¿Es la propiedad intelectual la clave del éxito?

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Una de las mayores tragedias del derecho de propiedad intelectual es cómo genera confusión intelectual entre hombres de negocios de éxito. Muchos están bajo la impresión, incluso cuando no es verdad, de que deben su riqueza a derechos de copia, marcas registradas y patentes y no necesariamente a su sabiduría empresarial.

Por esta razón defienden la propiedad privada como si fuera la misma alma de sus operaciones empresariales. No dan el crédito principal a lo que lo merece: su propio ingenio, voluntad de asumir un riesgo y sus actividades basadas en el mercado en general. Es a menudo un juicio empíricamente incorrecto por su parte y conlleva la tragedia de atribuir al estado los logros se realmente se deben a sus propias actividades empresariales.

Indudablemente no hay escasez de explicaciones listas para respaldar esta impresión equivocada. Incontables historias empresariales de EEUU muestran cómo llegan beneficios ante patentes y por tanto suponen una relación causal. Bajo esta suposición, la historia de la empresa estadounidense es menos una historia de riesgo heroico y recompensa y más una historia de las decisiones de las oficinas de patentes y los abogados de los derechos de autor.

Como consecuencia, mucha gente piensa que la razón por la que Estados Unidos creció tan rápidamente en el siglo XIX fue debido a su protección de la propiedad intelectual y supone que proteger ideas no es distinto de proteger propiedad real (lo que, en realidad, es completamente diferente).

Un indicio de la mentira del derecho de autor debería resultar evidente vagando por una típica cadena de librerías. Se ven estanterías y estanterías de libros clásicos, presentados con bellas portadas, elegantes encuadernaciones y en una gran variedad de tamaños y formas. Los textos que contienen son “dominio público”, que no es una categoría legal como tal: solo significa la ausencia de protección de derechos de autor.

Pero se venden. Se venden bien. Y no, los autores no se confunden en ellos. Las hermanas Bronte siguen siendo las autoras de Jane Eyre y Cumbres borrascosas.Victor Hugo sigue habiendo escrito Los miserables. Mark Twain escribió Tom Sawyer. El muy pronosticado desastre de un mundo anti-PI no se evidencia en ningún lugar: sigue habiendo beneficios, ganancias del comercio y se da crédito a lo que se merece.

¿Por qué? Muy sencillamente, la librería ha asumido el problema de poner el libro en el mercado. Pagó al fabricante del libro y tomó una decisión empresarial de tomar el riesgo de que la gente lo compre. Claro, cualquier podía haberlo hecho, pero el hecho es que no todos lo hacen: la empresa hizo el bien disponible de una forma que se ajusta a los gustos del consumidor. En otras palabras, con la empresa llega el éxito. No es ni más ni menos que eso. La PI no tiene nada que ver.

Así sería en un mercado completamente libre, lo que equivale a decir un mercado sin PI. Pero a veces los propios empresarios se confunden.

Consideremos el caso de un empresario de helados con el hipotético nombre comercial de Georgia Cream. La empresa disfruta de cierto grado de éxito y kuego decide registrar su nombre de marca, lo que significa que ahora disfruta del monopolio del uso del nombre de Georgia Cream. Y digamos que la empresa crea un sabor llamado “chispa de melocotón” que es un gran éxito, así que registra la receta de forma que nadie pueda publicarla sin permiso de la compañía. Luego se da cuenta de que la calidad especial de su helado se debe a su técnica de mezclado, así que solicita y logra una patente sobre eso.

Así que esta empresa tiene ahora tres monopolios bajo control. ¿Basta eso para asegurar el éxito? Por supuesto que no. Debe hacer buenos negocios, lo que significa que debe economizar, innovar, distribuir y publicitar. La empresa sí hace todas estas cosas y va de éxito en éxito.

