Los tiempos son duros: De las causas del ciclo económico

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En las economías de la mayoría de las naciones industriales modernas, un banco central dirige la oferta monetaria de la nación y trata de controlar en nivel de los tipos de interés, al menos hasta cierto punto. (En Estados Unidos, ese banco central se llama la Reserva Federal. Como es el banco central más famoso y poderoso del mundo, centraremos nuestra atención en “la Fed”). Se han aportado diversas justificaciones para la interferencia del banco central en el mercado: proporcionar suficiente dinero y crédito para “atender las necesidades del comercio”, asegurar un “valor estable” a la divisa, “luchar contra la inflación”, suavizar las fluctuaciones en la economía, etcétera.

A la vista de nuestra explicación del dinero y el crédito hasta ahora, estas razones son sospechosas. Hemos visto que los precios pueden ajustarse a cualquier cantidad de dinero que haya en la economía. Indudablemente, el proceso de ajuste requiere tiempo y tiene costes asociados. Por tanto, preferiríamos un cambio gradual a uno rápido, dándonos más tiempo para ajustarnos. La necesidad de extraer oro de la tierra para crear dinero actuaba como regulador del crecimiento de la oferta monetaria durante el periodo del patrón oro. Ese regulador llevó a un periodo de un siglo de una volatilidad notablemente baja en los precios. Ser capaz de crear nuevo dinero casi a voluntad, como pueden hacer los bancos centrales, evidentemente hace más fácil crear cambios rápidos en la oferta monetaria. Las diversas hiperinflaciones que han ocurrido en el siglo pasado, bajo regímenes de moneda fiduciaria, atestiguan ese hecho.

Igualmente, tenemos todas las razones para creer que el mejor mecanismo para ajustar las necesidades percibidas de crédito de las empresas a los ahorros disponibles es el mercado de los tipos de interés. Lo que realmente importa a un negocio es que pueda adquirir los bienes, el conocimiento y los servicios que necesita para completar sus planes durante su progreso hacia la producción de bienes de consumo. Si no están disponibles los factores reales, porque la gente no ha ahorrado la cantidad suficiente de producción actual y pasada para que existan, ni aumentar la cantidad de dólares en circulación, ni rebajar artificialmente el tipo de interés los harán aparecer mágicamente de la nada.

Y ya hemos explicado la razón por la que es inútil buscar una divisa estable: la valoración es un aspecto de la acción humana y no hay valores numéricos constantes en la acción humana. Todo valor libremente elegido implica la posibilidad de un cambio de valoración. Y, lejos de luchar contra la inflación, la Fed es su causa principal.

En este capítulo, examinaremos la última razón listada más arriba, “suavizar las fluctuaciones en la economía”, con cierta profundidad. A lo largo del capítulo, veremos que el banco central tiende a ser el creador, y no el disipador, de las fluctuaciones económicas. Cuando pisa el freno y deshincha una burbuja, normalmente es él quien la hinchó en primer lugar.

Sin gasolina

Supón que eres conductor de autobús, al borde de un desierto, a punto de llevar un autobús lleno de pasajeros a través del mismo. Has dejado atrás todas las gasolineras. Tu destino es un pueblo al otro lado de las tierras desoladas que tienes delante de ti. Tienes que encontrar un equilibrio: cuanto más rápido quieras llegar al pueblo, menos podrán los pasajeros usar el aire acondicionado para aliviar el calor del desierto. Altas velocidades y alto uso del aire acondicionado gastarán más rápidamente la gasolina. Y como, en nuestro lujoso autobús, cada pasajero tiene su propio controlador de temperatura para su asiento, tú, el conductor, no puedes controlar la cantidad total de aire acondicionado usado en el trayecto.

Para tomar una decisión, miras tu indicador de combustible y determinas cuánta gasolina te queda. Dices a los pasajeros que ahora deben equilibrar comodidad en el camino y velocidad de viaje, ya que cuanto más aire acondicionado decidan usar, más rápidamente consumirá combustible el autobús. Luego recoges declaraciones de los pasajeros sobre qué temperatura mantendrán en su asiento. Realizas algunos cálculos sobre distancia, velocidad y consumo de combustible y eliges la velocidad más rápida a la que puedes viajar, dada la cantidad de gasolina que tienes y las declaraciones de los pasajeros acerca de su uso del aire acondicionado.

Los pasajeros tenían que decidir si cruzar más cómodos el desierto, pero llegar más tarde a su destino final, o con menos comodidad, pero con una llegada anterior. La ciencia de la economía tiene poco que decir acerca de la combinación que elijan, salvo que a ellos les pareció preferible en ese momento de elegir.

Sin embargo, imagina también que, antes de que empieces tus cálculos, alguien se ha infiltrado en el autobús y reemplazado las elecciones reales de los pasajeros con una serie falsa que elige una temperatura superior, en otras palabras, alguien que haga que parezca que usarán menos combustible del que usarán realmente. Tomarás tu decisión como si los pasajeros toleraran una temperatura media de, digamos, 27 grados, mientras que en realidad reclamarán que el autobús se enfríe a una media de 21 grados.

Evidentemente, tus cálculos resultarán incorrectos y el viaje no ira como habías planeado. Empezará contigo conduciendo como si tuvieras disponibles más recursos de los que tienes realmente. Acabará contigo telefoneando para recibir ayuda, cuando el ruido de tu motor revele el engaño.

