El impuesto de capitación de Mrs. Thatcher

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[Publicado originalmente en The Free Market (junio de 1990) e incluido en Making Economic Sense]

Disturbios en las calles, protestas contra un gobierno odiado, policías arrestando a manifestantes. Una historia familiar hoy en día. Pero de repente descubrimos que los protestas se dirigen, no contra una odiada tiranía comunista en Europa Oriental, sino contra el régimen de Mrs. Thatcher en Gran Bretaña, un supuesto ejemplo de libertad y libre mercado. ¿Qué pasa aquí? ¿Son los manifestantes contra el gobierno heroicos luchadores por la libertad en Europa Oriental, pero solo locos anarquistas y vándalos enajenados en Occidente?

Los disturbios anti-gobierno en Londres a finales de marzo fueron, debe señalarse, disturbios anti-impuestos y sin duda un movimiento en oposición a los impuestos no puede ser del todo malo. ¿Pero no era el movimiento de protesta en el fondo una reclamación movida por la envidia a que se gravara a los ricos y la hostilidad al nuevo impuesto de Thatcher una protesta contra su abstención frente a la nivelación igualitaria?

En realidad, no. No cabe duda de que el nuevo “cargo comunitario” de Thatcher era un experimento audaz y fascinante. Los consejos municipales, en muchos casos refugios del izquierdista Partido Laborista, se han dedicado a un gasto desbocado en años recientes. Como en el caso de los ayuntamientos estadounidenses, el ingreso local básico en Gran Bretaña se ha conseguido mediante el impuesto de la propiedad, que se recauda proporcionalmente al valor de la propiedad.

Mientras que en Estados Unidos los economistas conservadores tienden a alabar los impuestos proporcionales (especialmente en las rentas) como ideales y “neutrales” para el mercado, los thatcheritas aparentemente han entendido la falacia de esta postura. En el mercado, la gente no paga por bienes y servicios en proporción a sus rentas. David Rockefeller no tiene que pagar 1.000$ por una barra de pan por la que el resto pagamos 1,50$. Por el contrario, en el mercado hay una fuerte tendencia a que un bien tenga el mismo precio en todo él: un bien, un precio. De hecho, sería mucho más neutral para el mercado, si tienen que pagar todos, no el mismo impuesto en proporción a su renta, sino en mismo impuesto para todos, punto. Los impuestos de todos deberían por tanto ser iguales. Además, como la democracia se basa en el concepto de un hombre o mujer, un voto, no sería sino adecuado tener un principio de un hombre, un impuesto. Igual votación, igual tasación.

El concepto de un impuesto igual por cabeza se llama “impuesto de capitación” (“poll tax”) y Mrs. Thatcher decidió poner de rodillas a los ayuntamientos legislando la abolición de los tipos locales y su reemplazamiento por un impuestos igual de capitación por adulto, calificándolo con el eufemismo “cargo comunitario”. Así que, al menos a nivel local, gravar a los ricos se ha reemplazado por un impuesto igual.

Pero hay varios defectos graves en el nuevo impuesto. En primer lugar, sigue sin ser neutral para el mercado, ya que (una diferencia crucial) los precios de mercado se pagan voluntariamente por el consumidor que compra el bien o servicio, mientras que el impuesto (o “cargo”) se recauda coactivamente a cada persona, aunque el valor del “servicio” público a esa persona sea mucho menor que el cargo o sea incluso negativo.

No solo eso, sino que un impuesto de capitación es un cargo que grava la misma existencia de una persona y la persona de a menudo ser abatida con grandes costes para obligarla a pagar el impuesto. Gravar a un hombre por su propia existencia parece implicar que el gobierno posee a todos sus súbditos, en cuerpo y alma.

El segundo defecto grave se relaciona con el problema de la coacción. Es ciertamente heroico que Mrs. Thatcher quiere eliminar el impuesto a la propiedad en favor de un impuesto igual. Pero parece haber olvidado lo importante del impuesto igual, lo que le da un atractivo único. Pues lo verdaderamente grande del impuesto igual es que para que sea pagable tiene que reducirse drásticamente desde los niveles antes de imponerse la igualdad.

Supongamos, por ejemplo, que nuestro actual impuesto federal se transformara repentinamente para convertirse en un impuesto igual para cada persona. Esto significaría que la persona media, y particularmente la persona de baja renta, se encontraría de repente pagando muchísimo más por año en impuestos: unos 5.000$. De forma que el gran atractivo de los impuestos iguales es que forzaría necesariamente al gobierno a rebajar drásticamente sus niveles de impuestos y gastos. Así, si el gobierno de EEUU instituyera, por ejemplo, un impuesto igual y universal de 10$ por año, limitándolo a la magnífica suma de 2.000 millones de dólares anuales, todos viviríamos bastante bien con el nuevo impuesto y ningún igualitario se preocuparía por protestar su fracaso en gravar a los ricos.

Pero en lugar de rebajar drásticamente la cantidad del impuesto local, Mrs. Thatcher no impuso esos límites y dejo los niveles de gasto e impuesto locales, como antes, a los ayuntamientos. Estos ayuntamientos, tanto conservadores como laboristas, procedieron a aumentar sustancialmente sus niveles impositivos, así que el ciudadano británico medio se ve obligado a pagar aproximadamente un tercio más en impuestos locales. ¡No sorprende que haya disturbios en las calles! Lo único que sorprende es que los disturbios no sean más graves.

En resumen, lo bueno de los impuestos iguales es su utilización como garrote para obligar a una enorme rebaja de impuestos. Aumentar los niveles impositivos después de que se hacen iguales es absurdo: una invitación abierta a la evasión de impuestos y la revolución. En Escocia, donde ya se ha puesto en práctica el impuesto igual, no hay sanciones por falta de pago y se estima que un tercio de los ciudadanos han rechazado pagar. En Inglaterra, donde se obliga al pago, la situación es peor. En cualquier caso, no sorprende que la popularidad del régimen de Thatcher haya caído hasta un mínimo histórico. La gente de Thatcher habla ahora de poner topes a los impuestos locales, pero los topes no son bastante: las reducciones drásticas son una necesidad política y económica, si se quiere mantener el impuesto de capitación.

Por desgracia, el caso del impuesto local es característico del régimen de Thatcher. El thatcherismo es demasiado parecido en todo al reaganismo: retórica de libre mercado enmascarando contenido estatista. Aunque Thatcher ha realizado cierta privatización, el porcentaje de gasto público e impuestos respecto del PIB ha aumentado a lo largo de su régimen y la inflación monetaria ha llevado a inflación de precios. Así que ha generado un descontento básico y el aumento en los niveles impositivos locales ha sido la gota que ha colmado el vaso. Me parece que un criterio mínimo para que un régimen reciba el galardón de “pro libre mercado” requeriría que recortara el gasto total, recortara los tipos e ingresos fiscales en general y detuviera su propia creación inflacionista de dinero. Ni siquiera con esta modesta vara de medir, ninguna administración británica o estadounidense en década ha estado cerca de alcanzarlo.


Publicado el 10 de abril de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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