“Anticomunismo” frente a capitalismo

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[Este artículo está extraído de The Anti-Capitalistic Mentality (1954)]

En el universo no hay estabilidad ni inmovilidad nunca y en ningún lugar- El cambio y la transformación son características esenciales de la vida. Todo estado de cosas es transitorio; cada época es una época de transición. En la vida humana nunca hay calma y reposo. La vida es un proceso, no una constancia en un status quo. Pero la mente humana siempre se ha visto engañada por la imagen de una existencia inalterable. El objetivo declarado de todos los movimientos utópicos es poner fin a la historia y establecer una calma final y permanente.

Las razones psicológicas para esta tendencia son evidentes. Todo cambio altera las condiciones externas de la vida y el bienestar y obliga a la gente a ajustarse de nuevo a la modificación de su entorno. Daña los intereses creados y amenaza las formas tradicionales de producción y consumo. Molesta a todos los que son intelectualmente inertes y les asusta revisar sus modos de pensar.

El conservadurismo es contrario a la misma naturaleza de la acción humana. Pero siempre ha sido el programa querido por los muchos, por los inertes que resisten torpemente todo intento de mejorar sus propias condiciones que inicien la minoría de los que están alerta. Al emplear el término reaccionario, normalmente nos referimos solo a los aristócratas y sacerdotes que calificaban de conservadores a sus partidos. Pero los ejemplos principales del espíritu reaccionario los proporcionan otros grupos: los gremios de artesanos bloqueando la entrada de nuevos miembros a su profesión; los granjeros reclamando protección arancelaria, subsidios y “precios paritarios”; los asalariados hostiles a las mejoras tecnológicas y reclamantes de sobrecontratación y prácticas similares.

La vana arrogancia de los literatos y artistas bohemios rechaza las actividades de los hombres de negocios como una forma no intelectual de hacer dinero. La verdad es que emprendedores y empresarios muestran más facultades intelectuales e intuición que el escritor y pintor medio. La inferioridad de muchos autocalificados como intelectuales se manifiesta precisamente en el hecho de que no reconocen qué capacidad y poder de razonamiento se requiere para gestionar con éxito una empresa.

La aparición de una clase numerosa de esos intelectuales frívolos es uno de los fenómenos menos bienvenidos de la era del capitalismo moderno. Su arrogante provocación rechaza discriminar a la gente. Son una molestia. No dañaría directamente a nadie si hiciera algo para frenar su bullicio o, incluso mejor, acabar completamente con sus hermandades y camarillas.

Sin embargo la libertad es indivisible. Todo intento de restringir la libertad de los literatos y pseudo-artistas problemáticos y decadentes daría a las autoridades el poder de determinar qué es bueno y qué es malo. Socializaría el trabajo intelectual y artístico. Es cuestionable si arrancaría a las personas inútiles y censurables, pero es seguro que pondría obstáculos insuperables en el camino del genio creativo. A los poderes no les gustan las nuevas ideas, las nuevas formas de pensar y los nuevos estilos de arte. Se oponen a todo tipo de innovación. Su supremacía generaría una reglamentación estricta, produciría estancamiento y decadencia.

La corrupción moral, la licenciosidad y la esterilidad intelectual de una clase de lascivos supuestos autores y artistas es el rescate que debe pagar la humanidad para que a los pioneros creativos no se les impida llevar a cabo su trabajo. Debe concederse libertad a todos, incluso al pueblo llano, para evitar que se obstaculice a los pocos que puedan usarla en beneficio de la humanidad. La licencia de la que disfrutaron los mezquinos personajes del quartier Latin fue una de las condiciones que hicieron posible la aparición de unos pocos grandes escritores, pintores y escultores. Lo primero que necesita un genio es respirar aire libre.

Después de todo, no fueron las doctrinas frívolas de los bohemios las que generaron el desastre, sino el hecho de que el público está dispuesto a aceptarlas favorablemente. La respuesta a estas pseudo-filosofías por parte de los creadores de opinión pública y posteriormente de las desorientadas masas es el mal. La gente ansía seguir las ideas que consideran de moda para no parecer grosera y atrasada.

La ideología más perniciosa de los últimos sesenta años fue el sindicalismo de  George Sorel y su entusiasmo por la action directe. Generada por un intelectual frustrado francés, pronto cautivó a los intelectuales de todos los países europeos. Fue un factor importante en la radicalización de todos los movimientos subversivos. Influyó en el realismo, el militarismo y el antisemitismo franceses. Desempeñó un papel importante en la evolución de bolchevismo ruso, el fascismo italiano y el movimiento juvenil alemán que acabó generando el desarrollo del nazismo. Transformó a los partidos políticos que pretendían ganar mediante campañas electorales en facciones que se basaban en la organización de bandas armadas. Produjo en descrédito del gobierno representativo y la “seguridad burguesa” y proclamó el evangelio tanto de la guerra civil como de la guerra exterior. Su lema principal era: violencia y otra vez violencia. El estado actual de los asuntos europeos es en buena medida un resultado de la prevalencia de las enseñanzas de Sorel.

