Una falsa historia bancaria de Estados Unidos

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Haceos esta pregunta: ¿fue la burbuja en los precios inmobiliarios, que ha estallado causada por (a) una política de la Fed de demasiada liquidez, que causó tipos de interés artificialmente bajos, lo que a su vez causo una gran cantidad de malas inversiones, o (b) una política de la Fed de demasiado poca liquidez que causó altos tipos de interés y una economía hambrienta de crédito? Si elegisteis la respuesta b, enhorabuena, podéis tener futuro como famosos autores, historiadores y articulistas del Wall Street Journal.

La respuesta b es el tema de un artículo verdaderamente ridículo de John Steele Gordon en el ejemplar del 10 de octubre del Wall Street Journal en línea, titulado “Una breve historia bancaria de Estados Unidos”. El artículo es un intento de defender a la Fed, a su padre fundador, Alexander Hamilton y al régimen que financia. (Gordon es el autor de un libro titulado La bendición de Hamilton [Hamilton’s Blessing], que canta las alabanzas de una gran deuda pública, algo a lo que el propio Hamilton llamaba una “bendición pública”).

En lugar de culpar a la Fed por crear otro ciclo de auge y declive, Gordon acusa de la actual debacle económica a “la torva influencia de Thomas Jefferson”. Jefferson fue el principal oponente de un banco capitalizado con dólares de los contribuyentes y manejado por políticos y sus designados de la capital de la nación: el Banco de Estados Unidos (BEU), de Hamilton, un precursor del la Fed. Así que, a pesar del hecho de que la culpa real de la actual crisis económica esté directamente en el regazo de la Fed y sus sostenes económicos (particularmente las leyendas y mitos que rodean a Hamilton), Gordon intenta convencernos de que la oposición a la banca politizada y centralizada es el problema real. A quien crea esto se le podría co0nmvencer fácilmente de que arriba es abajo, blanco es negro y día es noche. El propósito de la Fed, según Gordon, es servir como una especie de déspota monetario benevolente: “Para cuidar de la oferta monetaria (…) regulando así la economía”.

Los estatistas de derechas como Gorodn, como los estatistas de izquierdas, han adoptado la costumbre de calumniar a Jefferson como dueño de esclavo no tanto porque les horrorice que poseyera esclavos, sino porque su objetivo es denigrar su filosofía política de laissez faire y gobierno limitado. Gordon incluye la calumnia de las esclavitud de Jefferson es su artículo, pero no menciona que su héroe, Hamilton, también tenía “esclavos domésticos”, que fueron aportados a su matrimonio por su esposa Eliza; una vez compró seis esclavos en una subasta y apoyó la devolución de esclavos fugitivos a sus “dueños”, bajo la Cláusulas del Esclavo Fugitivo de la constitución original.

De hecho, casi todas las “primeras familias” de Nueva York en tiempos de Hamilton (su principal círculo social y político) eran propietarias de esclavos. Como ha escrito el biógrafo de Hamilton, Ron Chernow, en tiempos de esta “Nueva York, en particular, estaba identificada con la esclavitud (…) y estaba ligada [económicamente] mediante sus refinerías de azúcar en las Indicas Occidentales” (donde nació y se crió Hamilton). A finales de la década de 1790, se “consideraban símbolos des estatus” por parte de la familias más ricas de Nueva York.

Gordon divulga otras falsedades acerca de Jefferson en los primeros párrafos de su artículo. Esto es significativo, pues demuestra que historiadores cortesanos como John Steele Gordon comprenden totalmente la importancia de la filosofía política estatista de Hamilton para potenciar la Fed y el régimen que financia.  Gordon afirma que Jefferson, un hombre de negocios toda su vida, “odiaba el comercio”, “odiaba los bancos” y “puede no haber comprendido el concepto de la banca centralizada”. También argumenta que Hamilton, por el contrario, tenía “una profunda comprensión de los mercados” porque trabajó como bibliotecario para un operador de plantaciones de azúcar propietaro de esclavos y exportadoras británicas cuando fue joven en la isla caribeña de St. Croix. Es una bobada con muletas, como se supone que dijo el filósofo Jeremy Bentham respecto de otra afirmación mentirosa.

A lo que se oponía Jefferson era a las políticas mercantilistas de Hamilton de banca controlada por el gobierno, estado social, aranceles proteccionistas, altos impuestos especiales, excesiva deuda pública y otras intervenciones. Al contrario que Hamilton, Jefferson había leído y  entendido La riqueza de las naciones de Adam Smith y su Teoría de los sentimientos morales, así como la obra de David Ricardo, Jean-Baptiste Say (a quien Jefferson trató de hacer que se uniera a la facultad de la Universidad de Virginia), Richard Cantillon y otros teóricos económicos de la época. Hamilton ignoraba todo esto. Su principal influencia intelectual fue un propagandista del régimen mercantilista británico llamado Sir James Steuart.

