¿Qué ha hecho el gobierno de nuestro dinero? (cont.)

0

12.- Depósitos de dinero

Supongamos, entonces, que el mercado libre ha establecido al oro como dinero (en aras de la simplicidad olvidémonos de la plata otra vez). Incluso en la conveniente forma de monedas, el oro es, muchas veces,  incómodo y difícil de llevar y de utilizar directamente en los intercambios. Para las transacciones más grandes, transportar varios centenares de libras de oro es difícil y caro. Pero el mercado libre, siempre listo a satisfacer las necesidades sociales, viene al rescate. El oro, en primer término, debe guardarse en algún sitio, y, del mismo modo que la especialización es más eficiente en otras líneas de negocio, lo será también en el negocio del almacenaje, depósito o custodia. Algunas empresas, tendrán éxito en el mercado facilitando servicios de depósito y almacenaje. Algunas se constituirán como depósitos de oro, y guardarán el oro de millares de clientes. Como en el caso de los demás almacenes, el derecho del propietario respecto de los bienes depositados se acredita mediante un recibo del almacén depositario que recibe al entregar los bienes depositados. El recibo da derecho al dueño, depositante, a reclamar sus bienes cuando guste. El almacén obtendrá un beneficio de la misma forma que cualquier otro – es decir, cobrando un precio por sus servicios de almacenaje y custodia.

Hay fundadas razones para creer que los almacenes de oro, o depósitos de dinero, florecerían en un mercado libre de la misma forma que otros almacenes prosperarían. Éstos, de hecho, juegan un papel aún más importante cuando se trata de dinero. Los demás bienes son consumidos, y de este modo, después de un tiempo, deben abandonar el almacén  para ser utilizados en la producción o para el consumo. Pero el dinero, como hemos visto, no es “usado o consumido” en sentido físico; por el contrario, es utilizado para ser intercambiado por otros bienes y para permanecer a la espera de tales intercambios futuros. En resumen, el dinero no es “usado , no se consume” sino que es transferido de una persona a otra.

En semejante situación, la conveniencia conduce inevitablemente a la transferencia del recibo del depositario o almacenista en vez del oro físico como tal. Supongamos, por ejemplo, que Smith y Jones tienen ambos oro depositado en el mismo almacén. Jones vende a Smith un automóvil por 100 onzas de oro. Pueden recorrer el oneroso proceso de que Smith presente su recibo y traslade físicamente su oro a la oficina de Jones, para que éste haga luego el camino inverso y deposite de nuevo el oro. Pero elegirán sin duda un procedimiento mucho más cómodo: Smith simplemente le dará a Jones un recibo del depósito o almacén por 100 onzas de oro.

De esta forma, los recibos de dinero librados por los depositarios, almacenistas o custodios vienen a desempeñar paulatinamente la función de sustitutos del dinero. Cada vez menos transacciones conllevan el trasiego real de oro; en más y más casos se utilizan, en cambio, esos documentos que adquieren así la condición de títulos de propiedad del oro. Conforme va desarrollándose el mercado, aparecerán tres límites al desarrollo de este proceso de sustitución. Uno es la extensión con que la gente utiliza los servicios de esos almacenistas – llamados bancos – en vez de dinero efectivo. Claramente, si Jones por alguna razón, no quisiera utilizar los servicios de un banco, Smith tendría que transportar oro físico.  El segundo límite es la extensión de la clientela de cada banco. En otras palabras, cuantas más transacciones tengan lugar entre clientes de distintos bancos más oro deberá transportarse. Cuantos más intercambios se realicen entre clientes de un mismo banco menos será necesario transportar oro. Si Jones y Smith fueran clientes de distintos depositarios, el banco de Smith (o el propio Smith) tendrían que llevar el oro al banco de Jones. Tercero, la clientela ha de tener confianza en la seriedad de su respectivo banco. Si de repente se dan, por ejemplo, cuenta de que los empleados del banco tienen antecedentes penales, el banco perdería muy probablemente su negocio con rapidez. A este respecto, todos los depósitos, y, todos los negocios que descansan sobre la confianza, son iguales.

Conforme los bancos crecen y la confianza en ellos va desarrollándose, sus clientes pueden encontrar muchas veces más práctico renunciar a su derecho (a retirar el metal depositado) y entregar en cambio recibos extendidos sobre papel -llamados billetes de banco- y, mantener los títulos como cuentas abiertas en sus libros. En el ámbito monetario, se ha llamado a esto depósitos bancarios. En vez de transferir recibos, el cliente tiene derecho a disponer hasta un determinado importe registrado en los libros del banco; realiza intercambios dando una orden por escrito a su depositario para que transfiera a alguien una porción de su cuenta. Por tanto, en nuestro ejemplo, Smith ordenará al banco que en sus libros transfiera sus 100 onzas de oro de su cuenta a Jones. Esta orden escrita se denomina cheque.

