¿Amenaza roja o tigre de papel?

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[Publicado originalmente como “The Editor Rebuts” de la edición de febrero de 1973 de The Libertarian Forum]

Primero, debería dejar claro al Dr. Hospers y sus muchos admiradores que no tengo por él nada más que la máxima estima, tanto como amigo como como el principal teórico de portavoz de la rama de la “arquía limitada” del movimiento libertario. Escribí el artículo al que está objetando (“Hospers On Crime and the FBI”, Lib. Forum, diciembre de 1972) no por malicia, sino por tristeza, tristeza ante las numerosas violaciones del principio libertario cometidas por el candidato presidencial del Partido Libertario en el cuestionario. Estoy firmemente convencido, además, de que los numerosos fallos, falacias e incoherencias en la postura general del Dr. Hospers derivan, no de excentricidades personales sino de la misma esencia de su postura “libertaria conservadora”. Entre el conservadurismo y el libertarismo hay numerosas y graves contradicciones internas y el intento de mezclar los dos llevará inevitablemente a graves problemas y anomalías, como todos hemos visto recientemente, por ejemplo, en el ataque de Ayn Rand a la amnistía para los que evitan el servicio militar. Pero como el Dr. Hospers es un hombre de gran racionalidad, objetividad y dedicación, tengo plena confianza en que acabará abrazando la verdad y saltará definitivamente del muro conservador.

Ahora a lo concreto. El Dr. Hospers dice que el cuestionario no era para su publicación, pero cuando un candidato presidencial en el calor de la campaña responde a un cuestionario diseñado para todos los candidatos, es sin duda y legítimamente una noticia y la publicación de los resultados difícilmente puede considerarse una quiebra de confianza. Cuando uno opta a la presidencia y asume un papel importante como portavoz del libertarismo, entonces tus declaraciones se convierten especialmente en tema de análisis detallado. Hospers, el candidato presidencial del Partido Libertario, en lugar de Hospers, el hombre, era el sujeto del análisis en nuestro artículo.

Respecto del “contexto”, por supuesto solo los lectores pueden decidir los méritos de mi resumen obteniendo el cuestionario de los Amigos del FBI. Pero un hecho notable es que el Dr. Hospers no hace una sola refutación de ninguno de los puntos en mi artículo no una explicación de ninguna de sus respuestas. Por el contrario, prácticamente toda su réplica se dedica a la “cuestión rusa”, un tema irrelevante y fuera de contexto, si es que alguna vez hubo alguno. Por lo que recuerdo, no hubo una sola mención, ni en el cuestionario, ni en las respuestas del Dr. Hospers a la cuestión rusa, ni por supuesto en mi artículo. De hecho,  el qué tiene que ver la cuestión rusa con si el FBI debería o no perseguir el tráfico de drogas o pinchar las comunicaciones o si la policía debería recordar a las personas acusadas sus derechos constitucionales, es algo que supera mi comprensión. ¿Vamos a ser como el típico conservador que acude a la amenaza rusa como un monigote para justificar todas y cada una de las acciones de tiranía del gobierno? Una vez vamos por ese camino, una vez que empezamos a justificar una pérdida de libertad ahora para “defender” posteriormente esa libertad, no solo abandonamos a la propia libertad: estamos justificando todo acto de estatismo, desde el servicio militar a las leyes de prorrateo del petróleo. De hecho, todo acto así se ha justificado por los conservadores aludiendo a la Amenaza Rusa y la defensa nacional”. Y n estas justificaciones podemos ver cómo el Estado ha utilizado durante siglos la “amenaza extranjera” para agrandar su poder sobre sus engañados súbditos.

Antes de ocuparnos de la propia cuestión rusa, me gustaría decir que no me impresiona la educación del FBI. El que sean mejores que muchas policías locales es difícilmente un elogio: ¿preferimos a Atila a Gengis Khan? De hecho, en el aspecto de la educación, la inteligencia y la suavidad, la CIA derrota con mucho al FBI y aun así los actos repugnantes de la CIA de han hecho sobradamente conocidos. Pero lo principal es la defensa habitual libertaria de la descentralización: que cuando afrontamos el despotismo del FBI no tenemos a donde ir salvo que huyamos del país, mientras que para evitar el despotismo o la brutalidad de, por ejemplo, la policía de Waukegan Occidental todo lo que tenemos que hacer es irnos a Waukegan Oriental: sin duda una alternativa más cómoda.

