prometiendo hacerlo hasta el final de 2014). Y no hace falta decir que aquí no se trata del propio presidente Bernanke sino de la situación imposible que afronta como presidente de la Fed.

La independencia de la Fed

En 2009, un grupo de economistas circuló una petición en apoyo de la “independencia” de la Reserva Federal y contra los intentos del Congreso de ejercitar una mayor supervisión y gobernanza.[14] La idea de que la Fed debe ser independiente de cualquier limitación externa y no debe ser auditada, dirigida o supervisada de una forma seria se ha convertido en un tabú de la política macroeconómica contemporánea. Pero debería discutirse. Yo me negué a firmar la petición, por dos razones:

Primera, los defensores de la independencia de la Fed se centran exclusivamente en la política monetaria, como si los críticos de la Fed en el Congreso sencillamente quieren saber cómo se establece el tipo de los fondos federales. Pero la Fed no solo desarrolla la política monetaria, sino también la fiscal, cada vez más desde 2008. Si la Fed puede comprar y retener cualquier activo que desee,[15] si funciona de la mano de la Casa Blanca y el Tesoro para coordinar rescates de cientos de miles de millones de dólares, si facilita déficits de billones de dólares comprando todos los títulos del Tesoro que el gobierno federal quiera vender, ¿no es razonable tener un poco de supervisión? (Y no olvidemos la supervisión bancaria. Incluso los defensores de la Fed reconocen la necesidad de separar sus papeles de política monetaria y supervisión bancaria. Pero mientras la Fed continúe como regulador bancario, ¿no debería  alguien vigilar a los vigilantes?)

Segunda, y más general, la Fed es una agencia nacional de planificación económica y funciona tan bien como cualquier agencia nacional de planificación económica en la historia. ¿No hemos aprendido nada del colapso de la planificación económica centralizada en el bloque del este, su abandono en China y su incapacitante mantenimiento en lugares como Corea del Norte?

“Independencia” en este contexto significa simplemente ausencia de limitaciones externas. No hay incentivos para el rendimiento ni monitorización ni gobernanza. No hay mecanismos de retroalimentación o selección. No hay evaluación exterior. ¿Por qué deberíamos esperar que una organización que opere en ese entorno mejore el rendimiento económico general? La Fed está dirigida por hombres, no por dioses.

Los defensores de la independencia argumentan que la supervisión del Congreso o cualquier otra presionaría a la Fed para buscar objetivos a corto plazo (impulsar la producción) a costa del rendimiento a largo plazo (controlar la inflación).[16] Pero estos argumentos ignoran lo que lo economistas,s siguiendo a Ronald Coase y Harold Demsetz, llaman “análisis institucional comparativo”.[17] Por supuesto, hay riesgos potenciales asociados a la supervisión del Conreso, pero también beneficios potencials de una gobernanza más fuerte y una mayor transparencia. Por ejemplo, exponer la política monetaria (y las demás acciones polémicas de la Fed, como el rescate de los bancos centrales extranjeros) al escrutinio del Congreso podría presionar a la Fed para atender objetivos políticos a corto plazo, pero bajo el sistema actual, la Fed puede hacer apuestas de billones de dólares sin ningún sistema de monitorización y retroalimentación. Por desgracia, el análisis de coste-beneficio normalmente se olvida en relación con la Fed. Consideremos al defensa de la independencia de Mark Thoma:

Lo que se espera es que una Fed independiente pueda superar la tentación de usar la política monetaria para influir en las elecciones y también superar la tentación de monetizar la deuda y que haga lo que sea mejor para la economía a largo plazo en lugar de adoptar la política que maximiza las posibilidades de los políticos de ser reelegidos.[18]

Este deseo ingenuo es simplemente eso, una esperanza. ¿Dónde está el argumento o evidencia de que una Fed completamente irresponsable, de hecho, “haga lo que sea mejor para la economía a largo plazo”? ¿Cuáles son los incentivos de los cargos de la Fed para hacerlo? ¿Qué mecanismo de supervisión y gobernanza aseguran que los cargos de la Fed buscarán el interés público? ¿Qué pasa si tienen intereses privados? Tal vez estén influidos por una ideología. Supongamos que cometen errores sistemáticos. Tal vez estén indebidamente influidos por el sector bancario u otros grupos de intereses especiales. Para defender la independencia, no basta con mostrar los riesgos potenciales de una supervisión política; tienes que demostrar que estos riesgos exceden a los riesgos de un banco central irresponsable, ilimitado y sin gobernanza. Una fe ingenua en la sabiduría de los banqueros centrales para hacer lo que sea correcto no es suficiente.

