Devolviendo la economía a la Navidad

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Aplaudo a la revista en línea Slate por sus series periódicas sobre “la ciencia lúgubre”, como la llaman. En lugar de aburridas explicaciones del mercado inmobiliario o el índice NASDAQ, economistas como Steven Landsburg y otros se ocupan de temas interesantes. No me malinterpretéis, casi siempre estoy en desacuerdo con los artículos. Nunca me intrigó por qué la gente anda en las escaleras pero no en las escaleras mecánicas, no creo que un aumento en la promiscuidad reduzca la expansión del VIH y sigo sin estar convencido de que una persona solo debería dar a una organización de caridad. Aun así, los artículos me hacen pensar y eso es lo importante.

Así que el lector debe entender que es con este espíritu jovial y festivo con el que procederé a devastar un reciente artículo de Slate, The Sovereign versus the Idiot”. Es un calcetín lleno de mentiras y de non sequiturs que puede disfrutar toda la familia. Cuando leo un artículo como este, me siento sinceramente humillado por lo afortunado que fui por tropezar con la sabiduría de los economistas austriacos. ¡Pero basta de preámbulos! Vamos con el inicio poco propicio del artículo:

Los economistas generalmente celebran los regalos de las fiestas por su sano efecto en la macroeconomía. Y de hecho,  el gasto en regalos aumenta el PIB en torno a los 100.000 millones de dólares al año en Estados Unidos.

Concedo que la mayoría de los economistas pueden ser tontos y por tanto quizá sea cierto que “generalmente celebran” los regalos de las fiestas; posiblemente no sea culpa del autor de Slate. Aun así, pierde una gran oportunidad de ilustrar a sus lectores explicando que el gasto de consumo no dirige la economía. Por el contrario, ahorro inversión y emprendimiento son los componentes críticos del crecimiento económico.

Supongamos que la inmensa mayoría de los estadounidenses hiciera caso de imperativo estándar de “devolver a Cristo a la Navidad” y en lugar de comprar hasta caer exhaustos visitaran asilos y cantaran villancicos. ¿Sería desastroso para la economía?

¡En absoluto! En la medida en que el cambio en las preferencias fuera súbito e impredecible, habría muchos vendedores con enormes inventarios en sus manos a principios de diciembre. Tendrían que recortar precios para vaciar sus almacenes (tal vez a consumidores extranjeros) y sin duda lamentar el volumen de los pedidos que habían hecho a sus proveedores. Pero lo desperdiciado aquí no se debería a la falta de ventas de vacaciones por sí misma, sino más bien a las previsiones erróneas de los vendedores en los centros comerciales.

Un vez todos se ajustaran a la nueva situación, la “macroeconomía” (que creo que es un sinónimo de “economía”) iría bien, gracias. Los recursos que iban antes a la producción de sistemas de juegos y pantalla de TV de plasma se canalizarían a otros sectores.

Después de todo, el dinero que los ahora parsimoniosos estadounidenses hubieran gastado antes en Navidades se dirigiría ahora a otros fines. En lugar de gastar 200$ en DVD, un padre típico podría guardar ese dinero en el banco y destinarlo a pagar la universidad. Este ahorro extraordinario rebajaría los tipos de interés y permitiría aumentar las inversiones empresariales, proporcionado la infraestructura “real” que acompañe al creciente aumento de riqueza financiera que los ahorradores individuales experimentan con el tiempo.

Así que es incorrecto pensar en los consumidores como gastando o no gastando. Se trata de en qué gastan. Si la gente deja de comprar Coca-Cola y se cambia a Pepsi, eso indudablemente no supone un desastre para la economía en su conjunto. No, solo significa que Coca-Cola despide a trabajadores y Pepsi contrata trabajadores. Así que por la misma razón, si la gente deja de comprar bienes actuales de consumo y por el contrario “compra” cosas como futura educación universitaria o incluso solo una casa mayor para legarla a sus herederos o a fundaciones de caridad, no estropeará la economía en su conjunto. Simplemente reasignará a trabajadores y otros recursos a atender las nuevas preferencias.

Las dañinas estadísticas de renta nacional

Como ilustra la absurda cita anterior, estas mentiras elementales se debe en buena medida a fijarse en cifras agregadas como el Producto Nacional Bruto (PNB) o el ahora de moda Producto Interior Bruto (PIB). (La distinción es entre los que producen los ciudadanos de EEUU frente a lo que se produce dentro de Estados Unidos).

Es un simple hecho contable que el valor monetario total de los bienes y servicios producidos en un año será igual al dinero total gastado en esos objetos. Vale. Así que si no tenemos en cuenta los numerosos defectos metodológicos implicados y suponemos que podemos medir el PIB desde el lado de la producción, podemos también llegar a la misma cifra sumando gastos de consumidores y gobierno, inversión neta y exportación neta. (Muchos lectores estarán sin duda familiarizados con la repugnante ecuación PIB = C + I + G + NX).

Por desgracia, mucha gente, incluyendo economistas de formación, salta de esta perogrullada a la creencia completamente injustificada de que un aumento en uno de los componentes del lado de la derecha hará que aumente la producción total. Para ver lo tonto que es esto, pensad en vuestro presupuesto personal mensual.

