¿Por qué da tanto miedo la deflación?

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Cuando trata de la deflación la economía ortodoxa se convierte no en la ciencia del sentido común, sino en la ciencia del sinsentido. La mayoría de los economistas hoy se apresuran a decir: “un poco de inflación es bueno” y temen a la deflación. Por supuesto, en sus vidas personales, los mismos economistas buscan las últimas gangas en los periódicos.

El mejor epítome de este miedo a la deflación es Ben Bernanke, el presidente de la Reserva Federal. Su interpretación de la Gran Depresión ha influido mucho en su visión contra la deflación. Es verdad que la Gran Depresión y la deflación fueron e la mano en algunos países, pero debemos tener cuidado en distinguir entre asociación y causación y evaluar correctamente la dirección de la causación. Un estudio reciente de Atkeson y Kehoe sobre un periodo de 180 años y 17 países no encontraba relación entre deflación y depresiones. El estudio encontraba en realidad un mayor número de episodios de depresión con inflación que con deflación. Durante este periodo, 65 de 73 episodios de deflación no tuvieron depresión y 21 de 29 depresiones no tuvieron deflación.

El principal argumento contra la deflación es que cuando los precios están cayendo los consumidores pospondrán sus compras para aprovechar precios todavía más bajos en el futuro. Por supuesto, se supone que esto reduce la demanda actual, lo que hará que los precios caigan incluso más y así una y otra vez hasta que tengamos una espiral de deflación-depresión de la economía. La dirección de la causación está clara: la deflación causa depresiones. Podéis encontrar este argumento en casi todos los libros de texto de introducción a la economía. La Fed de St. Louis escribió recientemente:

Aunque la idea de precios más bajos pueda sonar atractiva, la deflación es una preocupación real por varias razones. La deflación desanima el gasto y la inversión, porque los consumidores, esperando que los precios caigan más, retrasan las compras, prefiriendo por el contrario ahorrar y esperar a precios aún más bajos. El menor gasto, a su vez rebaja las ventas y beneficios de las empresas, lo que acaba aumentando el desempleo.

Hay varios problemas con este argumento. El primero es que, independientemente de lo bajo que se espere que caigan los precios de los bienes de consumo, la gente siempre consumirá alguna cantidad en el presente y que para hacerlo  tienen que gastar en el presente en inversión para asegurar el flujo de bienes de consumo en el futuro. Podemos ver que muchos productos de alta tecnología han tenido una demanda dinámica a pesar de vivir en un entorno deflacionista. Apple ha sido capaz de vender su última versión del iPhone, aunque la mayoría de la gente esperara que el mismo teléfono fuera mucho más barato en seis meses.

El segundo error en este argumento es que supone que basamos nuestras expectativas solo en el pasado. La caída de precios no hace prever que continuarán cayendo. Por supuesto, nuestras expectativas se basan en multitud de factores, de los que los precios pasados son solo uno de ellos. Estoy seguro de que los economistas en la Fed se sorprenden de que no reaccionemos a los tipos bajos de interés como hicimos después de la burbuja de las punto com en 2001. Las acciones humanas sencillamente no pueden modelarse como si fueran las reacciones de ratas de laboratorio en un experimento de biología.

Un tercer error es que si estamos consumiendo menos, debemos estar ahorrando más. La inversión debe por tanto ser mayor. Por tanto el aumento en el ahorro que puede llevar a la deflación no reduce la demanda agregada sino simplemente altera la composición de la demanda. La demanda de bienes de consumo decrecerá, reemplazada por la demanda de bienes de capital. Si lleva a algo, será al crecimiento y mayor consumo de bienes en el futuro, ya que la economía tiene más capital con el que trabajar.

El crecimiento rebaja los precios: eso es bueno. El periodo de mayor crecimiento en EEUU durante el siglo XIX, de 1820 a 1850 y de 1865 a 1900, estuvo asociado a una importante deflación. En esos dos casos, los precios bajaron a la mitad.

Dejadme que explique esto con un ejemplo muy sencillo. Supongamos que hay 10 lapiceros y 10$. ¿Cuál es el precio de un lapicero? No puede ser 2$ porque habría lapiceros que quedarían sin vender, así que el precio tendería a bajar. No puede ser de 50 centavos ya que la gente tendría dinero y nada que comprar. Los precios subirían. Esto llevaría a un equilibrio en el que los lapiceros se venderían a 1$ cada uno. Supongamos ahora que doblamos la cantidad de lapiceros, así que hay 20 lapiceros y 10$. El preció caería de 1$ a 50 centavos. En igualdad de condiciones, incluyendo la existencia de dinero, el precio se rebajará a la mitad, aquí la bajada de precios es muy positiva porque nuestros dólares nos dan ahora más bienes y servicios. Refleja la capacidad de la sociedad de alejar los límites de la escasez. Nunca podremos evitar la escasez, pues todos los precios serían cero, pero la bajada de precios demuestra que estamos ganando esta batalla crucial. Más bienes y servicios para todos es algo bueno y la deflación refleja esta abundancia adicional.

