10 lecciones de economía (que los gobiernos quisieran ocultarle) – Capítulo 3

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Lograr el Pleno Empleo implica menos Estado y más Mercado

La preocupación por el pleno empleo -del recurso humano- ha sido uno de los temas centrales de los debates económicos y políticos de los últimos 70 años.  Cabe preguntarse por qué ese debate no se generó antes.  La respuesta seguramente nos dará claves sobre cómo desatar una creación vigorosa de empleo y sobre todo que aquél se logre generando riqueza, y no mediante esquemas que den esa apariencia mientras destruyen las bases económicas para generaciones futuras.

La aparición del desempleo

El 85% de economistas europeos considera que la existencia de una ley de salario mínimo, crea desempleo permanente e involuntario precisamente en los sectores más vulnerables.  Y es que el trabajo, aunque los seres humanos no seamos mercancías ni nadie haya sugerido eso, evidentemente tendrá una valoración y por tanto un precio sujeto inevitablemente a las leyes económicas como cualquier otro.  Y los precios reflejan la escasez objetiva y la valoración intersubjetiva. Sin embargo, si el legislador fija un salario por encima del salario real, los resultados son siempre predecibles.

Una ley de salario mínimo logra solamente elevar el salario nominal de quienes ya estaban empleados. Arriesga o simplemente deja fuera del mercado a los más jóvenes –quienes más necesitan experiencia que irónicamente se les demandará en poco tiempo, a los menos capacitados –impidiendoles acceder a un ingreso que pueden parcialmente usar en educación propia o la de sus hijos, y gente mayor o con discapacidades.  En otras palabras, beneficia a los más aptos y productivos, y perjudica frontalmente a los más vulnerables y con menores habilidades.

El mejor comunicador económico del siglo XX, Henry Hazlitt, contaba que cuando llegó a New York no sabía para qué era bueno (pensemos que eran tiempos sin orientadores vocacionales y casi nula información sobre las carreras disponibles) pero que al ser despedido al final de la semana, siempre encontraba trabajo.  También recuerda claramente que eso cambió con la aparición del salario mínimo. De repente ya existía gente en desempleo involuntario. Sería un resultado inevitable, al parecer, de violar el principio de libertad de asociación.  Dicho principio dice que las personas pueden establecer tratos a su conveniencia y que en tanto no exista agresión física o estafa, no son asunto alguno de políticos o funcionarios.  Esto incluye las condiciones de contratación y de precios de cualquier bien, o de lo contrario se mantiene un absurdo: la gente puede asociarse libremente en tanto no planee mantener una relación productiva.

Otro factor para que los empresarios y capitalistas no proyecten contrataciones es la existencia de las mal llamadas “conquistas sociales”.  Puede sonar una posición cruel si se la enfoca de forma miope, pero en realidad el obligar al empleador a entregar cierto número de meses por despido intempestivo al empleado, hace pensar dos veces al primero sobre el generar empleo en primer lugar.  Baste recordar que en Europa el desempleo ha sido consistentemente el doble o triple que en los EEUU, debido a una fórmula contenida en tres sencillas palabras: “You are fired!”.  La incompetencia en cierta actividad no es un tema de compasión, pues si el despido no es una posibilidad real esa misma persona no llega a enterarse nunca de si es valiosa o no en dicha empresa o industria.  Por el contrario, si fijamos nuestra compasión en los más pobres, vamos a querer que el recurso humano sea el que mejor asignado esté en nuestra sociedad, para que la creación de riqueza ampliamente disponible sea lo más rápida posible.  Sin un sistema de precios libre en el mercado de trabajo, se está desperdiciando y asignando mal, el más valioso de los recursos: el trabajo de las personas.

Un estudio reciente en Italia, EEUU y Ecuador, muestra que el 85% o más del empleo es generado por las pequeñas y medianas empresas.  Dado que las empresas grandes pueden cumplir fácilmente con niveles tributarios confiscatorios y leyes laborales desalentadoras como tenemos en el nuestra región, empieza a quedar claro que todo el peso de las supuestas “conquistas” de la economía intervencionista las pagan los sectores menos capitalizados directa e indirectamente.  Y a pesar de ser empresarios con poco capital disponible, podrían considerar –debido al precio artificial tan elevado- más conveniente utilizar bienes de capital como computadoras o máquinas en vez de trabajo humano, y no conjugadas con aquél.

La banca central y el empleo

A los economistas, funcionarios y políticos de formación intervencionista, la nueva ola mundial de bancos centrales autónomos y con objetivos propios les resulta algo intolerable. Esto ocurre porque el rol desde Bretton Woods sobre todo y antes de la famosa estanflación (estancamiento con inflación) de los 1970’s, había sido el logro del “pleno empleo” bajo postulados de activismo monetario y fiscal.  Esto equivalía a pensar que el Estado podía subsanar o acelerar desajustes temporales o supuestamente estructurales entre la demanda total y la oferta total en una economía. Decía esta visión que podría faltar dinero para que el total de los bienes y servicios ofrecidos en el mercado, pueda ser adquirido por los habitantes de un país. Por lo tanto, el que haya empleos suficientes en una economía dependía entonces de que el consumo lleve a la demanda total y al aprovechamiento de todos los recursos, y en este caso, el recurso humano.  Sorprendentemente la inflación sigue siendo para muchos analistas económicos algo bueno pues acompaña supuestamente el crecimiento.  En realidad lo que ocurre cuando hay dinero fuerte y una economía vigorosa, es una baja paulatina de precios de los bienes de capital y los bienes de consumo, con lo cual no existe problema recesivo alguno pues la rentabilidad de las empresas sigue su curso.

