[De Reflections on America, 1984: An Orwell Symposium. Ed. Robert Mulvihill. Athens y Londres, University of Georgia Press, 1986]
En un reciente y conocido artículo, Norman Podhoretz ha intentado reclutar a George Orwell entre la filas de los entusiastas neoconservadores de la recién revitalizada guerra fría con la Unión Soviética.[1] Si Orwell estuviera vivo hoy esta distorsión verdaderamente “orwelliana” le proporcionaría una considerable diversión irónica. En mi opinión, la guerra fría, tal y como la llevaban a cabo las tres superpotencias de 1984 era la clave para su imposición con éxito de un régimen totalitario sobre sus súbditos. Todos sabemos que 1984 era un ataque brillante y mordaz a las tendencias totalitarias en la sociedad moderna y también está claro que Orwell se oponía fuertemente al comunismo y al régimen de la Unión Soviética. Pero el papel esencial de una guerra fría perpetua en la consolidación del totalitarismo en la “visión de pesadilla” del mundo por Orwell ha sido relativamente olvidada por escritores e intelectuales.
En 1984, hay tres superestados gigantes o bloques de naciones: Oceanía (dominada por Estados Unidos y que incluye al Imperio Británico y Latinoamérica), Eurasia (el continente euroasiático) y Estasia (China, sudeste de Asia y buena parte del Pacífico). Las superpotencias están siempre en guerra, en coaliciones y alineaciones contra las demás que van cambiando. La guerra se mantiene, por acuerdo entre las superpotencias, en la periferia de los bloques, de forma segura, ya que la guerra en sus territorios podría en realidad acabar con el mundo y con él su propio gobierno. La guerra perpetua pero falsa se mantiene viva por campañas inacabables de odio y temor contra el oscuro enemigo extranjero. El sistema de guerra perpetua se usa así por la élite gobernante en cada país para amarrar un gobierno colectivista totalitario sobre sus súbditos. Como escribió Harry Elmer Barnes, este sistema “solo podía funcionar si las masas se mantenían siempre enfervorecidas y excitadas y se impedía con eficacia que descubrieran que las guerras eran realmente mentira. Para conseguir este indispensable engaño al pueblo hace falta un tremendo desarrollo de propaganda, policía del pensamiento, reglamentación y terrorismo mental”. Y finalmente “cuando se hace imposible mantener a la gente en este grado de excitación en su odio a un grupo enemigo de naciones, la guerra se traslada a otro bloque y se planean y ponen en marcha nuevas campañas violentas de odio”.[2]
Desde el tiempo de Orwell hasta hoy, Estados Unidos ha cumplido su análisis o profecía dedicándose a campañas de incansable odio y temor a los soviéticos, incluyendo temas tan proclamados (posteriormente admitidos tranquilamente como incorrectos) como la “diferencia en misiles” y las “ventanas de vulnerabilidad”. Lo que Garet Garrett llamaba agudamente “un compuesto de jactancia y miedo” ha sido el distintivo del imperio estadounidenses, igual que el de otros imperios anteriores:[3] la curiosa combinación de jactancia y fanfarronería que insiste en que el poder militar del estado nación no puede subordinarse a nada en ningún campo, combinado con el repetido pánico acerca de las intenciones y acciones inminentes del “imperio del mal” que se ha calificado como enemigo. Es este tipo de miedo y jactancia el que hace a los estadounidenses orgullosos de su capacidad de “exterminar” a los rusos muchs veces y aun así aceptar con entusiasmo prácticamente todos y cada uno de los aumentos en el presupuesto militar para armas más poderosas de destrucción masiva. El senador Ralph Flanders (republicano, Vermont) reforzaba este proceso de gobierno por el miedo cuando decía durante la Guerra de Corea:
El miedo se siente y extiende mediante el Departamento de Defensa en el Pentágono. En parte, su expansión es a propósito. Ante lo que parecen ser enormes fuerzas armadas dirigidas contra nosotros, difícilmente podemos esperar que el Departamento de Defensa haga otra cosa que mantener a la gente en un estado de miedo de forma que esté preparada sin límites para proporcionar hombres y municiones.[4]
