¿Quiénes son los defensores del hombre común?

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La caricatura de los libertarios en los medios de comunicación es un péndulo que oscila de un extremo a otro. En un momento somos plutócratas avariciosos, defensores de los privilegiados y en el siguiente somos perdedores que vivimos en los sótanos de nuestros padres.

No hace mucho, Michael Lind adoptó por la primera, declarando que encontraba risible que un libertario pudiera postularse como el defensor del hombre corriente.

Así que, según Lind, la idea del “populismo libertario” es absurda. Estoy de acuerdo con Bob Wenzel en que lo último que necesitamos en otro término y que el viejo y sencillo de “libertario” se ajusta bastante bien. Pero merece la pena notar que la idea del populismo libertario (el que los libertarios sean en realidad los defensores del tipo normal, porque somos defensores de toda la gente inocente contra el estado depredador) no es ridícula en absoluto, como ha demostrado en gran defensor de la gente corriente, Ron Paul.

Es verdad que los libertarios no están a favor de nadie en particular. No distinguimos a los pobres, los ricos, la clase trabajadora, los industriales, los conservacionistas, los granjeros, los jóvenes, los viejos, los negros, los blancos o cualquier otro para un tratamiento especial. Somos los defensores de todos contra el mayor estafador de todos.

Esa era la opinión de Murray N. Rothbard, el propio Mr. Libertarian, que decía en 1977:

Demasiados libertarios han absorbido la visión del mundo negativa y elitista hasta el punto de que nuestro enemigo es hoy el pobre, que está robando al rico; los negros, que están robando a los blancos, o las masas, que están robando a héroes y empresarios. De hecho, es el estado que está robando a todas las clases, ricos y pobres, negros y blancos, trabajadores y empresarios por igual; es el estado que nos está estafando a todos; es el estado que es el enemigo común de la humanidad. ¿Y quién es el estado? Es cualquier grupo que consiga apropiarse del control de la maquinaria coactiva de robo y privilegio del estado. Por supuesto, estos grupos gobernantes han variado en composición a lo largo de la historia, de los reyes y los nobles a los mercaderes privilegiados a los partidos comunistas a la Comisión Trilateral. Pero sean quienes sean, solo pueden ser una pequeña minoría de la población, gobernándonos y robándonos a los demás para ganar poder y riqueza. Y como son una pequeña minoría, los gobernantes del estado solo pueden mantenerse en el poder engañándonos acerca de la sabiduría o necesidad de su gobierno. Por tanto, nuestra tarea principal es oponernos y desantificar su gobierno afianzado, con el mismo espíritu con el que los primeros revolucionarios libertarios se opusieron y desantificaron a sus gobernantes hace doscientos años. [Negritas añadidas]

Por eso los jacksonianos (quienes, es cierto, estaban lejos de ser libertarios puros, pero no hablamos de esto) en los Estados Unidos de la década de 1830 adoptaron como lema el de “derechos iguales”. Por supuesto, sabemos lo que hoy significa “derechos iguales”: expropiación de un grupo para beneficiar a otro, con el estado llevándose para sí su porción habitual. Pero en esos tiempos derechos iguales significaba solo que ninguna persona o grupo recibía ninguna ventaja proporcionada por el estado, ya que las ventajas proporcionadas por el estado siempre se producen a costa de otra gente o grupos.

Esto se consideraba el programa obvio para el hombre común. Mientras los whigs apoyaban un banco nacional y diversos programas sociales corporativos, los demócratas se consideraban los defensores de la causa del trabajador al oponerse a toda forma de privilegio del estado.  En general, no respondían con programas federales propios.

¿Pero no ha ayudado el estado a los pobres? Los esfuerzos del estado por aliviar la pobreza han tenido efectos minúsculos cuando no han sido contraproducentes. La inmensa mayoría de la superación de la pobreza que tuvo lugar en el siglo XX se produjo mucho antes de que el gobierno federal hiciera algo. Se produjo porque el mercado no intervenido lleva naturalmente a una mejora en el nivel general de vida.

Entretanto, mientras el país en su conjunto soporta una gran turbación económica, el empleo público se ha disparado en Washington DC. Donde el trabajador federal medio gana más del doble del salario del trabajador medio en el sector privado. La relación parásito-huésped que existe entre los pocos gobernantes y los muchos trabajadores raramente es tan cruda.

No es coincidencia que Mr. Libertarian, Murray N. Rothbard, fuera asimismo un pionero en el análisis de la élite en el poder. Por ejemplo, el ensayo de Rothbard Wall Street, Banks, and American Foreign Policy, publicado como un pequeño libro por el Center for Libertarian Studies, propone que podría haber en la política exterior estadounidense un poquito más que una dedicación desinteresada por promover la “democracia”.

Consideremos solo unos pocos párrafos:

Un vistazo a los líderes en política exterior desde la segunda Guerra Mundial revelará el dominio de la élite bancaria. El primer Secretario de Defensa de Truman fue James V. Forrestal, antiguo presidente de la empresa de banca de inversión Dillon, Read & Co., aliada cercana del grupo financiero de Rockefeller. Forrestal también había sido miembro del consejo de la Chase Securities Corporation, una filial del Chase National Bank.