¿Necesitamos un banco central?

Sin un banco central, ¿cómo puede funcionar un sistema monetario? ¿No necesitamos un banco central para crear reservas bancarias? ¿No es necesaria la Fed para mantener estables los precios? ¿No necesitamos al gobierno para crear y regular la moneda? En realidad, la verdad es la contraria.

Uno de los primeros análisis científicos de la naturaleza y origen del dinero, el ensayo de Carl Menger de 1892 “Del origen del dinero”, explica cómo el dinero (un medio de intercambio generalizadamente aceptado) aparece de los patrones de intercambio de los participantes individuales en el mercado.[19] Menger estaba desafiando la entonces dominante “teoría del dinero del estado”, que sostenía que el dinero debe crearse, desde la nada, por planificadores centralizados benevolentes. Por el contrario, como décadas de investigación en teoría monetaria han demostrado, no hay necesidad alguna de participación del gobierno en el sistema monetario y financiero.

El dinero (ya sea un material físico, como oro o plata o sus equivalentes en papel) es esencialmente un producto que es seleccionado y “dirigido”, por decirlo así, por las decisiones de empresarios y consumidores en el mercado. Esto es hoy tan cierto, en una época de divisas en papel y pagos electrónicos, como lo era bajo el patrón oro internacional.

No hay necesidad de una agencia pública para aumentar o disminuir la oferta monetaria. De hecho, de acuerdo con la Escuela Austriaca, los intentos del gobierno por controlar la oferta de dinero crean distorsiones en la economía al interferir con lo precios relativos y deformar la estructura de capital, animando las malas inversiones que se manifiestan a lo largo del ciclo económico. Más bien el valor del dinero debería determinarse en el mercado, como parte del proceso normal diario de intercambios entre dinero y bienes y servicios.

¿Cómo se va a mantener entonces la estabilidad de los precios? La respuesta es que la economía no necesita precios “estables”, solo precios de mercado. Algunas de las propuestas explicadas en esta audiencia sugieren eliminar el lenguaje de la Ley de la Reserva Federal acerca del “pleno empleo”, manteniendo solo la parte acerca de los “precios estables”. Eliminar el mandato dual sería un paso en la dirección correcta, ya que reduciría el incentivo de la Fed para aumentar la oferta monetaria cuando las tasas de desempleo superen un umbral arbitrario. Pero el requisito de la estabilidad de precios debería también eliminarse. La idea de que se necesita un banco central para mantener un nivel de precios estable o ligeramente en aumento (para impedir altos niveles de inflación, en otras palabras) se basa en una mala comprensión de la inflación. En una economía en crecimiento, con una oferta monetaria estable o en ligero crecimiento (como bajo un patrón material), los precios tenderán a caer, como pasó en Estados Unidos durante el siglo XIX, cuando EEUU experimentó aumentos drásticos en la producción y los niveles de vida. Los niveles de los precios aumentan porque la economía real está encogiendo o (como es casi universal en la práctica), porque la oferta monetaria aumenta más rápido que el aumento en la producción real. La inflación no se causa por un economía “sobrecalentada” que el gobierno tenga de enfriar de alguna manera. La inflación, como es sabido que dijo Milton Friedman, es siempre y en todas partes un fenómeno monetario. Los bancos centrales no luchan contra la inflación: la crean.

