¿Nos harían ricos los préstamos extranjeros?

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[Will Dollars Save the World? (1947). Henry Hazzlitt había abandonado el New York Times por desacuerdos ideológicos sobre la política económica de posguerra. Una vez lo hizo, fue libre de expresar sus ideas sobre los temas importantes del momento, entre los cuales estaba el Plan Marshall. Argumentando contra la idea de pagar prestaciones a la Europa de la posguerra, Hazlitt alegaba que la ayuda truncaría la recuperación económica en lugar de generarla]

Cada vez se extiende más la extraña idea de que Estados Unidos debe hacer préstamos o donaciones a países extranjeros, no principalmente para salvarlos, sino para salvarse. Se nos dice que nuestro gobierno debe hacer estas donaciones o préstamos no como una labor humanitaria o caritativa, sino por nuestro puro interés. Los comentaristas de los periódicos en los países receptores han estado interpretando cada vez más nuestra generosidad pública para con ellos a partir de esta teoría. Ya el 25 de junio de 1947, Pravda declaraba que el plan de Marshall estaba influido por un deseo de prolongar el “auge [de la posguerra] en Estados Unidos” y “rebajar la incipiente crisis económica” aquí.

No es sorprendente que la Rusia comunista deba sostener esta opinión. Se ajusta perfectamente al resto de paparruchas que ha n predicado los comunistas desde hace tiempo acerca del capitalismo. Pero la teoría se ha adoptado con igual entusiasmo en todas partes.

En su número del 12 de julio de 1946, el Eastern Economist de Nueva Delhi los expresaba en su forma más cruda:

“El plan de préstamo y arrendamiento de EEUU de ayudar a los Aliados en la reciente guerra sido aclamado como un acto de generosidad sin precedentes”, decía.

Pero era asimismo una forma brillante e ingeniosa de resolver lo que de otra manera habría sido un problema irresoluble. (…) El poder productivo de Estados Unidos se ha multiplicado tan rápido que ahora se admite que no puede continuar proporcionando 60 millones de puestos de trabajo si no es capaz de tener un gran comercio exportador. (…) En estas circunstancias no sería algo tan absurdo (como algunos podrían imaginar) entregar bienes a otros países, pues en conjunto sería mejor deshacerse de los excedentes que crear desempleo. (…) Se pondrían en marcha la maquinaria en Estados Unidos para proporcionar regalos de préstamos a países. (…) El gobierno de EEUU compraría los bienes, los daría como regalos y se reembolsaría a través de los impuestos internos adicionales. (…) Si esto es hacer de Papá Noel del mundo, los Estados Unidos de América son suficientemente ricos y al mismo tiempo deberían ser lo suficientemente sensatos como para aceptar este papel.

La idea, tanto crudamente como sofisticado disfraz, se ha repetido incesantemente en la prensa francesa y británica.

No sorprende que deba existir esta idea tan enraizada en los países que deseen obtener préstamos y donaciones estadounidenses. Lo que es mucho más extraño es que encuentre el apoyo de algunos empresarios e incluso algunos economistas estadounidenses.

Aún así, es una tontería sin paliativos.

Si fuera verdad que podemos crear prosperidad simplemente haciendo bienes para regalarlos, no tendríamos que darlos a países extranjeros. Podríamos conseguir el mismo resultado tirando los bienes al mar. O nuestro gobierno federal podría ordenar que los bienes fabricados se entregaran a los pobres en nuestro propio país. Podrían darles abrigos gratuitos, comida gratuita y automóviles gratuitos, ordenar que se construya cualquier cantidad de viviendas, entregárselas y financiarlas con inflación o sumarlas a la factura de los contribuyentes estadounidenses. O, lo más sencillo de todo, podría entregarse directamente a los grupos estadounidenses de baja renta dinero adicional tomado de los contribuyentes y dejarles que compraran con él cualquier cosa que deseen. Al menos los bienes permanecerían en el país. ¿Por qué complicar las cosas dándoselos a naciones extranjeras y comercio exterior?

Tendría que estar claro para el menos inteligente que nadie puede hacerse rico entregando sus bienes. Sin embargo, lo que parece confundir a gente por otro lado inteligente cuando se aplica esta proposición a una nación en lugar de a un individuo, es el hecho de que es posible que empresas y personas concretas dentro de la nación se beneficien de esa transacción a costa de todos los demás. Es verdad, por ejemplo, que las personas dedicadas exclusiva o principalmente al negocio de la exportación podrían tener ganancias netas como consecuencia de malos préstamos realizados en el exterior. El exportador podría beneficiarse en principio por las ventas adicionales en el extranjero. Pero si no se devuelven los préstamos en el extranjero, quienes los hacen pierden el dinero. Si es un préstamo del gobierno, entonces la pérdida debe compensarse con aumentos en impuestos de todos los estadounidenses. En otras palabras, por cada dólar extra que los compradores extranjeros hayan entregado para comprar dichos bienes, los compradores nacionales tendrán en definitiva un dólar menos. Los negocios que dependan del comercio interior se verán por tanto dañados a largo plazo al menos tanto como han sido ayudados los dedicados principalmente al negocio exportador. Considerados individualmente, los consumidores estadounidenses se verían empobrecidos por los impuestos más altos. Y considerado colectivamente, el país debería ser más pobre en la cantidad de bienes que haya entregado.

