5.- La ley de Gresham de la acuñación
A. Bimetalismo
El gobierno impone controles de precios en gran medida para desviar la atención de la inflación que él mismo genera e imputársela a pretendidas disfunciones del libre mercado. Como hemos visto, “La ley de Gresham” -que una moneda artificialmente sobre-valorada tiende a sacar de circulación a la moneda artificialmente devaluada- es un ejemplo de las consecuencias generales del control de precios. El gobierno, en efecto, impone un precio máximo sobre el dinero de un tipo determinado en relación a otro. Esto causa una escasez -desaparición por acaparamiento o exportación- de la moneda sujeta a precios máximos (artificialmente infravalorada) y conduce a que sea retirada de la circulación y sustituida por la moneda sobrevalorada.
Hemos visto como funciona esto en el caso de las monedas nuevas frente a monedas desgastadas; uno de los primeros ejemplos de la Ley de Gresham. Cambiando el significado del dinero de ser el peso (de un metal) a una mera unidad de cuenta y estandarizando las denominaciones por conveniencia propia, que no del público, los gobiernos dieron el mismo nombre o denominación a las nuevas monedas y a las usadas aunque tuvieran distinto peso. El resultado fue que la gente acaparó o exportó las monedas “buenas” y puso en circulación las devaluadas mientras los gobiernos maldecían de los “especuladores” extranjeros o del libre mercado en general, cuando era ésta una situación que ellos mismos habían provocado.
Un caso particularmente importante de la Ley de Gresham fue el perenne problema del “patrón”. Vimos que el libre mercado estableció “patrones paralelos” de oro y plata que fluctuaban libremente uno respecto del otro en función de las ofertas y demandas del mercado. Pero los gobiernos decidieron ayudar al mercado interviniendo en él para “simplificar” las cosas. Se dijeron: ¡ Cuanto más claras serían las cosas si el oro y la plata tuvieran una ratio fija de intercambio de, digamos, veinte onzas de plata por una de oro ! Entonces, el dinero de ambos tipos de metal podría circular siempre bajo una proporción fija, y, lo que era mucho más importante, el gobierno podría finalmente deshacerse de la carga de tener que tratar al dinero en función de su peso en vez de como simple unidad de cuenta. Imaginemos una unidad, el “rur”, definida por los Ruritanios como 1/20 de una onza de oro. Hemos visto lo vital que es para el gobierno inducir al público a que considere al “rur” como una unidad abstracta por derecho propio tan solo débilmente conectada al oro. ¿Qué mejor forma de lograrlo que fijar la ratio entre el oro y la plata? En ese caso, el “rur” no es solo 1/20 de una onza de oro sino que también equivale a una onza de plata. El preciso significado de la palabra “rur” -el nombre de un peso en oro- ahora se ha perdido y la gente empieza a pensar en el “rur” como en algo tangible por derecho propio, algo de alguna manera establecido por el gobierno, válido a todos los efectos y equivalente a cierto peso de oro y también de plata.
Vemos ahora la importancia de abstenerse de utilizar nombres de inspiración patriótica o nacional para las onzas o granos de oro. Una vez esa etiqueta sustituye a las universalmente reconocidas unidades de peso, se hace más fácil para los gobiernos manipular la unidad monetaria y conferirle una apariencia de vida propia. La ratio fija entre el oro y la plata, conocido como bimetalismo, cumplió muy bien ese objetivo. Aunque no consiguió su otro objetivo, el de simplificar el tráfico monetario de la nación. Y eso, porque una vez más, la Ley de Gresham se interpuso. El gobierno por lo general estableció originalmente la ratio del bimetalismo (digamos, en 20/1) en la ratio que estaba vigente en ese momento que era la que el mercado había establecido libremente entonces. Pero este ratio, como todos los precios fijados por el mercado, inevitablemente cambia con el tiempo, conforme a las condiciones de la demanda y de la oferta cambian. Según van materializándose esos cambios, esa ratio fija del bimetalismo inevitablemente deviene obsoleta.