¿Pero no es esencial que una agencia pública trate de controlar los tipos de interés, manteniéndolos los suficientemente bajos como para generar crecimiento económico? En absoluto. Los tipos de interés son precios, precios que liquidan los mercados entre oferentes y demandantes de préstamos. Aumentar la oferta monetaria en un intento por rebajar los tipos de interés sí puede dar a la economía un “impulso” a corto plazo, pero con el coste de canalizar recursos a áreas (por ejemplo, la vivienda) a las que el mercado no quiere que vayan. Llevar los tipos de interés por debajo de sus tipos de liquidación del mercado no crea un crecimiento económico real, sino solo distorsiones, al hacer más difícil para los empresarios prever los bienes y servicios futuros que los consumidores querrán comprar y ser así rentables.[20]

La expansión del crédito traslada la riqueza de los ahorradores a los prestatarios (y en el caso de préstamos hipotecarios, de los arrendatarios a los propietarios), de proyectos de inversión menos sensibles al tiempo a otros más sensibles al tiempo y de quienes son los últimos en recibir el nuevo dinero a los que están los primeros en la cola.[21] En resumen, la política monetaria activa siempre, intencionadamente o no, elige ganadores y perdedores, aumenta la incertidumbre y destruye la riqueza real.[22] No queremos que una agencia pública establezca el precio de los tomates o los zapatos o las carretillas elevadoras o el software; ¿por qué queremos que una agencia pública fije el precio de los préstamos?

¿Qué pasa con la necesidad de un prestamista de último recurso? Incluso los defensores de la banca centralizada reconocen que la función de prestamista de último recurso anima lo que los economistas llaman “riesgo moral”: los bancos asumen más riesgo del que deberían si tuvieran que afrontar todas las consecuencias de sus decisiones de cartera. La presencia de un banco central, armado con una oferta infinita de “liquidez”, listo para proporcionar liquidez a cualquier banco con problemas financieros, desanima el comportamiento prudente.[23]

Diamond y Rajan ligan la crisis financiera a

las acciones de la Reserva Federal en esta década, no solo al convencer al mercado de que los tipos de interés permanecerían bajos durante un periodo prolongado tras el declive de las punto com, debido a su miedo a la deflación, sino asimismo al prometer intervenir para recoger los pedazos en caso de un desplome en el precio de los activos (la llamada opción Greenspan).[24]

Más en general, una economía de mercado dinámica y creadora de riqueza se basa en el poder de la competencia (lo que es conocido que Joseph Schumpeter llamó “destrucción creativa”) ordenando el uso de recursos más y menos valorados, incluyendo el desplazamiento de las empresas menos eficientes por sus rivales más eficientes. El sector bancario no es distinto. Si un banco, como cualquier otro negocio, no puede producir rentablemente bienes y servicios que demandan sus clientes, debería liquidarse y dejar disponibles sus activos para empresarios que puedan hacer un trabajo mejor. Rescates, subvenciones y otras formas de privilegios especiales para empresarios concretos afectan al proceso de mercado de dirigir los recursos productivos a sus usos más valorados. Como nos recuerda Luigi Zingales, el precio de los rescates es “miles de millones de dólares en dinero de los contribuyentes y, aun peor, la violación del principio capitalista fundamental de que quien se lleva las ganancias debe asimismo soportar las pérdidas”.[25]

Aparte de los rescates explícitos, las subvenciones implícitas de las garantías del “demasiado grande para quebrar” impiden el proceso de selección empresarial, no solo protegiendo a los empresarios y a las aventuras empresariales sin éxito, sino asimismo recompensando el cabildeo o tras formas de búsqueda de rentas, dirigiendo la inversión hacia actividades subvencionadas (a costa de las preferencias del consumidor) y desanimando la entrada de nuevos emprendedores que no tengan conexiones políticas.

Estos principios se aplican totalmente al sector bancario. Por supuesto, las empresas financieras están ligadas muy de cerca mediante transacciones e instrumentos complejos como derivados y otros contratos. La quiebra de una institución financiera concreta impone costes a diversas contrapartes, incluyendo otras instituciones financieras. Pero la producción de prácticamente cualquier bien y servicio en una economía industrial madura se caracteriza por una red compleja y entretejida de transacciones, obligaciones mutuas y relaciones contractuales. La banca no es única en este aspecto. No nos preocupan los efectos de contagio que afectan al sector del hardware informático o la ropa al por menor o los productos lácteos en caso de que una o dos empresas importantes vayan a la quiebra. Además, el grado en que las partes se exponen a riesgos de contraparte, en la banca o en cualquier otro sector, depende de las protecciones ofrecidas por el sistema regulatorio. Si una empresa de hardware informático sabe que es demasiado grande para quebrar o que un “proveedor de recursos del sector informático de último recurso” está dispuesto a proporcionar mano de obra, maquinaria y materias primas en caso de problemas, esa empresa se dedicará a todo tipo de comportamientos de riesgo que habría evitado en otro caso.

