Imaginad, si podéis, un área metropolitana de Nueva York mono-racial, con menos asesinatos. Añadid algunas señales ilegibles y edificios e infraestructura completada en 1960 o posteriormente. Así podríais tener una imagen de Seúl, la capital de la República de Corea y, bastante posiblemente, el nuevo centro del capitalismo global. Al menos esa es mi conclusión después de estar allí varios días realizando actividades académicas y profesionales.
A Seúl le faltan los barrios del Nordeste en favor de la vida en pisos y uno ve muchos cientos de torres extendidas por la ciudad. Vivir en una casa con un garaje que limpiar y césped que cuidar es tan extraño para el coreano medio como lo es para el habitante medio de Manhattan. En el caso de Seúl, esto refleja decisiones culturales e históricas similares a las razones por las que la gente se agrupaba en las ciudades-estado italianas en tiempos pasados. Hay seguridad en el número y los seulianos (que han sido el objetivo de imperios expansivos durante siglos) prefieren la cercanía urbana a la expansión suburbana.
Desde esta perspectiva, hay algo abiertamente libertario acerca de Seúl y Corea en general. Durante siglos, Corea consideró al aislamiento del mundo una virtud, considerando los diversos intentos exteriores de invasión y colonización, particularmente desde Japón y Manchuria. Como Italia, Corea ha conservado una cultura y un lenguaje que son únicos y ha mantenido un sistema político descentralizado que hace casi impensable convertirse en colonizador, produciendo al tiempo una cultura militar históricamente defensiva en un sentido de “No me pises”. Corea ha sido llamada el Reino Eremita, contento de estar cerrado al mundo y difícil de encontrar en un mapa.
A finales del siglo XIX resultaba evidente que este aislamiento no podía durar y traería sufrimiento al pueblo. Así que la dinastía Joseon (1392-1897) abrió Corea al mundo con comercio completo y relaciones diplomáticas.
No fue bien. Corea fue víctima de una brutal ocupación por Japón que duró hasta 1945, después de los cual el país se convirtió en un peón de la Guerra Fría y se dividió en Norte y Sur. La propia Guerra de Corea ocasionó la muerte de casi 375.000 civiles solo en el Sur, lo que sería equivalente a perder unos 10 millones de estadounidenses hoy. La guerra no acabó hasta que el presidente electo Eisenhower visitó Corea en diciembre de 1952, decidió que el conflicto no podía ganarse sin recurrir a las armas nucleares e impulsó un alto el fuego que persiste hasta hoy.
El papel de Estados Unidos en repeler a los comunistas no se ha olvidado por los surcoreanos. Muchos estadounidenses hoy se preguntan si no habría sido más inteligente haberse mantenido fuera del conflicto. No se trata solo de 45.000 estadounidenses muertos o desaparecidos. Al implicar a Estados Unidos en una guerra impopular sin conseguir el permiso del Congreso, como requiere la Constitución, el presidente Truman se hizo increíblemente impopular y digno de impeachment. Al promover un alto el fuego, Eisenhower estaba principalmente preocupado por cercenar una revuelta popular contra un imperio estadounidense que resultaría mortal para una república estadounidense.
Algunos se preguntan si el complejo militar-industrial ha dirigido desde entonces la política exterior de EEUU.
En todo caso, el progreso de Corea del Sur en la segunda mitad del siglo XX no es sino asombroso. Seúl estaba devastada y hambrienta y tuvo que reconstruirse casi completamente tras el armisticio, como la mayoría del resto del país. En 1960, el PIB por cabeza en Corea del Sur era de 79$, encontrándose entre los países más pobres del mundo. En 1970, vastas áreas de Seúl aún estaban pendientes de electrificar. Aun así, desde la década de 1960 hasta la de 1980, la economía surcoreana creció a un ritmo medio del 8% anual y hoy el PIB por cabeza está en torno a los 32.400$. ¿Qué hicieron bien que las economías con problemas persistentes hicieron mal?
La respuesta corta es que ahorraron. Corea es parte de una cultura asiática más amplia que anima al ahorro, lo que genera bajas preferencias temporales asiáticas desarrolladas durante siglos para sobrevivir con dietas basadas en el arroz y las fluctuantes fuentes de agua fresca. Además, la generación que apareció en la Corea del Sur postbélica es similar a la generación de apareció con la Gran depresión en Estados Unidos en que ambas sobrevivieron valorando el ahorro y el uso eficiente de recursos. El desarrollo institucional de este tiempo recompensaba el ahorro que se transformaría en la estructura de capital necesaria para la creación de riqueza en el futuro. Los bajos tipos de interés resultantes produjeron un crecimiento económico sostenible marcado por la producción que los individuos habían ahorrado para comprar.
A pesar de la persistente amenaza de guerra con el Norte, que perjudicó la inversión (y sigue haciéndolo), Corea del Sur protegió los derechos de propiedad tanto a propósito como accidentalmente. Como el capital siempre fluye con el tiempo a aquellas regiones del mundo en las que está más seguro, los flujos de capital de Corea del Sur financiaron el desarrollo económico de forma que incluso hoy los coreanos los califican de milagro. Pero la creación de riqueza futura por el ahorro y la protección de la propiedad difícilmente resulta sorprendente. Las regiones estancadas económicamente en Latinoamérica, Grecia e incluso Illinois y California pueden aprender del ejemplo de Corea del Sur de una mejor vida a largo plazo mediante bajos impuestos y pocas regulaciones y la protección de las instituciones de los derechos de propiedad.
