La odisea intelectual que puso las bases de la civilización occidental empezó en la Grecia clásica. Por desgracia, los pensadores griegos no consiguieron entender los principios esenciales del orden espontáneo del mercado y del proceso dinámico de cooperación social que los rodea. Aunque debemos reconocer las importantes contribuciones de los griegos en las áreas de la epistemología, la lógica, la ética e incluso en la concepción del derecho natural, éstos fracasaron miserablemente en ver la necesidad del desarrollo de una disciplina, la ciencia económica, dedicada al estudio de los procesos espontáneos de cooperación social que comprenden el mercado.
Resulta aún peor que cuando aparecieron los primeros intelectuales, pasó lo mismo con la simbiosis y complicidad entre pensadores y gobernantes. Desde el principio, la gran mayoría de los intelectuales abrazaron el estatismo e infravaloraron sistemáticamente, e incluso criticaron y denigraron, a la sociedad del intercambio, el comercio y la artesanía que les rodeaba.
Puede que sea demasiado pedir que, desde el mismo principio del conocimiento filosófico y científico, los griegos comprendieran incluso los principios básicos de la economía política, una ciencia que sigue estando entre las más jóvenes de todas las ciencias y busca estudiar una realidad tan abstracta y difícil de entender como el orden espontáneo del mercado. Sin embargo merece la pena hacer notar que los filósofos griegos, como los intelectuales actuales, no pudieron evitar el error científico de creerse cualificados para imponer sus puntos de vida sobre sus conciudadanos a través de la coacción sistemática del gobierno. La historia se repite una y otra vez e incluso hoy hemos avanzado poco en este sentido.
El contexto político-histórico
Existe un paralelismo no solo respecto de las simpatías estatistas de los pensadores, sino asimismo en la rivalidad entre dos ideas radicalmente opuestas de gobierno y libertad individual. De hecho, a lo largo de buena parte del siglo XX, el mundo y la sociedad en general estuvieron divididos: de un lado estaba la visión liberal clásica, basada en el gobierno limitado, el respeto a la sociedad civil y la libertad y la responsabilidad individuales (representada, al menos relativamente, por la sociedad estadounidense), y del otro lado estaba el prevalente socialismo, basando en la confianza en el estado para imponer por la fuerza las más variadas utopías a la sociedad (representado durante buena parte del siglo XX por la antigua Unión Soviética). En la Grecia clásica también podemos identificar los dos polos completamente opuestos.
Estaba la relativamente más liberal y democrática ciudad de Atenas, que fue capaz de acoger una próspera esfera de negocios y trabajos artesanos dentro de un orden espontáneo de cooperación social basada en el respeto a la ley y la igualdad ante ésta. Por el contrario, existía la ciudad de Esparta, que era profundamente militarista y en la que la libertad individual prácticamente no existía, debido a la creencia en que todos los recursos debían subordinarse al estado.
Es notable que la mayoría de lo más eminentes y distinguidos pensadores y filósofos atenienses invariablemente arremetieron e infravaloraron el orden comercial que les rodeaba y sostenía, mientras ellos aprovechaban todas las oportunidades para alabar el totalitarismo estatista que representaba Esparta. Es como si los intelectuales de esa era, como los de hoy, no pudieran soportar el hecho de que, aunque se las considerara sabios, no pudieran apropiarse en términos económicos de los frutos a los que se consideraban dignos. Igualmente, eran incapaces de resistir la tentación de imponer sus propias opiniones de lo que era bueno y malo a sus conciudadanos y aspiraban continuamente a hacerlo a través del poder coactivo del estado.
El reconocimiento de esta verdad no debe llevarnos a la errónea creencia de que las poleis relativamente más libres no fueran a menudo también víctimas del estatismo. Por ejemplo, muchos políticos no dudaron el justificar políticas imperialistas atenienses e incluso, como hizo Pericles en el siglo V a de C., se apropiaron fondos públicos para realizar obras colosales.[1] También muchos políticos fueron culpables de tratar de convencer a los ciudadanos de lo importante que era someterse a la voluntad del estado, de preguntarse constantemente no lo que Atenas podía hacer por ti, sino lo que podías hacer tú por Atenas.