Debe quedar claro que, económicamente, no hay ninguna diferencia entre un billete de banco y el depósito en un banco. Ambos son justificantes de la propiedad de oro almacenado; ambos son transmitidos de la misma forma como sustitutos del dinero, y la extensión de su uso se ve afectada por tres idénticos límites. El cliente puede elegir, según su conveniencia, si prefiere mantener su título en forma de billete o de depósito [1].

¿Ahora bien qué ha sucedido a la oferta de dinero a resultas de todas esas operaciones? Si se utilizan billetes de banco o depósitos bancarios como “sustitutos del dinero” ¿Significa esto que la oferta real de dinero en la economía ha aumentado aún a pesar de que la cantidad de oro disponible ha seguido siendo la misma? No, en absoluto puesto que los sustitutos del dinero no son mas que recibos del oro realmente depositado extendidos por quien lo ha recibido en depósito. Si Jones deposita 100 onzas de oro  en su almacén y le dan un recibo por ellas, puede utilizar ese recibo en el mercado como si fuera dinero, pero tan solo como algo que hace convenientemente las veces del oro pero que no implica un aumento alguno de éste. El oro en las cajas del banco ya no es entonces parte de la oferta real de dinero porque  se mantiene como reserva de los recibos, para que su dueño pueda pedirlo cuando lo desee. Un aumento o descenso en el uso de sustitutos del dinero, no produce entonces ningún cambio en la oferta de dinero. Solo la forma de la oferta ha cambiado, no el total. Por tanto la oferta de dinero para una comunidad puede empezar siendo de diez millones de onzas de oro. Entonces, seis millones pueden ser depositadas en los bancos, a cambio de billetes, de manera que la oferta efectiva sería ahora de: cuatro millones de onzas de oro más seis millones de onzas en billetes de papel respaldado por oro. La oferta total de dinero ha seguido siendo la misma.

Es curioso que mucha gente haya argumentado que sería imposible que los bancos pudieran ganar dinero si tuvieran que operar sobre la base de un “100 por cien de reservas” (estando siempre el oro representado por su recibo). Pero, no hay ningún verdadero problema, como con ningún otro tipo de almacenista. Prácticamente todos los almacenistas o depositarios conservan la totalidad de los bienes que reciben de sus clientes (reserva del 100%) como algo que se da por hecho. Es más, actuar de otro modo se consideraría fraude o robo. Obtienen sus beneficios de lo que cargan a sus clientes por sus servicios. Los bancos pueden cobrar sus servicios de la misma forma. Si se objeta que los clientes no pagarán los altos costes de sus servicios, eso significa que no hay gran demanda de servicios bancarios y que la utilización de sus servicios caerá hasta los niveles que los consumidores estimen que valen.

Llegamos ahora quizás al problema más espinoso con el que se encuentra el economista cuando se enfrenta al estudio del dinero: una evaluación del sistema de “reserva bancaria fraccionaria”. Hemos de hacer la pregunta: ¿Un mercado libre permitiría semejante sistema o sería proscrito como fraude? Es bien sabido que los bancos raramente han funcionado mucho tiempo sobre la base de un “100 por cien” de coeficiente de reservas. Como el dinero puede permanecer en el almacén durante largo tiempo, el banco se ve tentado a utilizar parte del dinero por su cuenta, como si fuera suyo – tentación que resulta también del hecho de que de ordinario a la gente no le importa que las monedas de oro que el almacenista les devuelva sean exactamente las que depositaron (por ser éstas fungibles). El banco se ve así tentado a utilizar el dinero ajeno para obtener una ganancia propia.

Si los bancos prestan directamente el oro, los recibos, por supuesto, están ahora parcialmente invalidados. Hay ahora algunos recibos no respaldados por oro; en resumen, el banco es efectivamente insolvente, ya que podría no poder atender sus obligaciones si le fueran exigidas. No podría devolverlo a sus clientes en el caso de que todos ellos así lo desearan.

