El contrato Yellow Dog [“contrato de perro amarillo”] es un tipo de contrato muy honorable. Dice que una de las condiciones para poder trabajar es que el trabajador renuncie a unirse a un sindicato. El contrato no es diferente, en principio, a que usted vaya a una fiesta en casa de una persona y el dueño de ésta le diga que ha de venir con un sombrero estrafalario, o que, no se alíe con una persona en concreto, un enemigo del propietario por ejemplo. Tanto en el caso de la empresa, como en el caso de la invitación, lo único que se “exige” es el derecho a la asociación. En efecto, se le dice “si quieres asociarte conmigo, has de hacer esto de esta forma”. Usted es perfectamente libre de negarse, pero entonces, la otra parte no se asociará con usted. Es decir, no le permitirá entrar en su casa, o no le dará empleo.
Pero, ¿se imagina que usted necesite un trabajo? ¿No sería “injusto” que el empresario no le constratase a menos que se rinda ante él en detrimento de sus derechos a la asociación para conseguir mejoras salariales y mejores condiciones de trabajo? No, esta situación no es más ilícita que si usted necesita ir a una fiesta, y odiando llevar un sombrero estrafalario, el anfitrión le insiste en que se lo ponga; o le exija no unirse con sus enemigos. Después de todo, es su casa.
Todos nosotros declaramos nuestro libre derecho de asociación a través de estas implícitas “amenazas”. Una esposa dice a su marido: “Si te dedicas a jugar con nuestro dinero, te dejo”. El marido le dice a la esposa: “si te dedicas a irte con otros hombres, me divorcio de ti”. El cliente le dice al vendedor, “si me das un producto de mala calidad, nunca más me vas a ver aquí”. El propietario de un restaurante le dice a los comensales: “si son incapaces de portarse bien, ya se pueden ir de aquí”.
La libre asociación es un elemento muy importante de la libertad. Si no tenemos el derecho a asociarnos con aquellos que nosotros (de forma mutua) elegimos, somos de hecho, y hasta cierto punto, esclavos. Lo único incorrecto de la esclavitud era que el esclavo no podía abandonar a su amo. El esclavo estaba forzado a “asociarse” con el dueño contra su voluntad.
El mismo principio mantiene el contrato Yellow Dog. Cuando se prohíbe, el empresario está obligado a asociarse con un sindicalista en potencia. Al forzar al empresario a que se asocie contra su voluntad estamos coaccionando a un hombre inocente. En esta situación se está violando el derecho a la libre asociación voluntaria.
El argumento para prohibirle la libertad al empresario es que, sin sindicatos, los salarios caerían en picado a algún nivel ínfimo determinado por la “generosidad” del mismo. Pero eso es totalmente falso. Los salarios, más bien, se determinan en base a la productividad (marginal del trabajo); y éste, a la vez proviene de la dura y exitosa labor que seamos capaces de hacer, y también, de la cantidad de cooperación y calidad del capital de equipamiento del que disponemos. Hasta que llegaron los sindicatos, a principios del S. XX, los salarios subieron significativamente en la industria (banca, seguros, niñeras, cortadores de césped) y en los países (Hong Kong, Singapur, Taiwán) donde la presencia sindical no existía. Los sindicatos llegaron a su cumbre hace unas décadas, y ahora hay un bajo porcentaje de sindicalistas en el sector privado. Durante esta marcada caída en el porcentaje de trabajadores “protegidos” por las organizaciones laborales, los salarios en Estados Unidos se han disparado.
Las organizaciones laborales son como la solitaria de la económica, infestan las empresas y se las van comiendo. No es por accidente que el conocido como “rust belt”[1], zona con más sindicatos de toda la nación, sea la región donde más empresas cierran del país cuando los sindicatos se disponen a chupar la sangre al empresario. No es ningún misterio que en el sur, la zona con menos sindicatos de todo el país, sea una de las áreas con mayor crecimiento. Las parasíticas organizaciones laborales en la cuenca minera también fueron responsables de la devastación económica del oeste de Virginia.
¿Son ilegítimos los sindicatos per se? No. Si todo a lo que se ciñesen fuese a abandonar masivamente al empresario si éste no cumple con las exigencias, los sindicatos no tendrían que ser prohibidos por ley. Pero de hecho, ni uno solo se comporta de esta forma. Lo que hacen es amenazar a las personas y a su propiedad, y no sólo del propietario sino también de los trabajadores, los llamados “esquiroles”, que intentan hacer crecer los salarios y condiciones laborales a banda del sindicato. Los sindicatos también favorecen las leyes laborales que obligan al empresario a llegar a acuerdos con ellos, cuando en realidad, lo que quiere el empresario es ignorar a esos trabajadores y contratar a los “esquiroles”.
El contrato Yellow Dog, además de salvaguardar los derechos de libre asociación de los empresarios y trabajadores, también sirve como remedio a los desórdenes económicos y violentos de los sindicatos contra la gente y contra su propiedad. Así pues: ¡larga vida al contrato Yellow Dog, volvámoslo a instaurar!
[1] Llaman los americanos “rust belt” a la zona industrial del noreste de Estados Unidos (entre Nueva York y Chicago) por su industria manufacturera. La traducción literal sería el “cinturón oxidado”. [N.T.].
Artículo publicado el 5 de septiembre de 2005. El artículo original se encuentra aquí. Traducido del inglés por Jorge Valín. [Fuente]