Con las casi constantes apologías que oímos de muchos economistas académicos y del gobierno[1] es difícil creer que la disciplina de la economía fue una vez una espina en el costado del estado y su élite política. Son tan comunes los argumentos económicos falsos que defienden el control del estado que a veces parece que la refutación de todos estos argumentos se ha convertido en un caso de cortado de las cabezas de la Hidra, un trabajo inacabable y sin fruto.
Pero si la economía ha de convertirse en un instrumento de la libertad y la prosperidad en lugar de un instrumento del estatismo,[2] hay ciertas falacias esenciales que deben combatirse y desacreditarse continuamente. La principal entre ellas es el persistente non sequitur de las externalidades para justificar la coacción, es decir, la falsa conclusión de que la coacción es un medio apropiado para resolver problemas que impliquen externalidades económicas.
Uno de los ejemplos más patentes de este non sequitur se produce en las explicaciones del “problema del polizón” y la supuesta solución de que el gobierno proporcione los llamados “bienes públicos”.[3] Es una teoría económica particularmente insidiosa que tiene una gran parte de responsabilidad en el desvío de la economía hacia la cuneta del estatismo.
El “problema” del polizón
El “problema del polizón” se produce en situaciones en las que una persona obtiene una “externalidad positiva” de las acciones de otros, es decir, un beneficio por el que no pagó. Esto se produce en situaciones en que el efecto beneficioso de una acción no es excluible, lo que significa que no pueden evitarse los beneficios a gente que no tiene nada que ver con la acción.
Por ejemplo, un apicultor puede tener abejas solo como medio para producir miel. Sin embargo, un efecto adicional de esta actividad (una externalidad) es que las abejas polinizarán flores en propiedades cercanas, beneficiando a los dueños de esas propiedades sin ningún coste.[4] Tampoco hay ningún medio práctico por el que el apicultor pueda producir su miel sin proporcionar este beneficio a sus vecinos. Así que el “bien” proporcionado a los dueños de las propiedades cercanas no es excluible.
Observemos que esta situación no implica ningún perjuicio para nadie, ni ninguna violación de derechos. El apicultor decide comprar las abejas porque espera mejorar en virtud de esta acción. Además, como una consecuencia no pretendida de esta compra, los dueños de propiedades cercanas también disfrutan de un beneficio por las abejas, sin ningún coste. Esto puede parecer un acontecimiento afortunado, incluso algo a celebrar.
Y aun así, hay un “problema”, o, para ser más precisos, un “problema” de un polizón. El problema no es que nadie haya atacado a otro. No es que se hayan violado los derechos de nadie. No es siquiera que alguien haya sufrido ningún perjuicio en absoluto. Es un “problema” solo cuando se compara con lo que podría haber pasado en su lugar, un problema de supuesta infraproducción ineficiente del bien en cuestión. En otras palabras, si no fuera por no ser excluible el bien en cuestión, las cosas potencialmente podrían haber sido aún mejores.
Para mostrar cómo podrían haber sido mejores las cosas, consideremos de nuevo a nuestro apicultor y sus vecinos. Si el apicultor poseyera algún medio para impedir que los dueños de las propiedades cercanas se beneficiaran de sus abejas, sin perder su propio beneficio, sería capaz de negociar con ellos el pago de su beneficio. Como así conseguiría un beneficio adicional de sus abejas (el pago), tendría un incentivo para tener aún más abejas, beneficiando en un mayor grado tanto a él mismo como a sus vecinos. Tampoco es simplemente un juego de suma cero. Más bien, bajo ciertos presupuestos,[5] resulta que hay algún nivel de pago en el que a los dueños de las propiedades cercanas les resultaría indiferente si la situación es excluible o no, mientras que el apicultor estaría claramente mejor, es decir, habría una ganancia en la eficiencia de Pareto.[6]
Este tipo de análisis ha llevado a muchos economistas a concluir que el beneficio adicional de las abejas es un “bien público” y que, por tanto, se debería obligar a los vecinos a contribuir al coste de este bien público. Se supone que esto se justifica sobre la base de que el vecino disfrutaría de un beneficio que, según el economista, supera el coste. Y aun así, a pesar de los beneficios de los que disfrutan, no puede decirse que hayan solicitado en modo alguno este bien o el acuerdo forzoso defendido por el economista. Así que, en esencia, esta propuesta es que los vecinos se vean obligados a pagar por un bien no solicitado.[7] Además, este no es meramente un caso especial. Más bien la teoría de los “bienes públicos” es una doctrina que defiende el pago forzoso por bienes no solicitados como un ideal económico general, aplicable siempre que una persona obtenga cualquier beneficio que no sea excluible y que no elimine el disfrute del bien por otros.
