Bienestar, salarios mínimos y desempleo

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De los diversos sabores del intervencionismo público en nuestras vidas, el salario mínimo quizá sea el más bienvenido. No solo apela a nuestro sentido innato de “justicia”, sino asimismo a nuestro propio interés. Su atractivo puede llevarnos erróneamente a la conclusión de que como “es popular”, entonces “es correcto”.

Los defensores más astutos del salario mínimo, sin embargo, apuntan inmediatamente lo evidente, que es que un salario mínimo extremo (1.000$ la hora) sería inequívocamente perjudicial. Sin embargo, los defensores rápidamente rechazan este temor afirmando que, empíricamente, no se producen estas pérdidas de empleo cuando el salario mínimo aumenta lentamente. Este equivale a argumentar que aunque el fuego puede hacer hervir el agua, un pequeño fuego no la calentará. El apoyo a esta afirmación es el habitualmente citado estudio de 1994 de Card y Krueger[1] que muestra una correlación positiva entre un aumento en el salario mínimo y el empleo en Nueva Jersey. Muchos otros han refutado este estudio y es significativo que los autores originales acabaran retractándose de sus afirmaciones.[2]

Juventud y desempleo de aprendices

El problema con dichos “estudios” que pretenden demostrar solo efectos positivos y no negativos de aumentar el salario mínimo es que es bastante fácil contar personas cuya nómina haya aumentado. Lo que es más complicado, si no imposible, es contar a la gente que habría sido contratada, pero no lo fue. Igualmente, compensando las reducciones en compensación no monetaria no aparecerán en un análisis enfocado monetariamente.

Sin embargo, los datos económicos empíricos no son completamente inútiles. Esos datos son más apropiados para predicciones cualitativas que cuantitativas (más sobre quién se ve afectado que sobre cómo se ve afectado). Por ejemplo, la economía básica predice que un salario mínimo aumentará necesariamente el desempleo entre quienes tengan menos experiencia. De hecho, si miramos las evidencias empíricas, vemos exactamente eso. Mirando los datos de la Oficina de Estadísticas Laborales, vemos que la tasa de desempleo (junio de 2013) entre gente de 16-19 años es de un 24% y entre gente de 20-24 años es del 14%. Los valores exceden con mucho la tasa de desempleo (6%) de los trabajadores con suficiente experiencia y habilidades como para hacerles en buena medida inmunes a las escalas de paga de salarios mínimos, es decir la gente de 25-54 años. La gente cuyo valor productivo es menor que el salario mínimo es de hecho inempleable. Se le niega la posibilidad de ganar experiencia y habilidades y su exclusión del mercado laboral es una pérdida neta para la sociedad.

El salario mínimo es solo un arma más en el arsenal del progresista equivocado que trata de “ayudar” al pobre. Su error al blandir esta arma está en suponer que todos los trabajadores están situados de forma similar, es decir, que la gran mayoría de los trabajadores por horas ganan el salario mínimo y que está compuesta uniformemente por cabezas de familia. De hecho, es todo lo contrario. Solo el 2,1% de los empleados por horas ganan el salario mínimo y de esa cifra más de la mitad (el 55%) tienen 16-24 años.

De cómo el bienestar rebaja el salario solicitado

Así que sabemos que un número considerable de perceptores del salario mínimo no necesitan un salario que pueda soportar una familia. ¿Pero qué pasa con los perceptores del salario mínimo que sí lo hacen? Se nos dice repetidamente que el salario mínimo es un salario que permita vivir, ¿entonces por qué no hay sencillamente más perceptores del salario mínimo muriéndose de hambre? En realidad, los trabajadores ganan dos salarios: uno de su empresario y uno del estado. Por ejemplo, quien perciba el actual salario mínimo a tiempo completo gana 15.000$ al año, pero también puede solicitar prestaciones públicas adicionales que ascienden su remuneración total a aproximadamente 35.000$ al año si no tienen hijos o a 52.000$ si tienen hijos. De hecho, ganar más no hace necesariamente que uno de desligue de este apoyo patrocinado por el estado. Al aumentar los salarios, la ayuda puede a menudo disminuir tan rápidamente que incluso ganar 1$ más puede significar una pérdida de miles de dólares en ayudas. Esto crea un desincentivo para el trabajador para mejorar y ganar más; aquí el incentivo perverso es que estamos recompensando lo mismo que estamos tratando de eliminar (salarios bajos). Estas subvenciones salariales solo sirven para pervertir los incentivos normales presentes en un intercambio entre empresario y empleado. Tanto el empresario como el empleado son conscientes de los subsidios, así que cada uno está dispuesto a ofrecer menos y aceptar menos que a demandar más y ofrecer más.