Indico lo anterior como metáfora de la teoría austriaca del ciclo económico (TACE), que explica por qué la mayoría de las economías modernas tienden a alternar tiempos de auge y recesiones. Tú, el conductor, representas a los empresarios. La gasolina es la suma de los recursos disponibles en la economía. El viaje a través del desierto es cierto periodo de producción. Los pasajeros representan a los consumidores. Su decisión sobre cuánto usar el aire acondicionado equivale a cuánto quieren los consumidores consumir ahora a costa de ahorrar para el futuro (es decir, su preferencia temporal). La velocidad del autobús es la cantidad de gasto en inversión que sumirán los empresarios. El destino final es la satisfacción de tantos deseos de consumidores como sea posible.  Y es el banco central (por ejemplo, la Reserva Federal) el que se ha infiltrado y alterado las decisiones de los consumidores.

En lo que se entromete el banco central es en la lectura del mercado de la preferencia temporal media de los consumidores, que es el tipo de interés original. Las preferencias temporales de los consumidores nos dicen cuánto capital estará disponible mediante ahorro del consumidor o, en nuestra metáfora, recortando el uso del aire acondicionado.

Cuando el banco central rebaja artificialmente el tipo de interés (oímos en las noticias que la Fed ha recortado los tipos para “estimular la economía”), los empresarios hacen sus planes como si los consumidores estuvieran dispuestos a soportar el calor lo suficiente como para conducir a 100 km/h. En realidad, obligarán a consumir gasolina tan rápidamente que deberías haber planeado conducir a solo 80 km/h- Tu intento de cruzar el desierto fracasará, dejándote sin gasolina.

Por supuesto, la economía real no se detiene simplemente. En algún punto del viaje resulta evidente que la autobús está gastando gasolina demasiado rápidamente. La Fed, expresando una preocupación por el “recalentamiento”, aumentará los tipos. Los empresarios disminuirán la velocidad para que el autobús no se pare (despiden empleados, cancelan proyectos de inversión y reducen el gasto de otras maneras). La economía, tras el auge al principio del viaje, ha caído en una recesión.[1]

Nuestra metáfora también nos permite diferenciar entre un “aterrizaje suave”, un “aterrizaje duro” y un completo crash. Cuanto más haya avanzado el autobús antes de que se aprecie la discrepancia entre el tipo de interés del mercado y la preferencia temporal real de los consumidores, más “duro” será el aterrizaje de la economía. Si los empresarios descubren pronto el error (o el banco central recorta rápidamente la expansión), el autobús puede que tenga que bajar a 60 km/h para completar el viaje. Si la expansión del crédito continúa durante mucho tiempo, el autobús puede acabar teniendo que bajar las colinas con el motor parado y tener una depresión completa, o crash.

Como vimos en capítulos anteriores, los tipos de interés reflejan la preferencia temporal de los consumidores porque son lo que los prestatarios deben pagar a los prestamistas para convencer a estos de que retrasen su propio consumo. Si tengo 100$, puedo gastarlos hoy en una buena cena con mi mujer. O puedo prestarlos durante un año, al final del cual podría gastarlos en una cena algo mejor.

Exactamente cuánto mejor espero que sea la cena que espero recibir antes de prestar el dinero es una expresión de mi preferencia por el consumo actual sobre el consumo futuro. Si reclamo un tipo de interés de al menos un 5%, eso significa que una cena de 105$ el año que viene es marginalmente más valiosa para mí que una cena de 100$ este año. Por otro lado, si mi amigo Rob reclama un interés del 10%, está reclamando una cena de 110$. Valora más alto que yo el consumo actual comparado con el consumo futuro.

El resultado neto de que todos los prestamistas y prestatarios expresen su preferencia temporal ofreciendo y negociando préstamos es el tipo de interés del mercado. En cualquier mercado real de tipos de interés, ese tipo incluirá, aparte del interés original, intereses añadidos teniendo en cuenta la inflación (o intereses restados teniendo en cuenta la inflación), así como una prima de riesgo para considerar la posibilidad de que la empresa o persona a la que se ha prestado el dinero quede panza arriba.

El tipo de interés dice a los empresarios si merece realizarse o no una inversión concreta. En un mercado no intervenido, sin inflación ni deflación, ese tipo sería aproximadamente equivalente a lo que se llama, en finanzas, el tipo de interés libre de riesgo. Como los empresarios pueden conseguir ese rendimiento en su dinero simplemente comprando bonos de calidad, no asumirán proyectos de capital si estiman que su retorno será inferior al tipo de interés libre de riesgo. En términos de nuestra analogía, no tiene sentido viajar a 100 km/h en nuestro viaje si los consumidores solo están dispuestos a bajar el aire acondicionado (rebajar el consumo actual) lo bastante como para que viajemos a 70 km/h. En cada proyecto que rinda menos que el tipo de interés libre de riesgo, los consumidores están indicando que, en realidad, preferirían que los recursos necesarios se usaran para consumo actual en lugar de invertirse en ese proyecto.

La Fed empieza una fiesta[2]

Veamos brevemente en el reciente auge y declive de Internet como un ejemplo de uso de la teoría austriaca para explicar un episodio en la historia económica.

Se dice que el trabajo de la Fed es quitar el bol del ponche mientras dura la fiesta. El aforismo no menciona que fue normalmente la Fed la que lo llenó al principio. La TACE se ha considerado a veces burlonamente como una “teoría de la resaca”. De hecho, la metáfora es bastante buena. La Fed pone la ginebra del crédito barato y luego tiene que quitársela a todos antes de que se produzca el desastre.

