La “buena sociedad” igualitaria, regulada y subvencionada de Robert Shiller

0

[Finance and the Good Society • Robert J. Shiller • Princeton University Press, 2012 • 288 páginas]

[Esta reseña está adaptada de la publicada en el número de invierno de 2012 de The Quarterly Journal of Austrian Economics 15 nº. 4]

¿Qué define una “buena sociedad” y cómo podemos usar las finanzas para alcanzarla? Robert Shiller da por resuelta la primera pregunta y dedica su libro de 2012, Finance and the Good Society, a la segunda: ¿qué va mal en las finanzas modernas y cómo deberían restructurarse para alcanzar este ideal?

¿Qué constituye la buena sociedad de Shiller? Alega que este término ha sido usado por filósofos, historiadores y economistas durante siglos para referirse a la sociedad a la que deberíamos aspirar vivir, donde todos respetan y aprecian a todos. Aunque todos están de acuerdo en que debemos respetarnos, la apreciación implica una obligación que está menos universalmente aceptada. Aunque esto podría considerarse una declaración bastante modesta, la definición, de hecho el libro entero, va de mal en peor a partir de aquí. La buena sociedad es asimismo igualitaria, según Shiller, y las finanzas no deberían oponerse a este objetivo.

Shiller nunca define completamente lo que considera que significa igualitario. En algunos sitios, es sinónimo de participación democrática, lo que generalmente ocasiona igualdad en riqueza (p. 8). En otros, Shiller insinúa que una “buena sociedad” es también democrática financieramente: todos tienen acceso a los mismos productos y servicios (p. 44). En otros lugares más, utiliza el término para que implique una creciente regulación del sector financiero (pp. 183-185), mientras que en otros es necesaria la desregulación (p. 47). Tal vez lo más preocupante es que nunca se preocupa de informar al lector por qué el igualitarismo es un ideal a alcanzar. De hecho, como tanto conceptos del libro, da vueltas alrededor de la idea sin mucha justificación.

La primera parte del libro proporciona al lector un resumen de los roles de la economía financiera y algunos problemas que tiene Shiller con ellos. Los ejemplos incluyen a los CEO aparentemente ganando demasiado dinero y tomando riesgos indebidos porque creen que sus empresas son demasiado grandes para caer (p. 23). Los altos retornos en las donaciones universitarias son ejemplos de logros intelectuales y demuestran la superioridad de las finanzas dirigidas por académicos (p. 31). (No importan las pérdidas abismales del 30% y el 29% en las donaciones a Harvard y Yale en 2008-2009 o el colapso de Long-Term Capital Management, dirigido por dos premios Nobel). Bancos y banqueros resuelven el problema del riesgo moral de que los inversores no sean capaces de monitorizar sus propias inversiones (p. 41). La vivienda es una necesidad fundamental y debería promoverse mediante subvenciones (p. 50). La gente no muere por falta de riñones disponibles para trasplantes cada año porque no haya un mercado legal para ellos, sino, según Shiller, porque el gobierno no ha ayudado aún a diseñar el mercado (p. 69). (A los mercados financieros que no existen todavía, por ejemplo, productos derivados de venta libre, les anima a buscar al gobierno para apoyar una solución de mercado). La filantropía privada puede ser “interesada o motivada por el ego” y puede generar sentimiento de “resentimiento en lugar de gratitud” que llevan a una pérdida de dignidad de los receptores” (pp. 235-236).

¿Qué recomienda entonces que hagamos con estos problemas?