Además, las poleis relativamente más libres seguían estado sujetas a un ciclo político que, por extraño y paradójico que pueda parecer, continúa afectando a nuestras sociedades actuales. De hecho, los periodos de mayor libertad civil basados en el cumplimiento de las leyes positivas se ven seguidos invariablemente por crisis: las ciudades cayeron víctimas de la demagogia y los disturbios iniciados por pequeños grupos con la intención de explotar ciertos grupos sociales en favor de otros, supuestamente mayores y menos privilegiados. Se producía una considerable tensión social, económica y política, que acababa llevando a graves desórdenes y conflictos civiles que, a su vez, se usaban para justificar el aumento en el poder del estado, encarnado en casa serie de circunstancias históricas en líderes populistas sin escrúpulo que invariablemente insistían que se les considerara como “salvadores de la patria”.
Algunos intentos embrionarios de análisis económico
Es muy difícil conocer los pensamientos precisos de los primeros filósofos griegos, porque los documentos conservados son muy pocos y fragmentados. Sin embargo hay evidencia de algunos inicios esperanzadores, que, si se hubieran continuado, podía haber abierto el camino a una incipiente formulación de la teoría del orden espontáneo del mercado.
Por ejemplo, ya en el siglo VIII a. de C., Hesíodo indica en sus poemas que la escasez está siempre presente en las acciones humanas y es la razón por la que debemos asignar eficientemente los recursos disponibles. Además, menciona el tipo de competencia que suscita la emulación al que llama “buen conflicto” y lo considera como una fuerza emprendedora esencial que a menudo permite superar los grandes problemas que plantea la escasez de recursos. Además, Hesíodo creía que la competencia solo era posible donde hubiera respeto por la justicia y la ley, lo que estimula el orden y la armonía en la sociedad. En este sentido, Hesíodo (y Demócrito hasta cierto punto) estaba mucho más cercano a la idea correcta del orden espontáneo del mercado de lo que luego lo estarían Sócrates, Platón e incluso el propio Aristóteles.
Después de Hesíodo, deberíamos echar un ojo a los filósofos sofistas. A pesar de la mala prensa que han tenido hasta hoy, son indudablemente mucho más libertarios, al menos en términos relativos, que los grandes filósofos posteriores. De hecho los sofistas simpatizaban con el comercio, la motivación del beneficio y el espíritu empresarial y desconfiaban del poder centralizado y absoluto de los gobiernos de las ciudades-estado. Aunque debemos admitir que caían ocasionalmente en un relativismo similar al que hoy suscriben los posmodernistas, superan con mucho a los posteriores pensadores socráticos respecto de la defensa de la libertad individual frente al gobierno. Finalmente, debemos advertir que la forma en que se utiliza hoy habitualmente el engaño científico en apoyo del estatismo ha llevado a un descrédito sistemático de los sofistas. Considerados siempre como políticamente “incorrectos”, se les califica de pensadores ilógicos y poco honrados.
Posteriormente, otros pensadores más modernos, como Protágoras en tiempos de Pericles, teorizaron acerca de la necesidad de la cooperación social e insistieron en que “el hombre es la medida de todas las cosas”. Llevando esto a su conclusión lógica, hablando filosóficamente, esta idea podría haber dado lugar a la aparición natural del subjetivismo y el individualismo metodológico, que son puntos de partida esenciales de cualquier análisis económico de los procesos sociales. Asimismo, el maestro de historiadores Tucídides parece tener una concepción más adecuada del orden espontáneo y evolucionista del orden social que la de muchos de sus contemporáneos y en su relato del discurso funerario dado por Pericles, destacó mejor que nadie la cualidad relativamente más liberal clásica[2] de la sociedad ateniense.