El MZM (dinero de vencimiento cero, una de varias mediciones de la oferta monetaria) aumentó a un ritmo de menos del 2,5% entre 1993 y 1995. Pero en los siguientes tres años se disparó a un ritmo anualizado de más del 10%, aumentando en la última mitad de 1998 a un enorme ritmo de casi el 15%.

Sean Corrigan, un directivo en Capital Insight, una consultora financiera británica, detalla en “Norman, Strong, and Greenspan” las consecuencias de la expansión que se produjeron en

otoño de 1998, cuando la economía mundial, aún renqueante por los problemas del declive del crédito asiático en el año anterior, tenía que afrontar el impago ruso y el desplome de la poderosa Long-Term Capital Management.

Corrigan continúa:

En los siguientes 18 meses, la Fed añadió 55.000 millones de dólares a su cartera de títulos del Tesoro y aumento los repos en su poder de 6.500 millones de dólares a 22.000 millones (…) esto se tradujo en un aumento combinado en el mercado monetario de fondos mutuos y bancos comerciales de 870.000 millones hasta el máximo histórico del mercado, de 1,2 billones de dólares hasta el máximo histórico de producción industrial y de 1,8 billones hasta ahora [agosto de 2008]: dos veces el nivel del PIB real total en el mismo periodo.

La fiesta estaba en su apogeo. La Fed había mantenido los buenos tiempos en marcha recortando el tipo de los fondos federales todo un punto porcentual entre junio de 1998 a enero de 1999. El tipo de los bonos de Tesoro a 30 años cayó de un máximo de más del 7% a un mínimo del 5%.

Las bolsas subieron. El índice NASDAQ pasó de poco más de 1.000 a más de 5.000 entre 1996 y 2000, aumentando más de un 80% solo en 1999. Con crédito abundante servido gratuitamente a start-ups de Internet, hordas de gestores empresariales, que parecían haber estado casados con sus aburridas empresas blue-chip, repentinamente cortejaban a atractivas punto com que acababan de llegar a la fiesta.

Entretanto, el gasto en consumo se mantenía fuerte, con tasas de ahorro muy bajas (a veces negativas). El crecimiento no había sido alimentado con inversión real, lo que habría requerido dejar aparte el consumo actual para ahorrar para el futuro, sino lñas imprentas de moneda.

Animado por los estratosféricos rendimientos del mercado, los consumidores construyeron enormes añadidos a sus casas e hicieron viajes que de otra forma no habrían realizado. La propiedad inmobiliaria, especialmente en las “zonas punto com” como Silicon Valley, aumentó sus precios.

Como suele pasar en las bacanales, cuando la fiesta entra en la madrugada, resulta evidente que demasiados tipos habían planeado llevarse a casa a la misma chica. Había demasiados pocos recursos disponibles para que todos sus planes tuvieran éxito.

El factor más crucial (y más general) no disponible era un flujo continuo de fondos de inversión. (Por supuesto, una oferta continua de esos fondos por la Fed solo extendería el auge y empeoraría el posterior crash). También resultaba haber escasez de programadores, ingenieros de redes, gestores técnicos y otros factores de producción. Las start-ups de Internet, que habían planeado operar con pérdidas durante años, descubrieron que no solo había disponible menos dinero para invertir del que habían esperado, sino que ¡el coste de mantenerse en el negocio también había subido!

Los planes de negocio para muchas de las start-ups implicaban flujos negativos de caja durante los primeros diez o quince años, mientras “construían su porción del mercado”. Para mantener la atmósfera festiva, necesitaban que el anfitrión siguiera llenando el bol de ponche.

Sin embargo, la Fed sabe que ese auge no puede sostenerse indefinidamente son acabar en inflación de precios. Al final, si continúa la expansión del crédito, llevara a un crack del auge, en el que la economía entra en un periodo de inflación desbocada. Los temores de inflación llevaron a la retracción de la Reserva Federal a finales de 1999, que ayudaron a llevar al MZM de vuelta a los simples dígitos (8,5% para el periodo 1999-2000). Mientras se vaciaba el bol de ponche, empezaba la resaca (y el baño de sangre de las punto com). Según la investigación de Webmergers.com, al menos 582 compañías de Internet cerraron sus puertas entre mayo de 2000 y julio de 2001. El desplome en el precio de las acciones de muchas de las que permanecieron vivas fueron un dolor de barriga. Por ejemplo, las acciones de Beyond.com, ajustando los Split, pasaron de 619$ a 79¢. El NASDAQ retrocedió dos años de ganancias en poco más de un año. El desempleo se disparó y la economía entró en una recesión.

En el otoño de 2001, Enron explotó en la mayor quiebra empresarial en la historia de EEUU. Parece, cuando escribo esto, que algunos en Enron fueron al menos moralmente y quizá penalmente culpables de la debacle. Pero el ascenso de Enron tuvo lugar durante un periodo de flujo gratuito del crédito e hizo crash una vez se dio la última llamada. También los esquemas de Ponzi prosperan cuando el crédito es fácil.

Otra explicación importante de auges y declives, que se ha aplicado a la locura de Internet, podría llamarse la “teoría de la manía”. Los inversores quedan embelesados por alguna inversión concreta (bulbos de tulipán, aventuras coloniales francesas, inmuebles en Florida, las acciones de las “cincuenta guapas” o las empresas de Internet) y empiezan un proceso autoperpetuante de pagar más por los activos, viendo cómo aumenta su precio, pagando aún más y así sucesivamente. Como un maníaco-depresivo que solo puede mantener su fase maníaca antes de hacerse añicos, la gente acaba empezando a tener dudas sobre la manía y todo estalla.

