Hay dos tipos de personas en el mundo: los que respetan la autoridad coactiva y la consideran legítima y los que no. El primer grupo se divide asimismo en dos facciones: un grupo relativamente pequeño que, por cualquier razón, esencialmente adora el poder y otro mucho mayor cuyos miembros simplemente toleran el autoritarismo por razones de conveniencia o costumbre. Antes las recientes bombas en la maratón de Boston y la posterior caza del hombre al estilo militar, parece claro que la mayoría de los estadounidenses pueden clasificarse como adoradores o tolerantes con el poder.
Es verdad que la policía legó con una buena cantidad de crítica airada de una serie de comentaristas conocidos. Por ejemplo, Ron Paul declaro lisa y llanamente que el pueblo de Boston había recibido “una degustación de ley marcial” e igualaba la situación a “un golpe militar en una república bananera lejana”, mientras que en el otro extremo político, la World Socialist Website denunciaba las tácticas de la policía como “sin precedentes en la historia estadounidense”, comparaba a Boston con “una ciudad bajo ocupación o en guerra civil” y afirmaba que los medios de comunicación habían “fomentado el miedo y la histeria, divulgado rumores sin fundamento y justificado las medidas de estado policial de la administración Obama”.[1]
Aun así, para la gran mayoría de los estadounidenses, así como la mayoría de los bostonianos, el autoritarismo de la policía estaba completamente justificado por lo extraordinario de las circunstancias. El objetivo del “toque de queda”[2] era proteger a la gente de un terrorista fugitivo y presuntamente armado. Cualquier medio para lograr este objetivo era por tanto a priori aceptable, a pesar del hecho de que los ciudadanos de EEUU tengan ocho veces más probabilidades de morir a manos de un policía que de un terrorista.
¿Pueden las dos partes de este debate verse satisfechas? ¿Pueden los Ron Paul del mundo verse libres de tiranías y el “orgullo de Boston” sentirse seguro al mismo tiempo? Sí, pero no mientras la provisión de los servicios de seguridad permanezca monopolizada.
Ley del mercado frente a ley marcial
En la aplicación de la ley, como el cualquier otro sector del mercado intervenido o completamente centralizado, el problema real nunca es el síntoma visible y concreto, sino más bien las condición subyacente que lo ha producido. Sea cual sea el tipo concreto de problema que pueda haber en cada caso concreto, la condición catalizadora, casi invariablemente, es el monopolio.
Ser el único proveedor legal de cualquier servicio permite una mayor flexibilidad en las relaciones con los clientes (por decirlo educadamente) de la que sería factible en otro caso, y cuando un servicio incluye enviar a hombres con armas de fuego a las casas de la gente, no es una consideración trivial. Con el tiempo, la policía en monopolio tenderá a hacerse cada vez más autocrítica, incluso en circunstancias mucho menos extremas que una caza del hombre a escala completa.
No tenemos que buscar otras evidencias de esto más allá de Boston, que en todo sentido real ya estaba casi en toque de queda incluso antes de que empezara la maratón. En este vídeo publicado por la Massachusetts Bay Transportation Authority Police unos pocos días antes del evento, la Autoridad dejaba claro los tipos de conducta de los ciudadanos que toleraría. A los residentes se les instruía sobre la necesidad de ser “respetuosos con los demás”, advertía que cualquier borrachera en público o “comportamiento alborotador” encontraría “tolerancia cero” e incluso se prohibía expresamente ver la maratón desde sus propios tejados y porches.
A pesar de todo esto, parece que no se levantó ninguna ceja bostoniana. ¿Sorprende que aceptaran tan fácilmente también la caza del hombre?
Podemos protestar por la invasión inconstitucional de estas cosas todo lo que queramos, pero son sencillamente efectos que, sino algún tipo de protección monopolística, no podrían aparecer nunca. Bajo la libre competencia, cualquier empresa de seguridad privada que recurriera a tácticas draconianas sería abandonada rápidamente por sus suscriptores en favor de sus competidores menos intrusivos, marginalizándola o eliminándola así completamente del negocio.
Esta es otra manera de decir que en la ley del mercado la sociedad son los ciudadanos los que dicen a la policía qué tipo de conductas se tolerarán y esta última no podría poner a los primeros bajo algo que pareciera a un “toque de queda”. Tampoco esta situación sería en modo alguna análoga a un sistema político de democracia directa en el que la mayoría podría usar a la policía como herramienta para imponer sus propios patrones arbitrarios de comportamiento a la minoría. Para una empresa privada con múltiples competidores, la pérdida de cualquier segmento de su base de clientes, por muy pequeña que sea en relación con la totalidad, podría fácilmente suponer la quiebra. Una empresa de policía privada y en un mercado libre de seguridad no podría subyugar a sus propios clientes, igual que un restaurante no puede alimentar por la fuerza a sus comensales. Y tiranizar a los no suscriptores le llevaría a un conflicto violento[3] con sus competidores y la sociedad en su conjunto, algo que no podría permitirse ningún negocio privado.