El gobierno debería regular las nóminas de los ejecutivos y quizá diferir las indemnizaciones para un periodo extenso, tal vez hasta cinco años (p. 23). Es mejor poner más actividades financieras en manos de bancos y aumentar los requisitos regulatorios para impedir que otras empresas (bancos en la sombra) se aprovechen de sus capacidades (pp. 41, 43). Subvencionar la propiedad de viviendas a través de nuevas empresas patrocinadas por el gobierno no solo beneficiará a la sociedad, sino que asimismo nos permitirá aprender de los errores de Fannie Mae, Freddie Mac, et al. (pp. 50, 56). Los ingenieros financieros no están mirando los problemas correctos a resolver y deberían recurrir al gobierno en busca de ayuda, “Los gobiernos que no animan a empresas emprendedoras a que busquen activamente problemas a resolver no serán de gran ayuda” (p. 73). Los reguladores son casi inmunes a ser cautivos de la regulación (cap. 12) y los políticos no solo están al cargo de establecer las normas del juego (su rol tradicional), sino de estabilizar la economía (cap. 16). Los banqueros centrales, en lugar de desempeñar un papel en crear la crisis mediante políticas de dinero fácil y periodos extendidos de tipos de interés artificialmente bajos, son alabados por Shiller como “la primera línea de defensa contra inestabilidades económicas” (p. 112).

La segunda sección del libro contempla las mejoras instituciones que podemos realizar en el sector financiero para rectificar algunas de las dudas que identifican en la primera sección. Shiller empieza proclamando extrañamente que tenemos que “reestructurar la expresión de los ‘derechos humanos universales’ para que representen los derechos  de todos un acuerdo justo, a disposiciones financieras que compartan realmente cargas y beneficios” (p. 150). Esta frase resume casi todo lo malo del libro. Cuando Shiller dice “derechos”, realmente quiere decir “preferencias”: sus propias preferencias. No debería sorprender que este crítico considere que todo ideal político prescrito está en contra de lo que considera “bueno” tanto para la sociedad como para las finanzas.

Una de las proclamaciones de Shiller es que la sociedad mejoraría con más acceso democrático a mercados financieros, pero también piensa que la arena financiera personal estadounidense es inferior a la de China: la primera tiene cinco tarjetas de crédito por persona, mientras que la segunda tiene treintaitrés personas por tarjeta (p. 154). La propiedad de acciones y la llegada de la responsabilidad limitada permitieron a las masas participar en el capitalismo financiero por primera vez comprando porciones de negocios, pero Shiller también piensa que Wall Street tiene que volver a un modelo de participación para excluir a la gente de este ámbito (p. 176).

Es un libro peligroso, no por lo que dice, sino por lo que deja fuera. Al no proporcionar base o justificaciones para los ideales propuestos, Shiller deja al lector con una sensación de que los fines ya se han decidido. Lo único que nos queda es encontrar los mejores medios para alcanzarlos.

Shiller y este crítico pueden estar de acuerdo en algunas cosas. Ambos vemos el capitalismo financiero como un medio para alcanzar un fin. Tiene principalmente un papel auxiliar. Ambos vemos las finanzas no esencialmente como “hacer dinero”, aunque Shiller piense que en eso es en lo que lo ha convertido la sociedad occidental. Este crítico ve que el capitalismo financiero, como todas las formas de capitalismo, premia el éxito y castiga el fracaso. Si el dinero es la forma en que se premia el éxito (el común denominador para llevar la cuenta) hacer dinero no podría ser algo tan malo.

La única frase completa que me hizo mover la cabeza en gesto de aprobación estaba en medio del libro: Una “buena sociedad tiene una capacidad limitada en hacer realidad los sueños de todos, y las finanzas tratan de la realidad” (p. 120). Tal vez Shiller deba prestar atención a esta lección. En lugar de crear una forma de capitalismo financiero que impulse la buena sociedad, deberíamos darnos cuenta de que las finanzas como tales no son buenas ni malas: simplemente son. Los sueños utópicos podrían ser una lectura interesante para una clase de finanzas en la universidad, pero tienen repercusiones en el mundo real. En finanzas, como atestigua la crisis reciente, las malas ideas llegan lejos y afectan a muchos.


Publicado el 15 de octubre de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

Print Friendly, PDF & Email