Supongamos que ganáis 5.000$ al mes y vuestros gastos son de 2.000$ en hipotecas y servicios públicos, 500$ en vuestro coche, 1.500$ en comida, ropa y ocio, 500$ en ahorro y finalmente 500$ en reparar un tejado que gotea. Si utilizarais una hoja Excel, todas estas celdas se ajustarían correctamente. Ahora imaginaos que unos niños vándalos estropean vuestro tejado en medio del mes, obligándoos a gastar otros 500$ en él. ¿Podríais apuntar vuestra fórmula en la celda D35 y explicar que vuestra renta mensual debería ahora aumentar a 5.500$?

El soberano frente al idiota

Por muy importante que sea mi diatriba, me estoy alejando del tema real del artículo de Slate. Lo que realmente quiere el autor es explicar si es “eficiente” dar regalos, en lugar de permitir a los individuos hacer sus propias compras.[1] Para eso realiza varias encuestas y pide a la gente que adivine cuánto gastan los demás en regalos, frente a cuánto habrían pagado los receptores por deshacerse el regalo. La idea es comparar el precio del regalo con su valor para el receptor. El autor concluye:

He aquí lo que he descubierto. De media, un dólar que la gente gasta en sí misma crea aproximadamente un 20% más de satisfacción que un dólar que algún otro gasta en ella. Dicho de otra manera (deprimente), dar regalos desperdicia en la práctica un 20% del precio del regalo. Así que de los casi 100.000 millones de dólares gastados en regalos navideños cada año, un quinto en la práctica se va por el desagüe.

Hay tantos problemas con esto que es difícil saber por dónde empezar. Primero, no se puede medir la “satisfacción”. Los economistas austriacos son los más insistentes en destacar la naturaleza ordinal de las preferencias. Indudablemente puedes clasificar cosas distintas en términos de su utilidad, pero eso no significa que puedas asignar números cardinales de “utilidad” a cada una. Por ejemplo, es perfectamente correcto clasificar a gente desde tu mejor amigo hasta un conocido lejano. Eso no significa que realmente tu mejor amigo tenga más unidades de amistad, seguido por unidades de amistad un 2% inferiores en tu segundo mejor amigo y así bajando por todo el ránking.

Otro problema es que al autor nunca se echa atrás y pregunta a los estudiantes si les gustaría abolir completamente la práctica de dar regalos. Después de todo, si un 20% del valor se va por el desagüe, ¿no estaríamos mejor si solo compráramos cosas para nosotros mismos? Sí, echaríamos de menos los regalos recibidos durante las fiestas, pero por la misma razón no tendríamos que comprar regalos a otros. También evitaríamos el fastidio de devolver cosas ridículas y tener que dar excusas cuando tu cuñada te pregunta por qué no te pones nunca el jersey naranja.

Aunque podamos reírnos por algunos de los absurdos implicados y todos conozcamos el proverbial pastel de frutas, aun así la mayoría disfrutan de las Navidades. Les gusta comprar para sus amigos y familia. Suponen con ansia qué encontrarán bajo el árbol. Estos son todos beneficios reales de la tradición, aunque el autor de la encuesta olvida totalmente todo ello.

Es bastante irónico cuando lo piensas. En otros contextos se critica el mercado libre por su toma atomista de decisiones. Podría haber una “mejora de Pareto” si la gente dejara su estrecho interés propio y actuara altruistamente. Y ahora tenemos un crítico lamentando que los individuos libres están olvidando “ineficientemente” las ganancias personas del gasto egoísta.

La visión misesiana de la soberanía del consumidor

Hay que reconocer que el autor no pide que actúe el gobierno.  Aun así no cabe duda de que culpa al mercado. Consideremos su parte final:

Así que tres hurras por el consumidor soberano. Por muy tonta que pueda ser la gente, siguen siendo mejores al elegir sus propias camisetas y cedés y colonias. Y olvidad al gobierno como el único ogro de la asignación ineficiente. Vuestra tía Sally es al menos tan mala como vuestro Tío Sam.

Por supuesto, podemos entender que parte de este sentimiento es sencillamente porque el autor quería acabar con una ocurrencia irónica. Aun así, es inexcusable mencionar el pequeñísimo detalle de que la tía Sally es “ineficiente” con su propio dinero y el Tío Sam lo roba a punta de pistola. Por eso los ideólogos obstinados solemos centrarnos en el “único ogro” del recaudador de impuestos.

Para acabar, dejadme pedir a quienes quieran ver una perspectiva completamente distinta de la soberanía del consumidor que exploren los escritos de Mises. Este gran economista explica que, aunque los empresarios piloten el barco de la economía, en último término reciben sus órdenes de los consumidores. No tiene nada que ver con nuestros juicios personales sobre si las órdenes de los consumidores son “racionales” o no, sino que es simplemente una exposición de hechos.

Inversores y empresarios son la fuerza motriz de la economía, como se indicó antes. Sin sus ahorros y esfuerzos no habría producción. Pero son en definitiva las preferencias de los consumidores las que determinan si los esfuerzos de producción fueron un éxito o un fracaso.

El libre mercado es un nexo flexible de individuos soberanos, en el sentido de que todos tienen una serie de derechos de propiedad bien definidos que otros deben respetar. Aun así, en esta área hay mucho espacio para tradiciones altruistas como los reglados navideños. Solo una rama estrecha y mecanicista de la economía ha tenido dificultades con esas menudencias. La Escuela Austriaca, por el contrario, puede manejar el mundo real en sus análisis.


[1] Nuestro propio Jeffrey Tucker se ocupó de la tesis despectiva de Joel Waldfogel cuando publicó por primera vez los resultados de su encuesta en la American Economic Review: “Is Christmas Inefficient?“.


Publicado el 25 de diciembre de 2006. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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