Generalmente, los bancos, en vez de prestar directamente el oro, imprimen recibos en descubierto, pseudo-recibos  de depósito, recibos de depósito de oro que no tienen ni pueden tener en su poder. Y prestan esos recibos para obtener un beneficio. El efecto económico es claramente el mismo. Imprimen más recibos de depósito que oro tienen en sus cofres. Lo que ha hecho el banco es librar recibos de almacenamiento de oro que no representan nada, pero que se supone que representan 100 por cien de su valor facial en oro. Los pseudo-recibos reciben del mercado la misma confianza de la misma forma que los auténticos recibos, y así aumentan la oferta real de dinero del país. En el anterior ejemplo, si los bancos ahora emiten dos millones de onzas de falsos recibos, sin oro que los respalde, la oferta de dinero del país aumentará de diez a doce millones de onzas de oro – al menos, hasta que el engaño sea descubierto y corregido. Hay ahora, además de los cuatro millones de onzas de oro en manos del público, ocho millones de sustitutos de onzas de oro, de los que tan solo seis millones están cubiertos por oro.

La emisión de pseudo-recibos, al igual que la de moneda, es un ejemplo de inflación, que se estudiará más adelante. La inflación puede definirse como un aumento de la oferta de dinero de una economía que no consiste en un aumento de la cantidad de dinero-metal disponible. Los bancos que operan bajo un sistema de reserva fraccionaria son por ello instituciones inherentemente inflacionarias.

Quienes defienden a los bancos responden como sigue: los bancos funcionan sencillamente como otros negocios. Asumen riesgos. Hay que admitir que si todos sus depositantes solicitaran el reintegro de sus fondos, los bancos quebrarían, ya que los compromisos vencidos y exigibles excederían al valor del oro existente en sus cofres. Pero, los bancos simplemente corren el riesgo -usualmente justificado- de que no todo el mundo pida su oro. La gran diferencia, sin embargo, entre la “reserva fraccionaria” bancaria y los demás negocios es ésta: los demás comerciantes utilizan su propio dinero o capital de los accionistas y si toman dinero a crédito prometen pagar en una fecha futura, debiendo asegurarse de que tendrán suficiente dinero en la fecha de vencimiento futuro de su obligación. Si Smith toma prestadas 100 onzas de oro a devolver cierto año, se las arreglará para tener 100 onzas de oro disponibles en esa fecha futura. Pero el banco no está tomando dinero prestado de sus depositantes; no se compromete a pagar oro en una futura fecha cierta. En cambio, se obliga a pagar el recibo en oro en cualquier momento que le sea presentado, a la vista. En síntesis, el billete de banco o el  depósito no es un documento de reconocimiento de deuda, no es una deuda; es un recibo de depósito de una propiedad ajena. Más aún, cuando un comerciante toma dinero prestado o presta dinero, no está aumentado la oferta de dinero disponible. Los fondos prestados son fondos ahorrados, parte de la oferta existente de dinero que se transfiere del ahorrador-prestamista al prestatario. Las emisiones bancarias, en cambio, si que incrementan artificialmente la oferta de dinero ya que inyectan pseudo-recibos al mercado.

Entonces, un banco no está asumiendo el riesgo normal de un negocio. No organiza, como hacen todos los demás negocios, la estructura temporal de sus activos proporcionalmente a la de sus responsabilidades, esto es, para asegurarse de que tendrá bastante dinero, en las fechas de vencimiento, para pagar sus facturas. Por el contrario, la mayor parte de sus responsabilidades son instantáneas, pero sus activos no lo son. El banco crea dinero de la nada, y, a diferencia de cualquier otra persona, no tiene que adquirir dinero produciendo o vendiendo sus servicios. En pocas palabras, el banco está ya en bancarrota y lo está siempre, en todo momento; pero su situación de insolvencia solo se manifiesta cuando los clientes se vuelven recelosos y se precipitan a retirar sus fondos generando lo que se conoce como “pánico bancario”. Ningún otro negocio experimenta un fenómeno de ese tipo. Ningún otro negocio puede entrar en bancarrota de un día para otro simplemente porque sus clientes deciden recobrar la posesión de lo que es suyo. Ningún otro negocio crea nuevo dinero ficticio, que se evaporará cuando se cuente el que hay de verdad.

Los dramáticos efectos económicos del dinero en un sistema de reserva fraccionaria se examinarán en el próximo capítulo. Aquí concluimos con que, moralmente, esa forma de hacer banca no debería tener más derecho a existir en un mercado verdaderamente libre que cualquier otra forma de hurto encubierto. Es verdad que sobre el billete o el recibo de depósito no se indica que el almacenista tenga que garantizar que mantiene completo respaldo de oro disponible en todo momento. Pero el banco si que promete su canje a la vista, así que cuando emite cualesquiera falsos recibos, ya está cometiendo fraude, ya que se hace inmediatamente imposible para el banco cumplir sus compromisos y canjear todos sus billetes y depósitos [2]. Por consiguiente, se comete inmediatamente fraude cuando tiene lugar el acto de emitir pseudo-recibos. Solo se puede saber qué recibos en concreto son fraudulentos después de que un pánico bancario haya tenido lugar (ya que todos los recibos son iguales) y los de los últimos reclamantes se queden impagados [3].

