IV.- LA FRACTURA MONETARIA DE OCCIDENTE.
Lo sucedido después de que se escribiera la primera edición de este libro, evidencia que los intervencionistas monetarios deben responder de sus errores. La crisis monetaria de febrero-marzo 1973, seguida de la caída del dólar de julio, era tan solo el último episodio de una acelerada serie de crisis que constituye un ejemplo de libro de nuestro análisis de las inevitables consecuencias de la intervención gubernamental en el sistema monetario. Después de aliviar cada crisis con una solución de emergencia, los gobiernos occidentales anunciaron a voces que el sistema monetario internacional se había asentado firmemente y que todas las crisis monetarias se habían resuelto. El Presidente Nixon llegó a calificar al Acuerdo Smithsoniano del 18 de diciembre de 1971, como el “mayor acuerdo monetario de la historia de la humanidad”, para verlo derrumbarse poco más de un año después. Cada “solución” se ha hundido más rápidamente que la precedente.
Para entender el caos monetario actual, es necesario examinar brevemente los desarrollos monetarios del siglo XX y ver cómo el fracaso de cada nuevo conjunto de medidas intervencionistas, consecuencia de sus propios e inherentes problemas, daba paso a nuevos escenarios que, a su vez, daban lugar a nuevas intervenciones. El siglo XX de la historia del orden monetario mundial puede dividirse en nueve fases. Examinémoslas una tras otra.
1.- Fase I: El patrón oro clásico, 1815-1914.
Podemos considerar al período de vigencia del patrón oro clásico en el mundo occidental, de los siglos XIX y principio del XX, como la edad de oro en sentido literal y metafórico. Con la excepción del problema de la plata, el mundo se regía por un patrón oro, que significaba que cada divisa nacional (el dólar, la libra, el marco,….) era meramente un nombre o una denominación de cierto y definido peso en oro. El “dólar”, por ejemplo, se definía como 1/20 de una onza de oro, la libra esterlina como algo menos que 1/4 de onza de oro, y lo mismo con las demás monedas. Esto significó que los “tipos de cambio” entre las varias monedas nacionales fue fijado, no porque fuesen arbitrariamente controladas por los gobiernos, sino en la misma forma que una libra de peso se define como equivalente a dieciséis onzas.
El patrón oro internacional significó que los beneficios de disponer de un medio monetario se extendieron al mundo entero. Una de las razones del crecimiento y prosperidad de los EE.UU. Ha sido el hecho de que hemos disfrutado de un mismo y único tipo de dinero en la mayor parte del país. Hemos tenido un patrón oro o al menos un dólar estándar único en todo el país y no tuvimos que sufrir el caos de que cada ciudad y condado emitiese su propio dinero y de que éste fluctuara con respecto al de todas las demás ciudades y condados. El siglo XIX gozó de los beneficios derivados de disponer de un mismo dinero para todo el mundo civilizado. Un solo dinero facilitaba la libertad de comercio, la inversión, y viajar a través de esa zona comercial y monetaria, con el consiguiente crecimiento de la especialización y de la división internacional del trabajo.
Debe enfatizarse que el oro no fue arbitrariamente elegido por los gobiernos para convertirse en el estándar monetario. El oro se había desarrollado durante muchos siglos y es el mercado quien libremente lo había seleccionado por ser el mejor dinero posible; por ser el material que constituía el medio monetario más estable y deseable. Por encima de todo, la oferta y el suministro del oro estaba solo sometida a las fuerzas del mercado y no a su impresión arbitraria por el gobierno.
El patrón oro internacional facilitó un mecanismo automático del mercado para poner coto al potencial inflacionario del gobierno. También aportó un mecanismo automático para mantener en equilibrio la balanza de pagos de cada país. Como ya apuntara el filósofo y economista David Hume a mediados del siglo XVIII, si una nación, digamos Francia, inflase su oferta de francos-papel, sus precios subirían; los mayores ingresos derivados del aumento de la cantidad de francos puesta en circulación en forma de papel moneda estimularía las importaciones del extranjero, que también se verían espoleadas por el hecho de que los precios de los productos importados serían ahora relativamente más baratos que los domésticos; Al mismo tiempo, los mayores precios domésticos desincentivarían las exportaciones al exterior; el resultado sería un déficit de la balanza de pagos, que debería ser cubierta por los países extranjeros comprando oro y entregando francos. La salida de oro significaría que Francia debería eventualmente contraer sus inflados francos-papel para evitar una pérdida de todo su oro. Si la inflación tomara la forma de depósitos bancarios, entonces los bancos franceses deberían contraer sus préstamos y depósitos para evitar la bancarrota conforme los tenedores extranjeros de francos reclamasen de los bancos franceses que les canjearan sus depósitos con oro. La contracción, disminuiría los precios domésticos, y generaría un superávit de la balanza comercial, invirtiendo con ello el flujo de oro, hasta que el en Francia y en los demás países se igualara.