Comentar sobre la psicología de la teoría queda fuera del ámbito de este libro. Sin embargo, podemos decir que no hay nada en la teoría de la manía que contradiga la explicación austriaca. Miran al mismo fenómeno desde el punto de observación de dos ciencias distintas: la psicología social y la economía.

En realidad, pueden resultar complementarias. La teoría austriaca ofrece una explicación coherente del inicio de la manía (una expansión del crédito) y del inicio de la depresión (la cesación de la expansión). Después de todo, el mero hecho de que la gente se altere con Internet no puede crear una burbuja especulativa por sí misma. Los fondos para especular deben venir de algún sitio y la teoría austriaca identifica de dónde. Por otro lado, la teoría de la manía podría ayudar a explicar la razón por las que los auges a menudo parecen canalizarse en ciertas inversiones pasajeras.

Auge, declive y estructura de capital

A la teoría austriaca le preocupan principalmente las malas inversiones, no es exceso de inversión. Los empresarios han dedicado tiempo y recursos a proyectos que no pueden realmente completarse y que no se habrían emprendido si hubiera habido disponible una lectura apropiada de las preferencias temporales de los consumidores. Como decía Mises en La acción humana:

Solo es posible una mayor expansión de la producción si la cantidad de bienes de capital aumenta mediante ahorro adicional, es decir, por plusvalías generadas y no consumidas. La marca característica del auge de la expansión del crédito es que dichos bienes adicionales de capital no están disponibles.

Solo es posible diferenciar exceso de inversión de malas inversiones gracias a la idea clave austriaca de que el capital tiene estructura, que examinamos en el Capítulo 8. Muchos planes empresariales cuentan con que haya disponibles bienes complementarios de capital en algún momento del futuro. Por ejemplo, al poner en marcha mi negocio de comercio electrónico, mi plan puede tener un paso como este: “Seis meses después de empezar: contratar a 100 programadores web por 100.000$ anuales”. Pero en los meses intermedios se produce el auge. Otras empresas también reciben efectivo de la expansión del crédito. Como todos empezamos a contratar a nuestro personal de programación, resulta que no hay disponibles programadores web en la cantidad y al precio que pensábamos que estarían. Cualquier empresa que no pueda permitirse paralizar su plan debe pagar más por esos servicios.

El nuevo crédito tiende a ir primero a los bienes de capital de orden superior (cosas como planes de negocio, nuevos edificios, nuevas fábricas y cosas así). Es después, cuando esos bienes necesitan bienes complementarios para continuar con la producción en su camino hacia ser bienes de consumo, cuando se hace evidente la naturaleza transitoria del auge. Si hubiera habido ahorro real, habría habido una mucho mayor posibilidad de que estuvieran disponibles bienes complementarios. Tomad mi ejemplo de empresa de comercio electrónico: Si gente suficiente hubiera dejado aparte tiempo suficiente para aprender programación web (una forma de ahorro), tal vez haya suficientes programadores web disponibles tanto para mis planes como para los de mis competidores.

Otra metáfora más del proceso por el que la Fed “dirige” la economía sería el de un pediatra hiperactivo, que nunca piensa que los niños a su cuidado están creciendo al ritmo “apropiado”.

El cuerpo crece por un proceso que no controlamos conscientemente, basado, en formas que solo podemos comprender parcialmente, en la disposición genética, la nutrición, el descanso, el ejercicio y otras cosas. Cada célula responde a sus propias condiciones locales y el resultado neto de todas estas respuestas es el ritmo de crecimiento general del cuerpo. Igualmente, cada individuo en la economía toma decisiones locales basadas en sus circunstancias únicas, cuyo total es el estado general de la economía. Al usar esta analogía no quiero decir que la economía sea “realmente” algún tipo de organismo, sino solo que el proceso de crecimiento económico es de alguna manera similar al de un crecimiento orgánico.

La Fed, el pediatra de nuestra analogía, cree que puede mejorar el estado natural de su paciente. No altera ninguna de las entradas reales al proceso, como el número o naturaleza de los bienes disponibles de capital o la voluntad de ahorrar. Por el contrario, juega con los “niveles hormonales” de la economía al ajustar el tipo de interés. Cuando hace fácil el crédito, se acelera el aparente crecimiento de la economía. En realidad, lo que ha ocurrido es que ciertas manifestaciones visibles de crecimiento se han acelerado, mientras que otros procesos de crecimiento, igualmente necesarios pero menos visibles, han sufrido como consecuencia de esto. Sin que estén presentes los “nutrientes” necesarios, el “crecimiento” no se construye sobre una base firme.

Los “huesos” se debilitan y no pueden sostener el cuerpo. La banco central, temiendo un colapso, trata entonces de reducir la tasa de crecimiento endureciendo el crédito. Eso en modo alguno deshace el daño hecho durante el periodo de expansión del crédito, sino que, más bien, añade una nueva serie de distorsiones a las ya presentes.

Por supuesto, una vez que el banco central ha iniciado la expansión del crédito es absurdo acusarle de detener el auge. La única alternativa es el colapso económico final en el crack del auge: la hiperinflación y la quiebra de la economía del intercambio directo.

Los defensores de la teoría austriaca del ciclo económico no sostienen que la expansión del crédito no basada en ahorros sea la única forma en que una economía puede tener tiempos difíciles o que, incluso cuando sí se aplica la TACE, esta valga para todas las dificultades experimentadas durante la recesión. Por ejemplo, aunque muchos teóricos austriacos creen que el camino a la Gran Depresión estuvo pavimentado por la política expansionista del banco central en la década de 1920, por lo general reconocen que la TACE no explica completamente todos los detalles del crash.