Finalmente, deberíamos mencionar a Demóstenes, el gran defensor de la libertad del mundo griego contra el despotismo del tirano, Filipo. No es coincidencia que Demóstenes entendiera la esencia consuetudinaria y evolutiva del derecho y que por tanto fuer capaz de superar la dicotomía reduccionista que habían establecido los griegos entre el mundo físico (natural) y el supuestamente artificial mundo del derecho y las convenciones. De hecho, en general los griegos no llegaron a comprender que el cosmos natural debe incluir el orden espontáneo del mercado y las relaciones sociales que son el objeto de estudio de la economía, pues los griegos creían que cualquier cosa relacionada con la sociedad estaba causado artificial y deliberadamente por sus organizadores (que esperaban que fueran filósofos-dictadores como los imaginados por Platón).
El punto de vista subjetivista, alrededor del cual se desarrolla toda la ciencia económica moderna, puede encontrarse, por ejemplo, en la definición de riqueza que ofrece Jenofonte en su Oeconomicus, cuando define a la propiedad como “esas cosas que el poseedor deberían encontrar ventajosas para los propósitos de su vida”. Además, podría considerarse a Jenofonte como el primer intelectual en presentar el concepto de la eficiencia dinámica, es decir, el aumento de su patrimonio utilizándolo para hacer negocios (junto con el concepto de eficiencia estática, que se basa en evitar el desperdicio y que Jenofonte cree que puede lograrse manteniendo el patrimonio familiar en perfecto orden).
En todo caso, a pesar de estos prometedores inicios, y a pesar de las grandes contribuciones en otras áreas del pensamiento filosófico y científico (y tal vez precisamente a causa de estas contribuciones), los filósofos griegos en general cayeron en el error fatal del intelectual científico. Así que estuvieron completamente ciegos en lo que respecta al reconocimiento del mercado y el orden social evolucionista y cayeron en brazos del estatismo: se convirtió en “políticamente correcto” desdeñar la actividad comercial y mercantil de sus contemporáneos y criticar despiadadamente a los pensadores relativamente más liberales clásicos (sean sofistas o no).
Los ejemplos particularmente alarmantes de Sócrates, Platón e incluso Aristóteles
Desde el punto de vista de nuestro tema, las características principales compartidas por Sócrates, Platón y Aristóteles (los tres grandes filósofos de la antigua Grecia) fue su incapacidad de entender la naturaleza del floreciente proceso mercantil y comercial que tenía lugar entre las distintas ciudades o poleis griegas (tanto en la propia Grecia como en Asia Menor y el resto del Mediterráneo). Cuando hablaban de economía, estos filósofos confiaban en sus instintos en lugar de en la observación y la razón. Desdeñaban el trabajo de artesanos y mercaderes e infravaloraban la importancia de sus disciplinados esfuerzos diarios.
Por tanto, fue a través de estos filósofos como empezó la tradicional oposición de los intelectuales a todo lo que implicara comercio, industria o beneficio empresarial. Esta “mentalidad anticapitalista” se convertiría en un tema constante entre los pensadores “ilustrados” a lo largo de toda la historia intelectual de la humanidad desde entonces hasta ahora.
El filósofo Sócrates sirve como ejemplo paradigmático de esta oposición intelectual a cualquier cosa que implique beneficio empresarial, industria o mercado. Debemos apuntar el tono arrogante y la falsa modestia mostrados por Sócrates en su discurso de defensa ante el jurado que le condenó, un discurso que registra Platón. No hay duda de que Sócrates ejerció una influencia negativa en la juventud de la ciudad de Atenas, a la que atraía ridiculizando la vida de trabajo de sus padres, que se dedicaban desinteresadamente a sus honrados trabajos diarios en los campos del comercio, la artesanía y el mercado.