Esto se aplica no solo al Pentágono sino también a sus teóricos civiles, los hombres a los que Marcus Raskin, en un tiempo uno de ellos, ha calificado como “los intelectuales de la mega-muerte”. Así, Raskin apuntaba:
Su función más importante es justificar y extender la existencia de sus empleados. (…) Para justificar la continua producción a gran escala de estas bombas y misiles [termonucleares] los líderes militares e industriales necesitaban algún tipo de teoría para justificar su uso. (…) Esto se hizo particularmente urgente a finales de la década de 1950, cuando los miembros de la administración Eisenhower preocupados por la economía empezaron a preguntare por qué se estaba gastando tanto dinero, pensamiento y recursos en armas si su uso no podía justificarse. Y así empezó una serie de justificaciones de los “intelectuales de defensa” dentro y fuera delas universidades. (…) Las compras militares continuarán floreciendo y continuarán demostrando por qué debe ser así. En este aspecto no son distintos de la gran mayoría de los especialistas modernos que aceptan los supuesto de las organizaciones que los emplean, debido a las recompensas en dinero y poder y prestigio. (…) Saben bien que no han de cuestionar el derecho a existir de quienes les contrataron.[5]
Además de la fabricación de miedo y odio contra el enemigo primario, ha habido numerosos cambios orwellianos entre los chicos buenos y los chicos malos. Nuestros enemigos mortales en la Segunda Guerra Mundial, Alemania y Japón se consideran ahora chicos buenos principales, siendo el único problema la desgracia reticencia a tomar las armas contra los antiguos chicos buenos, la Unión Soviética. China, habiendo sido un chico bueno muy alabado bajo Chiang Kai-shek cuando luchaba contra el chico malo Japón, se convirtió en el peor de los chicos malos bajo el comunismo y de hecho la participación de Estados Unidos en las guerras de Corea y Vietnam fue en buena parte para contener el expansionismo de la China comunista, que se suponía que era un chico incluso peor que la Unión Soviética. Pero ahora todo eso ha cambiado y la China comunista es ahora el virtual aliado de Estados Unidos contra el principal enemigo en el Kremlin.
Junto con otras instituciones de la guerra fría permanente, la neolengua orwelliana se ha desarrollado profusamente. Todo gobierno, no importa lo despótico que sean que esté dispuesto a unirse a la cruzada anti-soviética se califica de defensor del “mundo libre”. La tortura cometida por regímenes “totalitarios” es malvada; la tortura realizada por regímenes que son meramente “autoritarios” es casi benigna. Aunque el Departamento de Guerra no se ha transformado aún en el Departamento de Paz, se convirtió al principio de la guerra fría en Departamento de Defensa y el presidente Reagan casi ha completado la transformación por el toque netamente orwelliano de llamar al misil MX “el Pacificador”.
Ya en la década de 1950 un publicista inglés observaba que “la principal opinión de Orwell de que la ‘guerra fría’ es ahora una característica esencial de la vida normal se está verificando cada día cada vez más. Nadie cree realmente en un ‘acuerdo de paz’ con los soviéticos y mucha gente en puestos de poder considera esa perspectivo con visible temor”. Añadía que “una guerra es la única base para el pleno empleo”.[6]
Y Harry Barnes apuntaba que “las ventajas de la guerra fría al potenciar la economía, evitar una depresión y mantener cargos políticos después de 1945 fueron rápidamente reconocidos tanto por políticos como por economistas”.
El análisis más reciente de 1984 de Orwell en términos de guerra fría permanente estaba en U.S. News and World Report, en su número de principios del año 1984:
No ha ocurrido ningún holocausto nuclear sino que el concepto del conflicto local perpetuo de Orwell s ha confirmado. Han estallado guerras cada año desde 1945, costando más de 30 millones de vidas. El Departamento de Defensa informa de que hay actualmente 40 guerras que implican a un cuarto de las naciones del mundo, desde El Salvador a Camboya, Líbano y Afganistán.