Por ejemplo, en Estados Unidos, ambas administraciones, la de Hoover y la de Roosevelt, intentaron desastrosamente mantener los precios tras el crash, especialmente en los salarios en el nivel anterior a dicho crash. Detuvieron en la vía el proceso de ajuste del declive y crearon el desempleo masivo que hizo tan notable la Gran Depresión. (W.H. Hutt hizo un extenso trabajo sobre este aspecto de los declives). Milton Friedman cree que los errores de la Fed llevaron a un colapso de la oferta monetaria. Los austriacos reconocen que posteriores errores de la Fed exacerbaron la recesión. Y al mismo tiempo que se desplomaba la bolsa, el sistema de división internacional de trabajo, que era posible por las políticas de libre comercio de finales del siglo XIX, estaba desplomándose en una guerra comercial internacional entre los estados cada vez más intervencionistas de la década de 1930. (El infame arancel Smoot-Hawley fue el principal ataque estadounidense en esa guerra).

La teoría austriaca del ciclo económico tampoco es determinista, en el sentido de que no afirma revelar con precisión por anticipado dónde aparecerán las distorsiones resultantes de un tipo de interés artificialmente bajo. Lo que hemos explicado aquí es lo típico, pero no lo único posible. Cuando el gobierno fija el precio de los huevos demasiado bajo, no podemos decir exactamente dónde aparecerán las distorsiones, pero podemos decir que es probable que lo hagan. Piero Sraffa objetaba a la TACE como la exponía Hayek: ¿Por qué, preguntaba, no podrían los cambios relativos de riqueza del recorte de tipo dirigir las preferencias temporales marginales hasta exactamente donde el banco central hubiera fijado dicho tipo? Bueno, suponemos que podría ser. También podría ser que los cambios de riqueza de la fijación de precios en el mercado de los huevos hagan que se igualen oferta y demanda. Pero sería pura casualidad y ocurriría muy raramente.

¿Pero qué pasa con las expectativas?

Como dice el economista Richard E. Wagner, de la Universidad George Mason, en un trabajo publicado en la Review of Austrian Economics, “Austrian Cycle Theory: Saving the Wheat while Discarding the Chaff”: “la crítica principal que se ha hecho contra la teoría austriaca del ciclo (…) es que la teoría austriaca supone que los empresarios son tontos al no actuar racionalmente al formarse las expectativas”.

Wagner continúa apuntando que “han aparecido múltiples ocupaciones y profesiones que se especializan en pronosticar el momento y grado de todo tipo de acciones públicas, incluyendo las del banco central”. Supuestamente ahora los empresarios tienen mejor información con la que formarse sus expectativas.

La idea de las expectativas racionales entró en la teoría económica principalmente a través del trabajo de Robert Lucas. Justin Fox, en un artículo de la revista Forbes titulado “What in the World Happened to Economics?” explica como sigue la teoría de Lucas:

Argumentaba que si la gente es racional (…) puede formarse expectativas racionales de futuros acontecimiento predecibles. Así que si el gobierno se acostumbra a potenciar el gasto o aumentar la oferta monetaria cada vez que la economía parece dirigirse a una recesión, todos cavarán aprendiendo eso y ajustarán se comportamiento de acuerdo con ello (…) Pero la lógica deductiva de Lucas y otros economistas “neoclásicos” les llevaba a la clara conclusión de que la política monetaria y fiscal del gobierno no debería tener ningún efecto en la economía real.

Como la teoría austriaca pone a la banca central como causa principal del ciclo de auges y declives que ha caracterizado a las modernas economías de mercado, es fácil ver por qué una aceptación completa de la teoría de las expectativas racionales conlleva un rechazo de la teoría austriaca del ciclo económico. Por ejemplo, Gordon Tullock, en su artículo “Why the Austrians Are Wrong about Depressions”, dice:

El segundo punto tiene que ver con la aparente creencia [austriaca] de que la gente de negocios nunca aprende. Cabría pensar que la gente de negocios podría verse errada en el primer par de casos de ciclo [austriaco] y no prever que el bajo tipo de interés aumentará en el futuro. El que continúe siendo incapaz de entender esto parece, sin embargo, improbable.

¿Qué puede decir a esta objeción la teoría austriaca? Si la gente de negocios, ayudada por legiones de “observadores de la Fed” y econometras, pueden decir lo que va a hacer la Fed (o cualquier otro banco central), ¿veríamos una desaparición del ciclo? Para empezar un examen de esta cuestión, me gustaría recordar la metáfora del pediatra hiperactivo. Insatisfecho con cómo están creciendo sus pacientes, el doctor sigue administrando dosis de hormonas que alternativamente aceleran y ralentizan ese proceso. Imaginemos que visitamos a unos de estos pacientes después de diez años de “tratamiento”. ¿Qué sabemos de la altura de este niño comparada con la que habría tenido sin el tratamiento? Muy poco, respondo. El niño puede ser más alto de lo que habría sido con su ritmo natural de crecimiento, más bajo o incluso, por casualidad, exactamente de la misma altura. Podríamos saber que, actualmente, el doctor está aplicando hormonas de crecimiento. ¿Pero solo están estimulando el crecimiento hasta donde habrían llegado sin la ronda previa de hormonas o lo están haciendo por encima de eso?