Es verdad que las intervenciones de los gobiernos anteriores al siglo XIX debilitaron la rapidez de respuesta de este mecanismo de mercado e hizo posible un ciclo económico de inflación y recesión en el marco de ese patrón oro. Esas intervenciones fueron en particular: la monopolización de la acuñación por el gobierno, las leyes de curso legal, la creación del papel moneda, y el desarrollo de la banca inflacionaria impulsada por todos y cada uno de los gobiernos. Pero mientras que esas intervenciones ralentizaron los ajustes del mercado, éstos podían todavía controlar en última instancia la situación. Así que mientras que el patrón oro clásico del siglo XIX no era perfecto y permitió la formación y eclosión de algunas pequeñas burbujas, nos brindó aún así el que ha sido de lejos el mejor orden monetario mundial que el mundo ha conocido jamás, un orden que funcionó, que impidió que se descontrolaran los ciclos económicos y que hizo posible el desarrollo internacional del libre comercio, de los intercambios y la inversión. [1]
2.- Fase II: La primera guerra mundial y lo que vino después.
Si el patrón oro clásico funcionó tan bien ¿Porqué fracasó? Lo hizo porque se confió a los gobiernos la tarea de mantener sus promesas monetarias, la tarea de asegurarse de que las libras, los dólares, los francos, etc … fueran siempre convertibles en oro como habían asegurado tanto los gobiernos como los sistemas bancarios- que aquéllos tenían bajo su control. No fue el oro lo que falló, sino la locura de confiar en que el gobierno mantendría sus promesas. Para sufragar la catastrófica primera guerra mundial, cada gobierno tenía que inflar su propia oferta de dinero, tanto en papel como la materializada en depósitos bancarios. Esta inflación fue tan severa que a los gobiernos de las naciones beligerantes les resultó imposible hacer frente a sus compromisos y así fue como salieron del patrón oro, esto es, se declararon en bancarrota, poco después de entrar en guerra. Todos, excepto los EE.UU, que entraron en guerra más tarde, y no inflaron lo suficiente su oferta de dólares como para poner en peligro su convertibilidad. Pero, aparte de los EE.UU., el mundo sufrió lo que algunos economistas ahora califican como el Nirvana de los tipos libres de cambio flotantes (hoy llamados “flotantes sucios”), devaluaciones competitivas, guerras de divisas agrupadas en torno a bloques de naciones, controles de cambio, tarifas y cuotas a la importación y la ruptura del comercio internacional y de la inversión.
Las infladas libras, francos, marcos, etc … se depreciaron respecto del oro y del dólar; un gran caos monetario se extendió por el mundo entero
En aquellos días, afortunadamente, muy pocos economistas acogieron esa situación como el ideal monetario. Por lo general se reconocía que la fase II era el umbral del desastre a escala internacional y los políticos y los economistas buscaron fórmulas para restablecer la estabilidad y la libertad del patrón oro clásico.
3.- Fase III: El estándar de convertibilidad oro (Gran Bretaña y Estados Unidos) 1926-1931.
¿Cómo volver a la edad de oro? Lo razonable hubiera sido reconocer la realidad de los hechos, que la libra, el franco, el marco, etc … se habían depreciado y haber restablecido el patrón oro a una tasa redefinida: una tasa que reconociera la oferta de dinero y los niveles de precios existentes. La libra esterlina, por ejemplo, se había definido tradicionalmente como el peso equivalente de 4.86 $. Pero al final de la primera guerra mundial, la inflación en Gran Bretaña había reducido la libra a aproximadamente 3.50 $ en el mercado libre de moneda extranjera. Otras monedas se habían depreciado en parecidos términos. La decisión inteligente hubiera sido para Gran Bretaña reinstaurar el patrón oro a aproximadamente 3,50 $ y que se hubiese hecho lo mismo respecto de las demás divisas hinchadas. La fase I se podría haber restablecido rápidamente y sin grandes dificultades. En cambio, los británicos tomaron la fatídica decisión de regresar al patrón oro pero adoptando la vieja paridad de 4.86 $ por libra. Lo hicieron así, por razones de “prestigio” nacional y en un vano intento de que Londres volviera a ser el centro financiero del mundo para las “monedas fuertes”. Para asegurar el éxito de esta heroica locura, Gran Bretaña tendría que haber desinflado considerablemente su oferta monetaria y sus niveles de precios, ya que con una libra esterlina a 4.86 $ [2] , los precios de las exportaciones británicas eran demasiado altos para ser competitivos en los mercados mundiales. Pero la deflación era ahora políticamente inaceptable, ya que la expansión de los sindicatos, reforzada por un sistema nacional de seguro de desempleo, había hecho a los salarios resistentes a la baja; para desinflar, el gobierno británico tendría que haber revertido el crecimiento de su estado de bienestar. En realidad, los británicos querían seguir inflando su moneda y los precios. A resultas de combinar inflación y el retorno a una paridad sobrevalorada, las exportaciones británicas estuvieron deprimidas durante toda la década de los años 20 y el desempleo fue severo durante todo el período mientras que en la mayor parte del mundo se estaba viviendo un boom económico.
