Hans-Hermann Hoppe (HansHoppe.com) es economista austriaco y filósofo libertario anarcocapitalista, profesor de Economía en la Universidad de Nevada en Las Vegas, Senior Fellow del Ludwig von Mises Institute, y editor del Journal of Libertarian Studies.
Marc Grunert, editor de Québécois Libre, le preguntó sobre sus opiniones en asuntos como la guerra, el terrorismo, la aparición de un gobierno mundial, y cómo promover libertad. Montreal, Diciembre 7, 2002.
Québécois Libre: ¿Cuál es su posición respecto a la “guerra contra el terror” dirigida por el gobierno de los EE.UU.? ¿Cree usted que un ataque contra Irak se justifica?
Hans-Hermann Hoppe: Por un lado, es importante señalar que el gobierno de EE.UU. no es precisamente inocente en todo esto. A través de su política exterior intervencionista, y en particular su apoyo casi ciego al Estado de Israel, se puede decir que ha provocado actos terroristas. Si te entrometes en asuntos exteriores, no debes sorprenderte si además de algunos amigos también te haces un montón de enemigos.
Además, es el gobierno de los EE.UU., que habiendo desarmado a los pilotos y pasajeros, hizo posible en primer lugar que personas armadas con cuchillos para abrir cajas pudieran causar el daño que hicieron. También, la política de inmigración no-discriminatoria de los EE.UU. —acción afirmativa—y de otros países occidentales en las últimas décadas ha hecho posible que personas extrañas o incluso hostiles a los valores occidentales puedan entrar e infiltrarse en el mundo occidental fácilmente.
Irak (y Saddam Hussein) no es peor y no representa mayor peligro que muchos, muchos otros lugares. Al parecer, no ha cometido ninguna agresión extranjera y su supuesta conexión con Al Qaeda es débil, digamos. Una guerra contra Irak sería entonces un ataque simplemente preventivo y, por tanto, establecería un precedente extremadamente peligroso. A la luz de esto, es difícil descartar la sospecha de que, tanto en la guerra contra los talibanes como en la luchada contra Saddam Hussein, los asuntos de concesiones petroleras (en lugar de preocupaciones humanitarias) jueguen en realidad un papel importante.
De hecho, uno incluso puede preguntarse si no son los EE.UU. (y Bush), los que constituyen el mayor peligro para la paz mundial. Los EE.UU. tienen más armas de destrucción masiva que nadie, ellos no han dudado en usar gas contra su propia población (en Waco), declaran embargos económicos (contra Cuba, así como contra Irak) que perjudican especialmente a la población civil y que, por ello, han sido consideradas tradicionalmente formas particularmente vergonzosas de guerra; e incitados por los neoconservadores y fundamentalistas evangélicos, los EE.UU. son movidos por un celo casi religioso a alcanzar el viejo sueño Wilsoniano de hacer del planeta un lugar seguro para la democracia.
QL: ¿Hay un medio eficaz para luchar contra el terrorismo y preservar los derechos individuales a la vez?
HHH: Lo que vemos en los EE.UU. hoy en día es algo muy familiar. Los gobiernos aman las crisis—de hecho, con frecuencia causan o contribuyen a ellas—para aumentar su propio poder. Sólo mira la toma de posesión de la seguridad de los aeropuertos, el establecimiento de una oficina para la seguridad de la patria (¿no era esa la tarea del Departamento de Defensa? Y si no, ¿no sería más apropiado llamar al Departamento de Defensa el Departamento de Guerra?), y el plan actual de establecer un sistema casi completo de vigilancia electrónica sobre sus propios ciudadanos.
Para luchar contra el terrorismo, es necesario una política exterior no intervencionista, tener una población civil fuertemente armada—a más armas, menos crimen—y tratar el terrorismo como lo que es: no como un ataque convencional de fuerzas armadas de otro Estado, sino como conspiraciones esencialmente privadas y delitos que deben ser combatidos con acción policial, contratando mercenarios, comandos de asesinato, y caza-recompensas.
QL: Algunos “liberales clásicos” franceses se oponen a los libertarios de Estados Unidos y lo que ellos llaman su “propaganda pacifista”. ¿Se considera usted un “pacifista”?
HHH: En general (me incluyo), los libertarios no son pacifistas. Muy por el contrario, creen en el derecho a la legítima defensa. Sin embargo, se oponen a la iniciación de la fuerza, esto es, a la agresión. Existen guerras “justas” como, por ejemplo, la guerra de la independencia y la guerra sureña de independencia frente a EE.UU. Para ser justos, sin embargo, una guerra tiene que ser defensiva, y debe hacerse una clara distinción entre combatientes y no-combatientes.
QL: ¿La revolución epistemológica que usted ha llevado a cabo, esto es, la justificación a priori del principio de no-agresión, ha puesto a los liberales clásicos contemporáneos en una posición intelectualmente insostenible?
HHH: Sí, en mi libro Democracia: él Dios que Fracasó he demostrado que el liberalismo clásico es una posición incoherente y por tanto insostenible. Una vez que uno admite la necesidad de un estado—un monopolio territorial que toma las últimas decisiones, con derecho a cobrar impuestos—no hay manera de poder limitar el poder del Estado a un nivel de Estado mínimo. Suponiendo solamente el interés de los gobernantes en ellos mismos, cada Estado mínimo tiene una tendencia a convertirse en un Estado máximo, a pesar de las disposiciones constitucionales en sentido contrario. Después de todo, la Constitución debe ser interpretada, y es interpretada por la corte suprema, esto es, una parte del mismo gobierno en cuestión, cuyo interés es aumentar el poder del Estado (y por lo tanto también su poder).
