[Este artículo apareció en The Review of Austrian Economics en 1992]
Introducción
Se reconoce de forma generalizada que los burócratas están obstruyendo el proceso, pero abunda la confusión entre los propios defensores del libre mercado. A esto le ayuda poco el hecho de que los economistas occidentales, a quienes están mirando en busca de sabiduría el antiguo bloque del este, no hayan hecho prácticamente nada para estudiar, no digamos resolver, este problema durante los sesenta años desde que Stalin estableció el socialismo en la Unión Soviética y el medio siglo desde que lo soviéticos lo impusieron en Europa Oriental.
Pues siempre desde mediados de la década de 1930, casi todos los economistas occidentales han aceptado la opinión de que no hay problema de cálculo bajo el socialismo y la mayoría han aceptado la idea consiguiente de que la economía soviética ha tenido éxito y ha estado creciendo y pronto superaría a la de Estados Unidos.[1]
Cómo no desocializar
Podemos aclarar primero el manera de desocializar examinando diversas vías que se han hecho populares y aun así decididamente no son la vía para llegar a nuestro objetivo supuestamente común.
El cómo no actuar respecto de la desocialización puede exponerse con una historia de un amigo mío, que me habló recientemente de un colega soviético en su departamento, que llegó a Estados Unidos para estudiar diligentemente el problema de cómo crear un mercado de futuros en la URSS. Había tenido dificultades por el hecho de que no parecía entender qué leyes o edictos debería dictar el estado soviético para copiar el mercado de futuros de Estados Unidos. En resumen, no podía encontrar una forma de planificar un mercado de futuros.
He aquí algo esencial: no puedes planificar los mercados. Por su misma naturaleza, solo puedes dejar libre a la gente para que pueda interactuar e intercambiar y por tanto desarrollar ellos mismos los mercados. Igualmente, varios de los países socialistas, viendo la importancia de los mercados de capitales en occidente, han estado tratando de desarrollar bolsas, pero con poco éxito. Primero, también, porque las bolsas no pueden planificarse y, segundo, porque, como veremos luego, no puedes tener mercados en títulos de capital y sigue sin existir prácticamente ningún propietario privado de capital.
No ir gradualmente
También está generalmente aceptado que debe llegarse rápidamente a los mercados libres y que ir lenta y gradualmente solo retrasaría indefinidamente el objetivo. Se sabe bien que la gigantesca burocracia socialista solo aprovecharía ese retraso para obstruir completamente el objetivo. Pero hay más razones importantes para acelerar. Una, porque el mercado libre es una red o entramado interconectado: está hecho de innumerables partes que se entremezclan inseparablemente a través de una red de productores y empresarios intercambiando títulos de propiedad, motivados por la búsqueda de beneficios y la elusión de pérdidas y calculando por medio de un sistema de precios libres.
Frenar, liberalizando solo unas pocas áreas cada vez, solo impondría continuas distorsiones que obstaculizarían el funcionamiento del mercado y los desacreditarían a los ojos de una gente todavía temerosa y suspicaz. Pero hay también otro punto esencial: el hecho de que no puedas planificar los mercados se aplica asimismo a la planificación de su graduación. Por mucho que se quieran engañar, los gobiernos y sus consejeros económicos no están en disposición de los sabios olímpicos por encima del área económica, planificando cuidadosamente la instalación del mercado paso a paso mesurado, decidiendo qué hacer primero, qué segundo, etc. Economistas y burócratas no son mejores planificando gradualmente que dictando cualquier otro aspecto del mercado.
Para alcanzar una verdadera libertad, el papel del gobierno y sus consejeros debe limitarse a dejar libres a sus ciudadanos, tan rápida y completamente como suponga abrir sus cadenas. Después de eso, el papel apropiado del gobierno y sus consejeros es apartarse del camino de sus ciudadanos.
