Brad Edmonds escribió seis artículos que tuvieron mucho éxito en Estados Unidos sobre la abolición del estado. Estos artículos han sido traducidos al castellano por Fernando LdL y posteriormente publicados por Manuel Lora en Vanguardist.org.
“Hay algo en el carácter americano que siempre busca una opción mejor y es pergeñada cuando otros dicen que no puede serlo.” –George W. Bush
Y precisamente es por eso por lo que el Estado será abolido.
Buscar un camino mejor no es una invención americana. Los seres humanos lo hacen en virtud de su naturaleza racional. Actuamos en nuestro propio interés. Actualmente 279 de los 280 millones de americanos creen que les conviene permitir la existencia del Estado, seguir sus órdenes, pagar cualquier impuesto que demande y vitorearlo efusivamente cuando mata extranjeros o acaba con la vida de nuestros compatriotas. Los americanos cambiarán de parecer sobre todo esto. La historia, pretérita y presente, nos enseña sin duda alguna que todo aquello que el Estado puede hacer, el mercado es capaz de hacerlo mejor –exceptuando el asesinato masivo, el cual el mercado sólo es mejor en prevenir(lo)– y ésta se confirma más cada día que pasa.
Los ciudadanos son responsables de sus gobiernos, y en última instancia determinan si el gobierno permanece. La plataforma del Partido Republicano en 1932 insistió en que la prohibición era la ley de la nación y debía ser cumplida por la necesidad de librar al país del mal del alcohol, sin importar lo oneroso de ésta. Sin embargo, la gente discrepó y la ley fue revocada. Gracias a ello, hoy estamos todos mucho mejor. Otras injustas leyes federales y estatales han sido abolidas porque el pueblo así lo decidió.
Que tener un Estado coercitivo no es lo que nos conviene se demuestra cada día. Una ilustración básica muestra la inverosimilitud de cualquier esperanza de que el Estado, incluso en su forma más benigna, pueda mejorar nuestras vidas. Digamos que hay tres personas, y uno de ellos es pobre. Bajo el libre mercado, el pobre construye una valla a uno de los acomodados, y es pagado. Ahora, tres personas están trabajando, cada uno ganando y produciendo riqueza. Bajo el Estado coactivo el pobre pide ayuda al gobierno. El estado apunta con una pistola al ciudadano acomodado, le usurpa algo de su dinero y se lo da al pobre. El Estado guarda algo de este dinero para sí mismo. Lo hace constantemente. Es su trabajo. Bajo el escenario estatal tenemos a una de las tres personas trabajando para crear riqueza mientras los otros dos cometen una injusticia y operan siempre bajo incentivos distorsionados. Ahora, los tres se miran con recelo y resentimiento, y 2/3 desearían que hubiese un camino mejor. Esta situación es aplicable igualmente a la creación de la ley, a la justicia, carreteras y defensa nacional.
Los 279 millones de ciudadanos estadounidenses que piensan que el compulsivo Estado es necesario, o no han visto todavía suficientes empresarios o no han leído historia (los colegios públicos consiguen esto), aunque ocasionalmente el Estado pronuncie vagamente algo positivo sobre la libre iniciativa. Como los historiadores han documentado, desde los albores de la civilización los Estados sólo han trabajado por sus propios intereses. Cualquier buen trabajo que el Estado dé a un individuo sólo puede ser posible a expensas de otro. El Estado jamás crea riqueza, y sólo puede degradar, nunca mejorar, el nivel de vida de los ciudadanos bajo su régimen. El coercitivo Estado no tiene ni fundamento moral ni derecho a existir.
Sin embargo, los individuos y las empresas, actuando dentro de mercado, son gobernados por él, y los clientes compran voluntariamente solamente si piensan que les es beneficioso. El único uso de la fuerza es en defensa –el mercado califica todo inicio de fuerza como un crimen, y un mercado irrestricto reduce increíblemente el incentivo de cometerlos. Los individuos y las empresas en el libre mercado deben ganarse su derecho a existir, y conservan este derecho una vez por día. Lo ganan satisfaciendo a sus clientes.
