El excepcionalismo estadounidense: De Gettysburg a Damasco

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En un ensayo titulado “Lincoln, the Declaration, and Secular Puritanism: A Rhetoric for Continuing Revolution”, el veterano profesor Mel Bradford explicaba la génesis ideológica de la política exterior y militar estadounidense que ha existido desde 1861. La “errónea comprensión de la Declaración de Independencia” de Abraham Lincoln expuesta en su discurso de Gettysburg, escribía Bradford, estableció “una retórica de revolución continua” y “nos puso para siempre ‘pisoteando las uvas de la ira’”.

El profesor Bradford se refería a la forma en que utilizó Lincoln la frase “todos los hombres son creados iguales” de la Declaración y como la reinterpretó para que significara algo así como que la tarea de los estadounidenses era eliminar todo el pecado del mundo, dondequiera que se encuentre, de forma que TODOS LOS HOMBRES EN TODAS PARTES pudieran supuestamente compartir una libertad igual. De ahí que la “retórica de revolución continua” sea una receta retórica para una guerra perpetua para una “libertad” perpetua en todas partes del mundo. Se cimentó como la nueva piedra angular de la política estadounidense gracias a la deificación de la presidencia y del gobierno en general. La retórica moderna del “excepcionalismo estadounidense” es precisamente la última expresión la retórica de Lincoln de revolución continua.

Washington y Jefferson frente a Lincoln

Antes de 1863, el año del discurso de Gettysburg, la política exterior estadounidense estaba basada principalmente en la ideología de Washington/Jefferson de relaciones comerciales con todas las naciones, no entablando alianzas con ninguna. Se consideraba una virtud permanecer neutrales en disputas entre otros dos países. Como escribió Murray Rothbard en un ensayo titulado “Just War”, en esos tiempos “la neutralidad se consideraba no solo justificable sino una virtud positiva”. En los viejos tiempos “nos alejó de la guerra” era un gran homenaje a cualquier líder político estadounidense y “permanecer pasivo” mientras otras naciones guerreaban entre sí era “una señal de alto estadismo”, según Rothbard.

La retórica de Lincoln de “revolución continua”, por el contrario, ha sido la piedra angular ideológica de todas las guerras estadounidenses desde la Guerra de Secesión. Se usa habitualmente para ocultar el hecho de que la guerra es siempre y en todas partes un “latrocinio”, como declaraba el general Smedley Butler, el marine más condecorado en la historia de EEUU, en su libro La guerra es un latrocinio. La guerra se inicia invariablemente a partir de algún programa económico oculto en beneficio de la clase bien relacionada políticamente. Como apuntaba también Rothbard, en el pasado “a los intervencionistas se les consideraba más correctamente como propagandistas del despotismo, el asesinato en masa y la guerra perpetua, si no como portavoces de grupos de intereses creados o agentes de los ‘mercaderes de la muerte’”. Algo poco ventajoso.

Hoy “estamos obligados a tomar la espada y emprender una guerra perpetua para aplicar la utopía a todo el mundo con armas de fuego, tanques y bombas”, decía Rothbard. Somos “humanitarios con una guillotina”, como escribía Isabel Paterson en su libro The God of the Machine. Vamos “persiguiendo la libertad y la igualdad” para otros pueblos en otros países, supuestamente incluso si debemos matarlos a cientos de miles y destrozar sus sociedades. “Lo humanitario en la teoría es lo terrorista en la práctica”, escribió.

La falsa virtud del “excepcionalismo estadounidense”

El profesor Bradford no estaba solo al reconocer las implicaciones catastróficas de la “retórica de revolución continua” de Lincoln. En 1960, la revista Life invitó al poeta y novelista premio Pulitzer, Robert Penn Warren (autor de Todos los hombres del rey y diecinueve novelas más) a expresar sus ides sobre el significado de la Guerra de Secesión en el centenario de la guerra de 1961. Escribió un libro breve titulado El legado de la Guerra de Secesión, en el que un tema importante es que la guerra dejó al Norte, lo que equivale a decir al Partido Republicano, con lo que creía ser “un tesoro de virtud”. Esta es la “herencia psicológica” dejada al Norte, escribió Robert Penn Warren. “El norteño, con su Tesoro de Virtud, se siente redimido por la historia. (…) Tiene en el bolsillo, no una indulgencia papal emitida por algún buldero nómada de la Edad Media, sino una indulgencia, una indulgencia plenaria, para todos los pecados, pasados, presentes y futuros” (cursivas añadidas).

Esta “una indulgencia plenaria para todos los pecados” permitiría al gobierno de EEUU realizar una campaña de veinticinco años de genocidio étnico contra los indios de las llanuras, que comenzó tres meses después de la rendición de Lee; saquear el Sur durante más de una década con duros impuestos y deuda durante la “Reconstrucción”; asesinar a más de 200.000 filipinos que se opusieron a ser gobernados por un imperio estadounidense después de haberse librado del imperio español y entrar en la guerra europea “para hacer el mundo seguro para la democracia”. Este “narcisismo moral”, escribía Robert Penn Warren, es “una mala base para una política nacional”, pero es una “justificación” para “nuestras cruzadas de 1917-18 y 1941-45 y nuestra diplomacia de rectitud, con el lema de rendición incondicional y rehabilitación espiritual universal para otros” (cursivas añadidas).