El cambio hace que bien el oro o bien la plata estén sobrevalorados. El oro entonces desaparece de la circulación y se va al mercado negro, a la exportación, mientras se trae plata de fuera que pasa a convertirse en el único dinero circulante en Ruritania. Durante siglos, todos los países lucharon con los calamitosos efectos de la repentina alternancia de las monedas metálicas. Primero, la plata acudiría y el oro desaparecería; entonces, conforme los ratios relativos cambiaran, el oro volvería y sería la plata la que desaparecería.[1]
Finalmente, tras fatigosos siglos de disrupción bimetálica, los gobiernos seleccionaron a un metal como patrón o estándar, generalmente al oro. La plata fue relegada al estatus de “moneda simbólica”, para monedas de poco valor, pero no por el de su verdadero peso (La acuñación de moneda simbólica también fue monopolizada por el gobierno y al no estar respaldada al 100 % por oro, fue un medio de expandir la oferta monetaria). La erradicación de la plata para usos monetarios perjudicó con seguridad a mucha gente que prefirió utilizarla para distintos tipos de transacción. Era cierto el grito de guerra de los bimetalistas cuando clamaban que se había cometido un “crimen contra la plata”; pero el crimen era en realidad la imposición original del bimetalismo en vez de mantener patrones paralelos. El bimetalismo creó una situación imposible que el gobierno solo pudo resolver restableciendo el sistema de plena libertad monetaria (patrones paralelos) o seleccionando a uno de los dos metales como dinero (patrón oro o patrón plata). La completa libertad monetaria, después de todo este tiempo, se consideró absurda y quijotesca; y así el patrón oro fue generalmente aceptado.
B. El dinero de curso legal.
¿Cómo pudo el gobierno imponer el control de precios sobre los tipos de cambio de las distintas monedas? Mediante un mecanismo denominado ley de curso legal. El dinero es utilizado para pagar deudas contraídas en el pasado así como para transacciones en “efectivo” del presente. En cuanto la denominación de la moneda de un país adquirió preeminencia como unidad de cuenta sobre el peso real de la misma, los contratos empezaron a exigir el pago mediante ciertas cantidades de “dinero”. Las leyes de curso legal establecieron qué podía considerarse dinero. Mientras solo el oro o la plata se consideraron como dinero de curso legal la gente creyó que esa declaración o estatus era algo inofensivo, pero debió haberse dado cuenta de que se había instaurado un peligroso precedente que habría de permitir al gobierno controlar el dinero. Si el gobierno se atiene al dinero original, su ley de curso legal es superflua e innecesaria.[2] Por otro lado, el gobierno puede declarar como de curso legal a una moneda de menor calidad junto a la original. De esta forma el gobierno puede decretar que la moneda devaluada sea tan buena como la moneda nueva a la hora de pagar deudas o que el oro y la plata sean de valor equivalente conforme a una ratio fija. El curso legal pone en marcha el mecanismo de la ley de Gresham.
Cuando las leyes de curso legal alumbran un dinero sobrevalorado, tienen otro efecto; favorecen a los deudores a expensas de los acreedores. Ya que entonces se permite a los deudores que paguen sus deudas con un dinero mucho más pobre que el que recibieron en préstamo y se esquilma a los acreedores de un dinero que era suyo por derecho. Esta confiscación de la propiedad de los acreedores, sin embargo, tan solo beneficia a los deudores que lo son en el momento presente ya que quienes quieran serlo en el futuro soportarán la escasez de crédito generada por el recuerdo del espolio infligido por el gobierno a los acreedores.
6.- Sumario: Gobierno y acuñación.
El monopolio compulsivo de la acuñación y la legislación de curso legal fueron las piedras angulares en la carrera seguida por el gobierno para tomar el control del dinero de la nación. Para fortalecer tales medidas todos los gobiernos decidieron abolir de la circulación a las monedas acuñadas por gobiernos rivales.[3] Dentro de cada país, solo la moneda de su propio soberano podía ahora usarse; entre países, se intercambiaban lingotes de oro y plata sin estampar. Lo cual debilitó más aún los lazos existentes entre las distintas partes del mercado mundial, dividió aún más a unos países de otros y dificultó que la división del trabajo pudiera funcionar a escala internacional. Aunque el dinero metal no dejó mucho resquicio para la inflación gubernamental. Había límites a las devaluaciones que los gobiernos pudieran urdir ya que el hecho de que todos los países utilizaran oro y plata impuso topes sobre el control que cada gobierno podía ejercer sobre su propio territorio. Las élites dominantes todavía se veían sujetas a la disciplina de un dinero metálico internacional.
