Obamacare, estímulo y otros desastres

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Reseña del libro [At the Brink: Will Obama Push Us Over the Edge? • John R, Lott, Jr. • Regnery, 2013 • Xvi + 320 páginas]

John Lott es más conocido entre el público por su extraordinario análisis de la legislación de control de armas, pero su trabajo como economista se extiende mucho más allá de ese tema y aquí nos da una explicación devastadora de cubre todo el espectro de la política económica de la Administración Obama.

Los lectores irritados por el estatismo simplón de Paul Krugman se verán deleitados por la demolición de Lott de varias de sus afirmaciones. A quienes dicen que los altos impuestos a los ricos desaniman la inversión, en perjuicio de todos, Krugman a menudo les recuerda la era palmaria de la década de 950. ¿No vimos entonces impuestos muy altos junto con altas tasas de crecimiento económico? “En la década de 1950, las rentas en el tramo superior soportaban un tipo fiscal marginal del 91%, es verdad, del 91%, mientras que los impuestos a los beneficios empresariales eran el doble de grandes, en relación con la renta nacional, que en años recientes” (p. 200, citando a Krugman).

Lott es un maestro de las estadísticas económicas y rápidamente expone un defecto esencial en el argumento de Krugman. El capital se mueve hoy mucho más rápidamente que en la década de 1950 y si los tipos fiscales en el extranjero caen significativamente por debajo de las exacciones estadounidenses, los inversores trasladarán rápidamente sus fondos a las condiciones extranjeras más favorables. “Pero el mundo ha cambiado sustancialmente desde la década de 1950 e incluso de 1960. Un cambio importante ha sido aumentar la competencia internacional entre países respecto de los impuestos. Para los inversores (…) en los mercados internacionales de capitales en busca del máximo retorno, incluso una pequeña diferencia en tipos fiscales puede determinar a dónde va el dinero” (p. 201).

Si Krugman considera como buenos los altos impuestos, le gusta aún más el gasto público. ¿No restaura inmediatamente el multiplicador, pregunta, una economía deprimida a la prosperidad? El gasto público estimula a la economía más de lo que lo hacen los recortes fiscales a los individuos, alegan los keynesianos como Krugman, porque la gente desvía parte del dinero que gana de los recortes fiscales al ahorro. El gobierno puede gastar más eficientemente para llegar a la prosperidad.

Lott rechaza esta dudosa doctrina, tanto sobre bases teóricas como empíricas. “Prohibiendo la destrucción real y concreta. Los recursos en la economía no se limitan a desaparecer. El ahorro no es un agujero negro, sino que se corresponde siempre con recursos reales, en algún lugar de la economía, en una forma u otra. (…) Los keynesianos olvidan convenientemente que los recursos utilizados para financiar el gasto público adicional tienen que venir de alguna parte, ya sea mediante impuestos o préstamos. Si es a través de impuestos, los contribuyentes tienen menos para gastar. Si es mediante préstamos, el gobierno absorbe recursos que podrían haberse invertido en empresas privadas” (pp. 89-90).

Krugman sin duda respondería a Lott que los hechos le apoyan: los programas de austeridad prolongan las dolencias económicas y hace falta un extenso gasto público para acabar con una depresión prolongada. Una vez más, Lott está preparado frente a su adversario. “Mis regresiones concluyen que aumentar el gasto público (en porcentaje del PIB) un 1% reduce el PIB por cabeza en 184$. Ese aumento del gasto público reduce la cifra para población en edad laboral empleada en torno al 0.5%. La moraleja debería estar clara. Los gobiernos no son capaces de salir de sus problemas gastando. (…) ‘Austeridad’ puede ser una palabrota para algunos políticos, pero los países que siguieron políticas keynesianas han sufrido una trinidad de males: bajo crecimiento del PIB, bajo crecimiento del empleo y deuda masiva” (p. 102).

Lott no limita su atención a la líneas generales de de la política económica, sino que explica también programas concretos. De estos, el Obamacare es el más polémico y Lott deja claro desde su título del capítulo lo que piensa de él: “El inminente desastre del Obamacare”.

Palabras duras, sin duda, pero Lott hace buena su afirmación. Para empezar, el programa no puede tener éxito sin grandes aumentos en la cifra de personas que compren seguro médico: de eso trata el polémico “mandato individual”. Pero el mandato es muy improbable que logre lo que esperan sus defensores. “La Oficina del Presupuesto del Congreso estima que en 2015, el Obamacare hará que veinte millones de personas contraten seguros. Esta cifra es esencial para su estimación de costes, porque las multas y primas de seguro se supone que cubren los costes del programa. Esa cifra es asimismo completamente irreal. Las primas de seguro más caras harán que más gente renuncie a su seguro. Las filas de los no asegurados pueden en realidad aumentar. (…) Para todos, salvo los que ganen más, tendrá por tanto sentido evitar el seguro y pagar la multa. Los estadounidenses podrían ahorrar miles de dólares al año esperando a contratar el seguro hasta que estén seriamente enfermos o embarazadas las mujeres. (…) Y cada vez más lo harán al aumentar el precio del ‘mismo’ seguro” (pp. 13-14).

Los defensores del Obamacare sostienen que independientemente de los defectos del programa, se necesitaba una acción drástica para afrontar una crisis en la atención sanitaria estadounidense. La respuesta de Lott sorprenderá a muchos, pero se basa en su habitual análisis cuidadoso de los datos. La supuesta “crisis” no existe. “Las encuestas muestran que en torno al 90% de los estadounidenses están contentos con su atención sanitaria (…) incluso una enorme mayoría de estadounidenses sin seguro está contenta con su atención” (p. 29).

Uno esperaría que un libro de John Lott dijera algo informativo acerca del control de armas y nuestro autor no nos decepciona. Revela que conoció al presidente Obama cuando ambos trabajaban en la facultad de derecho de la Universidad de Chicago. “Le conocí en 1996. Poco después de que mi investigación sobre leyes de armas ocultas y delito hubiera conseguido atención nacional. Me presenté y respondió ‘Ah, eres el tipo de las armas’. ‘Sí, supongo’, respondí. ‘No creo que la gente deba poder poseer armas’, replicó Obama. Así que le sugerí que podría ser divertido comer juntos y hablar de ello. Simplemente hizo un mohín y se fue, acabando la conversación” (pp. 126-127).

Los lectores de la obra cuidadosamente documentada de Lott obtendrán una gran cantidad de información esencial acerca de la economía estadounidense, toda ella desgraciadamente desconocida para el presidente que se fue.


Traducido por Mariano Bas. El artículo original se encuentra aquí.

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