La estructura del capital

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La teoría económica austriaca difiere notablemente de la corriente principal en la importancia que da a la estructura de capital. Las teorías neoclásica y keynesiana tienden a tratar el capital como una masa homogénea. Esta masa de capital de alguna manera se mantiene a sí misma, además de excretar pequeñas “masitas de capital” que generan un retorno a los capitalistas. Este concepto permite a los economistas matemáticos “totalizar” la cantidad de capital y tratar el “capital total de una economía” como una única cifra para alimentar las ecuaciones matemáticas.

Los austriacos consideran ilusoria esta aproximación, ya que sencillamente elimina de la consideración las características más importantes del capital. Mises dice que el capital “es un producto del razonamiento y su sitio está en la mente humana. Es un modo de ver los problemas de actuar, un método de calcularlos desde el punto de vista de un plan definido” (La acción humana, XVIII.7). De forma similar, apunta Israel Kirzner en An Essay on Capital, que algo es un bien de capital porque es una estación de paso en el plan de alguien para producir un bien de consumo. Los bienes de capital, vistos como la multitud de elementos de distintos planes individuales, no pueden verse como una sola “cosa”. Estos planes cambian con el tiempo, creando bienes de capital completamente nuevos y haciendo inútiles a otros bienes que en un momento dado fueron bienes de capital. Los planes interactúan entre sí, algunos de ellos complementando a otros y ayudándose a su cumplimiento, otros contradiciendo a otros y haciendo que uno u otro plan se vea dificultado.

Solo en una economía socialista en la que un consejo central dirige toda la producción, tiene sentido el concepto de un capital total de la economía. Sin embargo, como demostró Mises, la falta de precios reales en la economía socialista elimina cualquier manera potencial de cuantificar esta agrupación de capital.

El concepto austriaco de capital engloba no solo una gran masa, sino órdenes complejos de bienes engranados en estructuras complementarias. Fue el fundador de la Escuela Austriaca, Carl Menger, quien empezó primero la explicación de la estructura del capital. Dijo que los bienes que alivian directamente cierta insatisfacción, como el agua o el alimento, eran bienes de primer orden. También se les llama bienes de consumo. Los bienes cuyo valor proviene de su ayuda en producir bienes de primer orden, como arados y acueductos, se llaman bienes de un orden superior o bienes de producción. Un bien de un orden superior utilizado para producir directamente un bien de consumo, como un horno utilizado para hornear pan, es un bien de segundo orden. Los componentes utilizados para fabricar el horno son bienes de tercer orden y así sucesivamente.

¡Advirtamos que esta distinción no existe en los propios bienes, sino en el pensamiento humano y la planificación! Si acumulo hornos como objetos de arte, entonces son, para mí, bienes de consumo. Por otro lado, si poseo una tienda de alimentación, entonces los alimentos que almaceno son, para mí, bienes de producción. Como decía Ludwig Lachmann en Capital and Its Structure:

El concepto genérico de capital (…) no tiene un equivalente medible entre objetos materiales: refleja la valoración empresarial de dichos objetos. Los barriles de cerveza y los altos hornos, las instalaciones portuarias y los muebles de los hoteles son capital, no en virtud de sus propiedades físicas, sino en virtud de sus funciones económicas.

La estructura del capital de la economía podría compararse con un arrecife de coral en el que todos los corales siguen viviendo. (En un arrecife real de coral, la mayoría del arrecife está compuesto por esqueletos de coral). Cada coral está conectado con otros varios. Los corales que hay por debajo de cada animal concreto son bienes de orden superior que se usaron para su producción. Los que hay junto a ellos son bienes complementarios que le ayudan a crear la siguiente capa de bienes. Y los corales por encima de ellos son la siguiente capa de bines que ayudan a producir.

Toda la estructura descansa sobre el fondo arenoso del mar: la tierra. La tierra, tomada en sentido económico para incluir todos los frutos de la naturaleza, es el fundamento de toda producción. Como mínimo, necesitamos un lugar donde estar de pie o sentarnos (¡y nuestros cuerpos!) para producir algo. Los factores de producción dados por la naturaleza son la base desde la que crece nuestro arrecife. En lo más alto del arrecife, a merced de las corrientes del deseo humano, están los bienes de consumo.

Extendiendo nuestra metáfora, podríamos decir que la intensidad de los cambios en estas corrientes determina lo profundamente que afectan al arrecife. Cambios menores, como que los consumidores pasen de comprar una muñeca en Navidad a otra en la Navidad siguiente, afectan principalmente a las capas superiores. La fábrica de muñecas tiene que reordenarse para producir el nuevo modelo, pero sigue necesitando plástico, cajas de cartón, acero para sus moldes, trabajadores en la cadena de producción, etcétera. Grandes cambios en las corrientes causarán cambios profundos en la estructura del arrecife. Cuando los consumidores cambiaron su preferencia del transporte personal de los caballos a los automóviles, se destruyeron, crearon y reconfiguraron estructuras de capital en toda la economía. La necesidad de producción de pienso disminuyó mientras que aumentó la de petróleo. Los herreros perdieron empleos, mientras que se contrató a trabajadores de fábricas. El capital cambió de manos de los que se mantuvieron demasiado tiempo con una producción ahora obsoleta a los que previeron correctamente la demanda de una nueva producción.