Los empresarios están en una situación similar frente al banco central y el tipo de interés que podría haber habido en un mercado no intervenido. ¿Cuándo podríamos exactamente apuntar un momento en que vemos ese tipo en el mercado? La Fed está siempre interviniendo, tratando de establecer algún tipo. Podríamos suponer que, al menos parte del tiempo, el tipo influido por la Fed ha estado cercano al tipo de mercado, pero ¿cómo sabemos en qué momento? Incluso si supiéramos que, por ejemplo, el 12 de julio de 1995 el tipo de interés estaba a su nivel natural, ¿cómo podríamos relacionar ese hecho con el de qué tipo debería ser ahora? Los observadores de la Fed podrían ser capaces de decir a los empresarios que la Fed está aflojando. ¿Pero está aflojando hacia el tipo de interés del mercado desde algún nivel por encima del mismo o desde algún nivel ya por debajo del mismo? La idea de que los empresarios están cometiendo errores importantes al no descubrir de alguna manera dónde tendría que estar el tipo es criticarlos por falta de capacidades sobrehumanas.

Sin embargo, los empresarios sí saben si la Fed está ahora aflojando o apretando. Pero aquí el conocimiento que más les importa es durante cuánto tiempo seguirá esa política. La Fed tiene motivos para actuar contrariamente a las expectativas que se forme la comunidad empresarial. Si los empresarios creen que la Fed aumentará tipos y por tanto dejan de contratar, empezar nuevos proyectos, ordenar nuevos bienes de capital, etcétera, entonces la Fed, al ver las estadísticas recogidas sobre nuevas contrataciones, gasto en bienes de capital, etcétera, será menos probable que aumente los tipos. La Fed explicaría que el crecimiento económico parece “bajo control”. Por supuesto, también es verdad lo contrario: Si la Fed piensa que las empresa, contratando activamente, iniciando nuevos proyectos, etcétera, no está previendo un aumento en los tipos, es más probable que aumente los tipos: la economía se está “recalentando”.

Lo que dice Wagner y se mencionaba antes de que las empresas han mejorado en observar a la Fed debe complementarse con la observación de que la Fed ha mejorado en observar a las empresas. Los empresarios y la Fed han entrado en una especie de juego de póquer y es difícil ver  cómo puede acusarse a los empresarios por no adivinar siempre correctamente qué carta va jugar la Fed.

Debemos asimismo observar qué empresarios tendrán el mejor motivo para aprovechar el crédito más fácil y en qué posición dejarían a los demás empresarios.

Para simplificar, dividamos a los empresarios en clases A y B. (Esa división radical no es esencial para nuestro análisis, como veréis; es solo un dispositivo para simplificar nuestro ejemplo). Los empresarios de la clase A son los que son ahora mismo rentables, es decir, los más capaces de interpretar las condiciones actuales del mercado y predecir su futuro. Los de la clase B están luchando, perdiendo dinero o son, en realidad “presuntos” empresarios, menos capaces de prever las condiciones futuras del mercado.

Vayamos ahora al inicio de auge. Es 1996 y la Fed empieza a expandir el crédito. ¿Hacia dónde fluye esta nueva oferta? Los A no necesitan necesariamente mucho crédito. Si quieren expandirse, tienen disponibles sus flujos de caja. En el estado del mercado previo a la expansión, eran los más capaces de conseguir préstamos. Posiblemente ya hayan sufrido varios auges y, acostumbrados a interpretar el estado del mercado, sospechan que son testigos del inicio de otro. Son cautelosos ante la expansión bajo esas condiciones.

La situación para los B es sin embargo bastante diferente. Sus negocios son marginales o quizá inexistentes. Ya se ha rechazado antes darles financiación. Incluso si pudieran  decir que son testigos de un auge artificial, podría tener sentido para ellos “tomar un billete” en todo caso. O bien no están capitalizados o bien están al borde de la quiebra. Si aprovechan el auge, tendrán un par de años de buena vida. Y quién sabe, ¡puede que sus negocios aguanten! O quizá creen una base de clientes suficiente como para venderla, tal vez incluso como para retirarse. En ese caso, podría no importarles si su empresa acaba quebrando.

Usan el crédito fácil para expandir o empezar su negocio. Deberían advertir que los A son mucho menos susceptibles a esa motivación: esperan “vivir la buen vida” en todo caso, ya que a sus negocios ya les va bien. Mientras los B crean y expanden negocios, el auge empieza a tomar forma. Sin embargo, podemos ver que la situación real de los A ha cambiado:

Por supuesto, para que continúe la producción a la mayor escala producida por la expansión del crédito, todos los empresarios, los que sí expandieron sus actividades no menos que los que produjeron solo dentro de los límites en que producían antes, necesitan fondos adicionales, ya que los costes de producción son ahora mayores. (Mises, La acción humana)

Aunque los empresarios más capacitados sospechen que la expansión es artificial, la mayoría no pueden permitirse cerrar sus negocios durante el auge. Pero si no pueden, deben competir cada vez más con los B para acceder a los factores de producción. Tomemos por ejemplo, la empresa de A, Software Sensato SL y la empresa de B, Chalado Punto Com.

Chalado Punto Com, inundada de capital riesgo y con un “plan de negocio grande y loco” está atrayendo a los principales ingenieros de Java con salarios iguales a los de Sensato y opciones sobre acciones que podrían valer millones después de una OPV. (Es una inversión en bienes de capital de orden superior, ya que los ingenieros superiores se necesitan sobre todo para proyectos más complejos, que normalmente pueden tardar varios años en completarse). Sensato sencillamente no puede permitirse perder todos sus mejores programadores ante Chalado. Debe actuar competitivamente para quedarse con ellos.