Hablemos ahora acerca de la deflación que causa esos miedos en tantos economistas. Supongamos que el coste de producción de un lapicero es de 80 centavos. La tasa de retorno es del 25%. Supongamos ahora que la gente atesora 5$ en  dinero suelto bajo sus colchones en lugar de gastarlo. El precio de un lapicero de nuevo se rebajaría a la mitad, cayendo de 1$ a 50 centavos. Si los precios de entrada también caen a 40 centavos por lapicero, entonces no hay problema, ya que la tasa de retorno sigue siendo del 25%. Lo que temen los economistas es que los precios de entrada sean fijos y no se ajusten a los precios de salida, así que puede que solo fabriquemos 8 lapiceros, lo que causa más atesoramiento, más quiebras y así sucesivamente. Ya lo entendéis. Para evitarlo, la mayoría de los economistas defienden que el gobierno imprima 5$, manteniendo el precio de los lapiceros constante en 1$ y evitando una espiral deflación-depresión en la economía.

Por supuesto hay también algunos problemas importantes en este pequeño relato. Siempre hay cierta cantidad de fijeza tanto en los precios de entrada como de salida. No quieres tener que renegociar constantemente tu salario, no quieres mirar constantemente en la cartelera el precio para la última película. Así que lo que importa es el plazo entre cambios en precios de entrada y de salida. Si el plazo no es largo, entonces la solución política descrita antes puede no ser necesaria y contraproducente. Asimismo, los empresarios sobreviven previendo precios de salida y luego buscando las entradas para poder obtener un beneficio. Esto sugeriría que el plazo es probablemente relativamente corto.

También la impresión de dinero es distorsionadora. Cuando el gobierno añade 5$ a la economía, no es neutral. Beneficia inicialmente a los que reciben primero el dinero, el gobierno y los bancos, y penalizan a los últimos receptores del mismo, los asalariados y los pobres. La impresión de dinero y su efecto asociado en los precios es lo contrario de Robin Hood, tomando de los pobres para dárselo a los ricos. Estos primeros receptores, los ricos, gastarán el dinero de cierta manera, alterando los precios relativos en la economía.

¿Qué pasa cuando la economía mejora y la gente deja de atesorar? Ahora tenemos 10 lapiceros y 15$. En igualdad de condiciones, los precios aumentarán de 1$ a 1,50$, salvo que el gobierno retire los 5$ que puso en el sistema. Si lo hace, esto creará otra ronda precios relativos alterados. La medicina probablemente sea peor que la enfermedad.

En un mundo multiproducto, la inflación (incluyendo los precios de los activos) por un crédito excesivo causa cambios en los precios relativos que inducen a inversiones insostenibles, como la vivienda de 2001 a 2007. La deflación, en la fase de declive, es un realineamiento parcial de estos precios relativos más cerca de lo que la sociedad quiere que se produzca realmente. La impresión de dinero simplemente interfiere en este proceso esencial de liquidación. La solución real es acabar con la banca de reserva fraccionaria y la banca centralizada.

La inflación es mucho peor que la deflación porque roba a los asalariados y a los pobres. Los bancos centrales son la principal causa de inflación y la principal razón para el crecimiento de las desigualdades de renta, ya que los ricos se hacen más ricos y la clase media se hunde en la pobreza. Esta tendencia en la renta se ha hecho evidente desde el abandono de sistema de Bretton Woods en 1971 y su reemplazo por divisas fiduciarias. El poder del banco central depende de la capacidad de generar inflación.

Por eso los bancos centrales han sido tan generosos en apoyar la investigación económica en tantas instituciones académicas para justificar teóricamente las actuales políticas inflacionistas del banco central. La falacia común de que “un poco de inflación está bien” se ha expuesto por medios y economistas por una razón. La inflación es robarte mientras duermes, ya que roba el valor de los dólares en su cartera. Una inflación del 2% durante 35 años reduce el valor del dinero en un 50%. El mal tiene un nuevo rostro: se llama banco central.

Muchas veces la deflación sigue a un periodo de inflación del banco central. La deflación es parte del proceso de desapalancamiento que sigue necesariamente a una política excesiva por parte del banco central. Como siempre han dicho los economistas austriacos: “teme al auge, no al declive”. Retrasar la deflación extendiendo la burbuja o creando una nueva al imprimir más dinero solo retrasa el ajuste haciéndolo mucho más doloroso.

La solución real es acabar con la banca de reserva fraccionaria y la banca centralizada. Un mundo sin banca de reserva fraccionaria ni banco centrales sería un mundo de suave deflación, que debería alabarse como indicativa de uno de los mayores logros de la humanidad: el aumento de los niveles de vida para todos.


Publicado el 26 de junio de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.