La mayoría tiene razón
Pero, supongamos por un momento, por el bien del argumento, que la gente realmente gobierna en una democracia y que cada voto cuenta. ¿Quiere esto decir que el resultado de este proceso será automáticamente bueno o justo? Después de todo, es por ello que tenemos una democracia, ¿no? Sin embargo, es difícil ver cómo o por qué el proceso democrático necesariamente ha de dar lugar a buenos resultados. Que mucha gente crea algo, no lo hace cierto. Se pueden encontrar muchos ejemplos en el pasado de ilusiones colectivas. Por ejemplo, la gente solía creer que los animales no podían experimentar dolor o que la tierra era plana o que el rey o emperador era el representante de Dios en la tierra.
Tampoco se convierte algo en moral o justo simplemente porque mucha gente esté a favor de ello. Pensemos en todos los crímenes colectivos que han sido cometidos en el pasado. Abominaciones como la esclavitud o la persecución de los judíos fueron consideradas alguna vez perfectamente aceptables por la mayoría de la gente.
Seamos realistas: la gente generalmente se guía por el interés propio a la hora de votar. Vota por los partidos que espera que le beneficien más. Sabe que los costes que acompañan a los beneficios que recibe son soportados por todos. ¿Es esto justo o deseable? La trágica verdad es que es más probable que las personas estén a favor de la democracia, porque esperan pertenecer a la mayoría que podrá beneficiarse de saquear la riqueza del resto. Esperan que otros carguen con los costes y paguen por los beneficios. Eso es precisamente lo contrario del comportamiento moral.
¿Estamos exagerando? Si tú y tus amigos robáis a alguien en la calle, vosotros seréis castigados. Si la mayoría aprueba una ley para robar a la minoría (un nuevo impuesto sobre el alcohol o el tabaco, por ejemplo), se trata de una decisión democrática y, por tanto, legal. Pero ¿cuál es la diferencia respecto al robo callejero?
Cuando pensamos en ello, debemos concluir que el mecanismo básico de la democracia –el hecho de que la mayoría tenga la última palabra– es fundamentalmente inmoral. En una democracia, la voluntad de la mayoría se sitúa por encima de las consideraciones morales. La cantidad triunfa sobre la calidad; el número de gente que quiere algo se antepone a las consideraciones de la moral y la razón.
El político y escritor británico del siglo XIX, Auberon Herbert, tenía lo siguiente que decir en relación a la lógica y ética de la democracia:
«Cinco hombres se encuentran en una habitación. ¿El hecho de que tres de ellos tengan una opinión y los otros dos otra confiere a los primeros un derecho moral a imponer su opinión sobre los otros dos? ¿Por qué mágico poder el hecho de contar con un hombre más les convierte en poseedores de las mentes y los cuerpos de los demás? Mientras eran dos contra dos, cada hombre se mantenía como señor y dueño de su propia mente y cuerpo; sin embargo, desde el momento en que el otro hombre, actuando por quién sabe qué motivos, decidió unirse a una parte o a la otra, esa parte se convirtió de forma directa en la dueña de las almas y los cuerpos de la otra parte. ¿Ha existido alguna superstición más indefensible y degradante? ¿No se trata de la verdadera descendiente de las antiguas supersticiones sobre los emperadores y los sumos sacerdotes, y su autoridad sobre los cuerpos y las almas de los hombres?»
Traducido del inglés por Celia Cobo-Losey R. Puede comprar el libro aquí.