Sócrates creía que el objetivo ideal de la vida estaba en la búsqueda de la “virtud”, entendido como desdén por la riqueza material y concretamente por el beneficio empresarial. Sócrates aprovechaba todas las oportunidades para presumir de su pobreza e idealizar las supuestas virtudes del estado totalitario de Esparta, que en aquel tiempo representaba ideales opuestos a los de Atenas. De hecho, en su discurso de defensa, escandaliza al jurado proclamando que sus servicios al estado de Atenas eran tantos que en lugar de ser condenado, debería recibir una pensión vitalicia pagada por todos (¡en forma de alimentos pagados por la ciudad durante toda su vida!)
Aún peor es que la estadolatría de Sócrates eran tan obsesiva que le llevaba a confundir la ley positiva derivada de la ciudad-estado con la ley natural. Creía que el pueblo debería obedecer a todas las leyes positivas derivadas del estado, incluso si son contra naturam, y así estableció los fundamentos filosóficos del positivismo legal en que se basaría toda tiranía que apareciera tras él en la historia.
En resumen, desde el punto de vista de la teoría científica de los procesos del mercado, la influencia de Sócrates es definitivamente desastrosa. Inició y promovió la tradición intelectual anticapitalista. Demostró una total falta de comprensión acerca del orden espontáneo del mercado, que era precisamente la fuente de la prosperidad ateniense que permitía a Sócrates y el resto de los filósofos de su escuela el lujo de no trabajar y dedicarse en su lugar a pensar. Y en pago a este entorno de relativa libertad y prosperidad, Atenas solo recibe de Sócrates desprecio e incomprensión.
Finalmente deberíamos mencionar la autoinmolación más que egocéntrica de este filósofo. Él mismo reconocía que a su edad y con sus achaques, poco podía haber hecho en los pocos años que la quedaran si hubiera aceptado el exilio que le ofrecieron en bandeja sus jueces y verdugos. Así que decidió entrar en la historia haciéndose la víctima de un sistema supuestamente opresivo, cuando su muerte fue realmente un suicidio oportuno y buscado, pensado por una mente arrogante y privilegiada. De hecho, también pretendió utilizar esta muerte para dar legitimidad a la adoración de estatismo opresivo al tiempo que desacreditaba el individualismo liberal clásico.
Con un maestro como Sócrates, no sorprende que Platón agravara los errores de su maestro. Planos proporciona la muy peligrosa justificación del estatismo más inhumano, que ha estado implícita directa o indirectamente en cada tirano para oprimir a la humanidad hasta el día de hoy. Platón fue la encarnación más pura del mayor pecado intelectual que puede cometer un científico: tener la “fatal arrogancia” de creerse más sabio que sus congéneres y estar así autorizado para imponerles sus propias opiniones por la fuerza.
Son típicos de Platón los ataques a la propiedad privada, la alabanza de la propiedad común, el desdén por la institución de la familia tradicional, un concepto corrompido de la justicia, una teoría estatista y nominalista del dinero y, en resumen, la alabanza de los ideales del estado totalitario de Esparta. Son todas características típicas del intelectual que se cree mas sabio y superior a todos los demás y que, sin embargo, ignora incluso los principios más esenciales del orden espontáneo del mercado, que hace posible la civilización.
Además, Platón defiende el interés del estado frente al de los individuos e incluso llega al extremo de intentar poner en práctica sus ideales utópicos de una tiranía de estado. Como era inevitable, él y sus discípulos fracasaron en todos sus intentos en Siracusa y en el resto de Grecia.
Finalmente, incluso en el campo de la epistemología, las contribuciones de Platón fueron letales a largo plazo. Su supuesto esencialismo trajo, por la puerta de atrás, el historicismo positivista más crudo: en la esfera social, trató de deducir las esencias conceptuales del estudio de la historia, poniendo así los cimientos de la filosofía histórico-positivista que tanto daño ha hecho al estorbar el desarrollo de la ciencia social incluso hasta hoy.
En resumen, con Platón ganó adeptos el ideal intelectual del científico arrogante que trata de convertirse en “ingeniero social” para moldear la sociedad a su capricho. Esta postura se vio aún más reforzada con el escuela del matemático Pitágoras, que creía que la virtud se encontraba en la “igualdad” y el “equilibrio” que observaba continuamente en sus fórmulas y principios matemáticos, que pensaba que deberían extrapolarse a la sociedad.
