Dos caras de la misma moneda devaluada

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[Este artículo apareció originalmente en la edición de enero de 2013 de The Free Market]

Al principio de la Teoría General, John Maynard Keynes dice que sus ideas sin duda serán rechazadas por ser tan novedosas y revolucionarias. Hacia el final del mismo libro, parece haber olvidado esto porque dice ahora que está reavivando las mismas ideas de siglos que había rechazado una vez como las mentiras más absurdas. Al menos reconoce que está cambiando de postura, aunque no explica cómo pueden sus ideas ser nuevas, revolucionarias y al tiempo tener siglos de edad.

Esto se corresponde con su descripción de sí mismo como un miembro del “bravo ejército de rebeldes y herejes a lo largo de la historia”, aunque recomiende políticas que apelan a los instintos más básicos e interesados de los políticos, e incluso de disfrutar de inmensos privilegios que equivalen a estar en lo más alto del establishment financiero y político del momento.

Aunque pueda ser verdad, como dijo el historiador del arte, Kenneth Clark, que Keynes “nunca apagó sus faros”, no puede decirse que supiera cómo conducir por un solo lado de la calzada. Keynes se convertiría en el principal defensor del “capitalismo corporativo”, que es probablemente el mejor término para describir nuestro sistema actual. Como probablemente sabréis, muchos de los escritos de Keynes son intencionadamente oscuros, aunque la urdimbre puede descubrirse y rebatirse, como demostró tan brillantemente Henry Hazlitt en The Failure of “The New Economics”.

¿Cuál es la misma esencia del keynesianismo? ¿Podemos describirlo con los términos más breves y sencillos, de forma que cualquiera pueda entender qué tiene de malo y por tanto eliminar la niebla intelectual que rodea y protege al capitalismo corporativo?

A primera vista, podría parecer que la esencia del keynesianismo es simplemente la eterna contradicción a la que ya hemos aludido. Nunca estaba en un lugar, intelectualmente o no, durante mucho tiempo.

Por ejemplo, clamaba contra el amor al dinero. Lo llamaba “el gusano (…) que corroe el interior de la civilización moderna”. Pero también quería desesperadamente ser rico. Clamaba contra la especulación en las inversiones, pero él mismo especulaba con avidez. En cierto momento estuvo completamente arruinado y tuvo que recurrir a su padre, un maestro, para que le rescatara. Dos veces más pudo verse arruinado, una de ellas en 1929, que no previó, la otra en 1937, que tampoco previó.

La relación de Keynes con el oro es un buen ejemplo de sus continuas contradicciones. En 1922 escribía en The Manchester Guardian: “Si pudiera reintroducirse el patrón oro (…) todos creemos que la reforma promovería el comercio y la producción como ninguna otra cosa”. Un poco más tarde describía al oro como la “bárbara reliquia”. Pero aunque calificara al oro como la “bárbara reliquia” continuaba recomendándolo en privado como diversificador de inversiones.

Cuando entramos en la economía de Keynes, tal vez la contradicción más fantástica sea la de que un supuesto empacho ahorrador, demasiado efectivo supuestamente ocioso, podría curarse inundando la economía con más efectivo, recién impreso por el gobierno. Tal vez incluso más extravagantemente, Keynes dice que deberíamos calificar a este nuevo efectivo como “ahorro”, porque representa “ahorro” tan genuino como el “ahorro tradicional”. Es decir, el dinero que sale de las imprentas públicas no es en modo alguno diferente del dinero que ganamos y decidimos no gastar.

Todo este nuevo “ahorro” entra en la economía a través del mecanismo de tipos bajos de interés. En este punto Keynes confunde aún más a sus predecesores y mayores al argumentar que no son los tipos altos de interés, como siempre se pensó, sino más bien los tipos bajos de interés, los que aumentan los ahorros, aunque hayamos proporcionado mucho ahorro para empezar.

Los seguidores de Keynes se hacen eco de esto incluso hoy. Greenspan, Bernanke y Krugman han escrito acerca de un empacho de ahorro que se supone que está en la base de todos los problemas y han propuesto más dinero y tipos de interés más bajos como remedio, aunque ya no llaman al nuevo dinero “ahorro genuino”. Prefieren flexibilización cuantitativa y otros eufemismos oscuros similares.

El keynesiano Gregory Mankiw, uno de los dos consejeros económicos jefe nombrados por Mitt Romney, ha llegado a proponer aumentar la inflación del IPC para crear tipos de interés profundamente negativos, tal vez tan negativos como un -6%. En otras palabras, aumentar la inflación hasta el entorno del 6% pero mantener los tipos de interés reprimidos en casi cero, comprando bonos con todo el dinero que haya que imprimir.

Esta última propuesta de tipos de interés profundamente negativos supera incluso a Keynes. La Teoría Generla sí argumenta que los tipos de interés podrían y deberían llevarse a un nivel cero permanentemente (en las páginas 220-221 y 336). Esta idea de tipos interés cero permanentes aparece primero en Proudhon, aunque Keynes no reconozca y quizá sepa eso, y parece absurdo en principio. Prestar dinero sin interés equivale a regalarlo y es difícil entender cómo puede tener valor algo que se regala.