Encontrando un solución eficiente de Pareto
Al evaluar disposiciones para resolver el “problema” del polizón, los economistas afirman estar guiados por el principio de la eficiencia de Pareto. Es decir, afirman proponer disposiciones que harán que al menos alguna gente esté mejor sin ningún perjuicio para otros, en términos de su propia felicidad. Si son serios respecto de este criterio de eficiencia, entonces cualquier disposición propuesta debe indudablemente ir de acuerdo con las preferencias de la gente afectada, como se revela por su comportamiento real. De esto se sigue que la prueba definitiva para cualquier disposición supuestamente eficiente de Pareto debe indudablemente convencer a todas las partes afectadas de que están mejor (o al menos, no peor) bajo la disposición propuesta. De hecho, el consentimiento y acuerdo de todas las partes debe considerarse el sine qua non de cualquier eficiencia de Pareto.
Por desgracia, no es así como se procede en el análisis económico de estos problemas. Más bien el análisis se realiza frecuentemente basándose en que el economista conoce más de las preferencias de la gente implicada en la situación que la propia gente. En particular, se usan a menudo suposiciones matemáticas dudosas para arrollar las preferencias implícitamente reveladas o incluso explícitamente declaradas de quienes realizan realmente las acciones, para “probar”, basándose en el modelo matemático, que están realmente más felices bajo la disposición deseada por los economistas, aunque puedan quejarse de lo contrario.
Al considerar esos análisis, es importante advertir que los teoremas en economía matemática que se usan para demostrar las potenciales ganancias de eficiencia de Pareto dependen habitualmente de ciertas suposiciones dudosas, que pueden o no estar presentes en situaciones reales que afecten a bienes no excluibles.[8] Aunque los modelos matemáticos pueden ser muy útiles como una herramienta de aproximación para predecir, explica o incluso sugerir una acción humana, no deben usarse para revocar las preferencias reveladas de gente realizando las acciones como una prueba de la eficiencia de Pareto.
Tal vez en nuestra situación apicultora haya alguna disposición que pueda aplicarse entre el apicultor y sus vecinos que les haga más felices a todos y tal vez no la haya. Un modelo matemático podría aclarar esta cuestión e incluso puede usarse para convencerlos de las ventajas de un acuerdo concreto. Sería una solución empresarial, que no implica coacción contra ninguna de las partes afectadas. Una cosa es proponer un acuerdo voluntario basado en un análisis económico idealizado, pero otra cosa completamente distinta es proponer una disposición coactiva bajo la cual se permita que las curvas de utilidad urdidas por el economista se impongan a las preferencias reveladas por las propias partes.
Es dudoso sugerir que una disposición que podría ser asumida voluntariamente por las partes, pero no lo es, les beneficiará a todas. Y es especialmente dudoso sugerir que esa disposición deba imponérseles por la fuerza en lugar de bajo su propio acuerdo. Después de todo, si todas las partes verdaderamente ganan con alguna disposición, de acuerdo con sus propias preferencias, entonces no hay razón por la que deban rechazar asumir esa disposición voluntariamente. O, dicho de otra manera, la ausencia de cualquier actividad voluntaria de las partes (especialmente cuando las disposiciones propuestas se exponen a las partes y se rechazan) es una evidencia prima facie de que no hay potencial para ganancias eficientes de Pareto.
Incluso aunque no tuviéramos ninguna objeción a la coacción por sí misma,[9] hay sin embargo sólidas razones económicas para rechazar “soluciones” coactivas” a cualquier supuesto problema de eficiencia debido a los polizones. Como un acuerdo empresarial implica que no hay coacción para ninguna de las partes, garante que todas las partes disfrutarán de ganancias ex ante. Sin embargo no existe esa garantía bajo una disposición coactiva y no tiene sentido suponer que el gobierno es capaz de determinar disposiciones de ganancias eficientes de Pareto mejor que esas partes que realmente habrían de ganar con dichas disposiciones. De hecho, argumento en la teoría de la elección pública, por no mencionar nuestras experiencias reales con la provisión pública de bienes y servicios, nos dan todo tipo de razones para creer que al menos alguno se verá perjudicado.
Así, aunque hubiera alguna disposición que pueda realizarse entre las partes afectadas que suponga una ganancia eficiente, no se deduciría en modo alguno que esta disposición deba implica la provisión pública de bienes o cualquier otra media coactiva.[10] Por el contrario, esto es lo contrario de lo que deberíamos esperar. Si todas las partes ganaran, no hay razón para esperar que haga falta coacción, hay todas las razones para esperar una solución empresarial (es decir, no coactiva). De hecho hay una contradicción fundamental entre el criterio de eficiencia de Pareto y el uso de la fuerza contra aquellos que van a estar “mejor”.