Sin embargo, para hacerlo, Sensato debe aprovechar el mismo crédito fácil que está usando Chalado para respaldar sus ofertas. Con el tipo de interés del mercado existente en el inicio del auge, Sensato ya estaba ofreciendo tanto como consideraba marginalmente rentable en bienes de producción. Así que los empresarios A, lo quieran o no, se ven obligados a participar también en el auge. Esperan que, en la recesión, la solidez esencial de su negocio y el hecho de que se hayan expandido menos entusiastamente que los B les hagan superarla, quizá con solo unos pocos despidos.

O tomemos el caso de un gestor de fondos mutuos de clase A que sospecha que los precios de la bolsa están artificialmente altos. Si simplemente convierte sus fondos en efectivo y trata de quedarse al margen, está hundido. Desaparecerán todos sus clientes y nunca sobrevivirá para ver el declive que demuestre que tenía razón. Para mantenerse en el negocio, continuará invirtiendo en bolsa, tal vez mantenga un poco más de dinero en efectivo de lo usual y esperará cuidadosamente a ver señales de la recesión.

Nuestro análisis de los ingresos de los bancos se realiza de la misma manera. Son precisamente los prestamistas marginales, los que tienen menos capacidad para evaluar riesgos de crédito, los que tienen menos que perder y más que ganar de una participación entusiasta en el auge. Tenderán a tener la motivación más fuerte para expandir el crédito. Los prestamistas más prudentes se acabarán viendo absorbidos para poder competir.

El problema se mezcla con la tendencia del Fondo Monetario Internacional, los bancos centrales y otros cuerpos públicos a entrar en acción y rescatar a grandes inversores cuando tienen problemas. El rescate mexicano de 1994 y 1995 y el rescate unido, ante la reclamación de la Fed, después del colapso de Long Term Capital Management pocos años después, son dos ejemplos recientes importantes de la creación de riesgo moral. Si te prometen todas las ventajas de dar un préstamo arriesgado, en caso de que el prestatario se vea financiado con éxito, pero estás protegido de los inconvenientes por la probabilidad de un rescate, ¡es mucha más probable que des el crédito!

Nuestra división A/B de empresarios se añade a la explicación de la diferencia radical entre un auge artificial y una expansión debida al ahorro. En esta última, los empresarios A son capaces de apreciar que los consumidores sí desean realmente alargar el proceso de producción y un aumento en la inversión en bienes de capital, como demuestra el aumento en el ahorro. Por tanto, ansían aprovechar el nuevo crédito. No hay razón para dirigirse a los empresarios B para encontrar quien acepte los nuevos fondos.

Por supuesto, no hay una drástica división A/B en la capacidad empresarial. Se presentó solo para simplificar la explicación anterior, pero lo esencial no cambia bajo un ejemplo más realista.

Otra fuente de desajuste en la inversión por el auge, además, del intertemporal, es el interpersonal: ¡los B son aquellos empresarios que los consumidores menos desean que se capitalicen! Una de las fuerzas correctivas que operan para generar las recesiones es el hecho de que el capital debe volver de las manos de B a las de A, que puede satisfacer mejor los deseos de los consumidores.

La explicación austriaca se ajusta bien a la experiencia de los auges y declives reales. Por ejemplo, un arquitecto con el que trabajé hace años era muy consciente de que estábamos en una fase de auge. Me contaba historias de haber asistido a una aniquilación anterior de los inmuebles en Connecticut a finales de los ochenta. Esperaba otra recesión, pero había expandido su negocio de todas maneras. Eran simplemente trabajos que no podía permitirse rechazar llegando así. Entretanto, con los constructores establecidos tan ocupados, aparecían nuevos por todas partes. Cuando llegó la recesión en 2001, un promotor local me dijo: “Algunos van a quebrar, pero son los que nunca deberían haber estado en el negocio”. Como dijo el economista de la Universidad de Auburn, Roger Garrison, al comentar este capítulo:

El lecciones que no están impresas, me he referido a menudo al “solicitante marginal de préstamos” al explicar (tu empresario de clase B). A nivel operativo, el margen relevante es el crédito que merece el prestatario y no un ocho de una diferencia porcentual en un sentido u otro en el tipo de interés.

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El juego de los tipos

Como apunta Wagner, la idea de que el ciclo austriaco dependa de errores sistemáticos e imprevisibles por parte de los empresarios deriva de la confusión entre resultados individuales y resultados agregados. Indudablemente un planificador socialista omnisciente que controle perfectamente la economía, que por algún milagro hubiera resuelto el problema del cálculo económico en ausencia de un mercado para el capital, no elegiría desalinear la estructura temporal de la producción. Pero en una economía de mercado, como dice Wagner, las “variables normales de la macroeconomía, las tasas de crecimiento, los niveles de empleo y las tasas de inflación, no son resultado de las decisiones de nadie, sino más bien la resultante de complejos procesos económicos”.

Me gustaría presentar una última metáfora para aclarar lo que dice Wagner. Imaginad un pequeño pueblo con una pradera verde en el centro. Es un pueblo normal, salvo en que el municipio ha adquirido una extraña habilidad y ha decidido usarla de una forma muy curiosa. De alguna manera, el ayuntamiento ha ideado una manera de quedarse con el 50% de los bienes de cada residente, incluyendo el dinero, todas las medianoches. No hay ningún medio de esconder la riqueza. En una fantasía redistribucionista, el ayuntamiento ha decidido que depositará este montón de cosas en medio de la pradera todas las mañanas a las seis en punto, disponible para quien quiera tomarlas.

