La dialéctica de la destrucción

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[An Austrian Perspective on the History of Economic Thought (1995)]

Algunos podrían protestar porque, en nuestra explicación del comunismo, no hemos mencionado la característica que se considera generalmente como el sello de ese sistema: el lema “A cada uno de acuerdo con sus capacidades, a cada uno de acuerdo con sus necesidades”. Esta expresión parece contradecir nuestra opinión de que la esencia de la sociedad comunista es una religión secularizada en lugar de una economía. Sin embargo el  locus classicus de la proclamación de Marx de su famoso lema del socialismo francés estaba en el desarrollo de su vitriólica Crítica del Programa de Gotha de 1875, en la que Marx denunciaba a los desviacionistas de Lassalle que estaban formando el nuevos Partido Social Demócrata de Alemania. Y está claro por el contexto de su explicación que este lema es de importancia menor y marginal para Marx. En el punto 3 de su Crítica, Marx denuncia el apartado del programa que reclama la comunización de la propiedad y la “distribución equitativa de los productos del trabajo”. A lo largo de su explicación, Marx indica que la desigualdad de las rentas del trabajo es “inevitable en la primera etapa de la sociedad comunista, (…) cuando acaba de aparecer después de prolongados espasmos de nacimiento en la sociedad capitalista. El derecho nunca puede ser superior a la estructura económica de la sociedad y el desarrollo cultural así determinado”. Por otro lado, continúa Marx,

En una fase superior de la sociedad comunista, después de que se hayan desvanecido la subordinación esclava de individuos bajo la división del trabajo y con ella también la antítesis entre trabajo mental y físico; después de que (…) las fuerzas productivas hayan también aumentado con el desarrollo completo del individuo y todas las fuentes de riqueza cooperativa fluyan más abundantemente; solo entonces el estrecho horizonte del derecho burgués puede quedar completamente atrás y la sociedad inscribir en sus estandartes: ¡a cada uno de acuerdo con sus capacidades, a cada uno de acuerdo con sus necesidades![1]

Por este pasaje y su contexto, debería ser evidente que la frase final de Marx, lejos de ser lo esencial y la culminación de su explicación, se expone brevemente solo para ser rechazada. Lo que Marx está diciendo es que la clave para el mundo comunista no es ningún principio similar de distribución de bienes, sino la erradicación de la división del trabajo, el desarrollo total de las facultades individuales y el flujo resultante de superabundancia. En un mundo así, el famoso lema pasa a ser de una importancia trivial. De hecho, Marx procede inmediatamente después de este pasaje a denunciar que los socialistas hablen de “igual derecho” y “distribución igualitaria” como “un sinsentido intelectual acerca del ‘derecho’ y otra basura común entre los demócratas y los socialistas franceses”. Luego añade rápidamente que “es en general incorrecto montar un escándalo acerca de la llamada ‘distribución’ y poner el principal énfasis en ella”.[2][3]

La miseria y horror absolutos de la etapa final (y a fortiori de la etapa más allá de la final) del comunismo debería resultar ahora muy evidente. La erradicación de la división del trabajo produciría rápidamente hambre y miseria económica para todos. La abolición de todas las estructuras de interrelación humana produciría una enorme privación social y espiritual para todos. E incluso el supuesto desarrollo “artístico” intelectual y creativo de todas las facultades del hombre en todas direcciones se vería completamente obstaculizado por la prohibición de cualquier especialización. ¿Cómo puede haber ningún verdadero desarrollo artístico o creación sin un esfuerzo de concentración? En pocas palabras, el terrible sufrimiento económico de la humanidad bajo el comunismo se vería igualado por sus privaciones intelectuales y espirituales. Considerando la naturaleza y consecuencias del comunismo, llamar a esta horrible distopía un ideal noble y “humano” no puede considerarse más que un chiste macabro de dudoso gusto. Por ejemplo, la idea prevalente de que el comunismo marxista es un ideal glorioso para el hombre, pervertido por el posterior Engels o por Lenin o Stalin puede ponerse ahora en la perspectiva adecuada. Ninguno de los horrores cometidos por Lenin, Stalin u otros regímenes marxistas-leninistas puede igual la monstruosidad del “ideal” comunista de Marx. Tal vez la aproximación más cercana fue el breve régimen comunista de Pol Pot en Camboya que, al intentar abolir la división del trabajo, aplicó la prohibición del dinero, de forma que para sus mínimas raciones la población dependía completamente de la avara generosidad de los cuadros comunistas. Además, intentaron eliminar las “contradicciones entre campo y ciudad”, siguiendo el objetivo de Engels de destruir las grandes ciudades y despoblando por la fuerza la capital, Phnom Penh, de la noche a la mañana. En unos pocos años, el grupo de Pol Pot consiguió exterminar a un tercio de la población camboyana, quizá un récord genocida.[4]