Mucha de la historia real ha de “olvidarse”, escribía Warren, para que tenga éxito el engaño del Tesoro de Virtud. Por ejemplo:

Se olvida que el programa republicano de 1860 aceptaba la institución de la esclavitud donde existiera y los republicanos estaban dispuestos, en 1861, a garantizar la esclavitud en el Sur como cebo para una vuelta a la Unión. Se olvida que en julio de 1861, ambas cámaras del Congreso, con un voto casi anónimo, afirmaban que la guerra no se inició para interferir con las instituciones de ningún estado sino solo para mantener la Unión. Se olvida que la Proclamación de Emancipación (…) era limitada y provisional: la esclavitud se iba a abolir solo en los estados independizados y solo si no volvían a la Unión antes del 1 de enero.

También debe olvidarse, escribía Robert Penn Warren, que la mayoría de los estados del Norte “rechazaron adoptar el sufragio negro” después de la guerra. Debe olvidarse que Lincoln, “en Charlestown, Illinois, en 1858, afirmó formalmente en uno de los debates Lincoln-Douglas que: ‘No he estado, ni estaré nunca, a favor de llevar a cabo en modo alguno la igualdad social y política de las razas blanca y negra”.

En otras palabras, el llamado “excepcionalismo estadounidense” se basa en un montón de mentiras. Sin embargo la mentiras crean una situación en la que “el hombre recto tiene a estar tan seguro de sus propios motivos que no necesita inspeccionar las consecuencias”. Así que cuando los ejércitos de EEUU bombardean una ciudad en un territorio extranjero que ocasiona la muerte de docenas o centenares de civiles inocentes, es aun así un acto virtuoso debido al hecho de que lo realizaron estadounidenses virtuosos.

Además, “el efecto de la convicción de virtud es hacernos mentir automática y torpemente (…) y luego, al tratar de justificar la mentira, mentirnos y transformar la mentira en una especie de verdad superior”. La mayoría de los estadounidenses se contentan con vivir esta Gran Mentira, decía Warren, pues “están dispuestos a ver la Guerra de Secesión como un manantial de nuestro poder y prestigio entre las naciones”.

La retórica continua de la revolución de Obama

Los llamados neoconservadores que poseen el Partido Republicano han sido los principales defensores de la retórica de revolución de continua de Lincoln. Sus benefactores financieros incluso financian “think tanks” como el Instituto Claremont para seguir repitiendo una y otra vez en libros artículos e Internet las anteriores mentiras históricas. El Partido Demócrata no es muy diferente. Por ejemplo, en un discurso el 25 de septiembre de 2012 ante la ONU, el presidente Obama elogió al “representante” estadounidense para Libia, Chris Stevens, que había sido asesinado. Alababa a Stevens por ir a Libia como su representante y haber “creado una visión para un futuro” para los libios. Es difícil imaginar nada más lejano de la filosofía en política exterior de Washington/Jefferson que la idea de que es tarea del presidente estadounidense “crear una visión para el futuro” para gente en Libia, o en cualquier otro lugar.

Obama alardeaba después de todas las agresiones militares recientes en nombre del humanitarismo, incluyendo guerras y bombardeos en Iraq, Afganistán, Egipto, Yemen y Libia, amenazando con una futura intervención militar en Siria e Irán. “Declaramos de nuevo que el régimen de Bashar El-Assad debe terminar” en Siria, dijo. Luego vino la clásica retórica lincolniana de “justificación” de la revolución continua, de un intervencionismo militar eterno, completada con una cita directa de la Declaración de Independencia:

Hemos adoptado estas posturas porque creemos que la libertad y la autodeterminación no son únicos de una cultura. No son simplemente valores estadounidenses u occidentales. Y aunque habrá enormes retos en una transición a la democracia, estoy convencido de que al final el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo es más probable que produzca la estabilidad, prosperidad y oportunidad individual que sirva como base para la paz en nuestro mundo.

Obama prometía luego más guerra eterna declarando que “Estados Unidos nunca se retirará del mundo” y que “Ningún gobierno o empresa; ninguna escuela u ONG tendrá confianza trabajando en un país en el que su pueblo está en peligro”. En otras palabras, dondequiera que haya “peligro” en cualquier lugar del mundo, los ejércitos de EEUU se reservan el derecho de bombardear, invadir, ocupar y conquistar. (Uno está tentado de sugerir entonces dichas intervenciones en Chicago, Washington, D.C., Miami, Nueva York, Boston, Los Ángeles, etc., donde realmente hay algunos barrios muy peligrosos).

Poco más de quince meses más tarde, Obama repetía el tema de la revolución continua es su discurso de toma de posesión. “Lo que nos hace excepcionales”, entonaba, es “nuestra lealtad a una idea, articulada en una declaración realizada hace más de dos siglos”. Luego prometió “un viaje eterno para aunar el significado de esas palabras con las realidades de nuestro tiempo”. En otras palabras, agresiones militares ternas en Medio Oriente y otros lugares. Más en concreto: “Apoyaremos la democracia de Asia a África, de América a Oriente Medio, porque nuestros intereses y nuestra conciencia nos obligan a actuar a favor de quienes ansían libertad”.

Con la ayuda de la retórica de Lincoln de revolución continua, el gobierno estadounidense se ha transformado de “humanitarios con guillotina” a “humanitarios con armas de asesinato y destrucción masiva”.


Publicado el 1 de mayo de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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