Los intelectuales fueron los primeros en alabar las ideas de Sorel: las hicieron populares. Pero el tenor del sorelismo era evidentemente antiintelectual. Se oponía al razonamiento frío y a la deliberación sobria. Lo que cuenta para Sorel es únicamente la acción, es decir, el acto de violencia por la violencia. Lucha por un mito, signifique lo que pueda significar este, era su consejo. “Si te colocas en el terreno de los mitos, estás seguro frente a cualquier tipo de refutación crítica”.[1] ¡Qué maravillosa silosofía, destruir por la propia destrucción! ¡No hables, no razones, mata! Sorel rechaza el “trabajo intelectual” incluso para los defensores literarios de la revolución. El objetivo esencial del mito es “preparar a la gente para luchar por la destrucción de lo que existe”.[2]

Pero la culpa de la divulgación de la pseudo-filosofía destruccionista no reside ni en Sorel ni en sus discípulos, Lenin, Mussolini y Rosenberg, ni en las hordas de intelectuales y artistas irresponsables. La catástrofe se produjo porque, durante muchas décadas, casi nadie se aventuró a examinar críticamente y denunciar las conciencias disparatadas de los fanáticos malhechores. Incluso aquellos autores que evitaban apoyar sin reservas las ideas de violencia despiadada ansiaban encontrar alguna interpretación que simpatizara con los peores excesos de los dictadores. Las primeras objeciones tímidas solo las planteaban (muy tarde, en verdad) cuando los cómplices intelectuales de estas políticas empezaban a darse cuenta de que ni siquiera  el apoyo entusiasta a la ideología totalitaria les garantizaría inmunidad ante la tortura y la ejecución.

Hoy existe un falso frente anticomunista. Lo que busca esa gente que se llama a sí misma “liberales anticomunistas” y a quienes hombres más sobrios llaman más correctamente “anti-anticomunistas” es un comunismo sin esas características propias y necesarias del mismo que siguen siendo inaceptables para los estadounidenses. Hacen una distinción ilusoria entre comunismo y socialismo y (paradójicamente) buscan un apoyo de su recomendación del socialismo no comunista en el documento que sus autores llamaron El manifiesto comunista. Piensan que han probado su defensa empleando alias del socialismo como planificación o estado del bienestar.

Pretenden rechazar las aspiraciones revolucionarias y dictatoriales de los “rojos” y al mismo tiempo alaban en libros y revistas, en escuelas y universidades, a Karl Marx, el defensor de la revolución comunista y la dictadura del proletariado, como uno de los mayores economistas, filósofos y sociólogos y como el principal benefactor y liberador de la humanidad. Quieren hacernos creer que un totalitarismo no totalitario, una especie de cuadrado triangular, es la medicina apropiada para todos los males.

Siempre que plantean alguna tímida objeción al comunismo, se lanzan a atacar al capitalismo con términos tomados del increpante vocabulario de Marx y Lenin. Destacan que aborrecen el capitalismo mucho más apasionadamente que el comunismo y justifican todos los actos repugnantes de los comunistas hablando de los “horrores inexpresables” del capitalismo. En resumen: pretenden luchar contra el comunismo tratando de convertir a la gente a las ideas del Manifiesto Comunista.

Contra lo que están luchando estos autodenominados “liberales anticomunistas” no es contra el comunismo como tal, sino un sistema comunista en que ellos no están al mando. Lo que buscan es un sistema socialista, es decir, comunista, en el que ellos o sus íntimos amigos tengan las riendas del gobierno. Tal vez sea demasiado decir que arden en deseos de liquidar a otra gente, Simplemente no quieren que les liquiden. En una comunidad socialista, solo el autócrata supremo y sus cómplices tienen esta seguridad.

Un movimiento “anti-algo” muestra una actitud puramente negativa. No tiene ninguna posibilidad de tener éxito. Sus apasionadas diatribas prácticamente anuncian el programa que atacan. La gente debe luchar por lago que quiera conseguir, no simplemente rechazar un mal, por mal que pueda ser este. Debe apoyar, sin reservas, el programa de la economía de mercado.

El comunismo hoy, después de la desilusión producida por las acciones de los soviéticos y el lamentable fracaso de todos los experimentos socialistas, no tendría más que unas posibilidades mínimas de tener éxito en Occidente si no fuera por este falso anticomunismo.

Lo único que puede impedir que las naciones civilizadas de Europa Occidental, América y Australia queden esclavizadas por la barbarie de Moscú es un apoyo abierto y sin restricciones al capitalismo de laissez faire.


[1] Cf. G. Sorel, Réflexions surla violence, 3ª ed., París, 1912, p. 49.

[2] Cf. Sorel, l.c., p. 46.


Publicado el 6 de octubre de 2006. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí: aquí.

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