No aplicar mano dura con los mercados negros
Una ruta hacia la libertad que el antiguo presidente Gorbachov había adoptado fue aplicar mano dura sobre los malvados del mercado negro. Podríamos concluir que la mente del bloque oriental tiene mucho que avanzar en entender la libertad, salvo porque hay pocos y preciados occidentales que entiendan tampoco este problema. Pues los que están en el mercado negro no son malvados: si a veces parecen y actúan como villanos es solo porque sus actividades empresariales se han convertido en ilegales. El “mercado negro” es simplemente el mercado, el mercado que los soviéticos afirman buscar, pero que se ha convertido en “negro” precisamente porque se ha declarado ilegal. Es el mercado obstaculizado y distorsionado, pero es ahí, en esa área “negra” despreciada, donde los soviéticos encontrarán el mercado más preparado. Así que, en lugar de aplicar mano dura, el gobierno debería, inmediatamente, dejar libre al mercado negro.
No confiscar el dinero de la gente
La Unión Soviética sufre el problema del “exceso de rublos”, de que haya demasiados rublos en busca de demasiados pocos bienes. Se admite generalmente que el “exceso” es el resultado de una fijación completa de precios, en la que el gobierno ha establecido precios muy por debajo de los niveles de liquidación del mercado. Con los años, el gobierno soviético ha estado imprimiendo rápidamente nuevo dinero para financiar sus gastos y este aumento en la oferta monetaria, unido a una oferta de bienes en constante disminución resultante de la quiebra de la planificación socialista, ha creado escaseces agravadas y una oferta excesiva de dinero respecto de los bienes disponibles.
Se reconoce generalmente que las escaseces se aliviarían y el exceso se eliminaría si se dejara que los precios se movieran libremente. Pero el gobierno teme la ira de los consumidores descontentos. Tal vez, pero no es una solución hacer lo que hizo Gorbachov, es decir, seguir la vía poco inspirada del presidente brasileño de “libre mercado”, Collor de Mello, que, en la primavera de 1990, en un intento de invertir la hiperinflación, congeló arbitrariamente el 80% de todas las cuentas bancarias. Gorbachov lo hizo mejor al hacer repentinamente inválidos todos los billetes grandes en rublos, permitiendo que solo una pequeña cantidad se intercambiara por billetes más pequeños. No es una manera de eliminar un exceso; en el mejor de los casos, el remedio es mucho peor que la enfermedad.
En primer lugar, en este supuesto golpe al mercado negro, han sido más bien los ahorros del soviético medio los que se han destruido, ya que los que estaban en el mercado negro eran lo suficientemente astutos como para haberse trasladado a los metales preciosos y las divisas extranjeras. Pero, aún más importante: con esta acción, el gobierno lanza el segundo golpe de un uno-dos al ciudadano medio y a la economía. El primer golpe fue que el gobierno hinchara la oferta monetaria para atender sus gastos habituales y derrochadores. Luego, después de que se ha gastado el dinero y aumentado los precios (de forma abierta o reprimida), el gobierno, con su sabiduría, empieza a gritar por los horrores de la inflación, acusando al mercado negro, los consumidores avariciosos, los ricos o quien sea y procede a dar el segundo golpe monstruoso de confiscar el dinero mucho después de que ha llegado a la propiedad privada. Llamemos o no “libre mercado” a este proceso, sigue siendo confiscatorio, injusto, estatista y un doble establecimiento de impuestos y cargas implícitos sobre la economía.
No aumentar los impuestos
Por desgracia, una de las lección que muchos europeos orientales han aprendido de los economistas occidentales es la supuesta necesidad de aumentar drásticamente los impuestos y hacerlos progresivos. Los impuestos son parasitarios y estatistas; obstaculizan energías, ahorro y producción. Los impuestos invaden y agreden los derechos de propiedad privada. Cuanto más altos son los impuestos, más socialista se hace la economía; cuanto más más son, más se aproxima la economía a la verdadera libertad y la genuina privatización, lo que significa un sistema de derechos completos de propiedad privada. El intento de Mazowiecki de lograr la privatización y los mercados libres en Polonia se vio muy dificultado por la imposición de impuestos progresivos mucho más altos.