Además, una vez que se admite que los estados (y los impuestos) son necesarios para proveer paz interna (nacional) y seguridad, tiene que aceptarse también que sólo un Estado mundial es capaz de producir la paz y seguridad total (internacional). Y sin embargo, un Estado mundial sería la mayor amenaza a la libertad humana, porque ya no existiría la opción de salida. Es decir, las personas ya no podrían votar con sus pies contra su gobierno, porque donde quiera que fueran, se aplicaría la misma estructura de impuestos y regulación.
QL: ¿Existe realmente una “guerra de civilizaciones” entre el mundo occidental y el mundo islámico como muchos liberales clásicos franceses sostienen con vehemencia? ¿Cree usted que las sociedades predominantemente musulmanas siempre serán antagónicas a la economía de mercado y los derechos individuales?
HHH: Si uno quiere los “bienes” occidentales y aspira a los niveles de vida occidentales, que tengo la impresión que la inmensa mayoría de los musulmanes quiere, uno tiene que adoptar un sistema capitalista basado en los derechos de propiedad privada, la economía de mercado y los derechos individuales. El fundamentalismo religioso, ya sea de la variedad musulmana, judía o cristiana, es difícil o imposible de conciliar con el capitalismo.
Históricamente, los musulmanes han tenido menos tiempo que, por ejemplo, los cristianos para librarse de las cadenas fundamentalistas. Sin embargo, no veo ninguna razón fundamental para que el Islam no sea capaz de algún tipo de limpieza doctrinal interna. Y tengo confianza en que el libre comercio sin restricciones con el mundo musulmán es la forma más eficaz de debilitar y finalmente erosionar el poder que el fundamentalismo religioso todavía tiene en algunas partes del mundo.
QL: La globalización política tiende hacia el surgimiento de un Estado mundial. ¿Este fenómeno es reversible? ¿Cómo debemos oponernos a él?
HHH: La competencia interestatal tiene de hecho la tendencia a conducir en última instancia a la formación de un Estado mundial. Sin embargo, este fenómeno es reversible. La gente debe recordar que fue precisamente la estructura casi anárquica de Europa en comparación con China, por ejemplo, lo que hizo posible el surgimiento del capitalismo, esto es, el tal llamado milagro económico europeo: los Estados pequeños, en competencia directa con otros, tienen que ser moderados con su propia población para no perder a sus ciudadanos más productivos.
Por ejemplo, los Estados pequeños deben practicar el libre comercio en lugar del proteccionismo. Toda interferencia gubernamental en el comercio exterior limita el rango de intercambios inter-territoriales mutuamente beneficios y por tanto conduce a un empobrecimiento relativo tanto dentro del país como en el extranjero. Pero, en el país más pequeño, este efecto será más dramático. Un país del tamaño de los EE.UU. podría alcanzar comparativamente altos niveles de vida, aún si renunciara a todo el comercio exterior. Por el contrario, si un territorio del tamaño de una ciudad o un pueblo practicara el proteccionismo, eso significaría posiblemente un desastre o incluso la muerte.
Para revertir la tendencia hacia la centralización y finalmente la creación de un gobierno mundial, es fundamental que una visión alternativa sea promovida y popularizada en la opinión pública. Tenemos que promover la idea de la secesión. O más específicamente, tenemos que promover la idea de un mundo compuesto de decenas de miles de distintos distritos, regiones y cantones, y cientos de miles de ciudades libres independientes como las actuales rarezas de Mónaco, Andorra, San Marino, Liechtenstein, Hong Kong y Singapur. Eso resultaría en un gran aumento de oportunidades para la migración por motivos económicos, y el mundo sería uno de pequeños gobiernos liberales económicamente integrados a través del libre comercio y una moneda internacional como el oro.
QL: Desde un punto de vista estratégico, ¿cómo deben actuar los libertarios con el fin de promover la libertad?
HHH: En primer lugar, deben desarrollar una clara conciencia de clase, no en el sentido marxista, sino en el sentido de reconocer que existe una clara distinción entre los que pagan impuestos (los explotados) y los que consumen los impuestos (los explotadores). Los políticos, como agentes del estado, viven parasitariamente a costa del trabajo de los que pagan impuestos. En consecuencia, en lugar de admirarlos y buscar asociarse con ellos, los políticos (y más, cuanto mayor sea su rango) deben ser tratados como poca cosa, y deben ser el blanco de todas las bromas, como emperadores sin ropa. La clase política y sus guardaespaldas intelectuales, maestros y catedráticos, deben ser deslegitimados como fraudes que sólo sirven a sus propios intereses, y la democracia, en particular, deben ser atacada como un sistema inmoral en el que los que no-tienen votan a favor de adquirir la propiedad de los que sí-tienen. Las actividades políticas, si es que acaso deben llevarse a cabo, deben restringirse a nivel local y estar motivadas por objetivos descentralizadores o, mejor aún, secesionistas.
Traducido del inglés por Dante Bayona.