Adicionalmente, el trabajo de economistas como Ludwig von Mises, Friedrich A. Hayek y luego el de Milton Friedman demostró que no había “almuerzo gratis” y que dichas intervenciones monetarias o fiscales tenían altos costos para el bienestar humano. En particular, destaca la demostración de Mises y Hayek de que la manipulación del dinero y la tasa de interés crea desajustes masivos, conduciéndose la humanidad a una era de booms y recesiones –como la Gran Depresión que ocurre luego de la inflación irresponsable de los 1920’s- totalmente desconocida en épocas y países con dinero fuerte y mercados financieros libres.

La Ley de Say y la capitalización de un país, como base de salarios crecientes

En realidad desde John Stuart Mill, el afamado economista inglés, se sabe que la demanda de mercancías no es demanda de trabajo asalariado.  En otras palabras, un consumo exacerbado por condiciones monetarias cortoplacistas u otras presiones gubernamentales, no asegura la generación real de empleo en el mediano plazo. Un gasto gubernamental aumentado y utilizado en obras públicas puede generar empleos visibles, pero para el ojo entrenado estos aparecen a costa de muchos otros en el resto de sectores de la economía.  Por otro lado una política monetaria irresponsable puede forzar al consumo a costa del ahorro para el futuro, pero se está sacrificando el consumo y el propio empleo futuro en cantidad y calidad.

Como la Ley de Say indica, es la producción la que crea condiciones de demanda. En otras palabras, quienes son visionarios y asumen riesgos, llevan sobre sus hombros como el mítico Atlas, todo el proceso productivo y de empleo en la sociedad.  Si los tres factores de producción son grosso modo Tierra, Trabajo y Capital, es sencillo entender cómo aumentar los salarios reales.  Pensemos en China: puede obtener 9% de recursos naturales adicionales (Tierra) frente al año anterior; puede crecer al 9% anual su riqueza y gasto productivo procedente de tecnología y ahorro (Capital), pero su población difícilmente crecerá al 9%.  Lo hará al 1% a lo sumo.  Por tanto el recurso que va quedando escaso frente a la cantidad de proyectos de los emprendedores, es el trabajo humano.  Su escasez relativa por necesidad de los más ambiciosos hará que su valor y por tanto su precio, aumenten.

Cabe decir también que la mayoría de empleo no está en el consumo, si no en la reposición de riqueza ya creada.  Si China crece al 9% anual adicional, significa que el 100% ya creado también se repone.  En otras palabras los edificios, viviendas, tuberias, computadores, tractores y maquinaria, deben reponerse cada cierto tiempo y el grueso del empleo estará en renovar ese stock de capital en la economía del país.

Qué cambios necesitamos hacer

Se necesita entonces centrar nuestra atención en tres aspectos para el alivio inmediato de las trabas:

1.- Flexibilización del salario para jóvenes, discapacitados y jubilados así como reducción del costo de despedir, a través de un Código del Empleo. Esto es sólo una segunda mejor alternativa después de un retorno al Código Civil como marco legal para la contratación en vez de un Código Trabajo de inspiración estatista.  Sin embargo dicho Código del empleo aflojará la camisa de fuerza en que actualmente 45% de los “subempleados” ecuatorianos prefiere contratar, ser contratado o evitar ser alguna de las dos, haciendo su vida económica en la informalidad.  Así, se reducirá el desempleo estructural.

2.- Mantenimiento de la dolarización mediante una fiscalidad sana, y adicionalmente una reforma al sistema financiero emulando a Panamá, para que la integración financiera con el mundo permita mecanismos de ajuste que eviten cualquier activismo del Banco Central o –mucho peor- de un Ministerio de Economía al que le estorbe la autonomía de aquél.  Así, se asegurará que no haya dislocaciones y recesiones severas por crisis financieras ni dislocaciones masivas de recursos.

3.- Un impuesto a la renta de tipo no-progresivo si no más bien de tasa fija.  El impuesto a la renta siempre ha sido apoyado para su aprobación por las élites de los distintos países pues impide a los pequeños y medianos crecer y hacerles la competencia, pues los primeros pueden lidiar financiera y legalmente mejor con él. Si no se lo elimina, su reducción y fijación uniforme mediante una tasa fija, desatará una capitalización vigorosa y por ende condiciones de empleo mejores cada año. Así, cualquier país de Latinoamérica que dé ese paso se colocará junto a 8 países de Europa Oriental, en el pelotón de avanzada al crecer también al 7-8% anual y abandonar la pobreza en apenas una generación.