Como bajo el comunismo ideal todos podrían hacer y harían de todo, está claro que poco podría hacerse, incluso antes de que llegara la hambruna universal. Para el propio Marx, todas las diferencias entre individuos eran “contradicciones” a eliminar bajo el comunismo, así que supuestamente la masa de los individuos tendría que ser uniforme e intercambiable.[5] Aunque Marx aparentemente defendía capacidades intelectuales normales incluso bajo el comunismo, para los marxistas posteriores parece que las dificultades podían aliviarse con la aparición de seres sobrehumanos. Para Karl Kautsky (1854-1938), el marxista alemán que asumió el cargo de líder máximo del marxismo tras la muerte de Engels en 1895, bajo el comunismo “aparecerá un nuevo tipo de hombre (…) un superhombre (…) un hombre glorioso”. León Trotsky fue incluso más lírico: “El hombre se hará incomparablemente más fuerte, inteligente, refinado. Su cuerpo se hará más armonioso, sus movimientos más rítmicos, su voz más musical (…) El humano medio ascenderá al nivel de un Aristóteles, un Goethe, un Marx. Sobre estas otras alturas, nuevos picos aparecerán”. Si la etapa posterior a la definitiva del comunismo durara suficiente tiempo como para criar una nueva superraza, podemos dejar tranquilamente a los teóricos comunistas de ese día futuro resolver el problema de si puede permitirse que exista la “contradicción” de “permitir” que un super-Aristóteles  destaque sobre un Aristóteles.[6]

Tampoco los libertarios deberían asimilar el objetivo marxista de “acabar con el Estado” bajo el comunismo o el uso de la expresión, tomada prestada del objetivo de los libertarios franceses del libre mercado, Charles Comte y Charles Dunoyer: un mundo en el que “el gobierno de personas es reemplazado por la administración de cosas”. Hay dos defectos importantes es esta formulación desde el punto de vista libertario. Primero, por supuesto, como apuntaba insistentemente el anarcocomunista ruso Mijaíl Bakunin (1814-1876): es absurdo tratar de llegar a la eliminación del estado a través de la maximización absoluta del poder estatal en una dictadura totalitaria del proletariado (o, más realistamente, una vanguardia selecta del llamado proletariado). El resultado solo puede ser el máximo estatismo y por tanto la máxima esclavitud. Tal vez como el primero de los teóricos de “nueva clase” y anticipando la ley de hierro de la oligarquía de Michels y Mosca, Bakunin advertía proféticamente que una clase dirigente minoritaria gobernaría de nuevo a la mayoría, después de la revolución marxista:

Pero los marxistas dicen que esta minoría estará compuesta por trabajadores. Sí, sin duda (…) de antiguos trabajadores, que, tan pronto como se conviertan en gobernadores o representantes del pueblo, dejarán de ser trabajadores y empezarán a mirar hacia abajo a las masas trabajadoras desde lo alto de la autoridad del estado, de forma que no representarán al pueblo sino a sí mismos y a su propia declaración de gobernar sobre otros. Quien pueda dudar de esto, no sabe nada de la naturaleza humana (…) Los términos “socialista científico” y “socialismo científico”, con los que nos encontramos incesantemente en las obras y discursos de los (…) marxistas, bastan para demostrar que el llamado estado popular no será sino un despotismo sobre las masas, ejercitado por una aristocracia nueva y bastante pequeña de “científicos” reales o falsos. (…) Ellos [los marxistas] afirman que solo la dictadura, su propia evolución puede traer libertad al pueblo; nosotros replicamos que una dictadura no puede tener otro objetivo que perpetuarse y que no puede engendrar y criar nada más que esclavitud para el pueblo a ella sometido. La libertad solo puede crearse por medio de la libertad.[7]

De hecho, solo un creyente en la absurda nigromancia de la “dialéctica” podría creer otra cosa, es decir, podría creer que un estado totalitario puede inevitable y virtualmente de forma instantánea transformarse en su opuesto y que por tanto la forma de librarse del estado es trabajar todo lo posible por maximizar su poder.