A primera vista, uno podría concluir que el empresario está actuando como un bandido. Pero no hay almuerzo gratis: los subsidios tienen que venir de alguna parte. Los impuestos financian estos subsidios. Así que el empresario no está necesariamente pagando menos si sus impuestos financian los mismos subsidios que están recibiendo sus empleados. De hecho, muchos empresarios pagan más en total. Todos los empresarios pagan impuestos, pero solo algunos reciben la prestación de los salarios subsidiados. Es una redistribución neta de un tipo de empresa a otro. En esencia, estamos obligando a las empresas con salarios altos a pagar a las empresas con salarios bajos para mantener bajos sus salarios.

El salario mínimo reduce la productividad del trabajador

Así que, considerando que queda claro que las leyes de salario mínimo y otras formas de subsidio salarial son perjudiciales para el objetivo declarado de mejorar las condiciones de los considerados como pobres, debemos ocuparnos de la pregunta constantemente planteada por quienes creen que la salvación solo puede venir a través del estado: “Si no es el salario mínimo, ¿qué puede entonces aumentar los salarios?” Para responder a esta pregunta, debemos entender que hay solo dos posibles rutas para mejorar nuestros salarios/nivel de vida. El primer método es la ruta inmoral de utilizar fuerza (gobierno) para extraer lo que queremos.

Sin embargo el segundo método es el que le quedaría a toda persona racional si no hubiera influencia estatal corrompiendo los incentivos que dirigen sus toma de decisiones: mejora ro aumentar sus habilidades de forma que se ajusten a las que actualmente tengan mayor demanda.

La mejora personal mediante educación o experiencia laboral es la respuesta a la pregunta: ¿cómo puedo ganar más? La interferencia patrocinada por el gobierno en el mercado que hace que menos gente gane experiencia solo puede servir para frustrar la capacidad de uno para mejorar personalmente. La eliminación del salario mínimo es un primer paso necesario, aunque insuficiente, para mejorar el valor económico de los no cualificados o inexpertos.


[1] David Card y Alan B. Krueger, “Minimum Wages and Employment: A Case Study of the Fast-Food Industry in New Jersey and Pennsylvania”,American Economic Review 84, nº 4 (1994): 792. Un libro posterior se extendía sobre estos resultados, ver David Card y Alan B. Krueger, Myth and Measurement: The New Economics of the Minimum Wage (Princeton: Princeton University Press, 1995).

[2] David Neumark y William Wascher, “Minimum Wages and Employment: A Case Study of the Fast-Food Industry in New Jersey and Pennsylvania: Comment”, American Economic Review 90, nº 5 (2000): 1390. Investigadores del Employment Policies Institute también reportaron haber encontrado errores en los datos de la muestra de Card y Krueger. Por ejemplo, en un Wendy’s de Nueva Jersey no había ningún trabajador a tiempo completo y 30 trabajadores a tiempo parcial en febrero de 1992. En noviembre de 1992, el restaurante había añadido 35 trabajadores a tiempo completo, sin cambios en los trabajadores a tiempo parcial. Ver David R. Henderson, “The Squabble over the Minimum Wage”, Fortune, 8 de julio de 1996, pp. 28 y ss. Walter Block, “The Minimum Wage Once Again”, Labor Economics from a Free Market Perspective (2008): 147-154. David Card y Alan B. Krueger, “Minimum Wages and Employment: A Case Study of the Fast-Food Industry in New Jersey and Pennsylvania: Reply”, American Economic Review 90, nº 5 (2000): 1419.


Publicado el 16 de enero de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.