Igual que la guerra constante de 1984, estos conflictos de posguerra se produjeron no dentro de las fronteras de las superpotencias sino en lugares lejanos como Corea y Vietnam. Al contrario que las superpotencias ficticias de Orwell, Washington y Moscú no siempre son capaces de controlar los acontecimientos y se ven arrastrados a guerras locales como el actual conflicto de Oriente Medio intensificando el riesgo de una confrontación entre superpotencias y el uso de armamento nuclear.[7]
Pero la mayoría de estudiosos de Orwell ha ignorado el apoyo crítico de una guerra fría permanente para el totalitarismo en el libro. Así, en una recientemente publicada recopilación de ensayos investigadores sobre Orwell, apenas hay alguna mención al militarismo o la guerra.[8]
Por el contrario, uno de los pocos estudiosos que ha reconocido la importancia de la guerra en 1984 de Orwell fue el crítico marxista Raymond Williams. Al exponer la naturaleza evidentemente anti-soviética del pensamiento de Orwell, Williams apuntaba que Orwell descubrió la característica básica del existente mundo de dos o tres superpotencias, el “colectivismo oligárquico”, como lo calificaba James Burnham, en su Managerial Revolution (1940), un libro que tuvo un impacto profundo, pero ambivalente en Orwell. Como dice Williams:
La visión del poder político de Orwell está asimismo cerca de ser convincente. La transformación de “aliados” oficiales en “enemigos” se ha producido casi abiertamente, en una generación después de que escribiera. Su idea de un mundo dividido en tres bloques (Oceanía, Eurasia y Estasia, de los cuales dos están siembre en guerra con el otro aunque cambien las alianzas) está también demasiado cercana como para resultar cómoda. Y hay veces en que uno puede creer que lo que “se ha llamado Inglaterra o Gran Bretaña” se ha convertido sencillamente en Franja Aérea 1.[9]
Una generación antes, John Atkins había escrito que Orwell había “descubierto esta concepción del futuro político en Managerial Revolution, de James Burnham”. En concreto, “hay un estado de guerra permanente pero es un conflicto de objetivos limitados entre combatientes que no pueden destruirse entre sí. La guerra no puede decidirse. (…) Como ninguno de los estados queda cerca de conquistar a los demás, la guerra se deteriora hasta ser una serie de escaramuzas. (…) Los protagonistas almacenan bombas atómicas”.[10]
Para establecer lo que podríamos llamar esta interpretación “revisionista” de 1984 debemos apuntar antes que el libro no era, como se interpreta popularmente, una profecía del futuro tanto como un retrato realista de las tendencias políticas existentes. Así, Jeffrey Meyers apunta que 1984 era menos una “visión de pesadilla” (famosa expresión de Irving Howe) del futuro, que “un retrato muy concreto y naturalista del presente y el pasado”, una “síntesis y redisposición realista de materiales familiares”. Y repite que “las declaraciones [de Orwell] acerca de 1984 revelan que la novela, aunque ambientada en un momento futuro, es realista en lugar de fantástica e intensifica deliberadamente la realidad del presente”. En concreto, según Meyers, 1984 no era “el totalitarismo después de su triunfo mundial”, como en la interpretación de Howe, sino más bien “el muy real aunque poco familiar terrorismo de la Alemania nazi y la Rusia estalinista traspuesto al paisaje del Londres en 1941-44”.[11] Y no solo la obra de Burnham, sino la realidad de la Conferencia de Teherán de 1943 dieron a Orwell la idea de un mundo gobernado por tres superestados totalitarios.
Bernard Crick, el principal biógrafo de Orwell, apunta que los reseñadores ingleses de 1984 captaron de inmediato que la novela se suponía que era una intensificación de las tendencias actuales en lugar de una profecía del futuro. Crick señala que estos reseñadores se dieron cuenta de que Orwell no había “escrito una fantasía utópica o anti-utópica (…) sino sencillamente había extendido ciertas tendencias discernibles de 1948 a 1984”.[12] De hecho, el mismo año 1984 era simplemente la trasposición del año presente, 1948. El amigo de Orwell, Julian Symons, escribió que la sociedad de 1984 se suponía que era el “futuro cercano” y que todas las tristes invenciones de los gobernantes “eran solo extensiones de las cosas de la guerra ‘ordinaria’ y la posguerra”. Podríamos también apuntar que la terrible Habitación 101 en 1984 tenía el mismo número que la sala en la que había trabajado Orwell en Londres durante la Segunda Guerra Mundial como propagandista británico de guerra.