Todo esto se ha señalado muchas veces. Sin embargo un mercado competitivo de aplicación de la ley ofrece otros mecanismos menos visibles pero igualmente valiosos para evitar el conflicto y promover la eficacia, la buena voluntad y la cooperación entre la policía y el público.
Consideremos una caza del hombre de alta prioridad como la que se produjo en Boston. Bajo la policía monopolística del estado, el gobierno envía equipos SWAT llevando “transportes de personal armado”, que, casualmente, resultan parecerse mucho a tanques. Al llegar a sus barrios objetivos, los policías se bajan, se despliegan por la zona y se muestran sin avisar a la puerta de las casas de la gente, armadas hasta los dientes y con el aspecto de las Tropas Imperiales de la Guerra de las Galaxias. Se genera confusión. Los bebés lloran, los niños miran boquiabiertos, los catos se suben a los árboles y los milenaristas piensan que es la Segunda llegada. Se dice a los residentes que salgan con las manos arriba y esperen fuera mientras extraños con rifles de asalto buscan en sus hogares. Se tira tanta marihuana por el desagüe como para drogar a toda la población de ratas de la ciudad.
La policía basada en el mercado no podría actuar de esta manera. Por muy extraño que pueda sonar al principio, en una sociedad de derecho privado, las empresas individuales pueden diferir significativamente en el tipo de “servicios de caza del hombre” que ofrezcan. Dependiendo de las preferencias del consumidor, podrían incluso ofrecer contratos individualizados. Igual que las aseguradoras pueden adaptar pólizas para ajustarse a necesidades individuales y los pacientes médicos pueden firmar una orden de “no resucitar” en caso de enfermedad o accidente catastrófico, los clientes de empresas de policía privada podrían estipular por adelantado los tipos de acciones invasivas que aceptarían y bajo qué circunstancias.
Algunos podrían sentirse perfectamente cómodos dejando a los policías entrar en sus hogares sin avisar y casi por cualquier motivo; otros podrían insistir en notificación previa o verificación por terceros de condiciones de emergencia o causa probable. Las tecnologías modernas de gestión de datos y comunicaciones harían sencillo que los policías sobre el terreno pudieran conocer instantáneamente en qué casas podrían entrar de inmediato, mientras que un sistema telefónico automatizado podría llamar simultáneamente a cientos o incluso miles de otros poseedores de viviendas informarles de la situación usando una grabación digital de voz y permitirles conceder o rechazar instantáneamente el permiso para entrar pulsando sencillamente un botón o diciendo las palabras “sí” o “no”.
La idea es fácil de ridiculizar (imaginaos cogiendo el teléfono y oyendo un mensaje grabado que dijera “Para permitir a los policías entrar en tu casa en busca de un terrorista fugitivo demente, por favor, pulse 3”). Pero dejando aparte exageraciones, sería fácilmente factible algo en esta línea, igual que muchas otras posibilidades que aún no hemos pensado. Sin duda representaría una inmensa mejora en todo caso respecto del sistema actual de policía en monopolio financiada con impuestos en la que los policías pueden entrar en casa de cualquiera a voluntad de sus superiores e incluso ordenar a los residentes bajarse de sus propios porches y tejados.
Mucha gente rechazará como “utópicas” de forma refleja estas ideas poco habituales y puede plantear numerosas objeciones. Por ejemplo, puede contestar que cualquier sistema de disposiciones contractuales preexistentes permitiría a delincuentes armados y peligrosos evitar ser capturados simplemente refugiándose en propiedades en las que la policía esté limitada por cláusulas de “no registro”. Además, un pequeño grupo de, por ejemplo, terroristas con bombas podría incluso comprar por adelantado su propia casa, insistir en una disposición estricta de “no registro” en su contrato de seguridad y luego sencillamente irse a esa casa después de cometer sus delitos y disfrutar de completa inmunidad ante su persecución.
Sin embargo esas objeciones carecen de cualquier fundamento. La primera falla porque olvida el hecho evidente de que los términos de los contratos entre empresas de seguridad y sus suscriptores serían estrictamente confidenciales; lo criminales no tendrían forma de saber qué casas serían “seguras” y cuáles no.