Pero entremos en la cuestión rusa. En primer lugar, el que Rusia constituya o no una amenaza militar crítica es estrictamente una cuestión empírica y por tanto eso no puede resolverse en unas pocas páginas de polémica filosófica o política. Por ejemplo, es lógicamente concebible que Gran Bretaña constituya una amenaza militar inminente para EEUU y que Edward Heath esté planificando un ataque atómico por sorpresa a Nueva York en 48 horas. Lógicamente concebible, pero por supuesto empíricamente risible, aunque podríamos crear una especie de alegato, citando el hecho de que tuvimos dos enfrentamientos militares graves con Gran Bretaña y  otras cosas.

Como es una cuestión empírica, tendré que ser un poco arrogante y decir lisa y llanamente que en mi opinión no hay una sola pizca de evidencia de cualquier intento o plan ruso de lanzar un ataque militar contra Estados Unidos, ni en el pasado, ni en el presente, ni en el futuro. De hecho, las evidencias son las contrarias, incluso en tiempos de Lenin, e indudablemente en tiempos de Stalin y sus sucesores. Desde los tiempos de Lenin y su magnífica (desde un punto de vista libertario pacifista) conclusión del “apaciguamiento” del Tratado de Brest-Litovsk en 1918, la Unión Soviética, frente a las demás grandes potencias, ha seguido constantemente una política que han calificado desde hace mucho como “coexistencia pacífica”, en realidad a menudo reculando para buscar una política exterior pacífica casi hasta el punto del suicidio nacional. No sostengo que el motivo de esta manera indefectible de actuar fuera algún tipo de nobleza moral: es la práctica suprema de conservar el estado soviético a costa de cualquier otro objetivo, respaldado por la firme convicción marxista de los soviéticos de que, como los estados capitalistas están de todas maneras condenados, resulta extremadamente absurdo llamar o arriesgarse a la guerra. La política soviética ha sido siempre defensiva aferrándose a lo que tienen y esperando a las supuestamente inevitables revoluciones marxistas en los demás países del mundo. La adhesión de Lenin a esa política se ve solo confirmada por la doctrina del “socialismo en un país” de Stalin y sus sucesores.

Olvidamos demasiado a menudo hechos de la historia moderna europea: y uno es que, desde el punto de vista de las relaciones internacionales normales, Rusia (cualquier Rusia, no solo la Rusia soviética) fue una lamentable perdedora en las disposiciones impuestas por la Primera Guerra Mundial (Brest-Litovisk, Versalles). Cualquier régimen alemán, ruso o austriaco habría sido “revisionista” tras la guerra, es decir, habría buscado la restauración del enorme bocado de territorio que les arrancaron las potencias victoriosas. A la antigua Rusia zarista, se le quitaron Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Bielorrusia Occidental (tomada por Polonia después de su guerra de agresión contra la Rusia soviética en1920-21) y Ucrania Occidental (apropiada por Checoslovaquia y Rumanía). Cualquier gobierno ruso habría ansiado estos territorios perdidos y apropiados. Y aun así los rusos hicieron muy poco respecto de este anhelo: indudablemente no hicieron ningún movimiento en absoluto para lanzar una guerra para recuperar los territorios. El pacto Hitler-Stalin, muy denostado por la prensa occidental incapaz de comprenderlo, en realidad tenia muchísimo sentido para ambas importantes potencias “revisionistas” post-Versalles, Alemania y Rusia. Pues la esencia del pacto en la comunidad de intereses revisionistas de ambas potencias: con ese pacto, Alemania consiguió recuperar sus territorios perdidos (además de un bocado extra de la Polonia étnicamente polaca) y Rusia recuperó sus viejos territorios, con la excepción de Finlandia. No puede deducirse de eso ninguna oscura amenaza militar rusa, no digamos a Estados Unidos.

El siguiente hecho crucial y desgraciadamente olvidado es este: que Hitler se volvió brutalmente contra su aliado en atacó salvajemente la Rusia soviética el 22 de junio de 1941. En este ataque, Hitler estivo acompañado por los regímenes fascistas de Rumanía y Hungría (Polonia y Checoslovaquia habían desaparecido o habían sido engullidas por Alemania). El por qué Hitler realizó este acto insensato, un acto que le hizo perder la guerra y su cabeza, sigue siendo un misterio para los historiadores. Pero podemos decir que sus motivos incluían dos factores: (a) su prolongado deseo de apropiarse de la “cesta de pan” de Ucrania y (b) su histérico anticomunismo que iguala completamente al anticomunismo equivalente del movimiento conservador estadounidense. En su histeria, también Hitler, como nuestros conservadores, pensó que veía una inminente amenaza rusa, así que decidió lo que hoy se llama un “ataque preventivo”. Pero, por supuesto, Hitler, como nuestros conservadores, se engañaba, pues los acontecimientos de la guerra revelaron que la imprudente confianza de Stalin en su aliado le llevó a olvidar una preparación fundamental y por tanto casi le hizo perder la guerra como resultado. La política pacífica de Stalin se llevó casi hasta el suicidio nacional.