Pero dejemos que Orwell hable por sí mismo. Orwell estaba consternado por muchas reseñas estadounidenses del libro, especialmente en Time y Life, que, contrariamente a las británicas, veían 1984 como la renuncia del autor a sus larga devoción por el socialismo democrático. Incluso su propio editor, Frederic Warburg, interpretaba el libro de la misma manera. Esta respuesta motivó a Orwell, enfermo terminal en un hospital, a emitir un rechazo. Pergeñó una declaración para Warburg quien, con notas detalladas, emitió una declaración de prensa en nombre de Orwell. Primero, Orwell apuntaba que, frente a muchas reseñas, 1984 no era una profecía, sino un análisis de lo que podía acaecer, basándose en las actuales tendencias políticas. Orwell añadía después: “En concreto, el peligro reside en la estructura impuesta a las comunidades socialista y capitalista liberal por la necesidad de prepararse para una guerra total con la URSS y las nuevas armas, de las cuales por supuesto la bomba atómica es la más poderosa y la más divulgada. Pero el peligro también reside en la aceptación de la visión totalitaria de intelectuales de todos los colores”. Después de hacer sus previsiones de varios superestados mundiales, especialmente el mundo anglo-americano (Oceanía) y una Eurasia dominada por los soviéticos, Orwell continuaba:
Si estos dos grandes bloques se alinean como enemigos mortales es evidente que los anglo-americanos no tomarán el nombre de sus oponentes. (…) El nombre sugerido en 1984 es por supuesto Ingsoc, pero en la práctica hay un amplio abanico de alternativas. En EEUU, la expresión “americano” o “100% americano” es apropiada y el adjetivo calificativo es tan totalitario como cualquiera pudiera desear.[13]
No podemos estar más alejados del mundo de Norman Podhoretz. Aunque Orwell sea definitivamente anticomunista y anticolectivista, su visión del totalitarismo puede venir y viene bajo muchos disfraces y formas y el fundamento de su mundo totalitario de pesadilla es una guerra fría perpetua que sigue luciendo el horror del armamento atómico moderno.
Poco después de que se lanzara la bomba atómica en Japón, George Orwell prefiguraba su mundo en 1984 en un análisis incisivo e importante del nuevo fenómeno. En una ensayo titulado “La bomba atómica y tú”, apuntaba que cuando las armas son caras (como lo es la bomba A), la política tiende a convertirse en despótica, con el poder concentrado en las manos de unos pocos gobernantes. Por el contrario, cuando las armas son sencillas y baratas (como pasaba con el mosquete o el rifle, por ejemplo), el poder tiende a estar descentralizado. Después de señalar que se pensaba que Rusia era capaz de fabricar una bomba A en cinco años (es decir, para 1950), Orwell escribe sobre la “perspectiva” de entonces “de dos o tres superestados monstruosos, cada uno en posesión de un arma con la que puede exterminarse a millones de personas en pocos segundos, dividiendo el mundo entre ellos”. Se supone generalmente, advertía, que el resultado sería otra gran guerra, una guerra que esta vez acabaría con la civilización. ¿Pero no es más probable, añadía, “que las naciones supervivientes llegaran a un acuerdo tácito de no usar nunca la bomba entre ellas? ¿Suponer que solo la usarían o amenazarían con usarla con pueblos incapaces de responder?”
Volviendo a su tema favorito, en este periodo, de la visión del mundo de Burnham en The Managerial Revolution, Orwell declara que el retrato geográfico del nuevo mundo de Burnham ha resultado ser correcto. Es cada vez más evidente que la superficie de la tierra se está aglutinando en tres grandes imperios, cada uno autosuficiente y libre de contacto con el mundo exterior y cada uno gobernado, bajo un disfraz u otro, por una oligarquía autoelegida. El regateo sobre dónde van a establecerse las fronteras sigue en marcha y continuará durante algunos años.
Orwell continúa sombríamente:
La bomba atómica puede completar el proceso robando a las clases y pueblos explotados todo poder de revuelta y al mismo tiempo poniendo a los poseedores de la bomba en una situación de igualdad. Incapaces de conquistarse entre sí probablemente continúen gobernando el mundo entre ellos y es difícil ver cómo puede verse afectado el balance, salvo por cambios demográficos lentos e impredecibles.
En resumen, la bomba atómica probablemente “podría el fin a las guerras a gran escala con el coste de prolongar ‘una paz que no es paz’”. La deriva del mundo no sería hacia la anarquía, como pensaba H.G. Wells, sino hacia “horribles y estables (…) imperios esclavos”.[14]
Más de un año después, Orwell volvía a su pesimista análisis de guerra fría perpetua del mundo de posguerra. Mofándose de reportajes optimistas en prensa de que los estadounidenses “estarán de acuerdo con la inspección de armamentos”, Orwell apunta que “en otra página del mismo periódico hay reportajes sobre los acontecimientos en Grecia que equivalen a un estado de guerra entre dos los grupos de poder que están siendo tan amistosos en Nueva York”. Hay dos axiomas, añadía, que gobiernan los asuntos internacionales. Uno es que “no puede haber paz sin una renuncia general a la soberanía” y otro que “ningún país capaz de defender su soberanía renuncia nunca a ella”. El resultado sería que falta de paz, una continua carrera de armamentos, pero no una guerra abierta.[15]
Orwell completa su repetida lucha con las obras de James Burnham en su reseña de The Struggle for the World (1947). Orwell apunta que la llegada de las armas atómicas ha llevado a Burnham a abandonar a su visión del mundo de tres superpoderes idénticos y también a deshacerse de su pose dura de su libertad del valor. Por el contrario, Burnham está en la práctica reclamando una guerra preventiva inmediata contra Rusia”, que se ha convertido en el enemigo colectivista, un ataque preventivo a lanzar antes de que Rusia adquiera la bomba atómica.
