[Extraído de The Great Deformation: The Corruption of Capitalism in America. Publicado por PublicAffairs]
De cuando el profesor Friedman abrió la caja de Pandora: La operación del mercado abierto
Al acabar el día, Friedman echaba por la borda el patrón oro por una notable razón estatista. Igual que Keynes, le afligía la ambición del economista de prescribir la vía hacia una mayor renta y prosperidad nacional y las herramientas y recetas intervencionistas que las conseguirían. La única diferencia era que Keynes es original y principalmente un fiscalista, mientras que Friedman había aprovechado las operaciones del mercado abierto por el banco central como la vía para optimizar la demanda agregada y la renta nacional.
Hay grandes y múltiples paradojas en esa postura. Ponía al banco central en el negocio proactivo y moralmente sancionado de comprar la deuda pública en la dirección de sus operaciones de mercado abierto. Friedman, por supuesto, decía que el Comité Federal de Mercados Abiertos (FMOC, por sus siglas en inglés) debería comprar bonos y títulos a un tipo no mayor del 3% anual, pero ese límite era un débil junco.
De hecho, no puede negarse que fue el profesor Friedman, el azote del Gran Gobierno, el que mostró el camino a los banqueros centrales republicanos para fomentar esa misma cosa. Bajo sus auspicios, la Fed enseguida se estaba atracando de emisiones de deuda del Tesoro, aliviando así la molestia de financiar más gobierno con más impuestos.
Friedman dijo también que la democracia prosperaría mejor bajo un régimen de mercados libres y tenía toda la razón. Pero su herramienta preferida para la promoción de la prosperidad, la gestión de la Fed de la oferta monetaria, era mucho más anti-democrática que los métodos de Keynes. El activismo político fiscal estaba al menos sujeto a deliberaciones del legislativo y, en cierto sentido vago, a revisión electoral por la ciudadanía.
Por el contrario, el FOMC de doce miembros es lo más cercano a un Politburó no elegido que puede conseguirse bajo un gobierno estadounidense. A su debido tiempo, el FOMC se alinearía directamente en el bando de los deudores, propietarios inmobiliarios y especuladores financieros apalancados y contra ahorradores, asalariados y empresarios financiados con acciones (estos últimos no podían recurrir sus acciones políticas).
La consecuencia más indecorosa del estatismo oculto implícito en las teorías monetarias de Friedman es sin embargo que le ponían directamente en oposición a la visión de los fundadores de la Fed. Como se ha visto, Carter Glass y el profesor Willis asignaron al Sistema de la Reserva Federal la humilde misión de hacer líquido de manera pasiva el buen colateral de los bancos comerciales cuando lo presentaran.
Por consiguiente, la diferencia entre un “banco de banqueros” que gestiona un servicio de ventanilla de descuento y un banco central dedicado a continuas operaciones de mercado abierto resultaba fundamental y monumental, no meramente una cuestión de técnica. Al facilitar una mejor alineación de la liquidez entre el activo y el pasivo de los balances de los bancos de depósitos de reserva fraccionaria, los “bancos de reserva” originales de la ley de 1913 mejoraban, supuestamente la eficacia, estabilidad y utilización bancaria de las reservas de todo el sistema.
Pero cualquier impacto de estas operaciones de ventanilla de descuento en todo el sistema de agregados bancarios del dinero y del crédito, especialmente si el tipo de préstamo se establecía apropiadamente con una diferencia penalizadora por encima del tipo de interés del mercado libre, habría sido puramente incidental y derivado, no el objeto de una política. Evidentemente, ese sistema de descuento basado en ventanilla no podría tener ninguna pretensión en absoluto de gestionar agregados macroeconómicos como producción, gasto y empleo.
En resumen, bajo el modelo original de la ventanilla de descuento, el empleo nacional, los precios de producción y el PIB eran un resultado de abajo arriba del mercado libre, no un artefacto de política de estado. Por el contrario, las operaciones del mercado abierto llevaban inherentemente a la planificación económica nacional y a apuntar al PIB y otros agregados macroeconómicos. La verdad es que no hay otra razón para controlar el M1 que dirigir demanda, producción y empleo desde Washington.
¿Por qué el profesor libertario, que era tan hostil a todos los proyectos y obras del gobierno, quiso dar poder a lo que incluso él podía haber reconocido como un incipiente politburó monetario con poderes tan vastos para planificar y dirigir la economía nacional, aunque fuera por medio de la dirección remota y aparentemente desapercibida del M1? Solo hay una respuesta: Friedman entendió completamente mal la Gran Depresión y concluyó erróneamente que una estimación indebida de las reglas del patrón oro por la Fed durante 1929-1933 había llevado a no realizar compras agresivas en el mercado abierto de deuda pública y por tanto a evitar el profundo deslizamiento del M1 durante los cuarenta y cinco meses posteriores al crash.