La segunda objeción es insostenible porque transforma absurdamente la disposición de “no registro” en una inmunidad de hecho ante la persecución, algo completamente distinto y una disposición que ninguna compañía de policía podría consentir.[4]
Una cláusula de “no registro” en un contrato sería y podría ser válida solo para casos que se refieran a búsquedas más o menos al azar. Si la policía, ya sea pública o privada, tuviera una razón sólida[5] para creer que un delincuente reclamado está escondido en la propiedad de X, X tendría que permitir que se registrara su propiedad, porque un rechazo a hacerlo sería equivalente a afirmar que su derecho a la privacidad se impone a los derechos, no solo de las víctimas criminales a la justicia, sino asimismo de la comunidad en su conjunto a la protección frente a un delincuente reconocido.
Si además suponemos que el sospechoso realmente se ha refugiado en la propiedad de X, entonces al rechazar una orden de registro X estaría al borde de la complicidad, que es un delito en sí mismo y no puede protegerse por ningún tipo de contrato legal.
Finalmente, alguna gente puede temer que dar a los propietarios de viviendas una medida de control tan grande sobre el acceso a su propiedad haría que casi todos optaran por contratos de “no registro”. Aunque no está claro inmediatamente por qué esto debería considerarse problemático, la conclusión en sí misma, al menos en principio, parece defendible. Sin embargo tiene dos problemas. Primero, incluso bajo el presente sistema, los ciudadanos supuestamente ya tienen una “cláusula de no registro” en su “contrato” con el gobierno. Se llama Cuarta Enmienda. La única diferencia es que el estado, al ser un proveedor monopolístico de servicios, puede violar el contrato de forma prácticamente impune.
Sin embargo es más importante que esta última objeción olvida la que puede ser la mejor virtud de la ley del mercado. En sus términos más simples, la coacción provoca conflicto. De hecho, la coacción es conflicto. En todas las relaciones coactivas, una parte (el coaccionador) debe necesariamente asumir un papel superior frente al otro.
Esas relaciones alimentan por tanto el antagonismo, la resistencia y una sensación de victimismo que hace imposible la cooperación pacífica. La asociación voluntaria, por el contrario, al respetar sencillamente las preferencias individuales, comunica un genuino respeto por la persona como individuo autónomo, promoviendo así la confianza y la buena voluntad entre las partes contratantes.
De esto se deduce que si la aplicación de la ley se gobernara por este principio, el miedo o el resentimiento con la policía sería mucho menos intenso y mucho menos común, llevando a los dueños de propiedades a estar más dispuestos a los registros del lugar. De hecho mucha gente de otra forma recalcitrante podría abandonar toda reticencia y cooperar completamente con la policía, simplemente porque esta última tuviera el sencilla cortesía de pedir permiso por adelantado. Y como los policías, como representantes de sus empresas, estarían completamente limitados en su comportamiento por la libertad de todos y cada uno de los ciudadanos de llevarse su contrato a otro lugar, nadie tendría que temer que se comportaran como toros en una cacharrería.
Desde la catástrofe de Boston, unos pocos aspectos ventajosos más de la ley del mercado se han tocado tangencialmente también en los medios. Estos incluyen el hecho de que a pesar de que fue indudablemente una de las cacerías humanas más intensas en la historia de EEUU, no fue la policía, sino un ciudadano privado el que descubrió al sospechoso escondido en su patio trasero y lo notificó a las autoridades; que el confinamiento de las personas en sus casas, voluntario o no, probablemente impidió que el sospechoso fuera descubierto antes y que fue un cámara privada y no una cámara municipal de seguridad la que permitió que se le identificara junto con su hermano cómplice en primer lugar.
A esta lista podríamos añadir la mala asignación de fuerzas policiales antes de las bombas, ya que los policías se centraban en prevenir “delitos” como tomar cervezas en la acera, celebraciones “alborotadoras” y socialización ilegal en los porches.
En una sociedad de derecho privado, las fuerzas de seguridad estarían liberadas de la ridícula carga de impedir la diversión de forma que podrían concentrarse en buscar delincuentes reales antes de que comentar sus crímenes. También habría mucho mayores incentivos para la prevención, ya que todos los acontecimientos públicos (es decir, acontecimientos privados abiertos al público) tendrían lugar en la propiedad de alguien, dando a los dueños de esa propiedad un buena razón para asegurarse para indemnizar a las víctimas de cualquier delito que pudiera producirse ahí.
Esto significa que incluso los que no tengan un seguro individual propio se verían indemnizados frente a cualquier lesión causada por las acciones de otros en acontecimientos públicos, incluso si los perpetradores no pudieran localizarse. Al tratar de minimizar los pagos, las aseguradoras a su vez ofrecerían incentivos a los dueños para invertir mucho en medidas preventivas, como la instalación de cámaras de seguridad, mejor iluminación, entrada controlada, uso de perros detectores de explosivos y sencillamente la contratación de gente normal paseando con comunicadores y sirviendo como “ojos extra”.
