Paternalismo libertario

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[Nudge: Improving Decisions About Health, Wealth, and Happiness • Richard H. Thaler y Cass Sunstein • Yale University Press, 2008 • X + 293 páginas]

Thaler y Sunstein han asumido una tarea aparentemente imposible. Los paternalistas mantienen que a veces es justificable interferir con la libertad de alguien, si al hacerlo promueven su propio bien. Los fumadores, dejando aparte el tema del fumador pasivo, no violan los derechos de otros: solo de dañan a sí mismos. Sin embargo, un paternalista sobre el tabaco pensaría que está justificado impedir por la fuerza que la gente fume. Los libertarios niegan que sea aceptable esa interferencia. La fuerza solo puede usarse en respuesta a la agresión.

Dadas estas características no polémicas de las dos posturas, ¿no es evidente que no pueden combinarse entre sí? Idear un paternalismo libertario no parece una tarea más prometedora que crear un círculo cuadrado.  Nuestros ilustres autores, sin embargo, no están convencidos: el paternalismo libertario es exactamente la postura que quieren defender.

Su vía de escape de esta aparente contradicción es ingeniosa. Es sin duda no libertario, dicen, usar la fuerza para obligar a alguien a actuar por su propio bien. No están a favor de hacerlo, pero esto les permite apoyar una variedad menos exigente de paternalismo. Está bien hacer difícil a la gente hacer ciertas elecciones, mientras no se le imponga costes sustanciales. La gente, como sugiere su título, puede estar sujeta a “codazos” paternalistas, mientras estos no les coaccionen.

El paternalismo libertario es un tipo de paternalismo relativamente débil, suave y no intrusivo porque las alternativas no están bloqueadas, cerradas u obstaculizadas significativamente. Si la gente quiere fumar cigarrillos, comer muchos caramelos, elegir un plan sanitario inapropiado o no ahorrar para la jubilación, los paternalistas libertarios no les obligarán a hacer otra cosa, o siquiera a ponerles las cosas difíciles (…) Un codazo, como llamaremos al término, es cualquier aspecto de la arquitectura de alternativas que altera el comportamiento de la gente de una forma predecible sin prohibir ninguna opción cambiar significativamente sus incentivos económicos. (pp- 5-6)

Aquí hay un problema que no advierten Thaler y Sunstein. No todos los casos en que se usa fuerza sobre la gente imponen costes sustanciales a esta. Supongamos que estás a punto de tomar un cigarrillo y te cojo de la muñeca para impedirte hacerlo. Aquí no te he impuesto un coste sustancial, pero sin embargo he usado fuerza contra ti. En casos como este, no resultan siempre coherentes sus formas alternativas de expresar su propuesta, que es no imponer costes sustanciales y dar un codazo pero no usar la fuerza.

Amplían aún más su opinión. También es justificable empujar a la gente a actuar de una forma “buena”, incluso cuando hacerlo no sea por su propio bien. En el actual derecho estadounidense, la gente es libre para decir que sus órganos estén disponibles para trasplantes después de morir. Sin embargo, si no han rellenado una tarjeta de donante, los doctores que quieran trasplantar órganos deben conseguir el consentimiento de quien tenga la custodia legal del cuerpo. Thaler y Sunstein sugieren que cambiemos la postura por defecto. ¿Por qué no permitir los trasplantes salvo que alguien haya firmado una declaración prohibiendo que su cuerpo se use de esta manera? Piensan que es probable que se obtengan más trasplantes bajo este sistema. Pero los libertarios pueden apoyarlo, porque no obliga a nadie a donar. Si no quieres hacerlo, todo lo que necesitas es firmar una declaración en ese sentido. (Los autores no apuntan que esto no es un caso de paternalismo, libertario o no, ya que los presuntos donantes se ven empujados por lo que se considera el bien general, en lugar del suyo propio).

Se plantea una objeción evidente a sus propuestas y sus esfuerzos por responder a esta objeción forman lo sustancial de la teoría del libro. Volvamos a quienes, a pesar de los riesgos de salud, continúan fumando. ¿No les corresponde, en una sociedad libre, evaluar los costes de hacerlo comparándolos con lo que ganan fumando? ¿Qué derecho tiene otra gente a decir algo sobre el asunto? ¿No son paternalistas, incluso de la variedad suave que limita su asistencia a codazos, al sustituir con sus preferencias las decisiones libremente tomadas por otros?

Los autores responden que esta objeción se basa en una visión no realista de la elección. Los libros de texto suponen que la gente actúa racionalmente sobre sus preferencias, basándose en una información completa.

