Fannie Mae es una progenie clásica del capitalista corporativo del New Deal que nació en 1938, bastante inocentemente, como otro programa propio de éste para estimular el mercado de la vivienda debilitado por la depresión. Creció convirtiéndose en algo bastante distinto: un monstruo que deformó y corrompió profundamente todo el sistema financiero de la nación setenta años después.
El objetivo político de Fannie Mae era “obligar al agua a subir la ladera” en el mercado de las hipotecas residenciales, de forma que las hipotecas de vivienda de 30 años a tipos bajos estuvieran disponibles para familias de asalariados con medios modestos. Esas hipotecas no existían entonces por una buena razón: no eran económicas. Ningún bajo o caja local prudente asumiría el riesgo suscrito.
Fannie Mae evitaría así el veto del mercado al convertir a bancos y cajas locales en subcontratados o agentes del gobierno, en lugar de suscriptores de deuda hipotecaria. Consiguientemente, se verían relevados de su aversión al riesgo de pérdidas por impago por medio de un “mercado secundario” financiado por Washington. Este último compraría estos préstamos hipotecarios comercialmente poco atractivos a cambio de efectivo, permitiendo a los banqueros locales volver a la prestar este dinero una y otra vez en un ciclo de enjuague y repetición apoyado por el gobierno.
Entretanto, las pérdidas por impagos que el mercado rechazó asumir se trasladarían a los contribuyentes, ya que la financiación de Fannie Mae dependería implícitamente del crédito público de Estados Unidos. El secto de la vivienda residencial en lenta recuperación recibiría así el tipo de golpe de estímulo favorecido por los defensores del New Deal.
Desgraciadamente, lo que también hizo Fannie Mae fue lanzar por la pendiente al mercado hipotecario de la vivienda. Esto incluyó separar el proceso de origen de los préstamos de los servicios y propiedad a largo plazo de las hipotecas resultantes, en una supuesta “innovación” financiera que daría lugar a una sala de calderas depredatoria de los intermediarios hipotecarios unas pocas generaciones después.
Igualmente, abrió la puerta a la financiación de préstamos de vivienda en los mercados globales para la deuda soberana de EEUU, en lugar de en los depósitos de ahorro de clientes de bancos locales. Esto se hizo posible porque Fannie Mae asumió un estatus casi-soberano, lo que significaba que los inversores estaban financiando el crédito general de Estados Unidos, no el riesgo concreto de los prestatarios hipotecarios locales y los mercados residenciales independientes.
Hubo varias actualizaciones esenciales en las siguientes décadas al plan original de New Deal antes de que llegara a su sorprendente desenlace con la nacionalización y rescate por 6 billones de dólares fruto del pánico de Washington en septiembre de 2008. Entre estos hitos estuvo la maniobra de LBJ de poner a Fannie “fuera del presupuesto” en 1968, para esconder su uso explosivo de la tarjeta de crédito del Tío Sam.
El llamado plan de privatización de LBJ abrió el camino para que Fannie se transformara en una entidad híbrida, llamada GSE (empresa patrocinada por el gobierno) en la que la propiedad era privada, pero sus emisiones de deuda estaban implícitamente avaladas por el gobierno. A los políticos que heredaron el mantra de FDR “cualquier cosa que funcione” les gustaba describir los GSE como “sociedades público-privadas”.
No había nada de eso. Las GSE eran en realidad monstruos peligrosos e inestables de naturaleza económica, escondidos detrás del engañoso marchamo de buena gestión proporcionado por la misión aprobada por el New Deal de apoyar las viviendas de la clase media. Este fue especialmente el caso después de la oferta pública inicial de Fannie y posterior capacidad de abrir el grifo a los mercados públicos de capital para fondos virtualmente sin límite.