¿Cómo fue que los británicos intentaran hacer tortilla sin romper los huevos? Estableciendo un nuevo orden monetario internacional que induciría u obligaría coactivamente a los demás gobiernos a inflar sus propias divisas o a regresar al patrón oro con paridades sobrevaloradas para sus propias monedas dañando así a sus propias exportaciones y subsidiando las importaciones procedentes de Gran Bretaña. Esto es precisamente lo que hizo Gran Bretaña, cuando, en la Conferencia de Génova de 1922, emprendió ese camino, al crear un nuevo orden monetario internacional, el estándar de convertibilidad oro.
El estándar de convertibilidad oro funcionaba del siguiente modo: Los Estados Unidos seguían en el patrón oro clásico, canjeando dólares por oro. Gran Bretaña y los demás países occidentales, sin embargo, retornaron a un pseudo patrón oro, Gran Bretaña en 1926 y los demás países más o menos al mismo tiempo. Las libras británicas y las demás divisas no se podían pagar en monedas de oro, sino solo en barras de gran tamaño, solo aptas para transacciones internacionales. Esto impidió que los ciudadanos corrientes de Gran Bretaña y de otros países europeos utilizaran oro en su vida diaria, lo cual permitió un aumento en el grado de utilización del papel moneda y una mayor inflación. Pero, es que además, Gran Bretaña hizo que las libras fueran convertibles no solamente por oro, sino también por dólares; mientras los demás países cambiaban sus divisas no por oro, sino por libras esterlinas. Y la mayoría de esos países fueron inducidos por Gran Bretaña a restablecer el patrón oro con paridades sobrevaloradas. El resultado fue una pirámide en la que las dos monedas clave eran el dólar y la libra y que estaba formada por: EE.UU., con dólares convertibles en oro; Gran Bretaña, cuyas libras esterlinas se podían convertir en dólares; y por los demás países europeos, cuyas divisas eran convertibles en libras.
Ahora, cuando Gran Bretaña inflara y experimentara un déficit en su balanza de pagos, el mecanismo del patrón oro no operaría para restringir rápidamente la inflación británica. Ya que en vez de canjear sus libras por oro, los demás países conservarían las libras y generarían inflación suplementaria, por encima de la de las libras. Fue así como se permitió que Gran Bretaña y Europa pudieran inflar sin restricciones y los déficits británicos pudieran acumularse sin verse constreñidos por la disciplina impuesta al mercado por el patrón oro. Respecto a EE.UU., Gran Bretaña pudo inducirle a inflar el dólar para no verse obligada a perder una parte demasiado grande de sus reservas en dólares o en oro en provecho de aquél.
El problema del estándar de convertibilidad oro es que no pudo durar; el gaitero (quien sopla e infla) debe finalmente recibir su merecido, pero tan solo mediante una desastrosa reacción al lento boom inflacionario. Conforme los saldos en libras iban amontonándose en Francia, en los EE.UU. y en otros sitios, la más ligera pérdida de confianza en la cada vez más inestable y chapucera estructura inflacionaria estaba condenada a llevar a un colapso generalizado. Esto es precisamente lo que sucedió en 1931; la quiebra de varios bancos inflacionistas en Europa y el intento de Francia, que adhería a la idea de una divisa fuerte, de encajar en oro sus saldos en libra esterlina, condujo a Gran Bretaña a salirse completamente del patrón oro. Gran Bretaña fue pronto seguida por otros países europeos.
4.- Fase IV: Monedas fiduciarias de cambio flotante, 1931-1945.
El mundo había ahora vuelto al caos monetario de la primera guerra mundial, con la singularidad de que quedaba poca esperanza de que pudiera restaurarse el patrón oro. El orden económico internacional se había desintegrado en el caótico sistema de tipos de cambio flotantes, sucios y limpios, devaluaciones competitivas, controles de cambio y barreras comerciales; internacionalmente, se multiplicaban las guerras comerciales y monetarias entre divisas y bloques de divisas.
El comercio y la inversión internacionales quedaron virtualmente paralizados; y el comercio se llevaba a cabo mediante intercambios en especie entre gobiernos que competían y entraban en conflicto unos con otros. El Secretario de Estado Cordell Hull (equivalente a Ministro del Interior en los EE.UU.) señaló repetidamente que esos conflictos monetarios y económicos de los años 30 fueron la causa principal de la segunda guerra mundial [3].
Los EE.UU., en un vano intento de sacar al país de la depresión, siguieron bajo el patrón oro dos años más y en 1933-34 se salieron del mismo. Los ciudadanos norteamericanos ya no podían convertir dólares en oro y hasta se les prohibió poseer cualquier oro de cualquier clase, tanto dentro como fuera de los EE.UU. Pero los EE.UU. continuaron, después de 1934, en una nueva y peculiar forma de patrón oro, en la que el dólar, ahora redefinido como 1/35 de onza de oro, era canjeable en oro por los gobiernos extranjeros y por los Bancos Centrales. El lazo con el oro persistía. No solo eso, el caos existente en Europa llevó a que el oro fluyera hacia el que era ahora percibido como relativo paraíso monetario, los EE.UU.