Por tanto, como parte del cambio hacia la libertad y la desocialización, los impuestos deberían rebajarse drásticamente, no aumentarse.
El que las empresas públicas se posean unas a otras no es privatización
Debo al Dr. Yuri Maltsev la información de que el tan cacareado plan de Shatalin para la Unión Soviética, que se supone que producirá privatización y mercados abiertos en 500 días, no era realmente privatización en absoluto. Aparentemente, las empresas públicas existentes en cada sector, en lugar de ser realmente privatizadas (es decir pasar a la propiedad de individuos privados) habrían pasado a la propiedad (o al 80% de la propiedad) de otras empresas del mismo sector. Esto significaría que gigantescas empresas de monopolio estatal continuarían siendo empresas de monopolio estatal y estarían perpetuando oligarquías en lugar de ser de verdadera propiedad privada. Privatización debe significar propiedad privada.[2]
Cómo desocializar
Los siguientes puntos de desocialización deben escribirse o leerse necesariamente de forma secuencial, pero no tienen que aplicarse de esa manera: todos los puntos siguientes podrían y deberían instituirse inmediatamente y todos al tiempo.
Legalizar el mercado negro
Las primeras dos medidas están implícitas en la parte anterior de este escrito. Una es legalizar el mercado negro, es decir, hacer libres y legales todos los mercados. Eso significa que la propiedad privada de todos los que se dediquen a esos mercados debe, igual que las demás, estar segura frente a los ataques del gobierno, tan segura como un derecho de propiedad. También significa que todos los bienes y servicios hasta ahora ilegales son ahora legales, ya sean legales en Occidente o no, y que todas las transacciones han de realizarse libremente, es decir, los precios han de establecerse voluntariamente por las partes del intercambio. Así que todos los controles públicos de precios han de abolirse a partir de ahora.
Si esos precios genuinos para transacciones tienen que ser más altos que los pseudo “precios” establecidos por el gobierno para transacciones inexistentes, que sea así. Las quejas de los consumidores deberían sencillamente ignorarse; cualquier consumidor que prefiere el régimen anterior de precios fijados para bienes inexistentes, por supuesto, sería libre de boicotear los nuevos precios y tratar de encontrar fuentes de oferta más baratas en otro lugar. Sin embargo mi impresión es que los consumidores se ajustarán enseguida a estos cambios inmediatos, especialmente porque la abundancia sin precedentes de bienes de consumo llegará rápidamente a los mercados.
Por cierto que por “legalizar” quiero decir sencillamente abolir la anterior situación de prohibición; no propongo realizar ejercicios semánticos tratando de distinguir entre “legalizar” y “despenalizar”.
Rebajar drásticamente todos los impuestos
Otra implicación del análisis anterior es que los impuestos deberían rebajarse drásticamente. En la literatura sobre impuestos hay demasiada discusión sobre qué tipo de impuestos han de fijarse y quién ha de pagarlo y por qué y no la suficiente sobre el nivel o tamaño de los impuestos a recaudar. Si el tipo de los impuestos se lo suficientemente bajo, entonces la forma o principio de distribución de los impuestos en realidad supone una diferencia muy pequeña.
Dicho claramente, si todos los tipos fiscales se mantuvieran por debajo del 1%, entonces realmente no importa mucho económicamente si los impuestos son a rentas, ventas, lujo, propiedades o ganancias de capital. Es importante en cambio centrarse en qué parte del producto social ha de eliminarse de las fauces improductivas del gobierno y mantener esa carga en niveles ultramínimos.
Aunque la forma de los impuestos no importaría entonces económicamente, seguiría importando políticamente. Por ejemplo, un impuesto de la renta, por muy bajo que fuera, seguiría siendo un sistema opresor de policía secreta dispuesta a investigar la renta y gastos de cualquiera y por tanto su vida entera. Frente a la opinión contraria de los economistas, no hay impuesto o sistema fiscal que pueda ser neutral para el mercado.[3]
Cualesquiera que sean los impuestos que puedan existir después de la desocialización, deberían sin embargo ser tan cercanos como sea posible a la neutralidad. Esto significaría, además de tipos y cantidades muy bajos, que los impuestos serán tan desapercibidos e inocuos como sea posible e imitarán al mercado tanto como puedan. Esa imitación podría incluir la venta voluntaria de bienes y servicios por un precio o establecer un precio por participar en las votaciones. La venta de bienes o servicios por el gobierno, por supuesto, estaría drásticamente limitada en nuestro sistema desocializado, debido al enorme ámbito de privatización de las actividades públicas. La privatización se tratará más adelante.