Pero el problema de la dialéctica no es el único, ni siquiera el más importante, de los problemas del comunismo marxista. Pues el marxismo comparte con los anarquistas el grave problema de la etapa superior del comunismo puro, asumiendo por un momento que pudiera alcanzarse alguna vez. El punto crucial es que, tanto para anarquistas como para marxistas, el comunismo ideal es un mundo sin propiedad privada y que toda la propiedad y los recursos  serán poseídos y controlados en común. De hecho la queja más importante de los anarcocomunistas contra el estado  es que este es supuestamente el principal aplicador y garante de la propiedad privada y por tanto para abolirla el estado debe también erradicarse. La verdad, por supuesto, es precisamente la opuesta: el estado, a lo largo de la historia, ha sido el principal expoliador y saqueador de propiedad privada. Así que, con la propiedad privada misteriosamente abolida, la eliminación del estado bajo el comunismo (ya sea en la variedad marxista o anarquista) sería necesariamente un camuflaje para un nuevo estado que aparecería para controlar y tomar decisiones sobre los recursos de propiedad comunal. Salvo que el estado no sería llamado tal, sino más bien renombrado como algo similar a “oficina estadística del pueblo”, como ya se ha hecho en la Libia de Gadafi, y armado con precisamente los mismos poderes. Sería un pobre consuelo para víctimas futuras, encarceladas o fusiladas por cometer “actos capitalistas entre adultos que consienten” (por citar una expresión popularizada por Robert Nozick), el que sus opresor no fuera ya el estado, sino solo una oficina estadística del pueblo. El estado bajo cualquier otro nombre apestaría. Además, sería inevitable, bajo la ley de hierro de la oligarquía, que las “decisiones comunales mundiales” tengan que tomarlas una élite especializada, de forma que reaparecería inevitablemente la clase dirigente, tanto bajo la forma bakuninista como bajo cualquier otra forma de comunismo.[8]

Y, como hemos indicado, en la etapa “más allá del comunismo”, la etapa de no-propiedad universal y por tanto de no acción y no uso de recursos, se produciría rápidamente la muerte de toda la raza humana.

Marx y sus seguidores nunca han demostrado ninguna conciencia de la importancia vital del problema de la asignación de recursos escasos. Su visión del comunismo es que todos esos problemas económicos son triviales, sin necesitar empresarios ni un sistema de precios ni un verdadero cálculo económico, que todos los problemas podrían resolverse rápidamente con la mera contabilidad o registro. El absurdo clásico en este asunto lo estableció Lenin, que expresó apropiadamente la opinión de Marx l declarar que las funciones del empresario y la asignación de recursos han sido “simplificadas al máximo por el capitalismo” hasta ser meros asuntos de contabilidad y a “las operaciones extraordinariamente simples de ver, registras y facturar, al alcance de cualquiera que pueda leer y escribir y conozca solo las cuatro reglas de la aritmética”. Ludwig von Mises comenta irónicamente y con justicia que los marxistas y otros socialistas no han tenido “un percepción mayor de lo esencial de la vida económica que un recadero,  cuya única idea del trabajo del empresario es que rellena papeles con letras y cifras”.[9]


[1] Karl Marx, Critique of the Gotha Programme [Crítica del Programa de Gotha] (Nueva York: International Publishers, 1938), p. 10. La crítica fue publicada por primera vez por Engels en 1891, después de la muerte de Marx. Los lassalleanos eran seguidores del último Ferdinand Lassalle (1825-1864) un dandy jactancioso que era extremadamente popular en Alemania, especialmente querido por la clase trabajadora, y principal organizador del proletariado. Como es habitual, Lassalle murió joven de una forma muy poco proletaria y muy aristocrática: en un duelo por una dama. Una de las dos grandes desviaciones del marxismo de Lassalle era su devoción ultra-maltusiana por la teoría de los salarios de subsistencia de Malthus-Ricardo como determinada por el crecimiento de la población, que popularizó en su forma más rígida y supuestamente la denominó la “ley de hierro de los salarios”, en cuya forma ganó una extensa fama. En realidad Lassalle la calificó como la “desvergonzada ley de los salarios” [“brozen”, “desvergonzado” en inglés también puede traducirse como “de latón”] y su expresión más común fue “la desvergonzada y repelente ley de los salarios” (das eherne und grausame Gesetz).