El caos y los enfrentamientos económicos de los años 30 proporcionan una importante lección: el esquema monetario de monedas fiduciarias de tipos libres de cambio fluctuantes que defendió la escuela de Chicago de Milton Friedman, aparte de ser económicamente problemático, era penosamente defectuoso en lo político. Y es que lo que los Friedmanitas harían -en nombre del libre mercado- es eliminar completamente cualquier vínculo con el oro, dejar el control absoluto de cada divisa en manos de su gobierno central que emitiría papel moneda como dinero fiduciario de curso legal, y, entonces, aconsejaría a cada gobierno que dejara su moneda fluctuar libremente con respecto a todas las demás divisas fiduciarias, absteniéndose también de inflar su moneda de forma demasiado descarada. El grave fallo político fue dejar el control absoluto de la oferta de dinero a la Nación-Estado, y, luego, tener la esperanza y la expectativa de que el Estado se abstendría de usar ese poder. Y como el poder siempre tiende a ser utilizado, incluyendo el poder de falsificar (dinero) legalmente, la candidez, así como la naturaleza estatista, de este tipo de programa debe ser palmariamente evidente.
Así fue, como la desastrosa experiencia de la fase IV, el mundo del dinero fiduciario y de la guerra mundial de los años 30, condujo a las autoridades estadounidenses a adoptar como su principal objetivo económico de la segunda guerra mundial la restauración de un orden monetario internacional viable, un orden sobre el que se pudiera construir un renacimiento del comercio mundial y de los frutos de la división internacional del trabajo.
5.- Fase V: Bretton Woods y el nuevo estándar de convertibilidad en oro (Los Estados Unidos) 1945-1968.
El nuevo orden monetario internacional fue concebido y dirigido por los EE.UU. en una Conferencia Monetaria Internacional que se celebró en Bretton Woods, New Hampshire, a mediados de 1944, y que fue ratificado por el Congreso en julio de 1945. Aunque el sistema de Bretton Woods funcionó mucho mejor que el de 1930, que fue desastroso, solo supuso un recrudecimiento inflacionario del patrón de convertibilidad oro de los años 20, y, como en 1920, tenía los días contados.
El nuevo sistema era esencialmente el patrón de convertibilidad oro de los años 20 pero en el que el dólar había groseramente desplazado a la libra británica de su posición anterior como una de las “monedas clave”. Ahora, el dólar, valorado a 1/35 de onza de oro, iba a convertirse en la única moneda clave. La otra diferencia respecto de los años 20 era que el dólar ya no era convertible en oro por los ciudadanos americanos; en cambio, se mantenía el sistema de 1930, en el que el dólar solo era convertible en oro por los gobiernos extranjeros y sus Bancos Centrales. A ninguna persona privada, solo a los gobiernos, se les permitía el privilegio de convertir dólares en la divisa mundial, el oro. En el sistema de Bretton Woods, los EE.UU. asentaban en la cúspide de la pirámide al dólar (tanto en forma de papel moneda como de depósitos bancarios) sobre el oro; los gobiernos extranjeros podían canjear dólares por oro; mientras que todos los demás gobiernos tenían al dólar como su reserva básica y hacían descansar su respectiva moneda sobre el dólar. Y como los EE.UU. empezaron el período de post-guerra con un gran stock de oro (aproximadamente 25 billones de dólares) daba mucho juego para atender peticiones de canje de dólares. El sistema pudo “funcionar” durante un tiempo porque todas las divisas volvieron al nuevo sistema con las paridades previas a la segunda guerra mundial, la mayoría de las cuales estaba altamente sobrevalorada respecto de sus infladas y desvalorizadas monedas. La inflada libra esterlina, por ejemplo, volvió a ser igual a 4,86 $, incluso aunque valiera mucho menos atendido su poder de compra en el mercado. Como en 1945 el dólar estaba artificialmente infravalorado y la mayoría de las demás monedas sobrevaloradas, el dólar se hizo más escaso y el mundo sufrió de lo que se llamó escasez de dólares, que se suponía que el contribuyente norteamericano compensaría con ayuda exterior. Resumiendo, el superávit de las exportaciones disfrutado por el infravalorado dólar americano sería parcialmente financiado por el desgraciado contribuyente norteamericano en forma de ayuda extranjera.
Habiendo muchísimo margen para inflar antes de que sus consecuencias negativas se hicieran sentir, el gobierno de los EEUU se embarcó en su política de post-guerra de contínua inflación monetaria, una política que ha seguido alegremente desde entonces. A principios de 1950, la perenne inflación norteamericana empezó a afectar al comercio internacional. Mientras que los EEUU inflaban y expandían el dinero y el crédito, los principales países europeos, muchos de ellos influenciados por asesores monetarios “Austriacos”, adoptaron una política monetaria relativamente restrictiva (Alemania occidental, Suiza, Francia, Italia). Gran Bretaña, que había sido inflacionista a ultranza, se vió obligada a devaluar la libra a niveles más realistas para así evitar la sangría de dólares que estaba sufriendo (por un tiempo se cambiaba aproximadamente a 2,40 $). Todo esto, combinado con la creciente productividad de Europa, y, después de Japón, llevó a contínuos déficits de la balanza de pagos con los EEUU. En el transcurso de las décadas de los 50 y 60, los EEUU se convirtieron en más y más inflacionistas respecto de Europa Occidental y Japón, tanto en términos absolutos como en términos relativos. Pero el clásico control que el patrón oro suponía para la inflación, especialmente la americana, había desaparecido. Las reglas del juego diseñadas en Bretton Woods obligaban a los países de Europa occidental a seguir apilando reservas, e incluso a utilizar esos dólares para inflar su propia moneda y su crédito.