Aunque Aristóteles no llegó a los extremos socialistas de Platón, también fracaso (lamentablemente) en entender en términos científicos el orden espontáneo del mercado. Filósofo al servicio del peor dictador de su tiempo (Filipo de Macedonia, que acabó con la sutil red de ciudades-estado independientes que comprendía el antiguo mundo griego), Aristóteles fue el profesor particular de tiránico y temerario déspota Alejandro Magno. No sorprende que Aristóteles no pudiera escapar al pecado de la arrogancia intelectual, que habían cometido Sócrates y especialmente Platón: Aristóteles también añoraba el estatismo de Esparta y todo el totalitarismo que representaba esa ciudad-estado.
Es verdad que no llegó a los extremos de Platón, que defendió la propiedad privada e incluso que intuyó la teoría subjetiva del valor en su distinción entre el “valor de uso” y el “valor de intercambio” o precio de las cosas. Sin embargo, condenaba la usura y nunca entendió la importancia crítica del interés como precio del mercado que coordinaba el comportamiento de los consumidores, ahorradores e inversores. Su teoría de la justicia es extremadamente confusa, ya que distingue entre dos formas, justicia “distributiva” y “conmutativa”, teniendo poco o nada que ver con adaptar el comportamiento humano a los principios generales legales y morales y que, como se basa en supuestas equivalencias, ha confundido al pensamiento humano sobre un asunto tan importante prácticamente hasta la actualidad.
Además, se ve un ejemplo casi perfecto de su incapacidad de entender el orden de mercado evolutivo y espontáneo en su convicción de que una polis de más de 100.000 habitantes nunca podría sobrevivir, porque su gobierno sería incapaz de organizarla. Aristóteles entendía la polis solamente como un cuerpo autosuficiente organizado desde lo alto (autarkia) y no como una manifestación histórica del proceso espontáneo de cooperación social liderado por seres humanos de carne y hueso dotados de una innata capacidad emprendedora. Finalmente, Aristóteles siguió la tradición socrática de infravalorar el trabajo y el beneficio empresarial, que, de una manera anónima y descentralizada, soportaba la etapa avanzado de civilización que precisamente le permitía sobrevivir a él y al resto de los filósofos.
También fracasó Aristóteles a la hora de explicar las razones de los intercambios. Concluyó erróneamente que debe haber “reciprocidad proporcional” (una idea errónea que Marx acabaría utilizando como base de la falsa teoría del valor trabajo y su corolario, la teoría marxista de la explotación). Aristóteles desconfiaba de la riqueza (ploutos), criticaba expresamente el beneficio empresarial[3] e infravaloraba y desdeñaba completamente a los comerciantes.[4] También condenó el interés (tokos), al que consideraba una generación injustificada de dinero a partir de dinero.
Además, su incapacidad de comprender la aparición espontánea de instituciones le llevó a decir que el dinero era una invención humana deliberada (y no, como es en realidad, el resultado de un proceso evolutivo) y tampoco entendió por qué la demanda de dinero nunca es ilimitada. Concretamente, cuando tenemos en cuenta la brillantez intelectual de Aristóteles, todos estos errores que cometió contrastan vivamente con sus grandes contribuciones a las demás ciencias, y especialmente a la epistemología.
Es verdad que Aristóteles compartió los errores de Sócrates y Platón, ya que no entendió el derecho consuetudinario, ni el mercado, ni el resto de las instituciones sociales como órdenes espontáneos, ni fue capaz de distinguir entre sociedad civil y estado (una distinción que los estoicos romanos entenderían perfectamente dos siglos después). Aún así, sus contribuciones en el campo de la epistemología fueron trascendentales. Su distinción entre potencia y acto se aplicaría incluso siglos más tarde para explicar la evolución de la naturaleza humana. Su concepción de las esencias formales y su realización material concreta serviría como base para la distinción epistemológica entre teoría e historia y permitiría su apropiada incorporación.
