¿Luchando por el derecho al voto?

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Ha sido instructivo en las últimas semanas ver a los sospechosos habituales, comentaristas y partisanos tratar los problemas planteados por el entretenido estallido de aquello a los que llaman “democracia”. Una figura retórica particularmente interesante (presentada por los abogados de Al Gore y sus aliados en el poder judicial y la prensa) sostiene que el “derecho al voto” es especialmente precioso, ya que tantos estadounidenses han muerto para conservar esos derechos. Si es verdad, esto significa que nuestros antecesores eran aún más estúpidos de lo que podíamos haber imaginado: tan tontos como para luchar y morir por un derecho que nadie, ni en sueños, había nunca amenazado.

En su mayor parte, podemos limitar la explicación a las grandes guerras de Estados Unidos, ya que esto parece ser de lo que están hablando los comentaristas convencionales. Supongo que lo que quieren decir es que, por definición, todas las guerras de EEUU se libraron “para la democracia”, refiriéndose con esta expresión inconcreta a elecciones libres, juicio con jurado, varias de las enmiendas, sindicatos, bibliotecas públicas, bienestar social y (más o menos) libertad. Me recuerdan todos los comentarios nobles que oíamos cuando el comunismo se derrumbó en Europa Oriental acerca del movimiento “pro-democracia”. Bueno, si los europeos orientales realmente tuvieron tantos problemas para alcanzar la democracia, no pueden ser más brillantes que nuestros antepasados que supuestamente lucharon y murieron por el derecho al voto.

Esos comentaristas occidentales suponían, supongo yo, que su palabra divina “democracia” conlleva todo lo que es bueno y verdad, incluyendo alguna pequeña pizca de libertad regulada y ordenada para individuos e instituciones no estatales. Ese tipo de libertad, naturalmente, sería mucho menos importante que la “libertad positiva” implantada al votar quitar la propiedad a algún otro. Otras importantes libertades positivas incluirían la disensión subvencionada de plagios artísticos, subvencionar estilos alternativos de vida y en general “ser diferente” a costa de algún otro. Liderados por intelectuales disidentes subvencionados dados a la contemplación filosófico-literaria, como diría Ralph Raico, Europa Oriental dio el gran salto adelante desde la  economía dirigida de un partido al estilo soviético al modelo occidental de economía dirigida multipartidista con almuerzo gratis. “Socialistas de todos los partidos” hacían cola para tomar parte en el más pluralista sistema de controles y limosnas.

Así que supongo que es realmente algo bueno que los reporteros occidentales no informaran de las revoluciones bastante incruentas de 1989-1991 como luchas por la libertad, ya que eso podría haber sido factualmente erróneo. Por otro lado, si hubiera habido un interés real por la libertad, alguien habría avistado un timo al posarse la polvareda. En todo caso, la razón de esta divagación era solo notar la importancia de las elecciones y el voto en la visión del mundo socialdemócrata y liberal de izquierdas. La “democracia” incluye todo, incluyendo la libertad (sea esto lo que sea). Evidentemente el voto se convierte en el ritual central en esta religión cívica neo-rousseauniana y, no casualmente, en el mecanismo clave para legitimar a los que están en el cargo y sus políticas. Todo es bueno y santo para desenmascarar y denunciar a familias, iglesias, la burguesía, etc., ¿pero no es el momento de alguna “disensión” dirigida contra el estado?

Volviendo a las guerras estadounidenses, ¿cuándo exactamente han luchado o muerto nunca los estadounidenses por el derecho al voto o siquiera por la democracia como tal? Probablemente nunca. Sí luchamos por la libertad, dos veces (en la Guerra de Independencia y en la década de 1860, cuando los sureños lucharon por abandonar la Gloriosa Unión). No haré hincapié ahora en este último caso. La “guerra civil” sí plantea sin embargo un interesante problema de teoría democrática. Se supone que gobiernan las mayorías, ¿pero las mayorías de qué o en dónde? Respecto de la independencia, luchamos por la libertad y el autogobierno local, y aunque este último implica ciertas votaciones, no parece haber sido lo más importante en las mentes de quienes lucharon contra Jorge III. Doscientos años después, la acusación de Jefferson en la Declaración de Independencia del alocado Hannover se aplica en detalle con mucha más fuerza contra el gobierno que reemplazó al rey parlamentario, pero pocos parecen advertirlo o preocuparse. Tal vez estamos atontados por todas estas votaciones.