Pero conforme fueron pasando los años, los países de Europa Occidental (y Japón), de tradición más restrictiva en asuntos monetarios, empezaron a inquietarse al verse forzados a acumular dólares, que estaban ahora crecientemente sobrevalorados en vez de infravalorados. Conforme el poder de compra y, por ende, el verdadero valor del dólar, fueron cayendo, los gobiernos extranjeros cada vez deseaban tener menos dólares. Pero estaban bloqueados en un sistema que era una pesadilla creciente. La reacción americana a las quejas europeas, encabezadas por Francia y el consejero-jefe en asuntos monetarios del General De Gaulle, el economista clásico pro patrón oro Jacques Rueff, fue solo de burla y de brusco desprecio. Los políticos y economistas norteamericanos simplemente declararon que Europa estaba obligada a utilizar el dólar como su moneda, que no podía hacer nada respecto de sus crecientes problemas y que, por consiguiente, los EEUU podían seguir inflando alegremente mientras proseguían una política de “no injerencia” respecto de las consecuencias internacionales de sus propias acciones en el ámbito monetario.
Pero Europa tenía la opción legal de cambiar los dólares por oro a razón de 35 $ la onza. Y según el dólar se fue progresivamente sobrevalorando respecto de las divisas fuertes y respecto del oro, los gobiernos europeos empezaron a ejercer paulatinamente esa opción. Las restricciones del patrón oro estaban entrando en acción; así que, al principio de 1950, el oro empezó a salir de los EEUU de forma sostenida durante dos décadas, hasta el punto de que sus reservas descendieron durante este período desde más de 20 millones hasta 9 millones de dólares. Según fue inflándose el dólar y disminuyendo las reservas de oro ¿Cómo podrían los EEUU seguir cambiando dólares por oro a los extranjeros (la piedra angular del sistema de Bretton Woods)? En los EEUU, estos problemas no ralentizaron la contínua inflación del dólar y de precios o la política norteamericana de “no injerencia”, que a finales de los 60, dió paso a un acelerado amontonamiento de no menos de 80 billones de dólares procedentes de Europa (conocidos como Eurodólares). Para intentar detener la conversión de dólares en oro, los EEUU ejercieron una intensa presión política sobre los gobiernos europeos, parecida, pero a mucho mayor escala, a la ejercida hasta 1931 por los británicos sobre Francia para convencerla de no redimir por oro sus elevados saldos en libras esterlinas. Pero la ley económica tiene a la larga una forma de alcanzar a los gobiernos y esto es lo que le sucedió al despreocupado gobierno inflacionista de los EEUU a finales de la década de los 60. El sistema de convertibilidad-oro de Bretton Woods – aclamado por el Establishment político y económico como permanente e intangible – empezó en 1968 a deshacerse rápidamente [4].
6.- Fase VI: La destrucción del sistema monetario de Bretton Woods 1968-1971.
Según fueron acumulándose los dólares en el exterior y el oro a salir fuera, los EEUU se encontraron con que era cada vez más difícil mantener el precio del oro en 35 $ la onza en los mercados de oro de Londres y Zurich. Los treinta-y-cinco dólares la onza eran la piedra angular del sistema y mientras a los ciudadanos norteamericanos se les había prohibido desde 1934 poseer oro en cualquier país del mundo, los nacionales de otros países seguían teniendo libertad para para poseer lingotes y monedas. Así que, una forma de cambiar dólares por oro fue, para los particulares nacionales de países europeos, venderlos en el mercado libre del oro a 35 $ la onza. Conforme el dólar siguió inflándose y depreciándose y la balanza de pagos norteamericana continuó cerrándose con déficits, los europeos y los particulares de otros países empezaron a acelerar sus ventas de dólares para comprar oro. Con el fin de mantener el dólar a 35 $ la onza, el gobierno de los Estados Unidos se vio forzado a deshacerse de parte de sus menguantes reservas de oro para mantener el precio de Londres y Zurich en 35 $.