Nada de esto significa pintar a Corea del Sur como un paraíso capitalista. Sus gobiernos tras la guerra tienen un historial de corrupción y dictadura que amenazó su éxito económico. Ciertos sectores de la economía han estado protegidos frente a la competencia y beneficiados por otra parte por el favor del gobierno. Esta forma de capitalismo de compinches ha generado una economía dominada por unos pocos grandes conglomerados como Samsung, Hyundai y LG, empresas que fueron calificadas como demasiado grandes para caer décadas antes de que el término se conociera en Estados Unidos.
Si la inclinación cultural coreana por el ahorro impidió que los gobiernos coreanos pudieran seguir políticas keynesianas favorecidas por Occidente, el Banco de Corea sin duda lo ha compensado hinchando el won de forma que el tipo de cambio dólar-won está muy lejos de una relación uno a uno y está hoy en torno a uno a mil. Es un logro notable dada la masiva inflación del dólar desde 1971. Como en los Estados Unidos hoy, y como predecía la teoría de la Escuela Austriaca, el nuevo dinero favorece a aquellas partes que lo reciben primero, lo que significa los intereses económicos asociados más de cerca con el gobierno.
Aunque su inflación indudablemente causa malas inversiones, Corea ha evitado hasta ahora los excesos de China, prefiriendo dirigir los fondos a infraestructuras y educación frente a centros comerciales y rascacielos. Los bancos coreanos evitaron la exposición a los títulos colateralizados respaldados por títulos hipotecarios subprime emitidos por bancos de EEUU y tampoco tuvieron un sector bancario sustancial propio en la sombra que ofreciera títulos agrupados y tramificados a inversores, lo que indica que las relaciones de tipo compinche que existen en Occidente en el sector financiero no se han materializado aún. En otras palabras, uno sospecha que Goldman Sachs tiene menos influencia en el Banco de Corea de la que tiene en el Banco de Japón.
A pesar de la inflación del Banco de Corea, Corea del Sur experimentó solo una pequeña burbuja inmobiliaria debido a diferencias culturales en cómo acceden los coreanos a sus pisos (a menudo aportan un solo gran pago y permiten al propietario del apartamento a cobrar intereses en lugar de renta), así como un impuesto a las ganancias de capital en la vivienda que, sin duda inadvertidamente, generó presiones a la baja en la demanda de viviendas. Por tanto, la economía coreana no ha alimentado las expansiones del crédito como en Occidente en donde se animaba a los propietarios de viviendas a pedir prestado y gastar basándose en los valores inflados de las mismas.
El resultado final es una protección de los derechos de propiedad complementada por bajos impuestos (el tipo marginal máximo en Corea es del 34% y, al contrario que EEUU hoy, no hay esfuerzos por aumentarlo) y regulaciones menos costosas, ambos basados en el contexto de una homogeneidad cultural que a menos genera menos delitos y más confianza difundida en la sociedad. Su tasa de asesinatos es menos de la mitad de la de Nueva York y aunque se me dijo que la tasa de delitos violentos es alta comparada con la de las ciudades de EEUU, la mayoría estaría de acuerdo en que un “CSI Seúl” sería una serie bastante aburrida.
Reuniendo todo esto mientras paseo por la Teheran Road de Seúl, uno tiene la impresión de que es lugar donde hay que estar. Como Nueva York en tiempos más felices, Seúl es un imán para el capital y mientras las economías occidentales implosionen y se hagan menos libres, los flujos de capital a Asia Oriental no harán más aumentar. Su distrito comercial Gangnam, aunque no es enormemente grande, combina el aura de Tomes Square y la Quinta Avenida. Los ubicuos taxis ofrecen intérpretes telefónicos en inglés de forma que se puede traducir a sus conductores y tarifas (un servicios que algunos querrían que ofrecieran los taxis de Nueva York). Las panaderías de lujo al estilo parisino compiten por la clientela empresarial con los restaurantes locales ofreciendo fideos de alforfón, mientras que la imagen del genio musical pop, PSY, está por todas partes, probando los límites de la siobreexposición mientras vende cerveza coreana y caderas a visitantes que no sabían que Corea tuviera ambas cosas.
Entretanto, multinacionales e iniciativas empresariales que quieren acceder al mercado asiático están encontrando en Corea un entorno seguro y amigable para basar sus operaciones. Mientras que las generaciones anteriores de licenciados universitarios coreanos emigraban a Occidente en busca de p oportunidades de empleo, muchos de los mejores y más brillantes de hoy están descubriendo que sus mejores oportunidades laborales se encuentran hoy en la propia Seúl.
Alguien me dijo antes de mi vieja que los coreanos son más estadounidenses que Estados Unidos y su éxito económico sin duda parece un Estados Unidos dehace unas décadas. Sin embargo hay una sensación de que esto podría no durar, de que los norcoreanos pueden finalmente hacer reales sus fanfarronadas o de que la demanda global de las exportaciones coreanas puede disminuir. Sin embargo, mi sensación, así como la de la mayoría de los coreanos con formación con los que me reuní, es que las instituciones fundamentales que caracterizan a la sociedad coreana son fuertes y que a pesar de lo que pueda traer el futuro, el país perseverará y prosperará.
Seúl proporciona evidencias de cómo protegiendo la propiedad y expandiendo el acceso a la división del trabajo es la clave para acabar con la pobreza tal y como la conocemos. El gobierno la restringe a nuestra costa.
Publicado el 11 de abril de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.