Abolir la capacidad del gobierno de crear dinero
Hay tres partes en la capacidad de cualquier gobierno de crear ingresos: impuestos, la creación de nuevo dinero y la venta de bienes o servicios.[4] No puede haber un verdadero mercado libre o desocialización mientras se permita al gobierno falsificar dinero, es decir, crear nuevo dinero de la nada, ya sea en billetes o en depósitos bancarios. Esa creación de dinero funciona como una forma oculta e insidiosa de impuesto y expropiación de la propiedad y recursos de los productores. Acabar con la falsificación significa sacar al gobierno del negocio del dinero, lo que a su vez implica eliminar tanto el papel moneda del gobierno como la banca centralizada. También significa desnacionalizar las unidades de divisa, como el rublo, el forint, el zloty, etc. y devolverlas a las manos del mercado privado.
Desnacionalizar la divisa solo puede hacerse redefiniendo las divisas en papel en términos de peso de un metal del mercado, preferiblemente oro. Cuando se liquiden los bancos centrales, pueden devolverse sus existencias de oro: como su última acción en la tierra podrían redimir billetes el peso redefinido en monedas de oro.
Aunque, dada la voluntad de desocializar, este proceso de desnacionalización monetaria no sea tan complejo o difícil como pueda parecer en principio, sí podría tomar más tiempo que el requerido para las demás partes de nuestro plan.[5] Podría haber pasos transitorios de unos pocos días: es decir, se podría permitir que el rublo o el forint fluctúen libremente y sean convertibles a tasas de cambio en otras divisas.
Seguiría siendo imperativo quitar el poder de creación de dinero de las manos del gobierno nacional; una posible forma de hacerlo, y un segundo paso transitorio, sería hacer al rublo convertible a divisas más sólidas, como el dólar, a algún tipo fijo. Pendiente de la vuelta a un patrón oro puro y la liquidación del banco central, también sería importante eliminar el poder del gobierno de crear dinero congelando permanentemente todas las actividades del banco central, incluyendo operaciones del mercado abierto, préstamos y emisión de títulos. Apenas hace falta añadir que una ley o decreto que limite o congele al propio gobierno no es un acto de intervención en la economía o la sociedad. Todo lo contrario.
Igual que los mercados negros y todos los mercados privados deberían ser libres, también las instituciones privadas de crédito, para prestar ahorros o canalizar los ahorros de otros, deberían ser libres para evolucionar.
Despedir al funcionariado
Puede que se le haya ocurrido al lector una pregunta: Si los impuestos han de rebajarse drásticamente y al gobierno ha de privársele de su poder de imprimir o crear dinero, ¿cómo va a financiar el gobierno sus gastos y funcionamiento?
La respuesta es: No le haría falta, porque quedaría poquísimo quehacer para el gobierno. (Esto se explicará más en la explicación de la privatización más adelante).
La economía socialista es una economía dirigida, poblada y gestionada por una burocracia gigantesca. Esa burocracia sería inmediatamente despedida, sus miembros liberados hasta que encuentren empleos productivos y desarrollen cualesquiera capacidades productivas que puedan tener, en el sector privado ahora en rápida expansión y floreciente.
