¿Quieren los contribuyentes pagar esos servicios públicos cerrados?

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Hay una suposición común entre políticos de que los votantes quieren un montón de servicios públicos, pero no quieren pagar por ellos. Es indudablemente cierto que a los contribuyentes no les gusta pagar impuestos y esto se demuestra en el hecho de que el gobierno federal tiene déficits casi todos los años. Si a los contribuyentes no les importara pagar el coste completo al estado, los federales podrían recaudar suficiente en ingresos como para pagar las facturas. Tal cual, las realidades políticas de la oposición pública a los impuestos obligan a los federales a recurrir al gasto en déficit para cubrir sus costes.

Además de patear la lata por el camino del déficit año tras año, el gobierno federal emplea una variedad de otras herramientas para esconder también el verdadero coste del gobierno. La retención de impuestos por los empresarios a menudo esconde un nivel real de impuestos para muchos contribuyentes, mientras algunos impuestos se redefinen como no-impuestos. Por ejemplo, el impuesto de la seguridad social se dice erróneamente a menudo que no es un impuesto en absoluto, sino simplemente un pago a un fondo de inversión para la futura jubilación.

Todos estos pequeños trucos y estrategias se han empleado para ayudar a los gobiernos a exprimir unos pocos dólares más a los contribuyentes ante lo que los cargos electos habitualmente consideran una oposición terca y miserable a pagar su cuota justa.

Así que, aunque es de hecho cierto que los votantes a menudo son recientes a pagar impuestos, la afirmación de que “los votantes quieren un montón de servicios públicos”, por otro lado, no es tan evidente. El actual cierre parcial de algunas actividades del estado ayuda a ilustrar la naturaleza dudosa de esta afirmación. Si los contribuyentes se vieran uniformemente asombrados e irritados ante la idea de un cierre público, parece improbable que el gobierno federal necesitara salirse de madre para llevar a cabo un gran espectáculo con los servicios públicos que se van a cerrar.

Por supuesto, es una estrategia tradicional e incluso tiene un nombre: el Síndrome del Monumento a Washington. Durante décadas, los funcionarios en el Servicio de Parques Nacionales han cerrado alegremente los parques siempre que se han producidos cierres públicos e incluso han amenazado con cerrar parques si el Congreso no proporciona presupuesto suficiente para agradarles. El Servicio de Parques sabe que el cierre de los parques desempeña un papel útil al enfadar a turistas y contribuyentes estadounidenses, que se ven viajando miles de kilómetros para acabar en un parque nacional cerrado. Según un blogger, han llegado hasta a poner guardias armados con rifles de asalto y chalecos antibalas en la entrada del Parque Nacional del Valle de la Muerte. Los contribuyentes que todavía creen que hay algo “público” en los territorios de los parques nacionales deberían pensárselo dos veces.

Los parques nacionales son sin embargo un caso extremo y el gobierno federal lo sabe. La pregunta sigue siendo si a los contribuyentes les importan o no todos los demás “servicios” públicos que puedan cerrarse o disminuir. ¿Hasta qué punto los contribuyentes quieren asegurarse de que sus dólares de impuestos sigan financiando el espionaje de la NSA a estadounidenses o el estudio de los hábitos de apareamiento de la vida salvaje o la plantación de árboles en los jardines delanteros de los millonarios?

Los defensores de la generosidad del gobierno citarán a menudo encuestas y estudios que demuestran que los contribuyentes apoyan la expansión de este o aquel programa. “Apoyar” un programa público está bien cuando esto solo requiere una inclinación de cabeza. Es otra cosa completamente distinta cuando se pide entregar dinero real.

Murray Rothbard lo sabía muy bien y más de una vez sugirió que la mejor manera de determinar cuánto valoran los votantes un servicio público concreto era dejar de tomar fondos por la fuerza y permitir a los contribuyentes pagar voluntariamente los servicios públicos.

Escribiendo en vísperas del cierre público el acuerdo presupuestario de 1990, a través de cual aumentaron los presupuestos tras múltiples predicciones de ruina y caos a la vista de los recortes del gobierno, Rothbard sugirió una modesta propuesta para determinar hasta qué punto querían realmente los contribuyentes servicios que se consideraban tan esenciales:

Me gustaría ofrecer una modesta propuesta, dándonos una oportunidad de ver con precisión lo vital que es el Leviatán del gobierno federal para nuestra supervivencia y prosperidad y cuánto estamos dispuestos a pagar por su atención y cuidados. Probemos un gran experimento social: durante un año, un vivificante año jubiloso, licenciaremos, sin paga, a Hacienda y el resto de funciones de recaudación de ingresos del Departamento del Tesoro.

Es decir, suspendamos durante un año todos los impuestos federales y no emitamos deuda pública, ni nueva ni para el pago de intereses o principal existentes. Y luego veamos cuánto está dispuesto el pueblo estadounidense a poner, de forma puramente voluntaria, en la caja pública.

Haremos estas contribuciones voluntarias estrictamente anónimas, de forma que no haya incentivo para individuos e instituciones para apuntarse tantos ante los federales por lo que se dé ahora voluntariamente. No permitiremos sobrantes o excesos de fondos, de forma que cualquier gasto federal en ese año (incluyendo la lastimera importunidad de los estadounidenses pidiendo financiación) se produzca estrictamente con los ingresos del próximo año.

Será entonces fascinante ver cuánto está de verdad dispuesto a pagar el pueblo estadounidense, cuánto piensa que vale realmente el gobierno federal, cuánto está realmente convencido por todas las resbaladizas contras: por el fantasma de las carreteras que se desploman, las curas del cáncer que desaparecen, las invocaciones al “bien común”, el “interés público”, la “seguridad nacional”, por no hablar de los ardides favoritos de los economistas: los “bienes públicos” y las “externalidades”.

Sería incluso más instructivo permitir que los diversos contribuidores anónimos indicaran qué servicios o agencias concretas quieren señalar para el gasto de sus fondos. Sería aún más divertido ver publicidad feroz y veraz en competencia entre oficinas: “No, no, no contribuya a esos vagos patanes del Departamento de Transporte (o el que sea), dénoslo a nosotros”. Por una vez, la propaganda del gobierno podría incluso resultar instructiva y divertida.

Hasta cierto punto, ya sabemos qué ocurriría en este caso. Aunque no es muy similar a la modesta propuesta de Rothbard, algunos contribuyentes pueden votar sobre aumentos en impuestos a nivel estatal y local. No es sorprendente que cuando se votan los aumentos en impuestos, su porcentaje de éxito no sea espectacular y, cuando sí se aprueban, la victoria requiere la ayuda de campañas de publicidad de millones de dólares. (Para ejemplos, ver aquí, aquí, aquí, y aquí).

Alguna gente está feliz votando aumentos en impuestos, especialmente, por supuesto, si piensan que algún otro pagará la factura. Y no cabe duda de que los contribuyentes están más que contentos cuando usan terrenos y amenidades públicas que no tienen posibilidad de pagar. Sin embargo, si se les da la alternativa, está menos claro que los contribuyentes sean un clamor a la hora de pagar impuestos para una letrina de 100.000$ en Alaska, la posibilidad de ser espiados o para otra guerra en otro país que pocos estadounidenses pueden encontrar en un mapa.


Publicado el 5 de octubre de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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