El control del dinero por parte del gobierno tan solo pudo hacerse absoluto, y por los gobiernos inatacable, cuando los sustitutos del dinero adquirieron preeminencia en siglos recientes. El advenimiento del papel-dinero y de los depósitos bancarios, una bendición económica si están totalmente respaldados por oro o plata, supusieron el “ábrete sésamo” en el camino del gobierno hacia el control del dinero, y, con ello, sobre todo el sistema económico.
7.- Permitir que los bancos denieguen el pago.
La economía moderna, con su utilización extensiva de los bancos y de los sustitutos del dinero, proporciona a los gobiernos una oportunidad de oro para asegurarles el control de la oferta monetaria y permitirles inflar a discreción. Hemos visto en la sección 12 que hay tres grandes límites a la capacidad de cualquier banco de generar inflación bajo un sistema de banca libre: (1) la extensión o tamaño de la clientela de cada banco; (2) la extensión o tamaño de la clientela de todo el sistema bancario, es decir, lo extendida que sea la utilización de sustitutos del dinero por parte de la gente; y (3) la confianza de los clientes en sus bancos. Cuanto más pequeña sea la clientela de cada banco, del sistema bancario en su conjunto y cuanto más inestable sea el estado de confianza, más estrictos serán los límites a la inflación en la economía. La concesión de privilegios y el establecimientos de controles sobre el sistema bancario han permitido al gobierno suspender esos límites.
Todos esos límites descansan por supuesto sobre una obligación fundamental: el deber que tienen los bancos de cumplir sus obligaciones cuando sean requeridos. Hemos visto que ningún sistema bancario de reserva fraccionaria puede hacer frente a todas sus responsabilidades; y también hemos visto que ésa es la apuesta que todos los bancos hacen. Pero es por supuesto esencial para cualquier sistema de propiedad privada que las obligaciones contractuales se cumplan. La forma más descarada que tiene el gobierno para dar respaldo a la inflación es entonces permitir a los bancos el privilegio especial de rechazar el pago de sus obligaciones mientras, sin embargo, se les permite seguir operando. Mientras cualquier otra persona debe pagar sus deudas o declararse en bancarrota, se permite que los bancos se nieguen a canjear sus recibos, mientras al mismo tiempo se fuerza a los deudores de esos mismos bancos a devolverles sus préstamos a su vencimiento. El nombre habitual para esto es “suspensión de los pagos en especie”. Un nombre más acertado sería el de “licencia para robar”, porque ¿Qué otro nombre puede recibir que el gobierno dé permiso a alguien para continuar ejerciendo su negocio sin tener que cumplir con sus obligaciones contractuales?
En los EE.UU. la suspensión en masa de los pagos en especie en tiempos de convulsión bancaria se convirtió casi en una tradición. Empezó en la guerra de 1812. La mayoría de los bancos del país estaban establecidos en Nueva Inglaterra, una sección que no era partidaria de que los EE.UU. tomaran parte en la guerra. Esos bancos se negaron a hacer préstamos con propósito bélico, así que el gobierno tomó dinero a crédito de nuevos bancos en otros estados. Esos bancos emitieron nuevo papel-moneda para hacer esos préstamos. La inflación fue tan grande que las peticiones de reembolso de los títulos inundaron los nuevos bancos, especialmente por parte de los bancos de Nueva Inglaterra que eran conservadores y no expansionistas, de los que el gobierno obtuvo casi todos los fondos para financiar la guerra. El resultado fue que hubo una “suspensión” masiva en 1814, que duró más de dos años (hasta bastante después de acabada la guerra); durante ese tiempo, surgieron muchos nuevos bancos que emitían billetes sin tener la obligación de canjearlos por oro o plata.