Si sugieres al fundador y presidente que deberíamos librarnos de la ley de propiedad intelectual, obtendrás una sensación de pánico. “¡Eso destruiría completamente mi negocio!” ¿Cómo? “Cualquiera podría aparecer y afirmar ser Georgia Cream, robar nuestra receta de chispa de melocotón, replicar nuestra técnica de mezclado y estaríamos hundidos”.

¿Veis lo que está pasando aquí? Se atribuye indirectamente, por implicación, a un pequeño cambio que amenazaría la misma vida del negocio ser la misma alma del negocio. Si eso fuera cierto, no habría sido la pericia empresarial lo que creó esta empresa, sino el privilegio público y eso está claro que no es verdad en este caso. La abolición de la legislación de propiedad intelectual no haría nada que quitara a la empresa su capacidad de crear, innovar, publicitar, vender y distribuir.

La abolición de la PI podría crear por ello costes adicionales para hacer negocios, como los esfuerzos para asegurarse de que los consumidores conocen la diferencia entre el producto genuino y sus imitaciones. Es un coste de negocio que toda empresa tiene que afrontar. Patentes y marcas registradas no han hecho nada para mantener a raya a imitadores de Gucci y Prada y Rolex. Pero tampoco las imitaciones han acabado con el negocio principal. Si han hecho algo, podrían haberlo ayudado, ya que la imitación es la mejor forma de adulación.

En todo caso, los costes asociados con mantener un ojo sobre las imitaciones existen independientemente de si la PI está protegida legalmente o no. Es verdad que algunas empresas deben sus beneficios existentes a las patentes, que luego usan para dar en la cabeza a sus competidoras. Pero también hay costes implicados en este proceso, como millones en honorarios legales.

Las grandes empresas gastan millones creando fondos para financiar patentes que usan para lanzar o evitar demandas de otras empresas, acordando después retiradas y licencias cruzadas entre sí después de gastar millones en abogados. Y no sorprende que, igual que la legislación de salario mínimo o pro-sindical, las leyes de PI realmente no dañen a las empresas más grandes, sino más bien a los negocios pequeños, que no pueden permitirse defensas de patentes de millones de dólares.

La era de Internet ha demostrado que es en definitiva imposible aplicar la PI. Es lo mismo que el intento de prohibir el alcohol o el tabaco. No puede funcionar. Solo consigue crear delincuencia donde realmente no hace falta que exista. Al conceder derechos exclusivos a la primera empresa que enceste, acaba dañando más que promoviendo la competencia.

Pero algunos pueden objetar que proteger la PI no es distinto que proteger la propiedad normal. No es así. La propiedad real es escasa. El objeto de la PI no es escaso, como explica Stephan Kinsella. Imágenes, ideas, sonidos, disposiciones de letras en una página: todo esto puede reproducirse infinitamente. Por esa razón, no pueden considerarse que tengan dueño.

Los comerciantes pueden ser libres de intentar crear escasez artificial y eso es lo que pasa cuando una empresa mantiene en secreto sus códigos o los fotógrafos ponen marcas de agua en sus imágenes en línea. Los productos propietarios y de “código abierto” pueden vivir y prosperar unos junto a otros, como sabemos de cualquier droguería que ofrezca bienes genéricos y de marca a solo unos centímetros en las estanterías.

Pero lo que no se permite hacer en un mercado libre es usar la violencia para intentar crear una escasez artificial, que es lo que realmente hace la legislación de PI. Benjamin Tucker decía en el siglo XIX que si quieres para ti tu invención, la única forma es mantenerla fuera del mercado. Esto sigue siendo verdad hoy.

Así que pensad en un mundo sin marcas registradas, derechos de autor o patentes. Seguiría siendo un mundo con innovación, tal vez con mucha más. Y sí, seguiría habiendo beneficios para los emprendedores. Tal vez habría algo menos beneficios para litigantes y abogados de PI, pero ¿es esto algo malo?


Publicado el 5 de julio de 2007. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.