Es evidente que esta actividad no puede mejorar al pueblo en su conjunto. De hecho, como todos gastarán ahora tiempo tratando de recuperar tanta riqueza como puedan, el pueblo empeorará. (Evidentemente, tenían cosas mejores que hacer antes de que empezara este proyecto, ya que no estaban todos paseando por la pradera  a las seis). A algunos residentes más pobres puede que les vaya ocasionalmente bien, pero, con el tiempo, el efecto neto de la productividad perdida tenderá a castigarles también a ellos. Nuestro proceso también alterará la distribución de la riqueza trasladándose de los que eran mejores atendiendo las necesidades de los consumidores a quienes son mejores tomando cosas de la pradera.

Aun así, no es un error económico por parte de los residentes dejarse caer por la pradera a las 5:55 todas las mañanas. Están sujetos a un fenómeno que no pueden controlar. Cada una de sus decisiones a nivel micro les lleva a participar a pesar del hecho de que, a nivel macro, la actividad es un desperdicio. Solo hay un error necesario para general esta actividad desperdiciadora y es el error de la estúpida política del ayuntamiento.

Durante la expansión del crédito, los empresarios están en una situación similar. Por un lado, pueden sospechar que la actividad frenética en torno a la pradera es a largo plazo improductiva. Por otro, no pueden producir sin recursos, sin ser capaces de asegurarse el acceso a los factores de producción.

En la medida en que esos factores se coloquen en la pradera cada día, los empresarios deben ir y participar en la competencia para emplearlos. Hay ya muchos planes a largo plazo en marcha que cuentan con acceder a esos factores. En muchos casos, no es financieramente viable detener esos planes hasta que haya acabado la expansión del banco central.

Anthony M. Carilli y Gregory M. Dempster, en un artículo en la Review of Austrian Economics, miraban la TACE desde la perspectiva de una teoría de juegos. Como mencioné antes, los austriacos tienden a ver la teoría de juegos como limita en su aplicabilidad del intercambio en el mercado. Pero la relación entre los inversores y la Fed es como un juego en muchos sentidos.

Carilli y Dempster emplean teoría simple de juegos para explicar las expectativas y la TACE. La Fed actúa como “la banca”. Los jugadores son los inversores. El mejor resultado neto para todos es cuando ninguno obtiene ventajas de tipos artificialmente bajos. Pero para cualquier jugador individual, el peor resultado es cuando no consigue obtener ventaja del tipo mientras todos sus competidores consiguen ventaja. Y el mejor resultado para cualquier jugador individual se produce cuando sí aprovecha la expansión del crédito mientras sus competidores no lo hacen. Como ningún empresario puede contar con que todos sus competidores e abstendrán del crédito fácil, su mejor opción es hacer que “su autobús” cruce el desierto el primero.

Antes teníamos solo un conductor, que representaba a los empresarios, conduciendo un solo autobús, que representaba a la economía. Los pasajeros (los consumidores) habían votado por un nivel de aire acondicionado para el viaje, pero la Fed había reemplazado su voto por el suyo.

Para incorporar la perspectiva de la teoría de juegos, tenemos que tener muchos autobuses cruzando el desierto, cada uno con su propio conductor. Entretanto, desperdigadas por el desierto hay varias gasolineras, con una oferta limitada de gasolina, donde pueden reportar los conductores. Los conductores compiten por pasajeros, que, en su mayoría, subirán a un autobús concreto basándose en la combinación de comodidad y velocidad que les ofrezcan los conductores. Los conductores, aunque saben que no tendrán las preferencias reales de los pasajeros en aire acondicionado, no saben cuáles son esas preferencias o cómo la temperatura que han ofrecido se relaciona realmente con dichas preferencias.

En particular, los conductores (empresarios) que aprovechen primero una preferencia temporal aparentemente baja de los pasajeros tienen la mayor posibilidad de conseguir cruzar. Llegarán primero a las gasolineras intermedias y tomarán los primeros tragos de la escasa gasolina disponible para completar la travesía. Entretanto, los conductores que sean recientes a utilizar la aparentemente baja preferencia temporal puede que no atraigan a ningún pasajero.

Además, como la supuesta preferencia de aire acondicionado (el tipo de interés) se rebaja, atrae a más conductores al negocio, muchos de los cuales no están realmente cualificados, pero puede que no tengan otra oportunidad de “triunfar” que intentar cruzar el desierto. ¡Quizá, después de todo, lo crucen! Está claro que la situación está lejos de ser la óptima.

Siempre que la Fed establece una supuesta demanda de aire acondicionado (consumo actual) que esté demasiado por debajo de la real, muchos autobuses fracasarán en conseguir acabar la travesía. La recuperación del problema (liquidar las inversiones fallidas o, podríamos decir, enviar las grúas) añade costes innecesarios a la producción, creando las pérdidas de de la recesión. Pero es difícil ver por qué hay que echar la culpa a los conductores de autobús.


[1] Para los familiarizados con la economía ortodoxa, la forma de explicar todo esto de Roger Garrison puede resultarles útil. En su libro sobre macroeconomía austriaca, Time and Money, dice que la economía se ha puesto más allá de su frontera de posibilidades de producción, o FPP y vuelve dentro del FPP durante el declive.

[2] Parte de este capítulo está co-escrito con Roger Garrison y apareció por primera vez en nuestro artículo “A Classic Hayekian Hangover”, en la edición de enero de 2002 de Ideas on Liberty.


[Este artículo está extraído de Economics for Real People]


Publicado el 28 de abril de 2006. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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