Los que defienden la provisión pública de bienes u otras medidas coactivas como la solución al “problema” del polizón sufren frecuentemente de una falta de imaginación el considerar soluciones empresariales. De hecho hay muchas maneras en que la actividad empresarial puede permitir a las partes disponer de sus asuntos para aprovechar ganancias eficientes de Pareto. Nuestro apicultor puede firmar un contrato de seguro con sus vecinos, por el que acuerda comprar las abejas (o comprar más abejas) solo si les pagan parte del coste. Puede decidir comprar la parte de sus vecinos si cree que el beneficio que va a proporcionar a su propiedad lo hace un buen negocio. O puede pensar cualquier otra idea de un acuerdo voluntario. Y por supuesto, puede ser que no haya forma de alcanzar una ganancia eficiente de Pareto debido a los altos costes de transacción o cualquier otra razón.
Así, aunque el “problema” del polizón sí identifica realmente situaciones que incluyen el potencial de más ganancias, indudablemente del mismo no se sigue que la provisión pública de bienes o cualquier otra disposición coactiva mejoraría la situación. Los que defienden disposiciones coactivas para obtener ganancias de eficiencia Pareto están obligados a ignorar las preferencias reveladas de la gente afectada y por tanto cometen un error económico esencial. Es sin duda uno de los argumentos más conspicuamente tiránicos en la economía moderna.
[1] Con la notable excepción de la Escuela Austriaca y, en menor medida, de la Escuela de Chicago (y por supuesto, muchos otros economistas). [2] Esto no debería tomarse como una sugerencia de que la economía no debería ser una ciencia libre de valores. Más bien es una sugerencia de que la economía debería ser correcta y, si lo es, indudablemente promoverá la libertad individual a costa de la coacción del estado. [3] Para una refutación de la falacia de la teoría económica de los “bienes públicos”, ver Hoppe, H.H. (1989) “Fallacies of the Public Goods Theory and the Production of Security”. The Journal of Libertarian Studies 9(1). Hoppe resume así la situación:
a pesar de sus muchos seguidores, toda la teoría de los bienes públicos es un razonamiento defectuoso y llamativo, lleno de incoherencias internas, non sequiturs, apelando y jugando con los prejuicios populares a las creencias asumidas, pero sin valor científico alguno. (p. 27)
[4] Igualmente, los dueños de las propiedades vecinas pueden plantar más flores en su jardín solo por el beneficio estético que proporcionan. Sin embargo, como efecto adicional (otra externalidad), el apicultor se beneficiaría de la mayor oferta de flores para la polinización por sus abejas. [5] Como la ausencia, o al menos un menor nivel, de coste de transacción. [6] Una ganancia en la eficiencia de Pareto se produce cuando al menos una persona mejora y ninguna otra se ve perjudicada. [7] Hoppe presenta una reducción al absurdo de este principio:Usted, amable lector, nunca ha contratado un consultor de economía. No se ha aprovechado de esta maravillosa oportunidad abierta. Sin embargo, lo sepa o no, se dé cuenta o no, lo aprecie o no, realmente usted se beneficia de mi análisis económico. Usted es por tanto un egoísta y estafador polizón sobre estos múltiples beneficios que le he proporcionado gratis., Pero ahora es el momento de impedir que me explote respecto de estas ganancias colaterales de las que hace tiempo está disfrutando gratuitamente. ¡Es hora de que pague su parte! Por tanto, le presento esta factura de 100.000$, una ganga dado el precio.
Ver Hoppe, H.H. (2003) The Myth of National Defense: Essays on the Theory and History of Security Production, p. 310.
Por supuesto, como es evidente por las prohibiciones legales de pago por bienes y servicios no solicitados (normalmente aplicados bajo leyes de protección al consumidor), los gobiernos no permitirían que prevaleciera ese absurdo principio en el sector privado. Y por tanto, como es habitual en la acción pública, el absurdo se combina con la manifiesta hipocresía.
[8] Esto no equivale a decir que los economistas matemáticos sean “incorrectos” al formular sus modelos. Es notablemente difícil construir modelos matemáticos de comportamiento humano y se requiere casi invariablemente algún grado de idealización. Lo que decimos es que estos modelos se usan a menudo incorrectamente como una base para decir a la gente lo que realmente le hace feliz, a pesar de sus protestas en contra. [9] Y por supuesto, deberíamos tenerla. [10] Para los no familiarizados con los argumentos en economía política, la provisión pública de bienes es coactiva porque implica impuestos, es decir, la adquisición coactiva de dinero por el gobierno.Publicado el 13 de noviembre de 2007. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.