Una crisis de confianza en el dólar en los mercados de metales preciosos llevaron a los EEUU a realizar un cambio fundamental en el sistema monetario en marzo de 1968. La idea era impedir que el maldito mercado del oro pusiera de nuevo en peligro el acuerdo de Bretton Woods. Así nació el “mercado del oro de doble nivel”. La idea era que el mercado libre del oro podría irse al infierno; estaría estrictamente aislado de la verdadera acción monetaria que se circunscribiría a los Bancos Centrales y a los gobiernos del mundo. Los EEUU ya no intentarían mantener el precio del oro a 35 $ en el mercado libre; ignorarían el libre mercado y, junto con los demás gobiernos, acordaron mantener el valor del oro en 35 $ la onza por siempre jamás. Los gobiernos y Bancos Centrales del mundo ya no comprarían de este modo oro del mercado “exterior” y ya no le venderían más oro; de ahora en adelante, el oro tan solo se movería entre mostradores de los Bancos Centrales y los nuevos suministros de oro, el procedente del mercado libre o la demanda privada de oro seguirían su propio curso completamente separados de los acuerdos monetarios mundiales. Además de esto, los EEUU presionaron con fuerza para que se creara un nuevo tipo de papel-moneda que sirviera de reserva mundial, los “Derechos Especiales de Giro” (DEG), que se esperaba que, eventualmente, reemplazaran completamente al oro y sirvieran de nueva divisa mundial que en el futuro emitiría el Banco de Reserva Mundial; si semejante sistema llegara algún día a establecerse, entonces los EEUU podrían seguir inflando sin restricciones, en colaboración con otros gobiernos (el único límite sería entonces que se produjera una desastrosa inflación desbocada a escala mundial y la destrucción de la divisa fiduciaria mundial). Pero los DEG, combatidos intensamente como lo han sido por los países de Europa Occidental y los países defensores de una divisa fuerte, hasta ahora han constituido solo un pequeño suplemento para las reservas de los EEUU y de otras monedas.
Todos los economistas pro-papel, de los Keynesianos a los Friedmanitas, confiaban ahora en que el oro desaparecería del sistema monetario internacional; aislado de su “respaldo” en el dólar, esos economistas predijeron confiadamente al unísono que, el mercado libre del oro pronto caería por debajo de los 35 $ la onza, e incluso más, hasta llegar al precio estimado para el oro “industrial” de 10 dólares la onza. En cambio, el precio libre del oro, nunca inferior a 35 $, ha estado consistentemente por encima de los 35 $, y ya a principios de 1973 subió hasta alrededor de 125 $ la onza, una cifra que ninguno de aquellos economistas jamás habría creído posible tan solo un año antes.
Lejos de establecer un nuevo sistema monetario de carácter permanente, el mercado de oro de doble nivel solo permitió ganar unos pocos años; la inflación norteamericana y los déficits continuaron. Los Eurodólares se acumularon rápidamente, el oro siguió fluyendo al exterior, y el mayor precio en el mercado libre del oro se limitó a poner de manifiesto la acelerada pérdida de confianza en el dólar que el mundo estaba experimentando. El sistema de doble nivel entró rápidamente en crisis y llevó a la disolución final de Bretton Woods.
7.- Fase VII: El Fin de Bretton Woods: Monedas Fiduciarias Flotantes, Agosto-Diciembre 1971.
El 15 de agosto de 1971, al mismo tiempo que el Presidente Nixon imponía una congelación del nivel de precios en un vano intento de frenar el rebrote de la inflación, el Señor Nixon también llevó al sistema de post-guerra pactado en Bretton Woods a un final accidentado. Como los Bancos Centrales Europeos amenazaban finalmente con canjear gran parte de sus reservas de divisas en dólares por oro, el Sr. Nixon rompió totalmente con la convertibilidad del dólar. Por primera vez en la historia de los EEUU, el dólar era una moneda totalmente fiduciaria, completamente desprovista de respaldo en oro. Incluso el tenue vínculo con el oro que mantenía desde 1933 se había ahora roto. El mundo se veía así inmerso en el sistema fiduciario de los años treinta, y, lo que es peor, ahora ni tan siquiera el dólar mantenía relación con el oro. El temido espectro de los bloques de divisas, de las devaluaciones competitivas, de la guerra económica y de la interrupción del comercio y de la inversión internacionales con la consiguiente depresión mundial que les seguiría se cernían en el horizonte.
¿Qué hacer ahora? Para intentar restablecer un orden monetario internacional no ligado al oro, los EEUU condujeron al mundo al Acuerdo Smithsoniano de 18 de diciembre de 1971.
8.- Fase VIII: El Acuerdo Smithsoniano, diciembre 1971-Febrero 1973.
El Acuerdo Smithsoniano, acogido por el Presidente Nixon como “el mayor acuerdo monetario de la historia del mundo” era aún más inestable y defectuoso que el sistema de patrón oro de los años veinte o que el de Bretton Woods. Una vez más, los países del mundo se comprometieron a mantener tipos de cambio fijos, pero esta vez sin que el oro o una moneda mundial diera respaldo a ninguna moneda. Más aún, los tipos de cambio de las divisas de muchos países europeos fueron fijados bajo paridades infravaloradas en relación al dólar; la única concesión de los EEUU fue una insignificante devaluación del tipo de cambio oficial del dólar hasta los 38 $ la onza. Pero aunque fuese demasiado poco y demasiado tarde, esta devaluación fue significativa al contradecir una infinita ronda de pronunciamientos oficiales de los norteamericanos, que se habían comprometido a mantener el tipo de 35 $ por siempre jamás. Ahora, por fin se reconocía implícitamente que el precio de 35 $ no estaba grabado sobre tabletas de piedra.
Era inevitable que los tipos de cambio fijos, incluso aunque se pactaran zonas de fluctuación más amplias, al carecer de un medio de intercambio mundial, se vieran condenados a una rápida derrota. Esto era especialmente cierto considerando la inflación monetaria y de precios, el declive del dólar y los déficits de la balanza de pagos que siguieron descontrolados.
