“Riesgo sistémico” es el nuevo término financiero de moda. Supongo que es una buena noticia para todos los que estamos en el negocio financiero. Meses antes se habló, debatió, explicó y explicó hasta la muerte el anterior término de moda, “riesgo moral”. Sospecho que dentro de unos meses, el riesgo sistémico (el riesgo de un derrumbamiento total de un sistema o mercado financiero) habrá sufrido un destino similar.
Entretanto, la actual obsesión por el riesgo sistémico es comprensible. Después de todo, hemos estado demasiado cerca de experimentarlo, con todo banco centralizador de dinero, la mayoría de los bancos secundarios y muchos terciarios al borde del colapso hace solo unos pocos meses. Esa cercanía dio a los políticos una oportunidad de oro “de hacer cosas que no podían hacer antes”.
Una de esas cosas es aumentar la supervisión regulatoria del sector financiero. En particular, a la administración Obama le gustaría dar a la Reserva Federal la autoridad de regular cualquier holding financiero Tier 1, una categoría borrosa que se espera que incluya a todos los bancos comerciales y de inversión, aunque probablemente excluya los fondos privados mobiliarios y de inversión. La propuesta del presidente incluye un consejo supervisor, presidido por el secretario del Tesoro. Este consejo daría un papel clave al presidente de la Reserva Federal que dirigiría las fuerzas de otras seis agencias distintas, incluyendo la SEC, FDIC, CFTC y Federal Housing Finance Agency.
¿Pero importa esto realmente? Si la historia sirve de guía, y debería serlo, el nuevo régimen regulatorio probablemente sufra la misma inutilidad que los regímenes anteriores, debido al menos a dos defectos inevitables: Primero, el consejo de supervisión propuesto por el presidente, a pesar de orientarse como una unidad cohesionador, está compuesto por entidades que representan a distintos intereses. Por tanto, está automáticamente mechado con representantes de distintos programas, cada uno de los cuales trabajará instintivamente contra los demás para proteger a su propio bando cuando más falta hace la cooperación.
Segundo, la regulación pública sencillamente no funciona. El economista ganador del Premio Nobel, George Stigler, que se hizo famoso por desarrollar la “teoría económica de la regulación”, más conocida como la “teoría de la captura regulatoria”, postulaba hace 50 años que los grupos de interés y representantes políticos usarían los poderes regulatorios del gobierno para moldear leyes y regulaciones en su beneficio. No es coincidencia que los jefes del Departamento del Tesoro procedan de Wall Street.
El historiador y ferviente anticapitalista Gabriel Kolko explicaba el fenómeno de la captura en su libro Triumph of Conservatism. Kolko fue uno de los primeros académicos en criticar la Era Progresista (el periodo de reormas que fue dela década de 1890 a la de 1920. La investigación de Kolko descubrió que la libre empresa y la competencia eran vibrantes y se expandieron durante las primeras dos décadas del siglo XX, hasta que las empresas empezaron a reclamar regulación al gobierno para acabar con la competencia. De hecho, la Ley de la Reserva Federal de 1913 fue el resultado de un movimiento de reforma bancaria iniciado por los grandes bancos en busca de aislarse de la competencia de los bancos pequeños.
Una consecuencia no pretendida de la captura (a la par con dificultar la competencia) es que los reguladores, al garantizar la integridad del mercado, diluyen los incentivos para empresas e inversores de ejercitar la diligencia debida. Los inversores se vuelven pasivos, creyendo que alguien los respalda cuando no hay nadie que lo haga.
Es una receta para el desastre cuando consideras que los reguladores se ven siempre superados en astucia. El economista Hyman Minsky, en su “hipótesis de la inestabilidad financiera”, señalaba que los bancos buscan beneficios financiando actividades y banqueros. Como todos los empresarios en una economía capitalista, los banqueros son conscientes de que la innovación conlleva beneficios, así que los banqueros (Minsky usa la palabra en general para todos los intermediarios financieros) tratan de innovar en lo activos que adquieren y en los pasivos que venden.
Es un desajuste: hay una mentalidad empresarial en la banca privada y una mentalidad inmóvil en los gobiernos. A los empleados del gobierno les faltan incentivos para ir más allá de las descripciones de sus trabajos, porque al gobierno le falta la zanahoria del beneficio y el palo de la quiebra. El único incentivo al que responde el gobierno es a la posibilidad de expandir su presencia en lo que ya se conoce; de ahí que se proporcionaran 500.000 millones de dólares una General Motors deteriorada y dilapidada.