Esto no lleva a un problema fascinante que, aunque lleva mucho tiempo en las mentes y corazones de los oprimidos por el socialismo, ahora inesperadamente se ha convertido en un asunto político actual. ¿Qué ha de hacerse con los cuadros superiores del partido comunista, con la nomenklatura, con el enorme aparato de la antes todopoderosa policía secreta? ¿Debería aplicárseles por fin la justicia por medio de una serie de juicios por delitos de estado, seguidos de una pena adecuada y digna? ¿O debería declararse pasado lo pasado, declararse una amnistía general y contratarse a los antiguos hombres del KGB como guardias o detectives privados? Confieso mi indecisión es este aspecto, en sopesar las reclamaciones opuestas de justicia y paz social. Por suerte, la decisión puede dejarse a los pueblos de la antigua Unión Soviética y Europa Oriental. No hay tanto que un economista, ni siquiera un economista de libre mercado, pueda decir para resolver este asunto.
Privatizar o abolir las operaciones del gobierno
Lo que nos lleva al punto final, pero no el menos importante, de nuestro programa propuesto de desocialización: privatizar las operaciones del gobierno. Como teóricamente toda, o en la práctica la mayoría, de la producción en los países socialistas ha estado en manos del estado, el desiderátum más importante, la vía esencial para llegar a un sistema de propiedad privada y libre mercado, debe ser privatizar las operaciones del gobierno.
Pero no basta con decir simplemente “privatícese”. En primer lugar, hay muchas operaciones del gobierno, especialmente el estado socialistas, que no queremos privatizar sino más bien abolir completamente. Por ejemplo, como libertarios y desocializadores, no queremos privatizar campos de concentración o el Gulag o el KGB. ¡No permita Dios que nunca debamos tener una oferta eficaz de servicios de campos de concentración o policía secreta!
He aquí un punto que tiene que subrayarse. La suposición básica del análisis de la renta nacional y el PIB es que todas las operaciones del gobierno son productivas, que contribuyen con sus gastos a la producción nacional y la riqueza común. Pero si verdaderamente creemos en la libertad y la propiedad privada, debemos concluir que muchas de estas operaciones no son “servicios” sociales en absoluto, sino deservicios a la economía y la sociedad, “males” en lugar de “bienes”.
Esto significa que la desocialización debe incluir la abolición, no la privatización, de operaciones como (además de las instalaciones de campos de concentración y policía secreta) todas las comisiones regulatorias, bancos centrales, oficinas del impuesto de la renta y, por supuesto, todas las oficinas que administren aquellas funciones que van a privatizarse.[6]
Principios de privatización
Así que los verdaderos bienes y servicios han de privatizarse. ¿Cómo se va a conseguir esto? En primer lugar, la competencia privada con los anteriores monopolios públicos ha de liberalizarse y desintervenirse. Esto legalizaría, no solo el mercado negro, sino toda la competencia con las operaciones existentes del gobierno. ¿Pero qué pasa con la masiva acumulación de empresas y activos de capital públicos? ¿Cómo se van a privatizar?
Se han sugeridos varias rutas posibles, pero pueden agruparse en tres tipos básicos. Uno son las distribuciones igualitarias. Todo ciudadano soviético o polaco recibe en el correo un día una participación alícuota de varias propiedades antes poseídas por el estado. Así, si la acería XYZ va a ser de propiedad privada, entonces si hay 300 millones de acciones de XYZ y 300 millones de ciudadanos, cada ciudadano recibe una participación, que inmediatamente se convierte en transferible o intercambiable a voluntad. Es evidente que este sistema sería imposible de manejar. La cifra de gente sería demasiada y las participaciones demasiado pocas como para permitir que cada persona tuviera una y habría acciones en cantidad innumerable y variedades que rápidamente recaerían sobre las cabezas del ciudadano medio.
Mucho de este caos se eliminaría en la sugerencia del ministro checo de finanzas, Vaclav Klaus, que propone que cada ciudadano reciba certificados básicos, que podrían intercambiarse por un cierto número o variedad de participaciones de propiedad de diversas empresas en el mercado. Pero incluso bajo el plan de Klaus hay graves problemas filosóficos con esta solución. Consagraría en el principio de las distribuciones públicas y de las distribuciones igualitarias a ciudadanos que no lo merecen. Así un principio desafortunado formaría la misma base de un sistema completamente nuevo de derechos libertarios de propiedad.