Como escribía Murray Rothbard en un artículo titulado “A Future of Peace and Capitalism”:

Jefferson  estaba muy precisamente a favor del capitalismo del laissez faire o del libre mercado. Y esa era realmente la discusión entre [Hamilton y Jefferson]. No era realmente que Jefferson estuviera contra fábricas a industrias por sí mismas: contra lo que estaba era contra el desarrollo [económico] coactivo, es decir, gravar a los granjeros mediante aranceles y subvenciones para crear artificialmente una industria, que era esencialmente el programa de Hamilton. Jefferson (…) era una persona con muy buena formación. Leyó a Smith, leyó a Ricardo, estaba muy familiarizado con la economía clásica del laissez faire. Así que su programa económico (…) era una aplicación muy compleja de la economía clásica al escenario estadounidense (…) los clásicos estaban también en contra de aranceles, subvenciones y desarrollo económico coactivo (…) La rama jeffersoniana de los padres fundadores eran esencialmente capitalistas del libre mercado y el laissez faire.

Comparado con Jefferson, Hamilton era un ignorante económico. Su reputación como una especie de genio financiero se ha exagerado e inventado mucho, como escribía el gran sociólogo de Yale de finales del siglo XIX, William Graham Sumner, en su biografía de Hamilton de 1905. En su Informe sobre manufacturas, por ejemplo, Hamilton presentaba una idea ridícula de que la competencia internacional causaría precios más altos y el proteccionismo causaría precios más bajos al hacer que los productores nacionales compitieran más vigorosamente entre ellos. La historia había demostrado que esto era una idea absurda mucho antes de la época de Hamilton.

Hamilton asimismo condenaba los costes de trasporte, llamándolos “un mal que tendría que minimizarse” mediante proteccionismo. Por supuesto, los costes de transporte también afectan al comercio interestatal, pero Hamilton nunca expresó su oposición a ellos en ese contexto. Hamilton era tan mercantilista que incluso argumentaba a favor de “un monopolio en el mercado nacional”  prohibiendo todas las importaciones. Sorprende poco que William Graham Sumner se refiriera al Informe sobre manufacturas de Hamilton como una masa de confusión económica, justo lo opuesto a una “profunda y práctica comprensión de los mercados”.

Jefferson no fue el único oponente ilustre al plan de Hamilton de establecer un banco dirigido por políticos con el capital de la nación. James Madison también se opuso al Primer Banco de Estados Unidos (BUS). El senador de Virginia, John Taylor, sabía tanto de economía política como Jefferson e inmediatamente reconoció el peligro de imitar al Banco de Inglaterra como financiero de subvenciones mercantilistas. “¿Qué es lo que movía a nuestra antepasados a este país?”, se preguntaba. “¿No eran las fuerzas eclesiásticas y los monopolios perpetuos de Inglaterra y Escocia? ¿Sufriremos los mismos males en este país?” La respuesta de Hamilton habría sido “bueno sí, lo haremos, pues es la vía más segura a la acumulación de poder y riqueza para mí y para mis compañeros federalistas”. Como escribía Gordon, “Hamilton quiso establecer un banco central siguiendo el modelo del Banco de Inglaterra”.

La “breve historia” de John Steele Gordon está completamente llena de falsedades. A lo largo de su artículo acusa de la oposición de Jefferson a la banca centralizada de problemas económicos que en realidad creó el Banco de Estados Unidos de Hamilton.

Como escribía Murray Rothbard en A History of Money and Banking in the United States (p. 69), tan pronto como se estableció el banco de Hamilton,

Pronto cumplió con su potencial inflacionista emitiendo millones de dólares en papel moneda y depósitos a la vista, acumulados sobre 2 millones de dólares en metálico. El Banco (…) invirtió agresivamente en préstamos al gobierno de Estados Unidos (…) El resultado del flujo de crédito y papel moneda por el nuevo banco de Estados Unidos fue (…) un aumento [en los precios] del 72% [desde 1791-1796].