Pensamientos finales: La estructura de las revoluciones sociales
Hasta ahora he tenido bastantes conversaciones con diversos estatistas tanto de la “izquierda” como de la “derecha” como para saber que la mayor gente con una visión establecida y ortodoxa de la sociedad y el derecho no se verán convencidos por lo que he escrito, ni probablemente por ninguna otra crítica, por muy válida que sea, o visión, por muy vívida que resulte.
Todos los intentos de conversión de los recalcitrantes probablemente fracasen y casi todos estos días parecen recalcitrantes en cierta medida. A veces puede parecer inútil incluso empezar la discusión. Pero creo que hay razones para la esperanza.
Es conocido que Thomas Kuhn demostró en La estructura de las revoluciones científicas cómo se convierten en aceptados los nuevos paradigmas en la ciencia. Las ideas verdaderamente revolucionarias, decía, no triunfan repentinamente cuando el establishment científico se convence de su superioridad por encima de la doctrina existente, sino que más bien se enraízan lentamente al retirarse la vieja guardia y pasar la antorcha a la nueva generación de científicos. “Casi siempre”, escribía Kuhn, “los hombres que realizan estas invenciones fundamentales de un nuevo paradigma han sido o bien muy jóvenes o bien muy nuevos en el campo cuyos paradigmas cambian”. También ofrecía una explicación de qué es lo que induce a la nueva generación a adoptar el cambio cognitivo esencial: “El preludio habitual a los cambios de este tipo es (…) la conciencia de anomalía, de una ocurrencia o serie de ocurrencias que no se ajustan a las formas existentes de ordenar los fenómenos”.
Vivimos tiempos anómalos y no solo respecto de la ciencia. Los jóvenes de hoy en día lo saben. Entienden demasiado claramente que algo en la sociedad en la que viven no se ajusta a las explicaciones habituales que han aceptado sus mayores tan acríticamente y durante tanto tiempo y están deseando abordar las cuestiones esenciales con una mente abierta y una tremenda energía. Siguiendo la tesis de Kuhn, son ellos quienes deben apreciar todo el potencial de la sociedad de la ley del mercado, ya que son los únicos que pueden alcanzarla pronto. Por tanto es a este grupo al que tenemos que hablar.
Como la buena gente de Boston, los libertarios (especialmente los de tradición anarquista) tenemos nuestro propio maratón. Thomas Kuhn nos ha dado un mapa del territorio y Ron Paul nos ha dado un inicio mucho más propicio que el que podíamos esperar. Nos toca seguir corriendo, sin que importe cuántas bombas se activen antes de que lleguemos a la meta.
[1] Mi propio escrutinio superficial de los reportajes de los medios de comunicación de masas sugiere que tendían en primer lugar a trivializar más que a glorificar el uso de la fuerza como tal, mientras retrataban a los policías personalmente como héroes. Por ejemplo, Time Magazine, describe a los equipos SWAT yendo inofensivamente “manzana a manzana, llamando a las puertas y preguntando a la gente si había visto algo sospechoso”, mientras que este vídeo grabado dese la ventana de una casa privada muestra a la policía con las armas en la mano, obligando a los ocupantes de una casa vecina a salir con las manos en alto mientras los policías rastrean el entorno. Este artículo del New York Times muestra una fotografía de celebridades locales (jugadores de los Boston Red Sox) alineados y aplaudiendo mientras pasan policías junto a ellos, en una imagen que recuerda claramente el fervor patriótico de un desfile militar. [2] La policía de Boston ha negado la imposición de un “toque de queda”, afirmando que era más bien una solicitud de “mantenerse en casa”. No tengo intención de resolver aquí estas cuestiones. Los interesados pueden encontrar más aquí. [3] Para una explicación detallada de por qué las empresas de policía privada no podrían intentar dominar a otras o resolver mediante violencia las disputas entre agencias, ver Murray Rothbar, For a New Liberty, páginas 2224-226. [4] El estado moderno sí ofrece a unos pocos individuos selectos lo que equivale a una cláusula de “no arresto”. Se llama “inmunidad diplomática”. [5] La cuestión podría plantearse razonablemente como quién tiene que decidir qué es y qué no es una “razón sólida”. Distintas sociedades podrían responder a esta cuestión de distintas formas, por supuesto, pero no parece haber ninguna razón por las que no pudieran usarse procedimientos muy similares al sistema de órdenes de registro actualmente existentes para el estado, con la diferencia de que en lugar de un empleado público (juez) emitiendo una orden de registro, cada empresa policial recurriría a la autorización de un comité de ciudadanos privados, todos los cuales serían suscriptores de los servicios de la empresa.
Publicado el 22 de mayo de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.