Aunque Orwell se vea fugazmente tentado por el aproximación apocalíptica de Burnham y afirme que el dominio de Gran Bretaña por Estados Unidos es preferible al dominio por Rusia, resulta muy crítico en su explicación. Después de todo, escribe Orwell,
El régimen ruso puede hacerse más liberal y menos peligroso en una generación. (…) Por supuesto, esto no ocurriría con el consentimiento de la camarilla gobernante, pero puede pensarse que la mecánica de la situación pueda producirlo. La otra posibilidad es que las grandes potencias sencillamente tengan tanto miedo por los efectos de las armas atómicas como para hacer nunca uso de ellas. Pero eso sería muy aburrido para Burnham. Todo debe ocurrir repentina y completamente.[16]
El último ensayo importante de George Orwell sobre asuntos del mundo se publicó en Partisan Review en el verano de 1947. Allí reafirmaba su adhesión al socialismo, pero concedía que las posibilidades de que triunfara estaban en contra. Añadía que había tres posibilidades futuras para el mundo. Una (que, como había advertido unos meses antes, era la nuevo solución de Burnham) era que Estados Unidos lanzara un ataque atómico a Rusia antes de que Rusia desarrollara la bomba. Aquí Orwell estaba más firmemente en contra a este programa de lo que había estado nunca. Pues aunque Rusia fuera aniquilada, un ataque preventivo solo llevaría a la creación de nuevos imperios, rivalidades, guerras y uso de armas atómicas. En cualquier caso, la primera posibilidad no era probable. La segunda posibilidad, declaraba Orwell, era que la guerra fría continuara hasta que Rusia consiguiera la bomba, momento en que tendrían lugar la guerra mundial y la destrucción de la civilización. Orwell tampoco consideraba muy probable esta posibilidad. La tercera, y más probable, posibilidad es la vieja visión de una guerra fría perpetua entre bloques de superpotencias. En este mundo,
El miedo inspirado por la bomba atómica y otras armas por venir será tan grande que todos evitarán utilizarlas. (…) Significaría la división del mundo entre dos o tres vastos super-estados, incapaces de conquistarse unos a otros e incapaces de ser derrocados por ninguna rebelión interna. Con toda probabilidad, su estructura sería jerárquica, con una casta semi-divina en lo alto y una abierta esclavitud en el fondo y la aplastante falta de libertad excedería a todo lo que ya haya visto el mundo. Dentro de cada estado, se mantendría la necesaria atmósfera psicológica con un completo apartamiento del mundo exterior y una continua falsa guerra contra estados rivales. Una civilización de este tipo podría permanecer estática durante miles de años.[17]
Orwell (tal vez, como Burnham, ahora interesado por soluciones rápidas y completas) considera a esta última posibilidad como la peor.
Debería estar claro que George Orwell estaba horrorizado por los que consideraba que era la tendencia dominante del mundo de posguerra: el totalitarismo basado en una guerra fría perpetua pero periférica con alianzas cambiantes de varios bloques de superestados. Sus soluciones positivas a este problema eran irregulares e incoherentes: en Partisan Review reclamaba melancólicamente unos Estados Unidos Socialistas de Europa Occidental como única vía de salida, pero está claro que tenía pocas esperanzas en esa evolución. Su principal problema era uno que afectaba a todos los socialistas democráticos de esa época: una tensión entre su anticomunismo y su oposición a las guerras imperialistas, o al menos entre estados. Y así a veces Orwell se veía tentado por la solución apocalíptica de una guerra atómica preventiva, como le pasó incluso a Bertrand Russell en el mismo periodo. En otro artículo inédito, “In Defense of Comrade Zilliacus”, escrito en algún momento cerca del final de 1947, Orwell, amargamente opuesto a la que consideraba creciente actitud procomunista de su propia revista laborista, el Tribune, se acercó más que nunca a la defensa de la guerra fría denunciando el centralismo y afirmando que su esperanza de unos Estados Unidos Socialistas del Europa debería basarse en el respaldo de los Estados Unidos de América. Pero a pesar de estas aberraciones, el impulso dominante en el pensamiento de Orwell durante el periodo de posguerra, ciertamente reflejado en 194, fue el horror a una tendencia hacia una guerra fría perpetua como trasfondo de un totalitarismo en todo el mundo. Y su esperanza de que el régimen ruso acabara suavizándose, aunque también intermitentemente, aún va codo con codo con sus inclinaciones más apocalípticas.