Otro Secretario de Defensa de Truman fue Robert A. Lovett, socio de la poderosa casa de banca de inversión de Nueva York Brown Brothers Harriman. Al mismo tiempo que era Secretario de Defensa, Lovett continuaba siendo consejero de la Fundación Rockefeller. El Secretario de la Fuerza Aérea, Thomas K. Finletter, era un importante abogado mercantil de Wall Street y miembro del consejo del CFR mientras era miembro del gabinete. Embajador en la Unión Soviética, embajador en Gran Bretaña y Secretario de Comercio en la administración Truman fue el poderoso multimillonario W. Averell Harriman, una fuerza a menudo infravalorada pero dominante dentro del Partido Demócrata desde los días de FDR. Harriman era socio de Brown Brothers Harriman.

También embajador en Gran Bretaña con Truman fue Lewis W. Douglas, cuñado de John J. McCloy, consejero de la Fundación Rockefeller y mimebro del Consejo de Relaciones Exteriors. Tras Douglas como embajador en la Corte de St. James, lo fue Walter S. Gifford, presidente del consejo de AT&T y miembro del consejo de la Fundación Rockefeller durante casi dos décadas. Embajador en la OTAN con Truman fue William H. Draper, Jr., vicepresidente de Dillon, Read & Co.

Es solo la mitad del análisis de Rothbard de la élite en el poder que rodeaba solo a un equipo de política exterior del presidente. No es exactamente un muestrario de desamparados, en otras palabras.

(Leed completo el ensayo de Rothbard, donde explica algunas de las motivaciones menos glamurosas funcionando en la dirección de la política exterior).

¿Quién se ha beneficiado del estado de bienestar estadounidense? Es decir, ¿quién, aparte de aquellos con conexiones políticas o empleos públicos? La pregunta se responde a sí misma. Todos los demás han sufrido por los billones de dólares que les han saqueado para que el Pentágono pudiera tener el poder de eliminar a cualquier enemigo concebible una docena de veces. Hemos sufrido por un aumento en la deuda y (como la formación de capital está socavada por el desperdicio de recursos en la guerra y el desvío masivo de recursos al sector militar) por salarios reales menores de los que habríamos disfrutado en caso contrario. Hemos sufrido por investigación y desarrollo civiles que nunca se produjeron porque los cerebros detrás de ellos fueron succionados para investigación militar. Los costes siguen y siguen.

Podemos repetir este análisis una y otra vez mientras investigamos los componentes importantes de la visa estadounidense. ¿Quién sufre bajo la guerra contra las drogas del gobierno federal? No los ricos y poderosos. ¿Y quién se beneficia? Indudablemente, no los pobres. Pero a las fuerzas de policía financiadas con impuestos que son recompensadas con armas más poderosas, más autoridad y una ubre de dinero aparentemente inacabable parece irles bastante bien.

¿Quién intentó conseguir la Reserva Federal? ¿El público estadounidense o los propios banqueros? Cualquiera que lea a Rothbard sabe la respuesta. No es razonable que se espere que creamos que solo en este caso un grupo de interés que se une para encarnar sus preferencias en una ley lo hizo solo por el bienestar público.

La Fed, entretanto, no ha “estabilizado la economía”, al contrario de lo que dice la propaganda habitual y en años recientes creó una burbuja inmobiliaria que destrozó las finanzas de muchísimos estadounidenses corrientes. Luego, añadiendo el insulto al daño, rescató (con razones absurdas e indefendibles) a algunas de las instituciones más insensatas e irresponsables.

¿Qué ha logrado la planificación de la Fed para el hombre de la calle? La planificación de la Fed, según David Stockman, estaba basada en el “efecto riqueza”: si la Fed impulsaba al alza los precios de la bolsa, los estadounidenses se sentirían más ricos y sería más probable que gastaran y tomaran prestado más, estimulando así la actividad económica.

¿Los resultados? Cero trabajos netos para ganarse el pan creados desde principios del 2000 y principios de 2007. De 2000 a 2012 se han creado 18.000 nuevos empleos cada mes. Es aproximadamente una octava parte del crecimiento de la fuerza laboral a lo largo del mismo periodo.

¿Es esto por lo que la persona corriente se supone que debe estar tan agradecida?

En resumen, el estado se enriquece a costa del público al que esquila, mientras usa su influencia sobre la educación, los medios y la cultura para convencer al pueblo de que este esquilado es bueno para ellos, que los impuestos son donaciones y que bombardear a los extranjeros con pretextos ridículos es “servir a tu país”- Hace falta que el público en general considere a la ausencia de estado como el escenario más horrible e inconcebible de todos.

Los libertarios arrancan la máscara del estado, revelándolo como el instrumento de terror y expropiación, destructor de riqueza y aumentador de pobreza, que es. Los avances que constituyen la civilización, argumentan los libertarios, han derivado no de las órdenes de verdugos y otros ejecutadores o de la planificación social de burócratas y académicos, sino de seres humanos cooperando voluntariamente en formas que asombrarían y dejarían atónito a cualquiera que abra sus ojos para verlas.

Y eso hace del libertarismo la filosofía política más liberadora de todas.


Publicado el 21 de septiembre de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.