Existen tantas confusiones acerca del comercio exterior que es posible llamar aquí la atención solo sobre una o dos de ellas que aparecen inmediatamente respecto del asunto presente. Por ejemplo, una falsedad frecuente, que está implícita en la anterior cita del Eastern Economist, es que Estados Unidos produce “un exceso por encima de sus propias necesidades” y debe encontrar cómo “vender” este “exceso”. Por supuesto, nada sería más absurdo que un país produjera continuamente más de lo que se necesita. Desde el punto de vista de la nación en su conjunto, las exportaciones se realizan para pagar por las importaciones. Una nación con un exceso permanente de exportaciones (incluyendo tanto las cosas “visibles” como las “invisibles”), sería sencillamente una nación que regala sus bienes.

Donde existe la división más efectiva del trabajo, donde una nación se dedica a producir lo que puede mejor, más barato o más eficientemente que otras naciones y está dispuesta a comprar a otras a su vez las cosas que puedan hacer más baratas, el comercio exterior se produce como algo normal. Pero es una mentira suponer sea en sí necesario un gran comercio exportador para “proporcionar empleo” o “60 millones de puestos de trabajo”. Si alguno de estos empleos realiza exportaciones que no están en último término equilibradas por las importaciones, entonces el trabajo simplemente se está desperdiciando. Es como un proyecto de la WPA, con la desventaja añadida de que sea lo que sea lo que se produzca por el trabajo, esto va a países extranjeros en lugar de permanecer en casa. Si, por otro lado, las exportaciones se equilibran ya sea inmediata o posteriormente por importaciones, entonces la comprar las importaciones (en lugar de bienes producidos localmente) se “pierden” o se impide que existan tantos puestos de trabajo estadounidenses como los “creados” en primer término por las exportaciones. En una economía autárquica, los empleos perdidos por falta de exportaciones se compensan por los proporcionados para hacer sustitutivos de los bienes que en otro caso se habrían importado. No es el desempleo lo que sufre, sino la eficiencia y la satisfacción del consumidor. Un sólido comercio de doble dirección es importante desde el punto de vista de la división eficiente del trabajo mundial y de la máxima creación de riqueza, pero es a largo plazo irrelevante desde el punto de vista de “proporcionar empleo”.

Sin embargo, es cierto que los cambios en el comercio exterior y los excesos temporales de exportaciones o importaciones (entendiendo “importaciones” y “exportaciones” en un sentido amplio, para incluir todos los bienes y servicios) son importantes desde el punto de vista del empleo y la actividad empresarial. Un exceso de exportaciones, en igualdad de condiciones, es “inflacionista” y un exceso de importaciones es “deflacionista”. Es decir, un exceso de importaciones, al hacer los bienes en el interior más escasos que en caso contrario, tiende a aumentar los precios locales, mientras que un exceso de importaciones, al hacer más abundantes los bienes que en caso contrario, tiende a rebajar los precios locales.

En un discurso el 8 de mayo de 1947, el subsecretario de estado, Dean Acheson, estimaba que nuestras exportaciones anuales de bienes y servicios al resto del mundo totalizarían 16.000 millones de dólares, un máximo en tiempos de paz, comparado con sus exportaciones anuales de 4.000 millones antes de la guerra. Frente a esto, decía, se esperaba que importáramos solo 8.000 millones de dólares en bienes y servicios. Una estimación posterior, en el Informe de Mitad de Año del Presidente, publicado el 21 julio, daba una cifra mucho mayor del exceso de exportaciones:

Los bienes y servicios que proporcionamos a otros países [durante la primera mitad de 1947] están por encima de lo que nos han proporcionado en torno a los 12.700 millones de dólares anuales.

Excepto por la parte que se financia por los impuestos inmediatos, este exceso de exportación de 12.000 millones de dólares anuales es inflacionista. Significa que estamos pagando 12.000 millones de dólares anuales en salarios y beneficios por bienes y servicios que no obtenemos. Añade 12.000 millones de dólares al exceso de poder adquisitivo por los bienes que quedan. Estamos aumentando el volumen de las rentas monetarias en relación con los bienes producidos para consumo local.


Publicado el 7 de marzo de 2012. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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