Kirchner debería haber escuchado a Mises

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Hace dos años, pocos días después del triunfo de Cristina Fernández de Kirchner en las elecciones presidenciales de Argentina, el gobierno decidió imponerle al país un nuevo sistema de control de cambios.

Al principio comenzó como un control fiscal más riguroso, pero luego se blanqueó a la sociedad la total intervención del mercado de cambios por parte del Banco Central.

En un sistema de tipo de cambio libre con banca central, el rol de esta última se limita únicamente a controlar la oferta monetaria. En este sentido, el precio de la divisa extranjera no es algo que deba preocuparle más que como un indicador sobre la corrección o incorrección de su política monetaria. En un sistema con control de cambios, sin embargo, el Banco Central se convierte en un ente de racionamiento de divisas, asignando dólares a precios arbitrarios a ciertos grupos privilegiados que la autoridad considera que así lo merecen.

En el caso puntual del “cepo” argentino, el Banco Central prohíbe la compra de dólares para atesoramiento, mientras que la permite, al precio oficial, para algunas importaciones y viajes al exterior (aunque con un estricto y arbitrario control de la cantidad que se entrega). Además, también vende dólares a precios oficiales a aquellos que consumen con tarjeta de crédito en el exterior, aunque les cobra un impuesto que termina subiendo el tipo de cambio un 20%.

Si bien el “cepo” se impuso en Argentina, a criterio de los propios funcionarios, para cuidar los dólares y evitar una devaluación, lo cierto es que luego de dos años, el control de cambios trajo más problemas que soluciones. Para empezar, apareció un mercado paralelo donde la divisa se cotiza un 70% por encima del precio oficial (en línea con la elevada inflación que deteriora el poder adquisitivo del peso). Además, las reservas internacionales cayeron casi un 30% cuando, en toda la región, estas crecen debido a la política monetaria ultraflexible de la Fed. Por último, el saldo de balanza comercial se redujo gracias al desplome en el ritmo de crecimiento de las exportaciones.

Ahora bien ¿Por qué el gobierno decidió involucrarse en una política tan nociva para el conjunto? Una respuesta posible es que los gobernantes forman parte de una corporación que solo piensa en sus intereses de corto plazo en lugar de pensar en el “bien común”. Otra, acaso más inocente, es que los políticos argentinos olvidaron leer el capitulo XXI de la Acción Humana de Mises.

La escasez de divisas

En reiteradas oportunidades, los funcionarios argentinos se refirieron al “cepo” como la herramienta necesaria para “cuidar los dólares” o evitar la escasez de divisas, necesarias para la inversión de largo plazo. Ahora si hubieran leído a Mises sabrían que, en un mercado libre, no existe tal cosa como la escasez de dólares:

“Cuando las autoridades se lamentan de la escasez de divisas, de lo que en verdad se quejan es de otra cosa, del efecto que provoca su política de fijación de precios. Al precio oficial fijado arbitrariamente, la demanda excede a la oferta”

La caída de 14 mil millones de dólares de reservas del banco central, entonces, puede explicarse con conceptos tan sencillos como los de demanda y oferta. Al precio oficial, son muchos los que desean comprar divisas mientras que son muy pocos los que están dispuestos a venderlas. Si un producto se vende a un precio que está por debajo de su precio de mercado, es muy fácil predecir que los stocks del mismo caerán rápidamente. Con las reservas, el principio es el mismo.

El daño a las exportaciones

Antes del cepo, las exportaciones argentinas crecían al ritmo del 22% anual. Sin embargo, al mes de septiembre de este año, solo lo hacen al 3%. El motivo de este desplome también lo advirtió Mises, cuando afirmó que:

“Todo aquel que reciba divisas – procedentes, por ejemplo, de una exportación – deberá cederlas, al precio oficialmente fijado, al organismo de control de los cambios exteriores. Si el mandato de la autoridad –  que equivale a gravar a la exportación – se acata rigurosamente, las ventas al extranjero se reducen, pudiendo incluso cesar por completo”

A través del Banco Central, el gobierno le paga a los exportadores solo el 40% de lo que vale su mercadería en el extranjero. No sorprende que estas hayan sentido el impacto del cepo.

Las importaciones

Durante una alocución en Harvard, Cristina Fernández negó la existencia del control de cambios y, para ejemplificar su aserto, sugirió que había “120 rubros para adquirir dólares”. Uno de ellos, la importación. Esto no extrañaría a Mises quien en este capitulo escribía:

“La oficina que controla la compraventa de divisas, por su lado, aferrándose obstinadamente a la ficción de que los tipos “en realidad” no se han elevado y que la paridad legalmente establecida es la efectiva, facilita divisas a los importadores al cambio oficial”.

Ahora bien, cuando un importador paga 6 lo que, en realidad, debería pagar 10, está recibiendo un considerable subsidio del gobierno, con lo que probablemente las importaciones aumentarán al punto de amenazar la tan enaltecida “producción nacional”. Y esto es algo que el gobierno (sobre todo uno intervencionista como el nuestro) no está dispuesto a permitir:

“Por ello, los poderes públicos recurren a nuevos arbitrismos. O elevan las tarifas arancelarias o imponen cargas y gravámenes a las importaciones; en definitiva, encarecen, por un procedimiento u otro, la adquisición de divisas”

Le faltó a Mises mencionar expresamente las DJAI para recibirse de futurólogo.

El problema es la inflación

Finalmente, tanto detrás de los controles de cambio como detrás de los más tradicionales controles de precios, esta la insistente alza de precios, consecuencia de la inflación que genera la política monetaria del banco central y que los gobiernos se obstinan en no reconocer.

Y como sugiere Mises, ningún control ni intervención adicional puede alterar “la perdida del poder adquisitivo que la moneda nacional experimenta con respecto al oro, las divisas y los bienes económicos en general”.

Los controles de cambio solo agregan más problemas a los previamente existentes. Si el gobierno hubiera leído a Mises (o no hubiera decidido deliberadamente ignorarlo) tendría que haber tomado la suba del dólar como un indicador del desborde de su política inflacionaria. Como corolario, nos hubiéramos ahorrado un “cepo” y, además, habríamos terminado con la inflación, devolviéndole a la gente el poder adquisitivo de la moneda, que honradamente gano interactuando pacíficamente en el mercado.


Iván Carrino es analista económico de la Fundación Libertad y Progreso en Argentina y cuenta con un máster en Economía Austriaca por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid.

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