¿Qué pasa con la “expansión” de Stalin en Europa Oriental? Difícilmente esta expansión es una agresión en cualquier sentido racional: fue únicamente la consecuencia inevitable de que Alemania reculara y derrotara al agresor alemán y sus aliados húngaro y rumano. Solo con una lamentable “salida de contexto” de olvidar que Rusia entró en guerra como consecuencia de la agresión alemana, podemos apuntar con el dedo de la amenaza a la “agresión” de una marcha militar rusa en los países agresores.

Como evidencia de supuestas “órdenes de avanzar” soviéticas en Europa Occidental al final de la guerra, el Dr. Hospers cita solo un párrafo del profesor Carroll Quigley. Pero el profesor Quigley no es en ningún sentido un especialista en la historia de la Guerra Fría ni tiene ningún respeto en la profesión histórica. Y por una buena razón. El único sitio donde he visto siempre citado al profesor Quigley como una autoridad es en tratados de la Sociedad Birch, tratados que, sea cual sea su devoción por la libertad individual, son escasamente notables por la profundidad o precisión de su investigación. Si algún lector está interesado en la mejor evidencia investigadora sobre Rusia y la Guerra Fría, que se dirija a las notables y excelentes investigaciones  de historiadores tan distinguidos como Gabriel Kolko, Lloyd Gardner, Walter LaFeber y Gar Alperovitz, investigadores que respaldan totalmente mi interpretación. Repito: no hay ni un indicio de ningún objetivo o plan soviético, y mucho menos “órdenes”, para invadir Europa Occidental al final de la Segunda Guerra Mundial o en cualquier otro momento. Si el Dr. Hospers se molestara en citar alguna evidencia real de esta acusación, me encantaría oírla.

De hecho, leída correctamente, la cita del profesor Quigley es sencillamente una más de las numerosas indicaciones de que fue Estados Unidos el que inició la Guerra Fría, de que fue Estados Unidos el que blandió inmoralmente su monopolio de ls arms atómicas en un intento de intimidar a la Rusia soviética para que saliera de los territorios conquistados de Europa Oriental y los abriera a la influencia y penetración estadounidenses. De hecho, historiadores de extremos tan opuestos del espectro político e ideológico como Gar Alperovitz (en su gran obra, Atomic Diplomacy) y el último Harry Elmer Barnes, han demostrado que el muy genocida lanzamiento de la bomba atómica en un Japón ya derrotado se hizo en buena parte con el fin de utilizar la diplomacia atómica como argumento en la Guerra Fría iniciada por Estados Unidos.

Respecto de la crisis cubana de 1962, no hay una sola evidencia de ningún objetivo ruso de lanzar misiles en Estados Unidos. De hecho, los soviéticos tenían muchos misiles propios y cualquier idea de que Cuba lanzaría un ataque con misiles sobre EEUU me parece que está en la categoría de Gran Bretaña como amenaza militar. De hecho, los misiles soviéticos en Cuba no son nada comparados con los misiles con los que Estados Unidos desde hace mucho rodea a la Unión Soviética. A mí me resulta evidente que  el único propósito posible del emplazamiento de Jruschev de misiles en Cuba era proteger a Cuba de un ataque estadounidense: un ataque cuya perspectiva no es demasiado ridícula, considerando el ataque de la CIA de 1961 en Bahía Cochinos. Como apunta Richard Walton en su excelente libro reciente sobre la crisis cubana, la causa y motivo de la crisis fue la agravada sensación de machismo[1] del presidente Kennedy, su peligrosos deseo de derrotar a los rusos en cualquier tipo de confrontación incluso arriesgándose a una devastación nuclear mundial. De hecho, el acuerdo cubano satisfacía a ambas partes: Kennedy parecía el macho conquistador, obligando a que los misiles rusos salieran de Cuba, mientras que Jruschev conseguía la concesión informal pero vital de Kennedy de que EEUU no iniciaría ninguna agresión más a Cuba. Desgraciadamente para Jruschev, sus colegas soviéticos no apreciaron l pérdida de la cara de macho y fue destituido por ello.