Sería mucho mejor consagrar el venerable principio de la ocupación en la base del nuevo sistema desocializado de propiedad. O, por recuperar el viejo lema marxista: “¡todas las tierras para los campesinos, todas las fábricas para los trabajadores!” Esto establecería el principio lockeano básico de la propiedad se adquiere “mesclando el trabajo de uno con la tierra” o cono otros recursos sin dueño.
La desocialización es un proceso de privar al gobierno de su “propiedad” o control existentes y devolverlos a los individuos privados. En cierto sentido, abolir la propiedad de activos del gobierno los pone inmediata e implícitamente en una situación de sin dueño, en la cual la ocupación previa puede convertirlos rápidamente en propiedad privada. El principio de ocupación afirma que estos activos han de entregarse, no al público abstracto general como en el principio de distribución, sino a quienes hayan trabajado realmente sobre esos recursos: es decir, sus respectivos trabajadores, campesinos y gestores. Por supuesto, estos derechos van a ser genuinamente privados, es decir, la tierra a los campesinos individuales, mientras que los bienes de capital o fábricas van a trabajadores en forma de participaciones privadas negociables. No se concederá propiedad a colectivos o cooperativas o trabajadores o campesinos holísticamente, lo que solo recuperaría los males del socialismo en un forma sindicalista descentralizada y caótica.
Además, no hay nada malo en “vender el país” a extranjeros. De hecho, cuanto más compren “el país” esos extranjeros, mejor, pues significaría rápidas inyecciones de capital extranjero y por tanto una prosperidad y crecimiento económico más rápidos en el empobrecido bloque socialista.
Aparece inmediatamente un problema al conceder participaciones a los trabajadores en las fábricas, un problema similar a la pregunta de qué hacer con los cuadros comunistas y el KGB: ¿Debería la nomenklatura dirigente recibir las acciones de propiedad?
Al aconsejar a los soviéticos en un discurso en Moscú a principios de 1990, el economista Paul Craig Roberts observaba que el pueblo soviético podía o degollar a a la nomenklatura o darle participaciones de propiedad por el bien de la paz social y una transición tranquila a una economía libre, recomendando esto último. Como he escrito antes, yo no sería tan rápido en desbaratar las reclamaciones de justicia, pero me gustaría volver a señalar una posible tercera vía: no hacer ninguna de ambas cosas y dejar libre a la nomenklatura para encontrar trabajos en el sector privado. El punto polémico filosófico es en qué medida, si es que la hay, las actividades de dirección en la antigua economía soviética, eran productivas y por tanto participaban en el trabajo de ocupación y en qué medida eran obstruccionistas y contraproducentes y por tanto no merecían nada más de que un seco rechazo.[7]
Una tercera vía de privatización habitualmente sugerida merece rechazarse de plano: que el gobierno venda sus activos al público mediante subasta, al máximo postor. Un grave defecto de esta alternativa es que como el gobierno posee prácticamente todos los activos, ¿de dónde conseguirá la gente el dinero para comprarlos, salvo a un precio muy bajo que sería equivalente a una distribución gratuita?
Pero otro defecto, aún más importante, no ha sido suficientemente destacado: ¿por qué merece el gobierno quedarse con los ingresos de la venta de estos activos? Después de todo, una de las principales razones para la desocialización es que el gobierno no merece poseer los activos productivos del país. Pero si no merece lo propios activos, ¿por qué tendría que merecer poseer su valor monetario? Y ni siquiera consideramos la pregunta: ¿Qué se supone que tiene que hacer el gobierno con lo fondos después de haberlos recibido?[8]
No debería olvidarse un cuarto principio de privatización; de hecho debería ser prioritario. Por desgracia, por la naturaleza del caso esta cuarta vía no puede convertirse en principio general. Sería que el gobierno devolviera toda propiedad robada o confiscada a sus propietarios originales o a sus herederos. Aunque esto puede hacerse para muchos terrenos, que están fijos en un territorio, o para joyas concretas, en la mayoría de los casos, especialmente en los bienes de capital, no hay propietarios originales identificables a quienes devolver la propiedad.[9] Por la naturaleza del caso, encontrar a los terratenientes originales es más fácil en Europa Oriental que en la Unión Soviética, pues ha pasado mucho menos tiempo desde el robo original. En el caso de los bienes de capital construidos por el Estado, no hay propietarios a identificar. La razón por la que este principio debería ser prioritario donde sea aplicable es porque los derechos de propiedad implican sobre todo restaurar la propiedad robada a sus dueños originales. O dicho de otra manera: un activo se convierta filosóficamente en sin dueño y por tanto está disponible para ser ocupado, solo cuando no puede encontrar un propietario original, si es que ha existido.