[1] Norman Podhoretz, “If Orwell Were Alive Today”, Harper’s, Enero de 1983, pp. 30-37. [2] Harry Elmer Barnes, “How ‘Nineteen Eighty-Four’ Trends Threaten American Peace, Freedom, and Prosperity”, en Revisionism: A Key to Peace and Other Esays (San Francisco: Cato Institute, 1980), pp. 142-143. Ver también Barnes, An Intellectual and Cultural History of the Western World, 3ª ed. rev., 3 vols. (Nueva York: Dover, 1965), 3: 1324-1332 y Murray N. Rothbard, “Harry Elmer Barnes as Revisionist of the Cold War”, en Harry Elmer Barnes, Learned Crusader, ed. A. Goddard (Colorado Springs: Ralph Myles, 1968). pp. 314-338. Para un análisis similar, ver F.J.P. Veal[e] Advance to Barbarism (Appleton, Wis.: C.C. Nelson, 1953), pp. 266-284. [3] Garet Garrett, The People’s Pottage (Caldwell, Idaho: Caxton Printers, 1953), pp. 154-157. [4] Citado en Garrett, The People’s Pottage, p. 154. [5] Marcus Raskin, “The Megadeath Intellectuals”, New York Review of Books, 14 de noviembre de 1963, pp. 6-7. Ver también Martin Nicolaus, “The Professor, the Policeman and the Peasant”, Viet-Report, Junio-Julio 1966, pp. 15-19 y Fred Kaplan, The Wizards of Armageddon (Nueva York: Simon and Schuster, 1983). [6] Barnes, “‘Nineteen Eighty-Four’ Trends”, p. 176. [7] U.S. News and World Report, 26 de diciembre de 1983, pp. 86-87. [8] Irving Howe, ed., 1984 Revisited: Totalitarianism in Our Century (Nueva York: Harper and Row, Perennial Library, 1983). Hay un referencia de pasada en el ensayo de Robert Nisbet y unas pocas referencias en el artículo de Luther Carpenter sobre la recepción dada a 1984 por sus alumnos en una universidad de Staten Island (pp. 180, 82). [9] Raymond Williams. George Orwell (Nueva York: Columbia University Press, 1971), p. 76. [10] John Atkins, George Orwell (Londres: Caldor and Boyars, 1954), pp. 237-238. [11] Jeffrey Meyers, A Reader’s Guide to George Orwell (Londres: Thames and Hudson, 1975), pp. 144-145. Asimismo, “Lejos de ser un retrato del totalitarismo del futuro, 1984 es, en innumerables detalles, un retrato realista del totalitarismo del presente” (Richard J. Voorhees, The Paradox of George Orwell, Purdue University Studies, 1961, pp. 85-87). [12] Bernard Crick, George Orwell: A Life (Londres: Seeker and Warburg, 1981), p. 393. Ver también p. 397. [13] George Orwell, The Collected Essays, Journalism and Letters of George Orwell, ed. Sonia Orwell and Ian Angus, 4 vols. (Nueva York: Harcourt Brace Jovanovich, 1968), 4:504 (a partir de aquí, citado como CEJL). Ver también Crick, George Orwell, pp. 393-395. [14] George Orwell, “You and the Atom Bomb”, Tribune, 19 de octubre de 1945, reimpreso en CEJL, 4:8-10. [15] George Orwell, “As I Please”, Tribune, 13 de diciembre de 1946, reimpreso en CEJL, 4:255. [16] George Orwell, “Burnham’s View of the Contemporary World Struggle”, New Leader (Nueva York), 29 de marzo de 1947, reimpreso en CEJL, 4:325. [17] George Orwell. “Toward European Unity”, Partisan Review Julio-agosto de 1947, reimpreso en CEJL, 4:370-375.
Publicado el 12 de julio de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.