Aun así, las evidencias históricas no dejan lugar a dudas: no hubo escasez de liquidez ni fracaso de la Fed en hacer su trabajo como banco de banqueros. De hecho, los seis mil bancos miembros del Sistema de la Reserva Federal no hicieron un gran uso de la ventanilla de descuento durante este periodo y a ninguno que presentara un buen colateral se le negó el acceso a reservas prestadas. Por consiguiente, los bancos comerciales no estuvieron en absoluto limitados en su capacidad de hacer préstamos o generar depósitos a la vista (M1).
Pero desde la noble percha de su biblioteca en la Universidad de Chicago tres décadas después, el profesor Friedman determinó que el sistema bancario debería haber sido inundado con nuevas reservas, en todo caso. Y este edicto académico post-facto iba directamente al corazón del asunto de las operaciones en el mercado abierto.
La ventanilla del descuento era el mecanismo por el que los banqueros del mundo real introducían nuevas reservas en el sistema para acomodar una expansión de préstamos y depósitos. Por el contrario, las compras en el mercado abierto eran el mecanismo por el que los incipientes planificadores centrales en la Fed forzaban reservas en el sistema bancario, lo quisieran o no los bancos miembros.
Así que Friedman se alineó con los planificadores centrales, sosteniendo que el mercado del momento se equivocaba y que miles de bancos que ya tenían reservas extraordinarias deberían haber recibido más dosis y aún más reservas, hasta que empezaran a prestar y crear depósitos de acuerdo con los dictados del evangelio monetarista. No hace falta decir que los datos históricos demuestran que esta postura era esencialmente ridícula y que el ejercicio del mundo real en exactamente este tipo de maniobra de inundación de reservas bancarias realizada por la Fed de Bernanke cuarenta años después ha sido un completo fracaso, un caso monumental de “empujar una cuerda”.
La crítica errónea de Friedman de la Fed de la época de la Depresión abrió la puerta a la planificación monetaria centralizada
La verdad histórica es que la misión esencial de la Fed de esa época, redescontar papel bancario, se había llevado a cao coherente, eficaz y completamente por los doce bancos de la Reserva Federal durante los cruciales cuarenta y cinco meses entre el crash de la bolsa de octubre de 1929 y la toma de posesión de FDR en marzo de 1933. Y la documentada falta de demanda de los bancos miembros de préstamos en la ventanilla de descuento no se debió a que la Fed hubiera cobrado un tipo de interés sancionadoramente alto. De hecho, el tipo de descuento de la Fed se había estado rebajando progresivamente del 6% antes del crash hasta el 2,5% a principios de 1933.
Más en concreto, las “reservas extraordinarias” en el sistema bancario crecieron drásticamente durante este periodo de cuarenta y cinco meses, lo que significa precisamente lo contrario que una severidad monetaria. Antes del crash de la bolsa, en septiembre de 1929, las reservas extraordinarias en el sistema bancario eran de 35 millones de dólares, pero luego aumentaron a 100 millones en enero de 1931 y acabaron en 525 millones en enero de 1933.
En resumen, la multiplicación por diez de las reservas extraordinarios (es decir, ociosas) en el sistema bancario fue una prueba dramática de que el sistema bancario no estaba sediento de liquidez, sino que estaba lleno de ella. La única misión que la Fed no consiguió llevar a cabo es una que el profesor Friedman le asignó treinta años después, es decir, mantener un nivel arbitrario de M1 obligando a reservas en el sistema bancario por medio de compras de deuda del Tío Sam en el mercado abierto.
Tal y como ocurrió, la oferta monetaria (M1) cayó en torno al 23% durante el mismo periodo de cuarenta y cinco meses en el las reservas extraordinarias se multiplicaron por diez. Desde el punto de vista técnico, esto significaba que el multiplicador monetario se había desplomado. Sin embargo, como se ha visto, la gran caída en depósitos de cuenta corriente (la mayor parte del M1) no representaba una restricción en dinero. Era simplemente el resultado aritmético de la disminución en casi un 50% de la contabilidad de los préstamos comerciales durante ese periodo.
Como se ha detallado antes, esta extensa liquidación de mala deuda era una corrección inevitable y sana de la anterior burbuja de deuda. De hecho, los préstamos bancarios en vigor habían crecido a un ritmo frenético durante los quince años anteriores, casi triplicándose de 14.000 millones de dólares a 42.000 millones. Como en casi todos loa auges alimentados con crédito, la enorme expansión del préstamo durante la Gran Guerra y los felices veinte dejaron a los bancos llenos de malos préstamos que ya no podían refinanciarse cuando la música se detuvo en octubre de 1929.