Alternativas a la banca centralizada

Muchos investigadores y profesionales apoyan el Sistema de la Reserva Federal, y la banca centralizada más en general, porque no pueden concebir ninguna alternativa. “Si eliminamos la Fed”, preguntan, “¿quién controlará la oferta monetaria?” Por supuesto, hacer así la pregunta es responderla: el mercado controlaría la oferta monetaria, igual que “controla” la oferta de tomates, la oferta de zapatos, la oferta de carretillas elevadoras y la oferta de Angry Birds.

El exactamente cómo funcionaría un sistema monetario basado en el mercado, qué forma tomaría y cómo una economía puede pasar de un dinero controlado por el gobierno a uno basado en el mercado, son asuntos interesantes e importantes que han estimulado una gran literatura creciente académica y profesional.[26] La mayoría de los defensores de una moneda basada en el mercado están a favor de un patrón material, aunque también se han sugerido divisas en papel.[27] Todos estos planes tienen la ventaja básica de quitar el valor del dinero de manos de los planificadores del gobierno, permitiendo que lo determinen la oferta y la demanda, como cualquier otro bien y servicio en una economía de mercado.

Otra ventaja de un patrón material es que impide que un banco central monetice la deuda del gobierno comprando bonos del estado (y reduciendo los pagos de duda generando inflación de precios). En interés de la transparencia, es mucho mejor requerir que el gasto del gobierno federal se financie mediante impuestos o tomando prestado del público. ¿No limitaría esto la capacidad del gobierno de “estimular” la economía con aumento del gasto en tiempos de recesión? Sí, y se trata precisamente de eso: un patrón material impone disciplina fiscal, algo que necesita desesperadamente la economía de EEUU. Esa disciplina rescataría a los empresarios de los caprichos impredecibles y a menudo arbitrarios de los planificadores monetarios, liberándolos para invertir, innovar y crear crecimiento económico (no solo a largo plazo, sino también a corto plazo).

Conclusión

Hay un viejo chiste acerca de un cargo de un banco central pidiendo una pizza. (tal vez sea el presidente Bernanke, en su camino a casa después de un largo día de flexibilización cuantitativa). El dependiente pregunta: “¿Quiere que la corte en seis partes o en ocho?” El banquero central responde: “Hoy me encuentro con mucha hambre: mejor córtela en ocho”.

Por supuesto, dividir las existencias de bienes y servicios por una mayor cantidad de dinero no crea riqueza. Una de las lecciones más importantes de la teoría económica es que la única forma de que una sociedad genere crecimiento económico es consumir menos de lo que produce. El excedente (ahorro real) puede invertirse en la producción de bienes de capital (e innovación) que permita una mayor producción en el futuro. Inversamente, una de las más antiguas mentiras económicas es la idea de que la economía se “atasca” con una baja producción y un alto desempleo debido a una escasez de dinero y de que la forma de desatascarla es imprimir más dinero para aumentar el “gasto total”, para consumir más de lo que produce la economía. Hace unos 60 años, Ludwig von Mises ridiculizaba esto como “la filosofía espuria del tendero” (la opinión del mercader de que sus productos no se venden porque la gente no tiene suficiente dinero), advirtiendo que esta mentira es esencialmente la filosofía de Lord Keynes, el apóstol del siglo XX de la banca centralizada y la política de estabilización macroeconómica.

Keynes se equivocaba. El crédito barato no ayuda a sacar de una economía de la recesión (particularmente cuando fue el crédito barato el que causó la recesión). Más en general, un sistema monetario controlado por un todopoderoso banco central es inherentemente desestabilizador y dañino para el crecimiento económico. Los errores cometidos por la Fed antes y después de 2008 no son incidentes aislados, errores que puedan corregirse haciendo cambios menores al estatuto, estructura o independencia de la Fed: son el resultado predecible de dar el control del sistema monetario y financiero a una agencia pública. La mejor opción es reemplazar al banco central y dejar que el mercado se encargue del dinero.