Queda un problema inquietante: ¿Cómo deberían ser de grandes las nuevas empresas privadas? Toda industria en países socialistas está generalmente incluida en una empresa monopolística, así que si cada empresa se privatiza en una empresa de tamaño equivalente, el tamaño de cada una será mucho mayor que el óptimo del mercado libre. Por supuesto, un problema esencial es que no hay forma de que nadie en una economía socialista conozca el tamaño óptimo o número de empresas que va a haber con libertad.
Por supuesto, en un sentido los errores realizados en el tránsito a la liberta tenderán a allanarse después de establecer un mercado libre, con tendencias a romperse o consolidarse en la dirección del tamaño y número óptimos. Por otro lado, no debemos cometer el error de asumir alegremente que los costes o ineficiencias de este proceso puedan ignorarse. Sería preferible llegar lo más cerca posible al óptimo en la privatización inicial.
Tal vez cada planta o cada grupo de plantas en un área, puedan privatizarse inicialmente como una empresa distinta. No hace falta decir que un aspecto muy importante del libre mercado y de este proceso de optimizado es permitir que el mercado complete la libertad de trabajo: por ejemplo, de fusiones, combinar o disolver empresas según resulte rentable.
Conclusión
Las dimensiones del proferido Plan Rothbard para la desocialziación deberían estar ahora claras:
- Enorme y drástica reducción en impuesto, empleo público y gasto público.
- Completa privatización de los activos públicos: cuando sea posible, devolverlos a los propietarios originales expropiados o sus herederos; a falta de eso, dando participaciones a los trabajadores productivos y campesinos que hayan trabajado con estos activos.
- Respetar completamente y garantizar los derechos de propiedad de todos los dueños de propiedad privada. Como los derechos completos de propiedad implican la libertad completa de realizar intercambios y transferir propiedades, no debe haber interferencia pública en dichos intercambios.
- Privar al gobierno del poder de crear nuevo dinero, preferentemente con una reforma fundamental que de una vez por todas liquide el banco central y utilice su oro para redimir sus billetes y depósitos a una nueva unidad de peso en oro de las divisas existentes.
Todo esto podría y debería hacerse en un día, aunque la reforma monetaria podría llevarse a cabo por pasos, lo que llevaría unos pocos días.
Algo que no hemos especificado: ¿cómo de bajos en concreto deberías establecerse los impuestos o el empleo público y cómo de completa debería ser la privatización? La mejor respuesta es la del gran Jean-Baptiste Say, que debería ser conocido por muchas otras cosas distintas de la ley de Say: “El mejor plan de finanzas [públicas] es gastar lo menos posible y el mejor impuesto es siempre el más ligero”.[10] En resumen, el mejor gobierno es el que gasta y grava y emplea menos y privatiza más.
Un último punto: Colegas libertarios me han criticado por propuestas de este tipo debido a que implican acción por parte del gobierno. ¿No es incoherente y estatista para un libertario defender cualquier acción del gobierno? Me parece un argumento tonto. Si un ladrón ha robado la propiedad de otro, difícilmente sería una “acción de robo” defender que el ratero devuelve la propiedad robada a sus dueños. En un estado socialista el gobierno se ha arrogado prácticamente toda la propiedad y poder del país. La desocilización y el movimiento hacia una sociedad libre, implica necesariamente la acción de que ese gobierno entregue su propiedad a sus ciudadanos privados y libere a esos individuos de la red de controles públicos. En un sentido profundo, librarse del estado socialista requiere que el estado realice un acto final, nuevo y glorioso de autoinmolación, después del cual desaparezca de la escena. Es un acto que puede ser aplaudido por cualquier amante de la libertad, aunque pueda ser un acto del gobierno.