La concesión del BUS no se renovó después de sus primeros veinte años. Gordon culpa a Jefferson por esto, pero la inestabilidad económica antes mencionada que fue causada por el BUS sin duda tuvo algo que ver. (Y estoy seguro de que Jefferson habría estado orgulloso de aceptar el mérito en la desaparición del BUS). El BUS fue resucitado después de la Guerra de 1812 (en 1817) e inmediatamente “entró en graves dificultades por la mala dirección, la especulación y el fraude”, escribió James J. Kilpatrick en su libro, The Sovereign States. Consecuentemente, “una ola de hostilidad hacia el Banco de Estados Unidos recorrió el país”, lo que acabó haciendo que el presidente Andrew Jackson vetara la propuesta de renovar la concesión del banco.

En 1817, el BUS prestó rápidamente 23 millones de dólares con una reserva en metálico de solo 2,3 millones. Este flujo de crédito barato creó un breve auge económico y luego el inevitable declive o depresión, conocido en el momento como el Pánico de 1819. Como escribía Murray Rothbard en The Panic of 1819, abundaron la quiebras personales, especialmente entre granjeros que se habían visto desbordados debido al crédito barato del BUS y por primera vez hubo desempleo a gran escala en las ciudades estadounidenses, con el empleo en las fábricas de Philadelphia cayendo de 9.700 personas empleadas en 1815 a solo 2.100 en 1819. Todo esto fue culpa de Jefferson, dice John Steele Gordon.

Otra falsa afirmación de Gordon es que “La Guerra de Secesión acabó con (…) el caos monetario cuando el Congreso aprobó la Ley del Banco Nacional2, que se convertiría en el régimen monetario monopolista del estado hasta la creación de la Fed en 1913. En realidad, el llamado Sistema Independiente del Tesoro que existió desde principios de la década de 1840 hasta 1863 fue seguramente el sistema monetario más estable en la historia de EEUU. Los investigadores económicos modernos han evaluado las leyes de moneda nacional del régimen de Lincoln y han llegado a la conclusión opuesta a la de Gordon. En un artículo titulado “Money versus Credit Rationing: Evidence for the National Banking Era, 1880–1914” (en Claudia Goldin, ed., Strategic Factors in Nineteenth-Century American Economic Growth) Michael Bordo, Anna Schwartz y Peter Rappaport concluían que este sistema hamiltoniano “se caracterizó por una inestabilidad monetaria y cíclica, cuatro pánicos bancarios, frecuentes crashes en la bolsa y otras perturbaciones financieras”.

Gordon señala que “la inflación despegó en la década de 1960” pero no culpa a la causa real de la inflación: la Fed y sus operaciones de falsificación legalizada. Concluye alabando los planes actuales del régimen de nacionalizar los mercados financieros asumiendo la propiedad de las acciones en bancos y nombrando al secretario del Tesoro de EEUU como primer dictador financiero de la nación. Cree que esto, finalmente se alcanzará el sueño de Hamilton de “un sistema regulatorio unificado y coherente, libre de influencias políticas inapropiadas”.

Por supuesto, ninguna institución pública en la historia del mundo ha estado nunca libre de influencia política, apropiada o inapropiada. Tal vez este sea el comentario más estúpido de Gordon.

La regulación “unificada” o centralizada del sector, ha sido desde hace mucho tiempo un objetivo de estatistas que están a favor de la dictadura regulatoria frente a un régimen público que delega “demasiado” poder regulatorio. El propio Gordon lamenta las regulaciones “en conflicto” en el sector bancario que ha sido impuestas por la Fed y la FDIC, FSLIC, SEC y otros reguladores federales.

El sistema de dictadura regulatoria financiera que alaba Gordon y está a punto de convertirse en un trágala para los estadounidenses, se ha probado antes en otros países. Durante una de sus propias crisis financieras periódicas, los miembros del gobierno italiano se quejaban amargamente, como hace Gordon, de que la regulación ha sido “desorgánica” y “caso por caso, según aparece la necesidad”. El régimen italiano alteró su sistema regulatorio de forma que pudiera buscar “ciertos objetivos fijados”, tal y como Gordon argumenta para “un sistema regulatorio unificado y coherente”. Este sistema regulatorio altamente centralizado e incluso dictatorial, argumentaban los italianos, supuestamente “introduciría orden en el campo económico” y lograría el objetivo de “unidad de dirección” con respecto a la regulación pública del sector.

Todas las palabras entrecomilladas en el párrafo anterior, excepto las últimas, son palabras de Benito Mussolini. La expresión “unidad de dirección” era del apologista/propagandista de Mussolini, Fausto Pitigliani. Después de todo, hay una muy marcada similitud entre el mercantilismo hamiltoniano (o una economía dirigida y controlada por el gobierno, supuestamente “en interés público”, pero en realidad para el beneficio de unos pocos privilegiados) y el fascismo económico en Italia (y Alemania) en las décadas de 1920 y 1930.


Publicado el 30 de octubre de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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