La postura aquí defendida se rechaza a menudo como radical o extrema, una especie de “fundamentalismo de mercado” (por usar un término despectivo). Pero es una opinión razonable, pragmática y realista. La investigación en economía y gestión enseña que los proveedores en monopolio son ineficaces e ineficientes y un monopolio público del dinero no es diferente. Los mercados no son perfectos, pero tampoco lo son los presidentes de la Fed. Es hora de hacer la oferta de dinero independiente de la interferencia política.


[1] Peter G. Klein, Joseph T. Mahoney, Anita M. McGahan y Christos N. Pitelis, “Toward a Theory of Public Entrepreneurship”, European Management Review 7 (2010): 1-15.

[2] H.R. 245 y H.R. 4180, respectivamente. Algunos observadores se refieren a un “triple mandato” que también requiere “tipos moderados de interés a largo plazo”.

[3] Ludwig von Mises, “Economic Calculation in the Socialist Commonwealth” [1920], en Hayek, ed., Collectivist Economic Planning (Londres: Routledge and Sons, 1935); F.A. Hayek, “Economics and Knowledge”, Economica NS 4(13): 33-54; Hayek, “The Use of Knowledge in Society”, American Economic Review 35(4): 519-530.

[4] Anthony Downs, Bureaucratic Structure and Decision-making. Rand Corporation: Santa Monica, Calif.: 1966; William A. Niskanen, Bureaucracy in Representative Government. Aldine-Atherton: Nueva York, 1971; Peter G. Klein, Joseph T. Mahoney, Anita M. McGahan y Christos N. Pitelis, “Capabilities and Strategic Entrepreneurship in Public Organizations”, Strategic Entrepreneurship Journal, pendiente de publicar.

[5] Milton Friedman, A Program for Monetary Stability (Nueva York: Fordham University Press, 1960) [Publicado en España como Un programa de estabilidad monetaria y reforma bancaria (Barcelona: Ediciones Deusto, 1962)]; John B. Taylor, “Discretion versus Policy Rules in Practice”, Carnegie-Rochester Conference Series on Public Policy 39 (1993): 195-214.

[6] Christina D. Romer, “Dear Ben: It’s Time for Your Volcker Moment”, New York Times, 29 de octubre de 2011.

[7] Ludwig von Mises, The Theory of Money and Credit [La teoría del dinero y del crédito] (New Haven: Yale University Press, [1912] 1953); F.A. Hayek, Prices and Production [Precios y producción] (Londres: Routledge & Sons, 1931); Murray N. Rothbard, America’s Great Depression (Princeton, N.J.: D. Van Nostrand, 1963); Douglas W. Diamond y Raghuram G. Rajan, “Illiquidity and Interest Rate Policy,” NBER Working Paper No. 15197, Julio de 2009.

[8] El sistema monetario y financiero es uno de los sectores más regulados de la economía de EEUU y no ha habido ninguna “desregulación” desde la Ley Gramm-Leach-Bliley de 1999, que, si hizo algo, fue mitigar el daño de la crisis financiera permitiendo adquisiciones como las de Bear Stearns por JP Morgan Chase y Merrill Lynch por Bank of America, que protegieron a los tenedores de bonos ante pérdidas.

[9] Marek Jarocinski y Frank R. Smets, “House Prices and the Stance of Monetary Policy”, Federal Reserve Bank of St. Louis Review (Julio de 2008): 339-366; Stanley J. Liebowitz, “Anatomy of a Train Wreck: Causes of the Mortgage Meltdown”, en Randall G. Holcombe y Benjamin Powell, eds., Housing America: Building Out of a Crisis (Oakland, Calif.: Independent Institute, 2009); Johan Norberg, Financial Fiasco: How America’s Infatuation with Home Ownership and Easy Money Created the Economic Crisis (Washington, D.C.: Cato Institute, 2009).

[10] Rajshree Agarwal, Jay B. Barney, Nicolai Foss y Peter G. Klein, “Heterogeneous Resources and the Financial Crisis: Implications of Strategic Management Theory”, Strategic Organization 7, nº 4 (2009): 467-484.