La otra y más importante desviación fue su adopción y adoración del estado. Marx veía al estado como un instrumento tiránico de explotación masiva que necesitaba una revolución violenta para ser eliminado. Lessalle, al estilo hegeliano, por el contrario, adoraba al estado como guía y desarrollador de libertad, como la fusión del hombre en un todo espiritual y como un instrumento eterno de regeneración moral. El único problema del estado, para Lassalle, era el hecho de que no estaba aún controlado por los trabajadores, pero esto podía rectificarse simplemente aplicando el sufragio universal, después de lo cual el estado estaría dirigido por un partido de trabajadores y así los trabajadores se convertirían en el estado y todo iría bien. El estado transmitiría a su vez el control de la producción a las asociaciones de trabajadores que así eludirían la ley desvergonzada apropiándose las plusvalías que ahora extraían los capitalistas. Ver Gray, op. cit., nota 16, pp. 332-343.

[2] En realidad, Marx continúa con algo útil: el que la distribución siempre deriva de las “condiciones de producción” y no puede separarse de ella. A uno le gustaría pensar que esto no era solo un argumento contra los “socialistas vulgares”, sino asimismo una bofetada implícita a J.S. Mill, que pensaba que mientras que la producción estaba condicionada por la ley económica, la “distribución” podía separarse de la producción y reformarse por la acción del estado.

[3] Ver la excelente explicación de este punto en Tucker, op. cit., nota 8, p. 200.

[4] El pueblo soviético se vio libre del completo cataclismo del comunismo cuando Lenin, un maestro del pragmatismo, se retractó del primer intento soviético (1918-1921) de abolir el dinero y saltar al comunismo (luego mal calificado deliberadamente como “comunismo de guerra”) y volver a la economía en buena parte capitalista de la Nueva Política Económica. Mao trató de llegar al comunismo en dos arranques desastrosos: el Gran Salto Adelante, que intentó eliminar la propiedad privada y las “contradicciones” entre campo y ciudad construyendo una acería en cada patio, y la Gran Revolución Cultural Proletaria, que trató de eliminar la “contradicción” entre trabajo intelectual y manual enviando a toda una generación de estudiantes a trabajos forzados en las zonas salvajes de Sinkiang. Sobre el mito del “comunismo de guerra”, ver la brillante explicación en Paul Craig Roberts, Alienation and the Soviet Economy (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1971), pp. 20-47.

[5] En un divertida caso, durante el periodo de la Nueva Izquierda de finales de la década de 1960, el  Liberated Guardian rompió con la revista casi maoísta, The Guardian, en Nueva York, basándose en que esta última trabajaba igual que cualquier periódico “burgués”, con editores, linotipistas, correctores y personal especializados. El Liberated Guardian estaba dirigido por un “colectivo” en el que, se decía, toda persona realizaba cualquier tarea sin especialización. La misma crítica, seguida por la misma solución, fue aplicada por el grupo de mujeres se obtuvo la propiedad del semanario de la Nueva Izquierda, Rat. Ambas revistas, como cabía esperar, sufrieron una misericordiosamente rápida. Ver Murray N. Rothbard, Freedom, Inequality, Primitivism, and the Division of Labor (Menlo Park, Calif. Institute for Humane Studies, 1971), pp. 15n, 20.

[6] Ver von Mises, op. cit., nota 15, p. 143.  Ver también Rothbard, op. cit., nota 34, pp. 8-15.

[7] Bakunin, Statehood and Anarchy [Estatismo y anarquía]: citado en Leszek Kolakowski, Main Currents of Marxism: Its Origins, Growth and Dissolution (Nueva York: Oxford University Press, 1981), I, pp. 251-252. Ver también Abram L. Harris, Economics and Social Reform (Nueva York: Harper & Bros, 1958), pp. 149-150.

[8] Sobre la autopropiedad y la imposibilidad de la propiedad comunal, ver Murray N. Rothbard, The Ethics of Liberty {La ética de la libertad] (2ª ed., Atlantic Highlands, NJ: Humanities Press, 1983), pp. 45-50.

[9] Las cursivas son de Lenin. V.I. Lenin, State and Revolution {Estado y revolución] (Nueva York: International Publishers, 1932), pp. 83-84; von Mises, op. cit., nota 15, p. 189. Ver también Harris, op. cit., nota 36, pp. 152-153n.


Publicado el 23 de agosto de 2012. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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