Para salvar a Europa, liberalizar los mercados

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La actual estrategia económica es la patada adelante. Los niveles de deuda en casi todos los países europeos continúan aumentando y el crecimiento parece un recuerda hace mucho olvidado. El día del juicio está a la vuelta de la esquina, como advirtió una vez Rudi Dornbush: “A la crisis le cuesta llegar mucho más tiempo del que se cree y luego se produce mucho más rápido de lo que se pensaría y esto es exactamente lo que pasó con México. Necesitó una eternidad y se produjo en una noche”.

Para conseguir resultados rápidos, los líderes europeos tienen que abandonar la austeridad y centrarse más en políticas que permitan al sector privado proporcionar la oferta correcta a los precios correctos.

Un buen primer paso, que puede incluso ser posible políticamente, sería cambiar las leyes de utilización de los terrenos, permitiendo a los dueños de terrenos agrícolas disponer de sus activos como mejor les parezca. La legislación de utilización de terrenos en Francia es un ejemplo perfecto de los peos de la planificación al estilo soviético. Todo empezó con una ley de 1967 que obligaba a las ciudades a establecer planes zonales. Al principio, estos planes solo se limitaban a las grandes ciudades, pero pronto se extendieron a la mayoría. El marco regulatorio en los terrenos, ayudado por las leyes y regulaciones de la UE, explotaron durante las décadas de 1980 y 1990, con la creación de leyes de costas, leyes de zonas húmedas, leyes de biodiversidad y leyes de conservación de zonas naturales. Los grupos ecologistas fueron esenciales en la aprobación de muchas de estas nuevas leyes.

Todas estas regulaciones dificultaban la construcción. En 1997-2007, Francia tuvo una burbuja inmobiliaria, pero, al contrario que España, había muy poca construcción, ya que las leyes zonales dejaban muy poco territorio sobre el que construir. Los precios de las viviendas aumentaron un 140% en ese periodo, lo que es un 90% más rápido que las rentas familiares. Pero los costes de construcción solo aumentaron un 30%. Era claramente una burbuja orientada a los terrenos y el principal culpable era la regulación del uso de los terrenos.

Hoy la mayoría de los planes zonales son para 15 años y generalmente se convierten en inadecuados casi inmediatamente. A principios de la década de 1980, una revisión de un plan llevaba dos o tres años. Ahora, el mínimo es de tres años. Sin embargo, si se implican grupos ecologistas, los cambios pueden llevar bastante más de una década. Muchas ciudades pequeñas han estado luchando siete años en batallas judiciales para añadir unos magros 50 acres de nuevo terreno urbanizable a un plan. Por ejemplo, a las 20 ciudades del área metropolitana de Nantes (la 10ª de Francia) les llevó seis años elaborar su último plan. Actualmente hay 40.000 acres de terreno agrícola en las afueras de Nantes, pero solo hay planificados 750 acres para nuevos edificios durante los próximos 15 años. Es algo ínfimo para los casi 1 millón de habitantes de esta región en crecimiento.

Las personas quieren libertad para sí mismas, pero temen a la libertad para otros. Los planificadores temen que los mercados libres lleven a la anarquía y a desastres medioambientales. Los políticos temen los males de la expansión urbana. Durante las décadas de 1950 y 1960, el gobierno francés creó 700 “guetos urbanos”, que eran suburbios deshumanizadores al estilo soviético, sin muchos servicios básicos, como bibliotecas, institutos y otros. En un mercado libre, los promotores urbanísticos llevarían al mercado lo que desee la gente. Si la gente no quiere vivir en búnqueres de estilo soviético, no se construirán. Es posible que un promotor cometa un error, pero probablemente solo lo haga una vez, no 700 veces.

Los planificadores la temen, pero anarquía es un término que podría usarse para describir la imposibilidad de determinar exactamente cómo cambiarán las preferencias con el tiempo. Aun así, un mercado libre aseguraría la mínima cantidad de anarquía, ya que precios y beneficios son la mejor forma de hacer que los recursos se canalicen para producir los bienes y servicios que la sociedad necesita más urgentemente. Ningún planificador público puede competir con la eficiencia en la asignación de recursos de un sistema de mercado.

Las leyes zonales son el reflejo político de estos temores y el capitalismo de compinches prospera en ese entorno. Las entidades bien relacionadas normalmente idean ganancias personales en los planes zonales y luego usan las barreras reguladoras en dichos planes para restringir la entrada. Asimismo, desde la década de 1980, el derecho europeo ha hecho más difícil al gobierno proporcionar servicios que puedan proporcionar contratistas privados. Francia tiene ahora al menos 30.000 funcionarios a tiempo completo cuyo único trabajo es supervisar consultoras privadas a las que se paga por elaborar planes. El capitalismo de compinches y el socialismo son muy buenos compañeros de cama.

Hoy, el terreno para edificación es unas 200 veces más caro que el terreno agrícola en Francia y llega a ser de 500 a 1.000 veces más caro cerca de las grandes ciudades. ¡La demanda está ahí! La regulación simplemente la ha mantenido embotellada y necesita liberarse.

Las reformas en el uso de los terrenos en Francia recortarían los costes de urbanización en más del 50% y crearían un mini auge en la construcción en casi todas las grandes ciudades francesas. En los suburbios franceses de Ginebra, las viviendas brotarían como setas.

Esto no significa necesariamente que debamos eliminar las leyes medioambientales, pero no deberíamos dejar que la preocupación por el medio ambiente sea un pretexto para no hacer nada. Hay una enorme demanda de vivienda asequible en muchas partes de Europa, pero los ecologistas prefieren ver toneladas de productos químicos arrojados en terrenos agrícolas año tras año en lugar de ver a las familias más capaces de poner un techo sobre sus cabezas.

Hay literalmente miles de políticas similares del lado de la oferta que estimularían fácilmente el crecimiento en Europa. Pero primero tenemos que dejar de hablar de “estimular la demanda” o “hacer más flexibles las leyes laborales” o “animar el emprendimiento”. Son lemas vacíos. Es el momento de que los líderes europeos tomen acciones importantes, porque la alternativa es el descarrilamiento.


Publicado el 19 de octubre de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.