Sin embargo Keynes decía que sería razonable conseguir tipos cero de interés (y dividendos de nivel cero) dentro de una generación. Según ese patrón, evidentemente le hemos fallado porque deberíamos haber llegado a esta utopía en 1966.

Pero advertid que Keynes ni siquiera sugería tipos negativos de interés. La idea de ingeniería de tipos negativos de interés me recuerda a una frase yidish que me dicen que se traduciría aproximadamente como “Listo, listo, tonto”. Hace falta gente muy lista para pensarla pero eso no significa que no sea tonta. Y es preocupante que no venga precisamente del presidente Bush o del presidente Obama. Uno no podría sorprenderse de nada que venga de esos barrios.

El presidente Bush dijo que “He abandonado los principios del libre mercado para salvar el sistema de libre mercado”. Su sucesor, el presidente Obama, dijo en su primer discurso sobre el presupuesto que nos estaba llevando de “una era de tomar prestado y gastar” a una era de “ahorro e inversión”. Además tuvimos a Mitt Romney no solo confiando en un consejero recauchutado de Bush, sino incluso un defensor de tipos de interés profundamente negativos. Un hombre estupendo, podría añadir, pero no alguien que necesitemos de nuevo en Washington.

Por supuesto estos consejeros de Romney también creían en el cuento de hadas del estímulo de tomar prestado y gastar. Normalmente se olvida que Keynes nos aseguró que cada dólar de dicho estímulo produciría hasta doce dólares de crecimiento y no menos de cuatro dólares. Incluso los keynesianos más recalcitrantes, por supuesto, han sido incapaces de demostrar ni siquiera un dólar. ¿Cómo sabía Keynes que conseguiría cuatro dólares como mínimo? No lo sabía. Dijo al gobernador del Banco de Inglaterra, Norman Montague, que sus ideas era “una certidumbre matemática”, pero era solo un simple engaño.

Lo que es verificable empíricamente es que toda la deuda, privada o pública, ha estado generando cada vez menos crecimiento durante décadas. En los diez años posteriores a 1959, las cifras oficiales dicen que conseguías 73 centavos de crecimiento por cada dólar tomado prestado. En el momento del crash de 2008 había bajado a 19 centavos. Y creo que era algo realmente negativo entonces y es profundamente negativo ahora.

En lugar de seguir a Keynes y sus seguidores a todas estas conejeras, preguntémonos: ¿hay un tema común en todo este sinsentido? Y hay un tema común. El tema común es que los precios de mercado no importan. En un sistema repleto de paradojas, es la paradoja definitiva: “Para arreglar el sistema de precios y beneficios, debemos trastocarlo. Ninguna relación con precio libre o beneficio debe dejarse en paz. El sistema de precio/beneficio debe ser empujado, apartado, solo para quedar como un completo desastre”. El ataque a los tipos de interés y de cambio es particularmente destructivo, pero toda esta intervención descabellada en los precios es destructiva.

¿Es esta entonces la esencia del keynesianismo, su destrucción ciega del mecanismo de precios del que depende cualquier economía, como demostró Mises? Sí. Pero puede haber una esencia aún más profunda.

Cuando pensamos en las ideas principales de Keynes, tienen una especia de calidad formulable. Tomas un observación establecida hace tiempo, por ejemplo, que el gasto excesivo y la deuda son la vía a la bancarrota y la ruina y les das la vuelta. No, el gasto y la deuda son la vía a la riqueza.

Para los victorianos, gastar dentro de tus posibilidades y evitar la deuda no eran solo principios financieros. Eran principios morales. Keynes, que se estaba rebelando conscientemente contra estos mismos victorianos, describió su “moralidad de cuaderno” como “medieval [y] bárbara”. Decía a su círculo íntimo que “sigo siendo y siempre seguiré siendo un inmoral”.

Recordaréis la famosa admonición de Mr. Micawber en la novela del siglo XIX, David Copperfield, de Charles Dickens: “Renta anual veinte libras, gasto anual diecinueve noventa y seis, resultado felicidad. Renta anual veinte libras, gasto anual veinte libras cero seis, resultado miseria”.

Keynes indudablemente trastocó esa idea. En particular, insinuó la muy extraña, pero ahora prevaleciente idea, de que la antigua sabiduría y moralidad estaban pasadas de moda, incluso un poco retrasadas y, aún más extraño, en conflicto con la ciencia. Nada de esto tiene sentido, pero permea nuestra cultura. Y la misma gente que predica honradez y sostenibilidad fuera de la economía, por ejemplo en el tratamiento del medio ambiente, falla completamente en comprender que Keynes está predicando falta de honradez e insostenibilidad en economía.

Así que, en conclusión, cuando desnudamos el keynesianismo hasta lo esencial, la relación con el capitalismo corporativo se hace aún más clara. El capitalismo corporativo representa tanto una corrupción del capitalismo y una corrupción de la moral. El keynesianismo también representa tanto una corrupción de la economía como una corrupción de la moral. Capitalismo corporativo y keynesianismo son solo dos caras de la misma moneda devaluada.


Publicado el 2 de mayo de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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