Por consiguiente, durante la resaca del crash se liquidaron más de 20.000 millones de dólares en préstamos bancarios, incluyendo miles de millones en fallidos debidos a quiebras y cierres empresariales. Como se ha explicado antes, casi la mitad de la contracción en los préstamos fue atribuible a la 9.000 millones d dólares de préstamos marginales del mercado bursátil, que se reclamaron cuando se desplomó la burbuja bursátil en 1929.
Igualmente, los balances de préstamos de capital circulante también cayeron bruscamente a la vista de la caída de la producción. También que esta fue consecuencia pasiva del estallido de la burbuja en los sectores industrial y de exportación, no algo causado por el fracaso de la Fed en proporcionar reservas bancarias suficientes. En resumen, la liquidación de los préstamos bancarios fue casi exclusivamente el resultado de burbujas pinchadas en la economía real, no de la tacañería del banco central.
De hecho, nunca ha habido una evidencia a gran escala de que los préstamos bancarios en vigor disminuyeran durante 1930-1933 debido a que los bancos los cancelaran o negaran crédito a potenciales prestatarios solventes. Pero salvo que se produjeran estas cosas, sencillamente no hay ninguna defensa de que la tacañería monetaria causara la Gran Depresión.
Friedman y sus seguidores, incluyendo a Bernanke, se inventaron un bulo académico para deshacerse de estos hechos evidentes. Como el nivel de precios al por mayor había disminuido bruscamente durante los cuarenta y cinco meses posteriores al crash, afirmaron que los tipos “reales” de interés fueron excesivamente altos después de ajustarlos a la deflación.
Pero esto son nimiedades académicas. Los empresarios del mundo real que afrontaban el desplome en las órdenes habrían rehuido pedir nuevos préstamos por la sencilla razón de que no necesitaban fondos, no porque consideraran demasiado alto el tipo de interés “ajustado a la deflación”.
Al final, el tratado monetario de Friedman no ofrece ninguna evidencia y sencillamente afirma una falsa causación, que es que la disminución pasiva de la oferta monetaria fue la causa activa de la caída en la producción y el gasto. La verdadera causa fue la contraria: las existencias de dinero de la nación cayeron bruscamente durante el periodo posterior al crash porque los préstamos bancarios son la leche materna de los depósitos bancarios. Así que, al recortarse las hinchadas cuentas de préstamos hasta un tamaño sostenible, la existencia de dinero en depósito (M1) cayó de forma paralela.
Dado esta colapso en el crédito y el correspondiente desplome del multiplicador monetario, solo había una forma en que la Fed siquiera intentaran reactivar la oferta monetaria. Habría hecho falta que comprara y monetizara casi hasta el último centavo de los 16.000 millones de dólares de la deuda del Tesoro de EEUU entonces vigente.
Los incorregibles impresores de dinero de hoy indudablemente dirían: “No hay problema”. Pero no cabe ninguna duda de que, dada la antipatía universal a la inflación monetaria en ese momento, ese movimiento habría disparado un completo pánico y alboroto en lo que quedaba de los mercados financieros. No hace falta decir que Friedman nunca explicó cómo se suponía que la Fed relanzaría el colgante multiplicador del dinero o, a falta de eso, explicar a los mercados financieros por qué estaba comprando toda la deuda pública.
Más allá de eso, Friedman, no pudo probar en el momento en que escribió Una historia monetaria de Estados Unidos en 1965 que la creación de la nada de una enorme nueva cantidad de reservas bancarias hubiera causado que el sistema bancario convirtiera dichas reservas en una marejada de nuevos préstamos y depósitos. De hecho, Friedman tampoco intentó probar esa proposición. De acuerdo con la teoría cuantitativa del dinero, era una verdad a priori.
Un hecho real es que, en el fondo de la depresión en 1932, los tipos de interés probaban lo contrario. Los tipos en títulos del Tesoro y papel comercial eran de 0,5% y 1% respectivamente, lo que significa que no había prácticamente ninguna demanda de prestatarios dignos de crédito. La menor actividad en las ventanillas de descuento de los doce bancos de la Reserva Federal refuerza esta prueba. En septiembre de 1929, los bancos miembros tomaron prestado casi 1.000 millones de dólares en las ventanillas de descuento, pero para enero de 1933 había disminuido a solo 280 millones. En resumen, los bancos no estaban dejando de prestar porque estuviera escasos de reservas: no estaban prestando porque estaban escasos de prestatarios solventes y verdadera demanda de crédito.
