De cómo la guerra contra las drogas hace a la drogas menos seguras

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La desomorfina, una grotesca nueva droga conocida en la calle como krokodil, ha sido noticia por su creciente popularidad como sustitutivo barato de la heroína, aunque con un rango devastador de efectos secundarios propios. Los informes afirman que se originó en Siberia en 2002 y se ha hecho común en Rusia y otros países del este de Europa.

Su propio nombre parece confirmarlo, ya que krokodil es cocodrilo en ruso y se refiere a las escamas de aspecto reptiliano causadas por el grave daño a los tejidos causado por esta droga asesina. Para un adicto, la esperanza de vida es de menos de dos años.

Algunas fuentes discuten el predominio de su uso, argumentando que la droga no es ni de lejos tan común como se sugiere. El agente especial Jack Riley, el hombre a cargo de la oficina de Chicago de la Drug Enforcement Administration (DEA), dijo que “200 agentes de la DEA en cinco estados han tenido como prioridad descubrir krokodil”, pero que todo lo que han encontrado hasta ahora “el laboratorio nos dice que es solo heroína”.

La discusión sobre si la gente está muriendo y es adicta a la heroína o el krokodil ahora nos resulta irrelevante. Lo que importa es que la inseguridad de productos e innovaciones en el sector de las drogas recreativas es en gran medida consecuencia de la prohibición de las drogas.

Tanto en Rusia como en Estados Unidos, la heroína está entre las drogas que son actualmente ilegales. Se distribuyen enormes sumas de dinero por valor de 41.000 millones de dólares anuales en EEUU en un continuo esfuerzo por aplicar esta prohibición de drogas. Podemos preguntarnos: ¿hasta qué punto está funcionando? Cuando consideramos no solo la aparición de nuevas drogas como el krokodil sino también los demás usos que podría darse a 41.000 millones de dólares, como devolver el dinero a sus propietarios: la respuesta es un indignado no.

Una sustancia tan devastadora como el krokodil simplemente no se vendería en un mercado libre y por esta razón ya no se fabricaría, no llegando a elaborarse siquiera. Existe una oportunidad de beneficio para todos los productores y distribuidores de drogas (y de todos los bienes) en que al no matar a tus clientes en dos años, estos pueden tener vidas más largas y productivas como clientes de tu comercio, generándote rentas. Además, en la medida en que los clientes perciban apropiadamente los beneficios y riesgos de seguridad asociados con el uso de tus productos, tenderán a elegir los que tengan menos efectos secundarios perjudiciales. Igualmente, la potencia se hará más coherente, el contenido de la droga más puro y los niveles de las dosis se discutirían con doctores y profesionales preparados para asegurar la seguridad del usuario, igual que se hace hoy con las recetas y las medicinas de farmacia (aunque, paradójicamente, las drogas legales matan más que sus equivalentes ilegales).

En un mercado libre, si se vendiera y consumiera un lote defectuoso, causando daños, la víctimas, o quizá un representante de esta, demandaría, buscando indemnización y restitución en un tribunal, porque en este caso el usuario de drogas es de hecho la víctima de un acto de fraude.

Los argumentos comunes para la prohibición de la heroína, por otro lado, implican poco más que una referencia a una serie de síntomas que se producen con un uso temerario o prolongado: mata a gente, destruye familias, desperdicia dinero, hace que los adictos actúen, a menudo violentamente, con desesperación, etc. Pero es precisamente por estas mismas razones por lo que tendría que estar completamente legalizada.

Al contrario que los usuarios de drogas con receta, los usuarios de drogas ilegales, como la heroína, ignoran necesariamente dónde se ha fabricado, su grado de pureza (como si la droga es o no heroína, krokodil o una combinación) y su potencia y riesgos para la salud. Por otro lado, los beneficios para el consumidor en caso de legitimidad de las drogas son enormes. Cuando las drogas son legales en el mercado abierto se puede recurrir a un tribunal si estas resultan inseguras. En un entorno legal para las drogas, no hay temor a que la ley se vuelva contra nadie por admitir previamente el uso de drogas ilegales. Esa legitimidad falta cuando se compran drogas ilegales en el mercado negro, donde no hay facturas, ni garantías, ni reembolsos ni manuales, por no hablar de la intervención de doctores.

Los incentivos legales creados por la prohibición llevan a una producción restringida artificialmente, un decrecimiento de la oferta a la venta y un disparo en el precio. Como consecuencia, la prohibición transforma a los usuarios en delincuentes, no solo por definición, sino por hacer que su uso de drogas sea una carga financiera mayor, alentando a muchos a cometer delitos reales. Todo esto es un desastre para los adictos.

Utilizando las posibilidades de comunicación proporcionadas por Internet, los programas de divulgación y grupos de educación sobre drogas llegan a más gente necesitada y hacen más por los adictos, adictos en recuperación y sus familias y amigos de lo que haya hecho nunca cualquier acción policial.

Las soluciones reales han de encontrarse en familias, amigos y comunidades, no en la interferencia del estado y la manipulación de acciones. Hay libertad cuando se permite (en lugar de prohibir) a los individuos relacionarse entre sí con sus propias reglas y controlar sus propias vidas. Abolir la prohibición y hacer de las drogas un producto de mercado es la única manera de limpiar y ayudar de verdad a las comunidades de la droga.

Es conocido que Ron Paul preguntaba en su discurso de despedida: “¿Ha advertido alguien que las autoridades no pueden siquiera mantener a las drogas fuera de las prisiones? ¿Cómo puede resolver el problema convertir a toda nuestra sociedad en una prisión?” Por supuesto, la “aproximación de la prisión” no podría resolver nunca el problema, en realidad no lo ha hecho mientras se ha intentado (¡41.000 millones de dólares anuales!) y ha traído con ella una multitud de problemas adicionales respecto de libertades civiles, seguridad en las drogas, precios, sobredosis y tasas de adicción. Quizá un seguimiento apropiado de la pregunta planteada por el excongresista sería: ¿cuánto tardará la sociedad en apreciar lo prometedor de la otra opción?


Publicado el 2 de enero de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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