Si se quiere proscribir el fraude en una sociedad libre, entonces la banca bajo coeficiente de reserva fraccionaria ha de seguir la misma suerte [4]. Pero supongamos que el fraude y la banca bajo reserva fraccionaria son permitidos y que tan solo se requiere a los bancos que cumplan su obligación de canjear oro a petición. Cualquier incumplimiento a la hora de hacerlo significaría la inmediata bancarrota. Ese sistema ha venido a ser conocido como “sistema de libertad bancaria” ¿Produciría (ese sistema) entonces un importante problema de fraude al permitirse la emisión de sustitutos del dinero que llevaran a la creación artificial de nuevo dinero? Mucha gente lo ha creído así y pensó que ese tipo de banca no regulada inflaría la oferta monetaria astronómicamente. Pero, por el contrario, lo cierto es que el sistema de libertad bancaria llevó a un sistema monetario mucho más sólido del que hoy tenemos.

Los bancos están sometidos a los mismos tres límites que hemos señalado antes, y lo estarán más bien rigurosamente. En primer lugar, la expansión de cada banco está limitada por la pérdida de oro a favor de otro banco. Un banco solo puede expandir el dinero, dentro de los límites de su propia clientela. Supongamos, por ejemplo, que el Banco A, con 10.000 onzas de oro depositadas, emite ahora 2.000 onzas en falsos recibos de oro depositado y los presta a varias empresas o los invierte en valores de renta fija. Los prestatarios o emisores de los títulos de renta fija, gastarán el dinero recién creado en distintos bienes y servicios. Eventualmente, el dinero que se ha puesto en circulación llegará a un propietario que es cliente de otro banco, B.

Llegados a ese punto, el Banco B pedirá al banco A que le canjee sus recibos en oro, de forma que el oro pueda ser transmitido a los cofres del Banco B. Claramente, cuanto más extensa sea la clientela de cada banco, y más clientes comercien unos con otros, más margen tendrá cada banco para expandir su crédito y la oferta monetaria. Si la clientela del banco es poco numerosa, poco tiempo después de emitir el dinero que ha creado, se le pedirá que lo canjee y, como hemos visto, no dispone con qué canjear más allá de una parte de sus obligaciones. Luego si quiere alejar la amenaza de bancarrota, cuanto más pequeña sea la clientela del banco, mayor será la cantidad de oro que tendrá que mantener como reserva, y menos podrá expandirse. Si hay un banco en cada país, habrá mucho más margen para la expansión que si existe un banco cada dos personas en la comunidad. A igualdad de circunstancias, entonces, cuantos más bancos haya y más pequeños sean, más “robusta” -y mejor- será la oferta monetaria. Del mismo modo, la clientela de un banco también estará limitada por quienes no lo utilizan en absoluto. Cuanta más gente utilice oro en vez de dinero bancario, menos margen habrá para la inflación bancaria.

Supongamos, sin embargo, que los bancos forman un cartel y se ponen de acuerdo en pagar los recibos de cada uno de los demás bancos y en no solicitar que sean canjeados. Y supongamos además que el dinero bancario tiene un uso generalizado ¿Seguiría habiendo límites a la expansión bancaria? Si, quedaría el límite de la confianza de la clientela en los bancos.  Conforme el crédito bancario y la oferta monetaria se expanden más y más, cada vez más clientes de preocuparán por la reducción de la fracción de reserva. Y, en una sociedad verdaderamente libre, quienes conocen la verdad acerca de la real insolvencia del sistema bancario podrán constituir alianzas de oposición para encarecer a los clientes a que retiren su dinero antes de que sea demasiado tarde. En síntesis, las alianzas formadas para evitar pánicos bancarios o el riesgo de que tales grupos de oposición lleguen a formarse, permitirá detener y revertir el proceso de expansión monetaria.

Ninguna de estas discusiones va dirigida a impedir la práctica del crédito, que tiene una importante y vital función en un mercado libre. En una transacción crediticia, quien posee dinero (un bien útil en el momento presente) lo presta a alguien que deberá devolvérselo en cierta fecha futura (es decir, lo cambia por un bien futuro) y el interés percibido refleja la mayor valoración que los bienes presentes reciben en el mercado en comparación con los bienes futuros. Pero los billetes de banco o los justificantes de depósitos bancarios no son dinero prestado; son recibos de un almacenista que representan el derecho a reclamar la inmediata entrega de cierta cantidad de efectivo (del oro) de los cofres de un banco. El deudor se asegura pagar sus deudas a su vencimiento; el banquero en un sistema de reserva fraccionaria nunca puede pagar sino una pequeña porción de las obligaciones que le podrían exigir.