Hayan o no estudiado economía, mucha gente parece al menos implícitamente comprometido con la idea del homo economicus u hombre económico: la idea de que cada uno de nosotros piensa y elige infaliblemente bien y esto se ajusta al retrato de los seres  humano que ofrecen los economistas en sus libros de texto. (p. 6)

Pero muchas investigaciones, tanto de economistas como de psicólogos, demuestran que las suposiciones de la visión habitual no pueden mantenerse sin modificaciones. La gente comete a menudo errores de lógica. Además, a menudo está dividida: un yo impulsivo frente a otro yo que tiene más en cuenta el largo plazo. (Thaler y Sunstein no sugieren que la racionalidad siempre requiera suprimir el yo impulsivo, pero a menudo lo hace). Como si no bastara con esto, a la gente a menudo le falta la información necesaria para tomar una decisión correcta.

Thaler y Sunstein tienen razón al pensar que el modelo estándar es defectuoso, pero ellos mismos siguen siendo en buena parte sus prisioneros. Lo que están diciendo en la práctica es que salvo que alguien cumpla los criterios de racionalidad e información del libro de texto, no está realmente eligiendo en sentido completo. Si, por ejemplo, alguien comete un “error” lógico, en el sentido extenso que dan al error lógico, no está expresando sus preferencias libremente elegidas. Lo que “realmente” quiere es que sus preferencias se atiendan de la mejor manera posible. Su razonamiento defectuoso no cuenta como parte de su libre elección.

Además, los objetivos finales de la gente a menudo no son los objetos concretos que buscan obtener: son solo medios para sus fines. Un fumador no quiere un paquete de cigarrillos como un fin en sí mismo. Por el contrario, quiere ciertas sensaciones, por ejemplo, sensaciones de placer o alivio ante ansias desagradables que piensa que los cigarrillos le proporcionarán. Así que Thaler y Sunstein tienen otra forma más de cuestionar las decisiones de la gente: tal vez la gente haya elegido una mala manera de alcanzar lo que “realmente” quiere.

Repito que, en su opinión, solo las acciones que cumplan con rígidos requisitos se consideran decisiones completas. Los fumadores, indica la investigación, no han tenido completamente en cuenta los riesgos del tabaco para la salud. Así que no puede decirse “realmente” que hayan elegido fumar. Además, la gente está habitualmente sometida a los llamados efectos “marco”: “elegirán” de forma distinta cuando tengan opciones idénticas, dependiendo de cómo se presenten dichas opciones. Las decisiones en estas circunstancias, aseveran Thaler y Sunstein, son problemáticas: ¿cómo podemos decir que la gente ante ilusiones conceptuales está decidiendo libremente?

¿Qué queda? Dada la amplia red de los autores, pocas acciones resultan ser decisiones racionales. Por tanto hay un ámbito prácticamente ilimitado para el estado para suprimir la libertad: al hacerlo, no está interfiriendo con lo que el yo “realmente” quiere. Es verdad que los autores predican un doctrina suave. Los codazos, no la fuerza, están en su programa. Pero les falta una base racional para este límite. Si la gente no elige “realmente” sus acciones, ¿por qué no restringirlas por la fuerza? Después de todo, hacerlo puede que les permita alcanzar mejor lo que “realmente” quieren, determinado por expertos, apropiadamente instruidos por Thaler y Sunstein.

Los autores consideran una objeción relacionada, pero no la entienden del todo. Responden a preocupaciones de que el paternalismo libertario llevaría a restricciones más severas al tratar esta queja como un argumento habitual de “pendiente resbaladiza”. ¿Por qué, pregunta, tiene que caerse por la ladera? Su propuesta pretende ser libertaria y paternalista: ¿por qué suponer que los aspectos paternalistas deben suplantar a los libertarios?

Nuestra propia condición libertaria, que requiere derechos de renuncia a bajo coste, reduce la inclinación de la evidentemente resbaladiza pendiente (…) los argumentos de pendiente resbaladiza son más convincentes cuando no es posible distinguir el curso propuesto de acción de otros cursos de acción aberrantes, inaceptables o atemorizantes. (p. 237)

Pero lo importante no es la inevitable progresión de la pendiente resbaladiza, sino en primer lugar la base racional para la restricción.

Los que quieran conservar la libertad deben tomar las acciones de la gente como son, no sustituirlas por acciones “mejores” o más “racionales”, basadas en evaluaciones de lo que quiere “realmente” la gente. Por volver al caso de los trasplantes, si el estado dice a la gente que tomará sus órganos salvo que digan explícitamente otra cosa, está afirmando establecer por adelantado los términos bajo los que la gente puede retener el control de sus propios cuerpos. Esto es poco libertario. Por el contrario, el estado tiene que apartarse completamente y permitir a la gente disponer de sus propios órganos como desee. ¿Por qué no confiar en un mercado libre de órganos, en lugar de urdir planes para restringir la libertad bajo el disfraz de conservarla?[1]

Thaler y Sunstein podrían responder así: Incluso si se acepta (cosa que por supuesto ellos no hacen) que su plan amenaza la libertad, no se ha demostrado que su opinión sobre las decisiones sea errónea. ¿No es evidentemente cierto que la gente a menudo actúa impulsiva o ilógicamente, en formas que posteriormente lamenta? ¿No llevaría la política supuestamente libertaria aquí defendida a mucha infelicidad innecesaria?