Otro paso crucial fue el perfeccionamiento por Wal Street del modelo de titulación de hipotecas. Esta “innovación” mejoró enormemente la capacidad de Fannie de deshacerse de hipotecas originadas por banqueros locales de forma masiva y así las garantizaba y empaquetaba para su distribución en unos mercados nacionales e internacionales de capital cada vez más amplios y líquidos. Cuando esto se combinó con suscripciones computarizadas a alta velocidad en la década de 1990, se hicieron inevitables desastres como el de Countrywide Financial.
Con el paso del tiempo, la evolución del monstruo Fannie Mae solo se hizo más fantástica. Así, el auge del estándar T-bill en todo el mundo generó un apetito casi inagotable entre los mercantilistas bancos centrales por el papel del gobierno de EEUU o de las GSE casi-gubernamentales. Estos enormes moteles decrépitos monetarios no eran exactamente “mercados” honrados para préstamos hipotecarios de Cleveland o Fort Myers, pero las GSE pusieron la directa atendiendo la insaciable sed de títulos en dólares de los bancos centrales extranjeros, especialmente cuando empezó un duro ajuste de divisas después de 1994.
No es sorprendente que, cuando fracasó el bazooka imaginario del Secretario del Tesoro, Hank Paulson, y Washington tuvo que nacionalizar las GSE, los bancos centrales extranjeros y otras instituciones estatales poseyeran más de 2 billones de dólares en hipotecas en viviendas estadounidenses, incluyen más de 1 billón domiciliado en la Imprenta del Pueblo de China.
En resumen, el viaje de Fannie Mae empezó en 1938 en una sala de archivo de Washington DC conteniendo unos pocos miles de billetes hipotecarios que habían sido adornados y bautizados como el “mercado hipotecario secundario” de la nación. Aun así, la progenie de esta inocente oficina acabó ochenta años después dispersa por el mundo en fondos de inversión de villas pesqueras noruegas y como reservas de un billón de dólares en las arcas del banco central de China.
Entretanto, se creaban enormes costes sociales y pérdidas económicas dentro del mercado de la vivienda y estaban listas para explotar. Como se detalla más en detalle en el capítulo 20, todo el esquema de GSE funcionaba rebajando los precios de las hipotecas, socavando los patrones de préstamo, sobrecalificando a los compradores de viviendas, alimentando la depredación avariciosa de los intermediarios y financiando un clima especulativo.
En el proceso, los activos principales de la clase media estadounidense, las residencias familiares, se convirtieron en un cajero automático y se convirtieron en el objeto de un frenético acoso, venta y refinanciación en serie. Por desgracia, este ruinoso viaje era mucho más que inevitable que meramente accidental.
A cada paso, poderosos grupos de intereses especiales (banqueros hipotecarios, promotores inmobiliarios, constructores de viviendas, suministradores de materiales de construcción, suscriptores de Wall Street, firmas de abogados, tasadores e intermediarios) dirigían la política en su propio beneficio. Estos cambios, desarrollos, agrandamientos y engrandecimientos tenían un fin común: permitir a la máquina de financiación de hipotecas Fannie Mae (y a Freddie Mac) cosechara cada vez mayores volúmenes, beneficios y tarifas.
De hecho, la saga Fannie Mae demuestra que una vez que el capitalismo corporativo se apropia de un sector del estado, su potencial de crecimiento canceroso es verdaderamente peligroso. Más importante es que subraya que la carnicería resultante puede ser enormemente desproporcionada para el supuesto mal social que justificaba la intervención política original.
En este caso, el mercado inmobiliario esencialmente se habría recuperado antes de que Fannie Mae abriera sus puertas. Después de tocar fondo en 125.000 unidades anuales en 1931-1933, el volumen de nuevas construcciones se había casi triplicado a finales de la década de 1930. Para entonces, no era en modo alguno evidente que el resto de los prestamistas voluntarios y prestatarios solventes de la nación estuvieran generando una respuesta errónea con respecto al número de nuevas construcciones. Así que al manipular el objetivo arbitrario de ampliar la construcción, la gente del New Deal dio a luz a lo que acabaría siendo el monstruo del capitalismo corporativo, y eso es todo.
Publicado el 28 de mayo de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.