En el siguiente capítulo, volvemos al estudio de las varias formas de injerencia gubernamental en el sistema monetario -la mayor parte de ellas diseñadas no para reprimir el fraude sino, por el contrario, para suprimir los controles naturales contra el fraude y la inflación.

13.- Sumario

¿Qué hemos aprendido respecto del dinero en una sociedad libre? Hemos aprendido que en un mercado libre todo el dinero se ha creado, y debe crearse, libre y espontáneamente por la gente que es quien elige una mercancía, provista de una utilidad intrínseca, para utilizarla como medio para realizar intercambios. La unidad monetaria es sencillamente una unidad de peso de la mercancía utilizada como dinero que es usualmente un metal como el oro o la plata. En un entorno de libertad, la mercancía elegida como dinero, su forma y su peso, son el resultado de decisiones voluntarias de individuos libres. La acuñación privada, por consiguiente, es tan legítima y válida como cualquier otra actividad mercantil. El “precio” del dinero equivale al poder de compra en términos de bienes que permite adquirir en una economía y viene determinado por su disponibilidad, por su oferta, y por la demanda de dinero de cada individuo. Cualquier intento del gobierno dirigido a fijar su precio interferirá en el grado de satisfacción de la demanda de dinero que tiene la gente. Si la gente cree que es mejor usar más de un metal como dinero, la entre ellos en el mercado será determinada por su demanda y oferta relativas y tenderá a igualar las ratios de su respectivo poder de compra. Una vez haya suficiente metal disponible para que el mercado lo pueda adoptar como dinero, ningún aumento en su oferta disponible podrá mejorar su función monetaria. Así que un aumento en la oferta de dinero únicamente diluirá la efectividad de cada onza de dinero sin mejorar la economía. Aunque un stock incrementado de oro o plata satisface más necesidades no monetarias (ornamentales, propósitos industriales, etc …), las que el metal proporciona, y es, por consiguiente, socialmente útil. La inflación (un aumento en sustitutos del dinero no cubierto por un aumento correlativo del stock de metal) no es nunca socialmente útil, sino que se limita a beneficiar a un conjunto de individuos a costa de otros. La inflación, siendo una invasión fraudulenta de la propiedad privada, no tendría lugar en un mercado libre.

En suma, la libertad puede regir un sistema monetario tan espléndidamente como lo 0hace con el resto de la economía. Contrariamente a lo que estiman muchos tratadistas, no hay nada especial en el dinero que requiera de los extensivos dictados del gobierno. Aquí también los hombres hallarán en la libertad una más ágil y mejor satisfacción a todas sus necesidades económicas. En el dinero como en el resto de las actividades humanas, “la libertad es la madre, no la hija, del orden”.


[1] Una tercera forma de sustitutos del dinero serían las fichas para muy pequeñas cantidades. Son en realidad equivalentes a billetes de banco, pero “impresos”  sobre un soporte metálica en vez de papel.

[2] Véase Amasa Walker, The Science of Wealth, 3rd ed. (Boston: Little, Brown, 1867), pp. 139–41; y pp. 126–232 para una excelente discusión acerca del problema del dinero e reserva fraccionaria.

[3] Quizás un sistema libertario considerase a los “certificados generales de depósito” (que autorizan al almacenista o depositante a devolver cualquier bien homogéneo al depositario) como “certificados especiales de depósitos”, que, al igual que las cartas de embarque, los resguardos de prenda, los certificados de depósito portuario, etc … establecen la titularidad de ciertos objetos que están identificados por una marca. En el caso de los certificados generales de depósito, el almacenista se ve tentado a tratar los bienes como si fueran suyos en vez de como propiedades de sus clientes. Esto es precisamente lo que los bancos han estado haciendo. Véase Jevons, Money and the Medium of Exchange, pp. 207–12.

[4] El fraude consiste en robo encubierto ya que significa que un contrato no se ha cumplido después de haberse recibido el valor o prestación. En resumen, si A vende a B una caja etiquetada “Copos de avena” y resulta que contiene paja al abrirla, el fraude de A es, en realidad,  un robo de la propiedad de B. Del mismo modo, la emisión de recibos de almacenaje o depósito de bienes inexistentes, idénticos a los recibos genuinos, es fraude en la medida que quienes los tienen en su poder reclaman una propiedad que no existe.


Traducido del inglés por Juan Gamón Robres.

Print Friendly, PDF & Email