Cómo mejorar los salarios

El 83% de los economistas consultados en una reciente encuesta en centros académicos europeos expresa que el salario mínimo perjudica precisamente a los sectores sociales que pretende ayudar. Entonces, ¿porqué en nuestro país insistimos en mantener su existencia e incluso elevarlo de vez en cuando? Porque tiene ventajas aparentes y de corto plazo, pero sus efectos indeseables ocurren de forma más sutil y a lo largo del tiempo.

Por lo tanto, corresponde a uno de esos fenómenos con los cuales el periodista Henry Hazlitt separaba a los buenos de los malos economistas, legisladores y estadistas. La clave es pensar en el efecto de una medida no sólo en un grupo y enseguida, si no en otros grupos y en el mediano plazo.

Si procediéramos así todos en el país, cambiarían radicalmente nuestros comportamientos privados y públicos. No privilegiaríamos lo que se ve bien, si no lo que genera el bien.

El salario mínimo en particular sería visto como lo que es: un impedimento jurídico para que la gente joven sin habilidades y la gente adulta con menos talento obtengan un trabajo formal para integrarse al

proceso productivo de nuestra sociedad. Simplemente quedan fuera del mercado oficial de trabajo, mientras se favorece visiblemente a quienes ya tenían un empleo formal.

Pero son justamente los jóvenes y las personas menos productivas quienes más necesitan adquirir habilidades y avanzar en responsabilidades, por lo cual el salario mínimo resulta siendo un mecanismo perverso.

Además, y esto debería ser innecesario decirlo, el tener a toda la población trabajando es mucho más productivo que tener una mayoría ganando un poco más, a costa de una minoría que sólo adquiere frustraciones, deudas o trabajos al margen de toda protección legal. Pero además hay que decir algo que no se entiende aún muy bien: el salario nominal no es lo importante.

Lo que importa es cuánto compran esos X dólares cada año, es decir, la relación de escasez relativa entre los salarios y los bienes y servicios que pueden comprar. Eso a fin de cuentas es la productividad. En otras palabras, más dólares no significan en sí mismos mayor calidad de vida. Y obviamente mientras más gente esté empleada, más riqueza se creará, para poder ser adquirida con igual o menor cantidad de dólares.

Si entendemos que el salario es un costo que el capitalista deduce de la ganancia empresarial (la plusvalía marxista no existe ni existió nunca), necesariamente veremos que es un problema de oferta y demanda. Como cualquier otro recurso que se utilice para producir, el trabajo asalariado sólo puede volverse algo disputado si es escaso. Traduciendo esto último a lenguaje común, mientras más capital y proyectos empresariales existan en nuestro país, más escasa en relación a éstos resultará la gente.

Por ende, al capitalista no le quedará otro remedio que entrar en una especie de subasta por ese recurso humano ahora escaso. Es precisamente lo que pasa en Irlanda, Hong Kong o Suiza, donde sus empresarios no son más o menos “benévolos”. Muchos proyectos, relativamente menos gente disponible.

Entonces la libertad contractual beneficia al trabajador por partida doble: pone a los empresarios a competir por él mediante salarios y aumenta la cantidad de bienes disponibles. Pero todo esto se vuelve imposible si es costoso contratar (por ser costoso despedir luego) o si el Estado fija el salario mínimo para distintas ocupaciones. La movilidad social se dificulta, y de paso se vuelve oneroso el ser arriesgado, proactivo y creativo en nuevos proyectos.

Recordemos que al menos el 85% del empleo se genera en las PYMES, tanto en Ecuador como en EE.UU. Por lo tanto, no estamos castigando precisamente a las grandes empresas cuando regulamos el empleo y sus beneficios. Estamos volviendo más costosos y poco competitivos a los pequeños y medianos emprendimientos, consagrando la posición de los grandes, que sí pueden pagar estos costos excesivos con menor afectación para ellos.

Por lo tanto, la fijación de un salario mínimo por encima del salario de mercado causa daño a los sectores más pobres y a los empresarios modestos que son su fuente de oportunidades. El aumento progresivo del salario real por productividad y por aumento de proyectos empresariales, sencillamente quedan fuera de la escena.

Si algo hay valioso en un país, es su gente. Por eso, la actitud realmente humanista es entender la forma en que las leyes económicas nos dan sustento para la acción benévola, para la cual no bastan las buenas intenciones. Llamarle “neoliberalismo” o “economicismo” a las conclusiones de la ciencia económica, no libra de responsabilidades el comportamiento desinformado. Las consecuencias del intervencionismo son siempre desastrosas, aunque se ejecuten con una sonrisa en el rostro y grandes

promesas para la población. Es hora de imitar la libertad de las naciones más exitosas en cada plano de la sociedad, y al menos ser un poco críticos con el estatismo como forma de convivencia social.


El resto del libro lo pueden encontrar en formato Kindle (para iPad o PC también) en http://bit.ly/10Lecciones.

Juan Fernando Carpio es economista de la Escuela Austriaca, coach empresarial e individual (motivación, liderazgo, crecimiento personal) y articulista bajo la perspectiva libertaria. Escribe regularme en el Instituto Ludwig von Mises Ecuador y en su blog personal que pueden encontrar aquí.