Esta suspensión estableció un precedente para las crisis económicas que la sucedieron; en 1819, 1837, 1857 y así sucesivamente. Como resultado de esta tradición, los bancos se dieron cuenta de que no debían temer a la bancarrota tras una inflación, y esto por supuesto estimuló la inflación y los pánicos bancarios. Los autores que califican a los EE.UU. del siglo XIX como horrible ejemplo de “libertad bancaria” no se dan cuenta de la importancia que tuvo ese claro incumplimiento del deber imputable a los Estados en cada una de esas crisis financieras.
Los gobiernos y los bancos persuadieron al público de que sus actos eran justos. De hecho, quienes quisiesen intentar recuperar su dinero durante una crisis eran considerados “no patriotas” y unos aprovechados, mientras se alababa con frecuencia a los bancos por rescatar patrióticamente a la comunidad en épocas difíciles. Pero mucha gente estaba amargada por toda esta forma de proceder y de ese sentimiento surgió el famoso movimiento Jacksoniano en defensa del “dinero de verdad” que floreció antes de la guerra civil.[4]
A pesar de se empleara en los EE.UU., ese intermitente privilegio de los bancos no se consolidó como política general en el mundo moderno. Era un tosco instrumento, demasiado esporádico (no podía ser permanente ya que mucha gente no querría ser cliente de bancos que nunca atendieran sus obligaciones) ,y, lo que es más, no facilitaba al gobierno ningún medio de control sobre el sistema bancario. Lo que los gobiernos quieren al fin y al cabo no es solo inflación, sino inflación completamente controlada y dirigida por ellos. No se debía correr el riesgo de que fueran los bancos quienes gestionaran el asunto. Así es como se concibió un método permanente mucho más sutil y fluido que se vendió al público como un hito de la civilización misma: el Banco Central.
8.- El Banco Central: La eliminación de los controles sobre la inflación.
Hoy la existencia de los bancos centrales se equipara a adelantos como el agua caliente y las buenas carreteras: a cualquier economía que no tiene uno se la llama “atrasada”, “primitiva”, irremediablemente anticuado. La adopción por los EE.UU. del sistema de reserva federal -nuestro Banco Central- en 1913 fue recibida como una medida que por fin nos metía en las filas de las naciones “avanzadas”.
Es frecuente que los bancos centrales sean nominalmente propiedad de particulares o, como sucede en los EE.UU., propiedad colectiva de un grupo de bancos; pero siempre están dirigidos por cargos designados por el gobierno y sirven de instrumento del gobierno. Donde son propiedad privada, como en el caso del Banco de Inglaterra original o en el del Second Bank of the United States, a los habituales deseos de inflación del gobierno añaden sus propios beneficios esperados.
Un Banco Central deriva su posición de liderazgo del monopolio que le garantiza el gobierno respecto de la emisión de billetes. Ésta es a menudo la clave oculta de su poder. Invariablemente se prohíbe a los bancos privados la emisión de billetes y se reserva dicho privilegio al Banco Central. Los bancos privados tan solo pueden conceder depósitos. Por consiguiente, el día que sus clientes quieran cambiar sus depósitos por billetes. los bancos deben acudir al Banco Central para conseguirlos. De ahí resulta la elevada posición del Banco Central como “Banco de Bancos”. Es el Banco de los banqueros porque éstos se ven forzados a tener negocios con él. El resultado fue que, los depósitos bancarios pudieron ser redimidos o canjeados no ya solo por oro sino por billetes del Banco Central. Y esos nuevos billetes ya no eran simples billetes de banco. Representaban responsabilidades contraídas por el Banco Central, una institución investida de toda el aura majestuosa del gobierno mismo. El gobierno, al fin y al cabo, nombra a los cargos del Banco y coordina su política con otras políticas del Estado. Recibe los billetes procedentes de los impuestos y los declara de curso legal.