En todo caso, toda la teoría de Friedman de la Gran Depresión fue completamente demolida por Ben S. Bernanke, su discípulo más famoso, en un experimento en el mundo real después de septiembre de 2008. La Fed de Bernanke realizó operaciones masivas en el mercado abierto n respuesta a la crisis financiera, comprando y monetizando más de 2 billones de dólares de deuda pública y del Tesoro.
Como es ahora transparantemente evidente, el resultado fue un ejercicio monumental de vuelta de tortilla. El hecho de que haya ahora 1,7 billones de dólares de “reservas extraordinarias” estacionado en la Fed (comparado con unos simples 40.000 millones antes de la crisis) significa que casi todas las nuevas reservas bancarias resultantes de las compras compulsivas de bonos por la Fed han nacido muertas.
Al mantenerse en depósito en el banco central, no han alimentado ningún crecimiento en absoluto en las préstamos bancarios en la calle o en la oferta monetaria. Por tanto, no hay razón alguna para creer que el resultado hubiera sido distinto en 1930-1932.
Milton Friedman: El keynesiano de agua dulce y el profesor libertario que apadrinó el Gran Gobierno
Así que la gran ironía es que el economista conservador moderno más famoso de la nación se convirtió en el padre del Gran Gobierno, los déficits crónicos y la quiebra fiscal nacional. Fue Friedman quien pidió primero la eliminación de las restricciones del patrón oro de Bretton Woods sobre la impresión de dinero por parte del banco central y luego añadió el insulto a la injuria al dar aprobación conservadora a las compras perpetuas de deuda pública en el mercado abierto por parte de la Fed. El monetarismo de Friedman institucionalizó por tanto un régimen que permitía a los políticos gastar crónicamente sin impuestos.
Igualmente, fue el profesor de libre mercado de la Escuela de Chicago el que asimismo alabó la propuesta keynesiana fundamental de que Washington deba dirigir y estimular constantemente la economía nacional. Es verdad que la propuesta de “agua dulce” de Friedman, en el famoso paradigma de Krugman, era mucho más modesta que las enormes pretensiones de “ajuste fino” de sus rivales de “agua salada”. Los keynesianos de agua salada de la década de 1960 proponían estimular la economía hasta que se alcanzara el último millón de dólares de PIB potencial, es decir, alcanzarían la prosperidad haciendo que estado hiciera todo lo que hiciera falta mediante una multitud de intervenciones fiscales.
Por el contrario, el keynesiano de agua dulce, Milton Friedman, pensaba que el capitalismo podía cuidar de sí mismo mientras tuviera precisamente la cantidad correcta de dinero en cada momento, es decir, Friedman alcanzaría la prosperidad haciendo que el estado hiciera lo que hiciera falta mediante la única espita del crecimiento del M1.
Pero el predicado común es innegable. Como se ha visto, Friedman pensaba que no podía confiarse en los bancos miembros del Sistema de la Reserva Federal para mantener a la economía adecuadamente provisionada de dinero yendo voluntariamente a la ventanilla de descuento cuando necesitaran reservas para ajustar la actividad de negocio. Por el contrario, el banco central tenían que apuntar y conseguir una cantidad precisa de M1 de forma que el PIB reflejaría lo que consideraran posible hombres sabios en economía, no únicamente el nivel natural resultante de la interacción de consumidores, productores e inversores en el mercado libre.
Así que para todos los fines prácticos, fue Friedman el que trasladó la base del dinero de la nación del oro a los títulos del Tesoro. De hecho, en el esquema de cosas de Friedman el banco central la compra los bonos y letras del Tesoro era el proceso de fabricación monetaria por el que podía dirigirse y conseguirse la prosperidad.
Lo que Friedman no vio es que la regla de la cantidad del hombre sabio para el M1 podría sustituirse por la regla de la cantidad de otro hombre sabio para el M2 (una medición más amplia de la oferte monetaria que incluía depósitos de ahorro) u otra cantidad aún mayor objetivo para la demanda agregada (objetivo de PIB nominal) o incluso la cantidad de trabajos creados, como el objetivo de 200.000 al mes recientemente enunciado por el gobernador de la Fed, Charles Evans. Podría incluso ser la cantidad de cambio en el índice Russell 2000 de los precios bursátiles, como ha defendido Bernanke.
Aun así es difícil imaginar un mundo en el que cualquiera de estas “catidades” alternativas no se quedara corta en el nivel “objetivo” considerado esencial para el bienestar económico de la nación por parte de sus defensores. En resumen, el comité de doce hombres y mujeres sabios desatado por el plan de Friedman de flotar dólares en papel siempre encontraría razones para comprar deuda pública, creando así los cimiento para déficits fiscales sin lágrimas.
Publicado el 27 de junio de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.