Esta idea se está dando por conocer. Hitler se equivocaba. Una gran mentira, contada bastantes veces, sólo funcionará durante un tiempo limitado. Todo Estado en la tierra es superado en número por sus súbditos, y en última instancia está legitimado para gobernar gracias a su anuencia. Ésta aquiescencia menguará a medida que más de nosotros estemos informados. Y ningún Estado puede impedir que nos informemos (incluso si Rumsfeld tuviese dispositivos de escucha en nuestras casas).
Finalmente, todos nosotros estaremos contratando servicios de policía a través de comerciantes locales, a través de aseguradores la defensa exterior (ninguno de los Estados foráneos tendrá incentivos para invadir un territorio libre ya que éste sería un puercoespín desde su perspectiva) y tribunales privados para una fiable y sana justicia asignada rápida y eficientemente. Los jurados rechazarán condenar a aquellos acusados de infringir una ley injusta (como ya hicieron hasta el siglo XX en los tribunales estatales) o, por descontado, a cualquiera que no violase los derechos de otro mediante la fuerza o el fraude. Finalmente, los tribunales del Estado y los departamentos de policía serán abandonados al no trabajar nadie en ellos y los ciudadanos harían sus negocios con las entidades privadas. Los Estados no tendrán partidarios y estarán incapacitados para contratar a alguien competente. Al final, no habrá nadie para imponer regulaciones, expoliar la propiedad, recolectar impuestos, emprender guerras o encender las luces en la Casa Blanca.
Semejante escenario es verosímil, y, ya defendido por muchos, queda evidenciado en el Free State Project. Sobre 5000 personas [son 7 mil hoy en día] ya se han comprometido a desplazarse a New Hampshire, y una vez allí, votar en bloque para virar el Estado hacia el libertarismo. Su inevitable éxito económico servirá como ejemplo a seguir por otros Estados. En el momento en el que pongamos 5 millones de hombres marchando hacia Washington (desarmados, pacíficos) para pedir a todos los políticos su dimisión, estos políticos ya tendrán la maleta hecha, ya que sabrían lo inevitable. Cinco millones es una cifra fácil: en la primera revolución americana tuvimos a un 15% de la población involucrada, lo que equivaldría a 43 millones de hoy día.
Se sugieren muchos panoramas, desde la revolución violenta hasta la revuelta fiscal, pero las más convenientes de las estrategias son las graduales y pacíficas, como la del Free State Project.
Es inevitable que el Estado sea abolido y reemplazado por el espontáneo y voluntario gobierno del mercado, en el cual cada participante (actor económico) es responsable del resto y es regido por el propio interés de 280 millones pares de ojos y carteras particulares. Esto es lo justo y moral; el número de gente consciente de esto está creciendo exponencialmente, especialmente como empresarios, superando al Estado en más ciudades y en más tipos de negocios. La tecnología para informar y hacer proselitismo sólo ha estado en nuestras manos unos pocos años y está creciendo increíblemente. Además, la gente está muy interesada. La paz y el libre intercambio sirven mejor a la prosperidad y seguridad de los hombres, en cambio el Estado es la única institución que permanentemente embiste contra la paz y el librecambio. Es ineluctable que la gente vaya sabiendo esto. Finalmente ellos solicitarán la supresión del Estado sin importar si yo sigo escribiendo artículos o no. Ellos lo harán a pesar de, y con desprecio hacia los impotentes balidos de aquellos que continúan creyendo que el violento Estado es necesario.
Es un error asumir que el Estado deba necesariamente durar eternamente. Dicha institución marca cierta etapa en la civilización –es connatural a una fase particular del desarrollo humano. No es esencial, sino incidental. Al igual que entre los bosquimanos encontramos una etapa anterior al Estado, habrá otra en la que éste se extinguirá. –Herbert Spencer