A resultas de esas medidas, todos los bancos del país se convirtieron en clientes del Banco Central.[5] El Banco Central recibió el oro de los bancos privados, y, a cambio, el público obtuvo los billetes del Banco Central y que las monedas de oro dejaran de usarse. Las monedas de oro fueron objeto de mofa dirigida por la opinión “oficial” por ser algo incómodo, antiguo, ineficiente, un viejo “fetiche”, tal vez útil para meterlo en los calcetines de los niños en Navidad, pero eso era todo ¡Cuanto más seguro, más práctico, más eficiente es el oro cuando descansa en forma de lingotes en los poderosos cofres del Banco Central! Inundado por esta propaganda e influenciado por la comodidad y el respaldo de los billetes por el gobierno, el público dejó de utilizar paulatinamente las monedas de oro en su vida cotidiana. Inexorablemente, el oro fluyó hacia el Banco Central, donde se centralizó su custodia, lo que permitió un grado mucho mayor de inflación de sustitutos del dinero.
En los EE.UU. la ley de la Reserva Federal obliga a los bancos a mantener una proporción o ratio mínima de reservas y, desde 1917, esas reservas tan solo podían ya consistir en depósitos en el Banco de la Reserva Federal. El oro ya no podía formar parte de la reserva legal de un banco; debía ser depositado en el Banco de la Reserva Federal.
Este completo proceso privó al público del hábito de utilizar oro y lo colocó en manos del nunca muy cuidadoso Estado quien lo podía confiscar de forma indolora. Los comerciantes internacionales aún utilizaron el oro en sus grandes transacciones, pero eran una proporción insignificante de la población con derecho a voto.
Una de las razones por las que se pudo engañar al público para sustituir el oro por billetes de banco fue la gran confianza que todo el mundo tenía en el Banco Central. ¡Evidentemente, el Banco Central, que poseía casi todo el oro del reino y estaba respaldado por el poder y el prestigio del gobierno, no podía fallar y entrar en bancarrota! Y es sin duda verdad que ningún Banco Central ha quebrado jamás en los anales de la Historia ¿Pero porqué no? Gracias a la regla a veces no escrita pero siempre muy clara según la cual no se le podía permitir quebrar. Si los gobiernos a veces dejaron que bancos privados suspendieran pagos, ¡ Cuanto más fácilmente permitirían que fuese el Banco Central -su propio órgano- quien suspendiera pagos en caso de estar en aprietos! El precedente histórico se produjo cuando Inglaterra permitió que el Banco de Inglaterra suspendiera pagos a finales del siglo XVIII y consintió que lo hiciera durante más de veinte años.
Se armó así al Banco Central con la casi completa confianza del público. En esa época, el público no podía saber que se estaba permitiendo al Banco Central falsificar a voluntad mientras, sin embargo, quedaba inmune frente a cualquier responsabilidad en el caso de que su buena fe fuese puesta en cuestión. El público empezó a considerar el Banco Central como un gran banco nacional, que prestaba un servicio público y que estaba protegido frente al riesgo de insolvencia al ser virtualmente un brazo o instrumento del gobierno.
El Banco Central invistió a los bancos privados de la confianza del público. Ésta era una tarea más difícil. Se hizo saber que el Banco Central siempre actuaría como “prestamista de última instancia o de último recurso” para los bancos, es decir, que el Banco Central estaría siempre dispuesto a prestar dinero a cualquier banco que tuviera dificultades, especialmente cuando se reclamara de muchos de ellos que pagaran sus obligaciones.
Los gobiernos también siguieron impulsando a los bancos al evitar las corridas o pánicos bancarios (esto es, los casos en los que muchos clientes sospechan engaño y piden que el banco les devuelva el dinero de su propiedad). A veces permitirán que los bancos suspendan pagos como ocurrió en las “vacaciones bancarias” impuestas en 1933. Se dictaron leyes por las que se prohibían las conductas tendentes a favorecer corridas bancarias, y, como ocurrió en la depresión de 1929 en los EE.UU. el gobierno hizo campaña contra quienes acaparaban oro, que fueron tachados de egoístas y faltos de patriotismo. Los EE.UU. finalmente “resolvieron” su maldito problema de quiebras bancarias cuando se implantó el Seguro de Depósitos Federal en 1933. La Federal Deposit Insurance Corporation tan solo tenía “respaldada” a una mínima parte de los depósitos bancarios que “aseguraba”. Pero al público se le dio la impresión (que bien pudo ser exacta) de que el gobierno federal estaría dispuesto a imprimir el nuevo dinero que fuera necesario para devolver todos los fondos de los depósitos asegurados. El resultado fue que el gobierno consiguió hacer extensivo el amplio capital de confianza del público del que gozaba a todo el sistema bancario, además de su Banco Central.