[11] Lawrence M. Ball, “Ben Bernanke and the Zero Bound”, NBER Working Paper No. 17836, Febrero de 2012.

[12] N. Gregory Mankiw, “If I Were a Member of Congress”, Blog de Greg Mankiw, 26 de septiembre de 2008.

[13] Alan Blinder recientemente rechazaba las preocupaciones acerca de la inflación resultantes del aumento masivo en la oferta monetaria desde 2008: “Para crear las temibles tasas de inflación pronosticadas por los críticos más críticos, la Fed tendría que haber sido increíblemente incompetente, cosa que no es”.

[14] “Petition for Fed Independence“, Wall Street Journal, 15 de julio de 2009.

[15] Aunque la Fed tiene fundamentalmente títulos del Tesoro de EEUU, se le permite legalmente según la Sección 13(3) de la Ley de la Reserva Federal mantener otros activos bajo “circunstancias inusuales y urgentes”, una disposición explotada liberalmente por la Fed de Bernanke. Ver Christian A. Johnson, “Exigent and Unusual Circumstances: The Federal Reserve and the U.S. Financial Crisis”, European Business Organization Law Review (pendiente de publicación).

[16] Ver, por ejemplo, Anil K. Kashyap y Frederic S. Mishkin, “The Fed Is Already Transparent”, Wall Street Journal, 9 de noviembre de 2009.

[17]  Ronald H. Coase, “The Regulated Industries: Discussion”, American Economic Review 54 (1964): 194-197; Harold Demsetz, “Information and Efficiency: Another Viewpoint”, Journal of Law and Economics 12, nº 1 (Abril de 1969): 1-22.

[18] Mark Thoma, “Why The Federal Reserve Needs To Be Independent“, CBS Moneywatch, 12 de noviembre de  2009.

[19] Carl Menger, “On the Origin of Money”, Economic Journal 2 (1892): 239-255; Peter G. Klein y George A. Selgin, “Menger’s Theory of Money: Some Experimental Evidence”, en John Smithin, ed., What Is Money? (Londres: Routledge, 2000), pp. 217-234.

[20] En terminología de Mises, la expansión del crédito que rebaja los tipos de interés, aumenta los niveles de precios y altera los las relaciones entre precios relativos “falsifica el cálculo económico”. Ludwig von Mises, Human Action: A Treatise on Economics [La acción humana] (New Haven: Yale University Press, 1949), pp. 549 y 553.

[21] Mark Spitznagel, “How the Fed Favors the 1%”, Wall Street Journal, 19 de abril de 2012.

[22] Robert A. Higgs, “Regime Uncertainty: Why the Great Depression Lasted So Long and Why Prosperity Resumed after the War”, Independent Review 1, nº 4 (1997): 561-590; Scott R. Baker, Nicholas Bloom y Steven J. Davis, “Measuring Economic Policy Uncertainty”, Working paper, Chicago Booth School of Business, 2011.

[23] De hecho, programas como el Programa de Alivio de Activos con problemas son formas de bienestar corporativo que redistribuyen recursos de las instituciones financieras más prudentes (por ejemplo, bancos que se mantuvieron fuera del mercado de los títulos con respaldo financiero) a las más temerarias.

[24] Diamond y Rajan, p. 33.

[25]  Luigi Zingales, “Why Paulson Is Wrong”, VoxEU, 21 de septiembre de 2008.

[26] Murray N. Rothbard, “Defensa de un dólar 100% oro“, en Leland Yeager, ed., In Search of a Monetary Constitution (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1962), pp. 94-136; Friedman, A Program for Monetary Stability, pp. 4–8; George A. Selgin y Lawrence H. White, “How Would the Invisible Hand Handle Money?” Journal of Economic Literature 32, nº 4 (1994): 1718-1749; Rothbard, The Case Against the Fed (Auburn, Ala.: Ludwig von Mises Institute,1994), pp. 146-151.

[27]  F.A. Hayek, Denationalization of Money. Londres, Institute of Economic Affairs, 1974.


Publicado el 9 de mayo de 2012. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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