La única evidencia adicional del Dr. Hospers son las referencias no justificadas a varios teóricos comunistas, que iguala a las “intenciones anunciadas” de Hitler en Mein Kampf. En primer lugar, como han apuntado los eminentes historiadores izquierdistas ingleses A. J. P. Taylor y Geoffrey Barraclough, se ha dado una excesiva importancia al Mein Kampf a la hora de evaluar las políticas de Hitler. Decir que las acciones de alguien pueden explicarse completamente por un tratado, escrito en circunstancias muy distintas una década o más antes, es muy simplista como método histórico. Pero es más relevante que las “intenciones anunciadas” comunistas son muy distintas de las del Mein Kampf. Las intenciones anunciadas de todos los teóricos marxistas-leninistas, desde Lenin hasta hoy, son notablemente distintas: reclaman repetida y constantemente una política de coexistencia pacífica de los países comunistas con las potencias “capitalistas”. No hay nunca ningún desvío en eso. Sin embargo, si advierten (en diversos grados, dependiendo de la rama de marxismo-leninismo) que l capitalismo inevitablemente engendra imperialismo y que el imperialismo tenderá a la iniciar una guerra contra las potencias comunistas. Por tanto, reclaman estar alerta y oponerse a cualquier desarme unilateral de las potencias comunistas. Y dado el negro historial de agresiones estadounidenses en la Guerra Fría y otros lugares, debo decir que tienen razón: no en la inevitabilidad de que el capitalismo genere imperialismo, sino en el recelo sobre las posibles intenciones agresivas del imperialismo estadounidense. En resumen, hay infinitamente más evidencias de una amenaza militar estadounidense a Rusia que al contario y las “intenciones anunciadas” del marxismo leninismo confirman más que rebaten esta conclusión.

De hecho, después de décadas de estudio de escritos marxistas-leninistas, solo he encontrado un teórico que haya defendido alguna vez un ataque soviético contra Estados Unidos y es el chalado trotskista latinoamericano, Juan Posadas. Pero como el señor Posadas no tiene ningún predicamento en el movimiento trotskista mundial, no digamos entre los comunistas en el poder, creo que puedo garantizar con seguridad al Dr. Hospers que la amenaza Posadas es casi tan crítica como nuestra hipotética amenaza del poderoso y armado primer ministro, Edward Heath.

Curiosamente, el Dr. Hospers parece estar más preocupado por un ataque ruso durante el periodo de transición a una economía libre, cuando el Estado EEUU será completamente abolido. El por qué Rusia podría ver esta evolución como “hostil a sus intereses” es difícil de ver; por el contrario, los rusos suspirarían con alivio de librarse de la amenaza de agresión estadounidense, una amenaza que han sentido profundamente desde que intervinimos con tropas y armas para tratar de aplastar la Revolución Bolchevique en 1918-20. De hecho los rusos han ansiado cerrar un acuerdo de desarme con EEUU y lo han estado siempre ya que aceptaron la propuesta estadounidense a ese efecto el 10 de mayo de 1955: una propuesta que el propio EEUU rechazó inmediatamente y ha negado desde entonces. Contrariamente a la propaganda estadounidense, por cierto, la propuesta rusa era de un desarme general y completo unido a una inspección sin límites; fue Estados Unidos el que, mientras insistía en la inspección, rechazaba cualquier tipo de desarme efectivo.

Ocupándonos del punto final del Dr. Hospers: ¿qué pasa con aquellos estadounidenses que no estén convencidos por nuestras evidencias y que persisten en temer la amenaza rusa? Nos acusa a los anarcocapitalistas que queremos desmantelar el estado estadounidense de “arriesgar no solo mi vida, sino la vuestra, al desarmarnos”. Pero se trata de que, en una sociedad anarquista, los que teman una amenaza extranjera y quieran armarse defensivamente son libres de hacerlo. El Dr. Hospers concede alegremente que las fuerzas privadas de policía serían más eficientes que las del monopolio público, entonces ¿por qué no también fuerzas de defensa o “ejércitos” privados? Al contrario que el Dr. Hospers, los anarquistas no proponen obligar a desarmarse a quienes deseen armarse defensivamente: por el contrario, son él y los demás defensores de la arquía quienes nos obligan ahora a armarnos contra una amenaza extranjera que muchos creemos que no existe. No es más moral gravar a alguien para que pague nuestra propia defensa, sea real o imaginada, que obligarle a hacer el servicio militar con el mismo fin. Y, además, si el FBI está protegiéndonos realmente contra el sabotaje de la Grand Central Station, ¿por qué no podrían los propietarios de esa estación hacer un trabajo mucho mejor?


[1] N. del T.: En español en l original.


Publicado el 6 de junio de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.