En el campo de la economía, debemos reconocer la aproximación aristoteliana al concepto subjetivo del valor y concretamente a la distinción entre el concepto de valor de uso (subjetivo) y valor de intercambio (el precio de mercado en unidades monetarias). Esto, en cierto modo, proporciona la base para la conexión entre el mundo subjetivo e interno de las valoraciones y el objetivo y exterior de los cálculos numéricos, que hacen posible el cálculo económico. Finalmente, frente al estatismo socialista de Sócrates, y particularmente de Platón, Aristóteles ideó una defensa racional de la propiedad privada, una defensa que, aunque tibia e incompleta, durante muchos siglos constituiría la base filosófica más conocida para la propiedad privada.
Una breve nota sobre taoísmo
Por fin, es muy interesante que, durante la misma era en la que se estaba forjando el pensamiento clásico griego (del siglo VI al IV a. de C.), la antigua China vio el inicio de tres grandes corrientes de pensamiento: la de los llamados “legalistas” (que apoyaban el estado centralizado), la de los confucianos (que lo toleraban) y la de los taoístas, de inclinaciones mucho más liberales y extremadamente interesante para los historiadores del pensamiento económico. Chuang Tzu (369-286 a. de C.) llega a decir que “el buen orden resulta espontáneamente cuando se dejan solas las cosas”. En su crítica al intervencionismo de los gobernantes, los describe como “ladrones”. También, según Rothbard, Chuang Tzu fue el primer pensador anarquista de la historia. De hecho, Chuang Tzu escribió que el mundo “sencillamente no necesita gobierno; de hecho no debería estar gobernado en absoluto”.
Chuang Tzu siguió las opiniones individualistas y liberales de Lao-Tsé, el padre del taoísmo y las llevó a sus conclusiones más lógicas. En tiempos de Confucio (del siglo VI al V a. de C.), Lao-Tsé concluyó que el gobierno oprimía al individuo y era siempre “más a temer que los fieros tigres”. Por tanto, creía que la mejor política para los gobiernos era la “inacción”, porque solo así podía el individuo florecer y alcanzar la felicidad.
Dos siglos después, el historiador Ssu-ma Ch’ien (145-90 a. de C.) teorizaba sobr el emprendimiento propio del mercado, que creía que consistía en mantener “un ojo atento a las oportunidades de los tiempos”. Además de ser una defensor del laissez faire, identificó correctamente los efectos del envilecimiento de la moneda por el gobierno, lo que causa una disminución en su poder de compra (es decir, un aumento en los precios).
El taoísmo continuó evolucionando durante siglos y en la era actual encontramos a Pao Ching-yen (principios del siglo IV d. de C.), para quien la historia del estado es una historia de violencia y opresión de los débiles. El estado institucionaliza la coacción y empeora e intensifica los casos aislados de violencia, extendiéndolos a una escala inimaginable en ausencia del estado. Pao Ching-yen concluye que la idea común de que es necesario un gobierno fuerte para luchar contra el desorden refleja la falacia de confundir la causa por el efecto. Es el estado el que genera la violencia y corrompe el comportamiento individual de los seres humanos a él sometidos y al mismo tiempo estimula el robo y el bandidaje entre ellos.
En un claro contraste con las opiniones de los filósofos griegos y con las del resto de los intelectuales occidentales hasta hoy, los taoístas chinos defendían la libertad individual y el laissez faire mientras atacaban el uso sistemático y coactivo de la violencia típico del gobierno.
[1] Éstas incluyen el Partenón, que se construyó utilizando recursos que se habían acumulado con gran esfuerzo por distintas poleis para otros fines defensivos. [2] Aquí, “liberal clásica” significa la filosofía de la libertad como la entendían los liberales clásicos. [3] Política, Libro 7. [4] Política, Libros 3 y 4.
Publicado el 15 de septiembre de 2010. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.