Hemos visto que estableciendo un Banco Central, los gobiernos han grandemente debilitado, si no eliminado, dos de los tres principales controles a la inflación bancaria del crédito. ¿Qué hay del tercer límite o control, el problema de la escasa dimensión o tamaño de la clientela de cada entidad bancaria? La eliminación de este control es una de las principales razones de la existencia del Banco Central. En un sistema de libertad bancaria, la inflación creada por cualquier banco pronto provocaría peticiones de canje de los otros bancos, ya que la clientela de cualquiera de ellos es muy reducida. Pero el Banco Central, al bombear reservas en todos los bancos, pueden asegurarse de que expandirán sus balances todos a la vez y a una tasa uniforme. Si todos los bancos se expanden, entonces no hay problema de canje de un banco respecto de otro, y cada banco se encuentra con que su clientela es realmente todo el país. En resumen, los límites a la expansión bancaria se ven inmensamente ampliados, al pasar de ser la clientela de cada banco a la de todo el sistema bancario. Por supuesto, esto supone que ningún banco puede expandirse más allá de los deseos del Banco Central. De este modo, el gobierno ha conseguido finalmente tener el control y dirigir la inflación de todo el sistema bancario.
Además de quitar los controles sobre la inflación, el acto de establecimiento de un Banco Central tiene un directo impacto inflacionario. Antes de que el Banco Central existiera, los bancos mantenían reservas de oro; el oro ahora fluye hasta el Banco Central a cambio de depósitos en el mismo Banco, que son ahora reservas para los bancos comerciales ¡Pero el Banco Central mantiene solo una reserva fraccionaria de oro para cubrir sus propias responsabilidades! Por consiguiente, el acto de establecer un Banco Central multiplica enormemente el potencial inflacionario del país.[6]
9.- Banca centralizada: dirigiendo la inflación.
¿Cómo realiza exactamente el Banco Central el trabajo de regular los bancos privados?
Controlando las reservas de los bancos, sus cuentas de depósito en el Banco Central.
Los Bancos tienden a mantener cierta proporción entre sus reservas y el total importe de las responsabilidades derivadas de los depósitos y en los EE.UU. el control del gobierno sobre los bancos se hace más fácil al imponérseles la obligación legal de respetar un coeficiente o ratio mínimos. Por eso, el Banco Central puede estimular la inflación aumentando las reservas del sistema bancario y también reduciendo el lo que produce una expansión crediticia bancaria en toda la nación. Si los bancos mantienen un coeficiente de reservas/depósitos de 1:10 entonces, un exceso de reservas (sobre el coeficiente requerido) de diez millones de dólares permitirá e impulsará una inflación bancaria nacional de 100 millones. Como los bancos obtienen sus beneficios de expandir sus créditos, y como el gobierno ha hecho casi imposible que puedan quebrar, intentarán por lo general “apalancarse” hasta el límite máximo permitido.
El Banco Central aumenta la cantidad de reservas bancarias comprando activos en el mercado. ¿Qué ocurre por ejemplo si el Banco Central compra un activo (cualquier activo) del Sr. Jones, valorado en 1.000 $? El Banco Central libra un cheque a favor del Sr. Jones de 1.000 $ para pagar el activo. El Banco Central no mantiene cuentas con particulares así que el Sr. Jones toma el cheque y lo deposita en su banco. El banco del Sr. Jones le abona 1.000 dólares en concepto de depósito, y presenta el cheque al cobro al Banco Central, que debe abonarle en cuenta al banco 1.000 $ aumentando con ello sus reservas en ese mismo importe. Esos 1.000 $ en reservas permiten una expansión múltiple del crédito bancario, particularmente si reservas adicionales se distribuyen de ese modo a muchos bancos a lo largo y ancho del país.