La hinchada oferta de Eurodólares, combinada con la contínua inflación y la eliminación del respaldo en oro, llevaron el precio del oro en el mercado libre hasta los 215 $ la onza. Y cuando, por último, la sobrevaloración del dólar y la infravaloración de las divisas fuertes europeas y japonesa se hizo cada vez más evidente, el dólar cayó en los mercados mundiales desatándose el pánico de los meses de Febrero-Marzo 1973. Se hizo imposible para Alemania Occidental, Suiza, Francia y otros países de divisas fuertes continuar comprando dólares para soportar al dólar a un tipo sobrevalorado. En poco más de un año, el sistema Smithsoniano de tipos de cambio fijos no anclado al oro se había estrellado contra las rocas de la realidad económica.
9.- Fase IX: Monedas fiduciarias flotantes, Marzo 1973-?
Al romperse el dólar, el mundo volvió otra vez a un sistema de monedas fiduciarias flotantes. En el bloque europeo occidental, los tipos de cambio estaban unidos unos con otros, y los EEUU volvieron a devaluar el tipo de cambio oficial del dólar hasta los 42 $ la onza. Según el dólar se hundía día a día en los mercados exteriores y el marco alemán, el franco suizo y el yen japonés se disparaban hacia arriba, las autoridades americanas, respaldadas por los economistas Friedmanitas, empezaron a pensar que era ése el ideal monetario. Es verdad que los excedentes de dólares y las repentinas crisis de la balanza de pagos no fueron frecuentes en el mundo bajo el sistema de los tipos de cambio fluctuantes. Es más, las empresa exportadoras norteamericanas empezaron a entusiasmarse ya que los reducidos tipos de cambio del dólar hicieron que los productos norteamericanos se hicieran más baratos en el extranjero lo que, por consiguiente, benefició a las exportaciones. Es cierto que los gobiernos persistieron en interferir con las fluctuaciones de los cambios (aplicando tipos “sucios” en vez de “limpios”), pero en conjunto, pareció que el orden monetario internacional se había roto en pedazos en una utopía Friedmanita.
Muy pronto quedó claro que todo estaba lejos de ir bien en el sistema monetario internacional actual. El problema a la larga es que los países que tienen una divisa fuerte no se van a quedar esperando eternamente viendo como sus monedas se hacen cada vez más caras y sus exportaciones se resienten en beneficio de sus competidores norteamericanos. Si la inflación norteamericana y la depreciación del dólar continúan, pronto se trasladarán a las devaluaciones competitivas, los controles de cambios, los bloques de divisas y la guerra económica de la década de los treinta. Pero el problema más inmediato es la otra cara de la moneda: el hecho de que la depreciación del dólar significa que las importaciones norteamericanas se hacen cada vez más caras, los turistas americanos sufren cuando van fuera y los productos norteamericanos exportados, al ser más baratos, son absorbidos por los países extranjeros tan rápidamente que elevan los precios domésticos de los productos exportados (por ejemplo, la inflación del precio de la harina de trigo y de la carne de EEUU). Hasta el punto que los exportadores norteamericanos podrían, desde luego, beneficiarse, pero lo harían a costa de que la inflación arrasara al consumidor americano. La destructiva incertidumbre derivada de las rápidas fluctuaciones de los tipos de cambio se trasladó con toda su crudeza a la economía doméstica norteamericana al producirse en julio de 1973 la rápida caída del dólar en los mercados exteriores de cambio.
Desde que los Estados Unidos rompieron completamente con el oro en agosto de 1971 y establecieron, en marzo de 1973, el sistema fiduciario de tipos flotantes Friedmanita, los EEUU y el mundo han sufrido el período más intenso y sostenido de inflación en tiempos de paz de la historia mundial. Debe quedar desde el principio claro que no ha ocurrido por casualidad. Antes de que el dólar se desligara del oro, los Keynesianos y los Friedmanitas, cada uno a su manera volcados en la defensa del papel-moneda fiduciario, predijeron confiadamente que cuando el dinero fiduciario quedara entronizado, el precio del oro caería rápidamente a su nivel no monetario, entonces estimado en alrededor de 8 $ la onza. En su desprecio por el oro, ambos grupos mantuvieron que era el poderoso dólar el que estaba impulsando al alza el precio del oro y no al revés. Desde 1971, el precio del oro en el mercado nunca ha estado debajo del viejo precio fijo de 35 $ la onza y casi siempre ha estado muy por encima. Cuando, durante la década de los 50 y 60, economistas como Jacques Rueff reivindicaban un patrón oro al precio de 70 $ la onza, el precio se consideró absurdamente alto. Actualmente es aún más absurdamente bajo. El muy superior precio del oro da cuenta del calamitoso deterioro sufrido por el dólar desde que los economistas “modernos” se salieran con la suya y se eliminara todo respaldo en el oro.
Es ahora del todo evidente que el mundo se ha hartado de la inflación sin precedentes provocada en los EEUU y en el mundo entero por la era del dinero fiduciario de cambio flotante inaugurada en 1973. También preocupa la volatilidad extrema y la impredecibilidad de los tipos de cambio de las divisas. Esta volatilidad es la consecuencia del sistema de monedas fiduciarias nacionales, que fragmentó el dinero del mundo y añadió inestabilidad política a la natural incertidumbre del sistema de precios de un mercado libre. El sueño Friedmanita de dinero fiduciario de cambio flotante se ha hecho cenizas y existe un comprensible anhelo por volver a contar con un dinero internacional sujeto a tipos de cambio fijos.