Respecto de las demás guerras, ¿amenazaba el derecho al voto de alguien en 1847? ¿Amenaza el Káiser Guillermo II el derecho al voto de los estadounidenses en América? ¿Lo hacía Hitler? ¿Lo hacía el emperador japonés? ¿Lo hacían los soviéticos? Aparentemente, no. Por supuesto se han hecho alegaciones de que tuvimos que luchar en las guerras en que luchamos debido a diversas amenazas de los intereses estadounidenses (a nuestros mercados exteriores, la Puerta Abierta, nuestros ideales humanitarios, lo que sea). Soy escéptico respecto de estas alegaciones, pero están fuera del tema, que es sencillamente que ninguno de sus opositores nunca tuvo los medios físicos para amenazar nuestro sencillo derecho al voto en nuestro propio territorio. Ninguno de ellos tuvo la más mínima oportunidad de ocupar realmente Norteamérica para abolir nuestras elecciones.

Por tanto parece que los estadounidenses nunca tuvieron que luchar por su derecho al voto. ¿Por qué entonces los estadounidenses lucharon contra estos pueblos? El reclutamiento obligatorio es mi apuesta. El gobierno, por sus propios motivos, simplemente ordenó a la gente que luchara contra los enemigos del gobierno y la gente obedeció, ya sea por prudencia o por estar de acuerdo con la descripción de la situación del gobierno.

La malhadada Enmienda Ludlow de la década de 1930 subrayaba otro problema más en la teoría democrática. Si se puede ordenar a la gente que luche contra enemigos públicos, tal vez eliminado su derecho al voto en la lucha, ¿debería dejarse al pueblo votar sobre la lucha? El establishment enterró profundamente la enmienda tan rápido como les fue posible. Después de todo, la gente podría no querer lo suficiente la guerra o (¿quién sabe?) podría querer demasiado la guerra. En todo caso, el rechazo a Ludlow parecía implicar que no se puede dejar a la gente votar algo tan importante como la lucha, aunque se le diga que está luchando por su derecho al voto. Todo tiene sus límites, colega.

Los estadounidenses han luchado por el derecho al voto, el ámbito territorial del voto e incluso las limitaciones en lo que puede decidirse por votación, pero todas estas batallas se han producido en casa.

Respecto del “voto secreto”, el teórico de los derechos naturales Lysander Spooner escribió que esta innovación equivalía a legitimar conspiraciones para tomar por robo la propiedad de otra gente. El por qué debería una mayoría tener el derecho a hacer lo que no puede hacer un ladrón él solo era una buena pregunta. A la queja del liberal de izquierda de que el voto público permitía a los empresarios “intimidar” a los empleados, Spooner  habría respondido que debería haber una penalización social a los que codicien abiertamente propiedades ajenas. Pobre Spooner, a él nunca le habrían permitido dirigirse a una convención de politólogos. Todos saben que la política trata del saqueo y ahora “sabemos” que cuanto más democrático sea el saqueo, mejor es la vida de todos. Uno pequeño secreto sucio de la democracia, revelado.

Hay más que decir acerca de la democracia, pero el inminente libro arrasador de Hans-Hermann Hoppe (Democracy: The God that Failed [Transaction Publishers, 2001]) se ocupará de esto dentro de unos pocos meses. Entretanto, la teoría y la práctica democráticas están mostrando señales de desgaste, desde distritos periféricos como Tallahassee al propio corazón del Imperio. Todo esto, cuando la legitimidad del estado está tan debilitada que, como apunta el historiador militar Martin Van Creveld, gente que antes se presentaba voluntaria a millares para luchar y morir por los estados en casos dudosas hoy se avergüenza ante la muerte de un puñados de soldados y marineros voluntarios mercenarios. Dudo que veamos a las masas haciendo cola para luchar por su derecho al voto o algo parecido.

Pensamientos finales: Si debes votar, vota No. Mejor aún, no votes. Vota con tus pies. De esa manera, al menos sabes dónde estás.


Publicado el 12 de diciembre de 2000. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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