Los libertarios no tienen que negar hechos evidentes. La gente a menudo lamenta sus decisiones. Quienes encuentren convincentes las explicaciones para las malas decisiones señaladas por Thaler y Sunstein son libres de llegar a acuerdos con otros que alivien estos problemas. Si crees que impulsos repentinos frente a comida tentadora te llevarán a romper tu dieta, puedes acordar con un amigo darle dinero si no cumples con ciertos requisitos de peso. Pero, en una sociedad libre, hacer eso depende de ti: el estado no puede empujarte a esta tipo de acuerdo. Los autores podrían responder que decisiones sobre si restringir las decisiones futuras está lejos de ser racionales y justificadas, pero decir esto es simplemente reiterar su argumento original y la réplica libertaria no cambia. Tampoco presentan ninguna evidencia de que decisiones de este tipo sean defectuosas por sus criterios.

Thaler y Sunstein ofrecen un argumento más para los codazos que propugnan. Sugieren que es inevitable la influencia en las decisiones: si no empujamos a la gente a tomar buenas decisiones, les influiremos para tomar malas. A veces su opinión está justificada. Supongamos que un empresario tiene un plan voluntario que permite a los trabajadores ahorrar para la jubilación. Tiene dos alternativas: o permita a sus empleados firmar el plan o elige el plan como opción por defecto, permitiendo a los trabajadores borrarse ellos mismos. No puede evitar las alternativas si quiere ofrecer el plan. Pero no todos los casos son como este, como demuestra el ejemplo de los trasplantes. Aquí, repito, el estado no tiene que elegir una opción por defecto. Puede evitar hacer nada en absoluto.

Hasta ahora no he cuestionado las evidencias que ofrecen Thaler y Sunstein de que la gente actúa irracionalmente, sino que he tratado por el contrario de demostrar que, aceptando sus evidencias, su defensa del paternalismo libertario no se justifica. Sin embargo a veces las evidencias de irracionalidad, tomadas en su sentido económico de libro de texto, son débiles.

Ofrecen como ejemplo de compra irracional una garantía adicional para electrodomésticos. En muchos casos, el coste de la garantía, combinado con la pequeña probabilidad de que el aparato se estropee, sugiere que comprar la garantía es una mala opción. ¿Pero qué pasa si el comprador tiene una fuerte aversión a pagar reparaciones cuando se estropea un aparato? Prefiere con mucho que los pagos por reparaciones se abonen por adelantado. No parece haber nada “irracional” en esta preferencia, pero si alguien la tiene, comprar la garantía adicional tiene sentido. Thaler y Sunstein pueden no compartir esta preferencia, pero el que lo hagan no es un requisito de racionalidad en las preferencias.

Los autores defienden su caso en parte con retórica, no con argumentos: citan un episodio de los Simpson que se ríe de estas garantías. Richard Epstein ha escrito una respuesta detallada a muchos de los argumentos sobre irracionalidad que Thaler ha adelantado en ocasiones previas: Skepticism and Freedom (University of Chicago Press, 2003). Aunque los autores citen dos escritos de Epstein, no responden a este libro o siquiera se mencionan en su bibliografía.

Tocqueville advirtió hace mucho contra las políticas de las que el paternalismo libertario es un ejemplo:

Por encima de esta raza de hombres hay un poder inmenso y tutelar, que se atribuye en exclusiva asegurarles sus gratificaciones y cuidar de su destino. Ese poder es absoluto, detallado, regular, proveedor y suave (…) La voluntad del hombre no se hace pedazos, sino que se ablanda, curva y guía; los hombres se ven a menudo obligados por ella a actuar, pero están constantemente restringidos en su acción. Ese poder no destruye, pero impide existir; no tiraniza, pero comprime, debilita, extingue y atonta a un pueblo, hasta que cada nación se reduce a nada mejor que un rebaño de animales tímidos e industriosos, del que el gobierno es el pastor. (Alexis de Tocqueville, La democracia en América, Volumen II, Sección 4, Capítulo 6).


[1]Para un excelente estudio de cómo podría funcionar un mercado libre de órganos, ver David Kaserman y A.H. Barnett, The U.S. Organ Procurement System: A Prescription for Reform (American Enterprise Institute, 2002).


Publicado el 21 de mayo de 2008. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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