En último término son las corrientes de los deseos del consumidor las que determinan toda la estructura del arrecife. A esto se refería Mises como “soberanía del consumidor”. Los empresarios realinean la estructura del arrecife en su incesante búsqueda de beneficios. Solo tienen éxito en que la nueva alineación se ajusta mejor a los deseos de sus consumidores que la anterior. Algunos han objetado a la idea de la soberanía del consumidor, diciendo que lo que debería destacarse es la soberanía personal. Los productores, dicen, son tan soberanos como los consumidores. Esto es un error. “Productores” y “consumidores” son roles. Indudablemente, el propietario de un negocio es libre de usarlo para su satisfacción personal en lugar de la de los consumidores. Sin embargo, en la medida en que lo esté haciendo, está actuando él mismo como consumidor.

Algunos economistas, como Alfred Marshall, criticaron la concepción de Menger dispuesta en varios órdenes como vaga e inútil, ya que un bien puede estar en varios órdenes distintos. Medido a lo largo de distintos caminos, un solo coral puede estar una, dos, tres y cuatro capas alejado de lo alto al mismo tiempo. Esto se corresponde con el ejemplo de Marshall de un tren llevando pasajeros y diversos bienes de producción como si fueran cuatro órdenes a la vez.

La aparente dificultad se desvanece a la vista de la verdad de que algo es un bien de capital no debido a sus propiedades intrínsecas, sino debido a su papel en el plan de alguien para crear un bien de consumo. Pensemos, por ejemplo, en el petróleo. Desde el advenimiento del hombre, enormes depósitos de petróleo han estado donde los estamos extrayendo hoy. Sin embargo nadie consideraba a este petróleo como un bien de capital o, en realidad, un bien en absoluto. Las propiedades físicas del petróleo no cambiaron, pero un día se convirtió en un bien valioso de capital. Ahora es parte de los planes de la gente para mejorar la satisfacción humana.

Una vez vemos a los bienes de capital como elementos de un plan, no tenemos problema en concebir que el mismo bien pueda desempeñar un papel distinto en los planes de gente distinta. Si uso mi coche para darme un paseo el domingo, es para mí un bien de consumo. Para un viajante de comercio que utilice el mismo coche para las ventas, el coche es un bien de segundo orden. El mismo modelo de coche utilizado para llevar los planos de la construcción de una fábrica de un lado a otro del pueblo, puede estar muchos órdenes de bienes lejos del bien final de consumo. La naturaleza capital de un bien no es algo en el propio bien, sino que es el papel que desempeña el bien en los planes del hombre que actúa.

Esto no quiere decir que las propiedades físicas de un bien no sean importantes para su carácter económico. Si el petróleo no tuviera las propiedades químicas correctas para utilizarse como combustible, no se hubiera convertido en parte de los planes de nadie, salvo, tal vez, por error. Pero el factor determinante en si algo es un bien de capital o no, es un plan.

Podemos ver esto con claridad cuando vemos errores. Por ejemplo, alguna gente que los cuernos de rinoceronte tienen propiedades medicinales. Podríamos dudarlo y el estudio podría probar que tenemos razón en dudarlo. Pero mientras la gente crea que los cuernos son beneficiosos, las herramientas utilizadas para procesar los cuernos serán bienes de capital y tendrán un precio en el mercado que depende del valor asignado a los cuernos. En el momento en que la última persona deje de creer que los cuernos tienen propiedades beneficiosas, las herramientas dejar de ser bienes de capital y perderán todo su valor, salvo que tengan utilidades alternativas.

El concepto austriaco de capital desmiente la idea de que la economía de mercado desperdicie porque no hace uso de “bienes ociosos de capital”. ¡Las cosas en cuestión son, de hecho, cosas que han dejado de ser bienes de capital! El coste de mantenerlas y emplearlas ha llegado a exceder el retorno que ofrecen, así que ya no son parte del plan de nadie para producir un bien de consumo. Volver a ponerlas en producción es desperdiciar recursos, ya que requieren bienes complementarios que se usarían mejor en otra cosa.

Por ejemplo, una compañía metalúrgica podría tener algunas fábricas ociosas porque se han convertido, a juicio del propietario, en obsoletas. Para volver a poner en marcha estas fábricas, tendría que contratarse trabajadores, comprar hierro y coque, mantener edificios y caminos, utilizar electricidad y agua y así sucesivamente. Estos son solo algunos de los bienes complementarios necesarios para hacer funcionar la planta.

Todas estas cosas son solo bienes económicos porque son escasos. Hay usos alternativos para cada una de ellas. Al pedir distintos precios para bienes de consumo, los consumidores comunican a los empresarios la importancia de estos bienes en satisfacer sus necesidades. Evaluando los precios de los factores de producción necesarios para crear estos bienes frente a los precios que se estima que los consumidores pagarán por los productos finales, los empresarios pueden ajustar los factores de producción a las necesidades de consumo. Si la producción de la fábrica de acero no excede el coste de los bienes complementarios necesarios para operarla, entonces los consumidores no valoran el uso de estos recursos tanto como un uso alternativo. Este hecho se comunica al propietario de la empresa metalúrgica por el hecho de que otros están dispuestos a pagar más que él por el uso de estos recursos.

Otra queja elevada contra el libre mercado es que no abandona los métodos más antiguos e “ineficientes” de producción lo suficientemente rápido. (Los enemigos de la economía de mercado apenas se han preocupado acerca de la coherencia de sus métodos de ataque). Pero una nueva fábrica solo puede juzgarse más eficiente que una más antigua si los retornos que ofrece en capital son más altos. Eso pasa precisamente cuando un empresario con ánimo de lucro abandona su vieja fábrica y construye una nueva. Las nuevas fábricas y máquinas no caen del cielo sin costes. Para construir nuevos equipos, deben distraerse recursos de otras actividades productivas. El empresario determina si esto merece la pena estimando si obtendrá un beneficio pagando más por estos recursos de lo que están haciendo sus usuarios actuales.


Publicado el 25 de enero de 2001. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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