Si el Banco Central compra un activo directamente de un banco, entonces el resultado aún es más claro; el banco aumenta sus reservas, y queda establecida una base para una expansión crediticia múltiple.
Indudablemente, el activo preferido por los Bancos Centrales a estos efectos son los títulos de deuda del gobierno. De esta forma, el gobierno se asegura un mercado para su deuda. El gobierno puede fácilmente inflar la oferta monetaria emitiendo nuevos bonos y ordenando después a su Banco Central que los compre. Con frecuencia, el Banco Central interviene en el mercado para mantener el precio de la deuda del gobierno a cierto nivel, produciendo con ello un flujo de títulos de deuda hacia el Banco Central y una consecuente inflación perpetua.
Aparte de comprar activos, el Banco Central puede crear reservas bancarias de otra forma: prestándolas. El tipo de interés que el Banco Central carga a los bancos por sus servicios es la “tasa de redescuento”. Claramente, las reservas prestadas no son tan satisfactorias para los bancos como las que son íntegramente de ellos, ya que ahora tienen la presión de tener que devolver ese dinero. Los cambios de la tasa de redescuento reciben mucha publicidad, pero son claramente de menor importancia comparadas con los movimientos del importe de las reservas bancarias y del coeficiente de reserva.
Cuando el Banco Central vende activos a los bancos o al público, baja las reservas bancarias y produce presión para contraer el crédito y deflación (disminución) de la oferta monetaria. Hemos visto, sin embargo, que los gobiernos son inherentemente inflacionarios; históricamente, la acción deflacionaria de los gobiernos ha sido insignificante y efímera. Se olvida a menudo una cosa: la deflación solo puede tener lugar después de una previa inflación; solo los pseudo-recibos, no las monedas de oro, pueden ser retirados y liquidados.
[1] Muchas desvalorizaciones, de hecho, ocurren de forma encubierta, con gobiernos que pretenden que se limitaban a ajustar el ratio oficial de intercambio entre el oro y la plata a una más exacta alineación con el mercado [2] Lord Farrer, Studies in Currency 1898 (London: Macmillan, 1898), p. 43. La legislación común de contratos proporciona todo lo necesario sin que sea precisa ninguna ley para otorgar funciones especiales a formas particulares de dinero. Hemos adoptado un soberano de oro como nuestra unidad … Si prometo pagar 100 soberanos, no necesito que ninguna ley de curso legal diga que tengo la obligación de pagar 100 soberanos, y que si, se me requiriese el pago de 100 soberanos, no podría cumplir mi obligación pagando con cualquier otra cosa. Sobre las leyes de curso legal véase también Ludwig von Mises, Human Action (NewHaven, Conn.: Yale University Press, 1949), pp. 432n. and 444. [3] El uso de monedas extranjeras prevaleció en la Edad Media y en los EEUU hasta mediados del siglo XIX. [4] Véase Horace White, Money and Banking, 4th ed. (Boston: Ginn, 1911), pp. 322–27. [5] En los EEUU, los bancos se vieron forzados por ley a unirse al Sistema de la Reserva Federal y a mantener cuentas abiertas en la FED (Esos “bancos estatales” que no son miembros del sistema de Reserva Federal mantienen sus reservas en bancos que si son miembros). [6] El establecimiento de la Reserva Federal, que se produjo de esa forma, incrementó tres veces el poder de expansión del sistema bancario de los EEUU. El Sistema de la Reserva Federal también redujo los requerimientos de las reservas legales de todos los bancos de aproximadamente una media del 21 % en 1913 al 10 % en 1917, lo que duplicó el potencial inflacionario -una inflación potencial combinada sextuplicada. Véase Chester A. Phillips, T.F. McManus, y R.W. Nelson, Banking and the Business Cycle(New York: Macmillan, 1937), pp. 23ff.
Traducido del inglés por Juan Gamón Robres.