[1] Murray N. Rothbard, “Ludwig von Mises and the Collapse of Socialism”, discurso en la reunion annual de la Allied Social Science Association, en Washington, D.C., 1990, y publicado como “The End of Socialism and the Calculation Debate Revisited”, Review of Austrian Economics, 5, nº 2 (1991): 51-76. [2] Como escribe Maltsev: “Cuando los soviéticos dicen privatización, sin embargo, no quieren decir lo que entendemos nosotros. El plan [de Shatalin] ordenaría que el 80% de las acciones de cualquier empresa fuera poseído por otras empresas en el mismo sector, no el público. Por usar una analogía con EEUU, sería como si General Motors poseyera un 80% de las acciones de Ford y viceversa y fuera ilegal que fuera de otra manera”. Maltsev apunta que Stanislav Shatalin y el autor original de su plan para la República Rusa, Grigory Yavlinsky, “son ambos econometristas, cuyas (…) vidas se han dedicado a matematizar los engaños del marxismo-leninismo. Ambos con planificadores centrales veteranos que se vieron desilusionados por el socialismo radical”. Yuri N. Maltsev, “A 600-Day Failure?” The Free Market 8 (Noviembre de 1990): 6. [3] Ver Murray N. Rothbard, “The Myth of Neutral Taxation”, Cato Journal 1 (Otoño de 1981): 519-564. [4] Una cuarta forma de ingresos, tomar prestado de la gente, es estrictamente dependiente de las otras tres fuentes. [5] Ver Yuri N. Maltsev, “A One Day Plan for the Soviet Union”, Antithesis 2 (Enero/Febrero de 1991): 4, y en una explicación anterior, “The Maltsev One-Day Plan”, The Free Market (Noviembre de 1990): 7. [6] Es importante advertir que si una actividad pública es un mal en lugar de un bien, querríamos que su ejercicio, mientras exista, se tan ineficiente y no eficiente como sea posible. Una de las organizaciones más odiadas en el principio de la Europa moderna fue el “recaudador de impuestos”, que compraba al rey el derecho de recaudar impuestos durante un número determinado de años. Podríamos pensar: ¿querríamos que el impuesto de la renta fuera privatizado y recolectado, completamente provistos de poder estatal, por IBM o MCDonald’s en lugar de por Hacienda? Se dice que el industrialista Charles F. Kettering dijo a un amigo en el hospital, que se estaba quejando por el crecimiento acelerado del gobierno: “Alégrate, Jim, gracias a Dios no tenemos tanto gobierno como pagamos”. [7] Yuri Maltsev recomienda el plan de ocupación, con el plan de distribución de Vaclav Klaus adoptado en los casos en que no sea viable la ocupación. Maltsev, “A One-Day Plan for the Soviet Union”. [8] Un argumento importante para la venta de sus activos por el gobierno es que ese proceso tendría el efecto antiinflacionista de eliminar el temido “exceso de rublos”. La mentira de este conocido argumento es que, salvo que los cargos públicos propongan hacer una quema pública masiva de los rublos, el exceso no se reduciría en absoluto. El gobierno gastaría los rublos y permanecerían en circulación. [9] En Hungría, se formó el Partido de los Pequeños Propietarios para destacar la prioridad en la privatización de devolver la tierra a los terratenientes expropiados del sur de Hungría. [10] Jean-Baptiste Say, A Treatise on Political Economy, 6ª ed. (Philadelphia: Claxton, Remsen & Haffelfinger,1880), p. 449. [Tratado de Economía Política]. Ver también Rothbard, “The Myth of Neutral Taxation”, pp. 551-554.
Publicado el 22 de junio de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.