La propuesta de la administración Obama ya es tan extemporánea como la de General Motors. Sí, fortalece los cortafuegos entre los bancos sus filiales para impedir conflictos de intereses; impone nuevos estándares mínimos de retención del riesgo (un 5%) en el mercado de titulizaciones y requiere a las instituciones que emitan contratos estandarizados y fortalece la supervisión de las organizaciones de liquidación y compensación de pagos. También ordena una plan de resolución rápida (sea esto lo que sea) en caso de que estas empresas Tier 1 amenacen la salud económica de la nación (¿pero quién determina esto?)
Por desgracia, el próximo riesgo sistémico no derivará de las empresas financieras Tier 1, como tampoco del préstamo temerario de las cajas de ahorro o del exceso de inversión en las empresas punto com. Pero ese hecho no atempera lo sueños de que sea así.
En un artículo de opinión del 26 de julio en el new York Times, un popular economista de Princeton (pista: no es Paul Krugman) cerraba muy fuertemente los ojos e imaginaba lo que habría sido el mundo si hubiera existido en regulador del riesgo sistémico del presidente en 2005. Este economista imaginaba que el regulador mantenía un ojo vigilante sobre el creciente montículo de títulos de deuda colaterializada respaldada residencialmente.
Luego imaginaba que este mismo regulador cuestionaba la legitimidad de todas las clasificaciones de bonos triple A evaluadas tan a la ligera. Este regulador incluso poseía la suficiente sabiduría como para cuestionarla adicción del American International Group a suscribir CDS sobre todas esas obligaciones colateralizadas de deuda que estaban emitiendo los bancos.
Por supuesto, el regulador omnisciente del economista de Princeton es la antítesis de los jefes de la SEC en el mundo real, que también ignoraron al inversor de Boston, Harry Makropoulos, el tipo de envió por correo a los investigadores de la SEC un informe de 29 páginas explicando las prácticas secretas de negocio de Bernie Madoff, la falta de supervisión y los sospechosos altos beneficios.
En año 2005 no fue notable, sino constante: en otras palabras, un año perfecto para firmar tantos CDS como pudiera generar la computadora. Fue asimismo un interregno desde una media del Dow Jones Industrial aumentando en 3.000 puntos en 2003 y 2004 y la subida adicional de 3.000 puntos que se produjo en 2006 y 2007. En resumen, el mercado bursátil de 2003 a 2007 fue muy bueno para muchos inversores en acciones y cuando los tiempos son muy buenos, los mercados se vuelven muy arriesgados (otro punto importante apuntado en la “hipótesis de la inestabilidad financiera de Minsky).
Pero es en los buenos mercados justamente cuando los reguladores se vuelven más complacientes (siendo la vigilancia el mayor riesgo para la propia carrera burocrática). Imaginemos al regulador vigilante afrontando este comentario del representante Barney Frank (D-MA) en audiencia ante el Comité de Servicios Financieros de la Cámara el 10 de septiembre de 2003:
Francamente, me preocupa que haya tensión. Cuanta más gente, a mi juicio, exagere una amenaza a la seguridad y la solidez, más gente fabulará con la posibilidad de pérdidas financieras serias para el Tesoro, que yo no veo. Creo que vemos entidades que son esencialmente sólidas financieramente y resisten algunos de los escenarios de desastre.
¿Qué haría un regulador con intereses propios?
La respuesta es fácil de adivinar, y por eso deberíamos abandonar nuestro dinero fiduciario en favor de un sistema monetario basado en oro o en varios metales (como oro, platino, plata y cobre). Al mismo tiempo, deberíamos abandonar la banca de reserva fraccionaria en favor de una banca de reserva completa. Un sistema de banca de reserva completa impediría tanto un exceso del crédito como una pérdida de confianza en el sistema financiero. Ambas acciones alejarían al sistema financiero de la influencia de una hegemonía financiera constantemente errónea y la pondrían bajo la influencia de un mercado financiero mucho más acertado.
Pero si preferís el estatus quo y creéis que la última propuesta del presidente Obama es la opción preferible, porque pone a todos nuestros reguladores en la sintonía, sugiero que echéis un ojo al otro lado del Atlántico, a nuestros primos británicos y sus falsamente cohesiva Financial Services Authority. Luego preguntaos: ¿Protegió la FSA al Reino Unidos frente al riesgo sistémico mejor que nuestro actual revoltijo de agencias regulatorias?
Publicado el 15 de octubre de 2009. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.