De cómo se hizo al mundo seguro para el capitalismo de compinches

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Durante la mayoría de la historia de EEUU, el capitalismo de compinches ha estado peleando con el capitalismo de libre mercado por el cuerpo y alma de la economía estadounidense. Durante el último medio siglo, el capitalismo de compinches ha estado tomando la delantera. Hay muchas razones para ellos, todas las cuales pueden reducirse al insaciable deseo de conseguir y mantener poder.

Como ha apuntado Bob Higgs a lo largo de toda una vida de investigación, las crisis son la salud del estado. Sean estas crisis inevitables o fabricadas por el estado, deliberadamente  o mediante simple descuido, el estado raramente pierde una oportunidad de usarlas en su provecho.

El libro reciente de David Stockman, The Great Deformation, acompaña al lector a través de un maremágnum de ideas, instituciones y crisis que el estado uso realmente en su provecho para trasladar miles de millones de dólares del público en general a los bolsillos de los bien relacionados. Los principales culpables de Stockman son las ideas de Fisher, Keynes y Friedman, las instituciones del Sistema de la Reserva Federal y la presidencia, las crisis de la Gran Depresión, la corrida del oro de EEUU a finales de la década de 1960, el crash del mercado bursátil de 1987 y la crisis financiera de 2008, por nombrar unos pocos.

Las crisis son útiles para el estado porque crean miedo y el miedo hace que mucha gente esté de acuerdo con Theodore Roosevelt en que “En cualquier momento de la decisión, lo mejor que puedes hacer es lo correcto, lo siguiente mejor es lo erróneo y lo peor que puedes hacer es no hacer nada”. Los actos de autocontratación que generarían una fuerte resistencia en tiempos normales se aprueban fácilmente en tiempos de crisis, porque lo incorrecto se ve como aceptable, si no necesario.  Un buen ejemplo sería el impulso militar de Reagan, predicado a partir de una visión exagerada de las capacidades ofensivas de los soviéticos, que proporcionó tanto dinero a las fuerzas armadas que no sabían qué hacer con él.

Los periodos de dinero fácil son asimismo campos inmensamente fértiles para el capitalismo de compinches. Después de todo, los primeros receptores del nuevo dinero se benefician a costa de los últimos y no se decide al azar quiénes son esos primeros receptores. Manteniendo los tipos de interés por debajo de sus niveles naturales, el dinero fácil dificulta la capacidad de la bolsa de ejercer su función de descubrimiento de precios, que es tan vital para el cálculo económico racional y limita su utilidad a todos, salvo a los especuladores. Además, la política de dinero fácil permite aumentar el gasto público y al crecer este, igualmente lo hacen las oportunidades de desviar dicho gasto hacia los bien relacionados.

Al tratar de dar sentido a nuestras dificultades financieras recientes, un punto clave que olvidan la mayoría de los comentaristas es que el capitalismo no es simplemente un sistema de ganancias, sino un sistema de pérdidas y ganancias. Por muy desagradables que sean las pérdidas, sirven una función terapéutica de importantes consecuencias. Al eliminar esa terapia, políticas como TARP, ZIRP (política de tipos cero de interés), flexibilización cuantitativa y demasiado grande para quebrar, socializan las pérdidas de (lo habéis adivinado) los compinches de quienes ostentan el poder.

Por malo que sea el capitalismo de compinches por sí mismo, hace aún más daño mancillando el nombre del capitalismo de libre mercado, la disposición económica más productiva conocida por el hombre. Esto añade “la injuria al insulto”, ya que si el capitalismo de libre mercado es la causa de nuestros problemas, entonces la solución debe ser más regulación, lo que generalmente proporciona aún más espacio al favoritismo y la corrupción que caracterizan al capitalismo de compinches.

Aunque el problema del capitalismo de compinches ha existido desde que los estados tienen favores a dispensar, el interés por el problema se ha acrecentado en años recientes. Parte de esto es terminología: la naturaleza aliterativa y acusadora del “capitalismo de compinches” atrae la atención de audiencias generales mucho mejor que el más neutral “búsqueda de rentas”. Pero buena parte se debe a que la práctica del capitalismo de compinches se ha hecho mucho más evidente en años recientes, dando lugar a una floreciente investigación sobre el tema. Además del libro de Stockman, títulos como Crony Capitalism in America: 2008-2012 de Hunter Lewis; How Crony Capitalism Crushed the Middle Class and Killed the Economy: Revealing the Economics of Legal Plunder de David Gerson; Ruminations on the Distortion of Oil Prices and Crony Capitalism: Selected Writings de Raymond Learsy; Governor Richardson and Crony Capitalism de Harvey Yates, Jr.; Political Consequences of Crony Capitalism Inside Russia de Gulnaz Sharafutdinova; Crony Capitalism and Economic Growth in Latin America: Theory and Evidence editado por Steven Haber y Crony Capitalism: Corruption and Development in South Korea and the Philippines de David Kang, por citar solo unos pocos, se han publicado en años recientes.

De entre todos estos destaca el libro de Stockman porque el autor, inmerso en la política en la administración Reagan, vio de cerca el fenómeno y ofrece una riqueza de detalles que solo puede conocer alguien desde dentro. Como el capitalismo de compinches en EEUU parece estar adquiriendo proporciones dignas de Goliat, esperemos que la pluma de David pueda poner en marcha un proceso que acabe con el gigante.


Publicado el 5 de noviembre de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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