Desgraciadamente, el patrón oro clásico duerme en el olvido, y el objetivo último de la mayor parte de los economistas americanos y líderes mundiales es la vieja visión Keynesiana de un estándar mundial de papel-moneda fiduciario, una nueva unidad monetaria emitida por el Banco de la Reserva Mundial. Ya se denomine esa nueva divisa como el “Bancor” (ideada por Keynes), la “unita” (propuesta por el funcionario del Tesoro de los EEUU Harry Dexter White) o el “phoenix” (sugerido por “The Economist“) es algo que carece de importancia. El aspecto fundamental es que ese papel-moneda internacional, si bien se mantendría a salvo de las crisis de las balanzas de pago -puesto que el Banco de la Reserva Mundial podría emitir tantos bancors como quisiera y suministrarlos al país de su elección-, abriría la vía a una inflación mundial ilimitada, no contenida ni por crisis de balanza de pagos ni por caídas en los tipos de cambio. El Banco de la Reserva Mundial (BRM) sería entonces el todopoderoso centro de decisión respecto de la oferta monetaria mundial y su distribución nacional. El Banco de la Reserva Mundial podría someter al mundo, y lo sometería, a lo que creyera que fuese una inflación sabiamente controlada. Por desgracia, nada podría impedir entonces que la inflación se desbocara en el mundo y condujera a un inimaginablemente catastrófico holocausto económico, nada, excepto la dudosa capacidad del Banco de la Reserva Mundial para afinar con acierto la economía mundial.
Mientras que la implantación de una unidad monetaria fiduciaria a escala mundial y de un Banco Central sean los fines últimos de los líderes mundiales y éstos sean de orientación Keynesiana, el objetivo más realista e inmediato es el regreso a una versión del glorificado esquema de Bretton Woods, excepto que esta vez el sistema no tendría las restricciones impuestas por el respaldo en oro -por leve que éste fuera-. Los principales Bancos Centrales del mundo están ya intentando “coordinar” las políticas monetarias y económicas, armonizar tasas de inflación y fijar tipos de cambio. La deriva militante hacia la implantación de un papel moneda europeo emitido por un Banco Central Europeo parece que está a punto de tener éxito. Este objetivo está siendo vendido al público crédulo con el argumento falaz de que el libre mercado en la Comunidad Económica Europea (CEE) necesariamente requiere de una burocracia europea que lo supervise, una fiscalidad uniforme en toda la CEE, y, en particular, un Banco Central Europeo y una unidad monetaria. Una vez eso se consiguiera, le seguiría inmediatamente una mayor coordinación con la Reserva Federal y con los otros Bancos Centrales. ¿Y faltaría entonces mucho para un Banco Central Mundial ? Mientras llega ese objetivo último, podemos sin embargo, vernos pronto inmersos en otro Bretton Woods, con todas las crisis latentes de Balanza de Pagos y resultantes de la Ley de Gresham que se producirán en un mundo de monedas fiduciarias sujetas a tipos de cambio fijos.
En el futuro al que nos enfrentamos, el pronóstico para el dólar y el sistema monetario internacional es ciertamente sombrío. A no ser que volvamos al patrón oro clásico o a un precio realista del oro, el sistema monetario internacional está condenado a alternar entre la aplicación de sistemas de tipos de cambio fijos y flotantes, que plantean cada uno sus propios e insolubles problemas, que funcionan mal, y que finalmente se desintegrarán. La continuada inflación de la oferta de dólares, y, por tanto, de los precios americanos, que son factores que no muestran signos de ir a debilitarse, servirán de combustible para alimentar esa desintegración. La perspectiva para el futuro es una inflación galopante y eventualmente desbocada en casa, acompañada de la destrucción monetaria y guerra económica en el exterior. Este pronóstico tan solo podría cambiarse mediante una drástica modificación del sistema monetario mundial: con la vuelta a un mercado libre del dinero en el que éste viniese constituido por una mercancía o material elegidos libremente por la gente, como es el oro, y desplazando totalmente al gobierno de la escena monetaria.
[1]Para un estudio reciente del patrón oro clásico y la historia de las primeras fases de su ruptura en el siglo XX, véase Melchior Palyi, The Twilight of Gold, 1914–1936 (Chicago: Henry Regnery, 1972).
[2]Sobre el crucial error de los británicos y sus consecuencias, que llevaron a la depresión de 1929 véase Lionel Robbins, The Great Depression (New York: Macmillan, 1934).
[3]Hull, Cordell, Memoirs(New York, 1948), vol. I, p. 81. Véase también Richard N. Gardner, Sterling-Dollar Conspiracy (Oxford: Clarendon Press, 1956), p. 141.
[4]Sobre el mercado del oro de doble nivel, véase Jacques Rueff, The Monetary Sin of the West(New York: Macmillan, 1972).
Traducido del inglés por Juan Gamón Robres.