Los chinos tienen un gran respeto por su historia. Durante más de 3.000 años, todo monarca que gobernaba el Reino Medio tenía un historiador de corte que registraba fielmente los asuntos del estado: política, finanzas públicas, desastres naturales, intrigas de palacio y, lo más importante, las guerras. El gran historiador chino Sima Qian escribió extensamente en el Shiji (Recuerdo del Escriba) sobre el reinado del emperador Han Wudi, que gobernó China del 141 al 87 a. de C. Este periodo, en todos los relatos, es uno de los reinados más grandes y largos en la historia de la China imperial.
La dinastía Han se estableció en el 202 a. de C. por un líder rebelde campesino llamado Liu Bang tras el colapso de la dinastía Qin. Para aplacar al campesinado y conseguir apoyo político de la clase mercantil, Liu Bang abolió rápidamente las duras leyes penales de los Qin, rebajó los impuestos estatales y adoptó una filosofía taoísta en el gobierno, una política de “Wu Wei Er Zhi”, que se traduce aproximadamente por “Vive y deja vivir”.
Cuando Han Wudi ascendió al trono con 16 años, en el 141 a. de C., el pueblo chino había disfrutado de unas seis décadas de gobierno de laissez faire bajo los primeros gobernantes Han. La economía estaba creciendo rápidamente, generando paz y prosperidad entre la gente común y al mismo tiempo enriqueciendo las arcas estatales. Pero al norte existía una temible amenaza.
Los bárbaros del norte
En las estepas mongolas vivían las tribus Xiongnu, unidas bajo una confederación en el siglo III a. de C. y gobernadas por Da Chanyu (el Gran Kan) después de varios cientos de años de guerras intertribales. Estos cazadores errantes y nómadas guerreros estaban en constante movimiento, no poseían mucho en términos de factores de producción y nunca produjeron mucho con sus granjas. Pero sí desarrollaron habilidades y conocimientos superiores en fabricación de armas y eran excepcionales en la cría de buenos caballos. Para complementar su magra vida nómada, recurrían frecuentemente al pillaje y el saqueo de pueblos y villas a lo largo de las fronteras del norte del imperio Han, así como de los reinos menores de los límites orientales del desierto del Gobi. Los chinos Han les llamaban los bárbaros del norte.
Para mantener a raya a los bárbaros, los primeros emperadores Han tuvieron que adoptar una política de matrimonios a cambio de paz: se casaba habitualmente a princesas Han con la nobleza Xiongnu, junto con tributos en seda, marfil, oro y piedras preciosas. Durante los primeros años de su reinado, Han Wudi mantuvo esta costosa práctica, pero pronto se dio cuenta de que esas políticas de apaciguamiento no podían mantenerse, ya que los bárbaros del norte envidiaban cada vez más las riquezas y opulencia en la corte Han. Sus ataques fronterizos se hacían más frecuentes y en varias ocasiones estuvieron cerca de asediar la capital de los Han, Chang-An (actualmente Xian).
Han Wudi, cansado de las incesantes intrusiones de los Xiongnu y envalentonado por las repletas arcas del estado, pronto abandonó la tradicional política de matrimonios a cambio de paz y decidió recurrir a una estrategia de ofensivas militares contra los bárbaros. Así empezó medio siglo de guerra sangrienta entre los vecinos del norte.
Caballos de guerra que sudan sangre
Las primeras campañas militares en las praderas del norte fueron batallas difíciles para el ejército Han. Soldados de infantería y carros de combate en grandes formaciones no eran enemigo para la ligera y huidiza caballería de los nómadas acostumbrados a la batalla. Las tácticas desarrolladas en las Llanuras Centrales no podían desenvolverse en las tierras hostiles de las estepas y bajo unas condiciones climáticas impredecibles. Sin embargo, debido a la superioridad en el número, el ejército Han consiguió expulsar a los Xiongnu de la fértil región del Río Amarillo y devolverlos a las estepas de Mongolia. La paz se restauró temporalmente.
Pero Han Wudi sabía que los bárbaros no tardarían en volver a sus incursiones fronterizas. En el 138 a. de C-, habiendo conocido la existencia de ciudades-estado en el lejano oeste del imperio Han por medio de comerciantes barbados de seda, el emperador envió una expedición de 100 emisarios para crear lazos diplomáticos y establecer alianzas militares con esos lejanos estados soberanos. Aunque la primera expedición no volvió en 13 años, las historias de productos exóticos (uvas y vinos), bestias fantásticas (leones) y conocimiento metalúrgicos avanzados (acero) fascinaron al emperador Han. Los informes de caballos de guerra “que sudan sangre” interesaron especialmente a Han Wudi, que empezó a albergar la idea de una caballería de cien mil miembros en su ejército.
(Los investigadores creen que estos caballos “que sudan sangre” son los primeros ancestros de la moderna raza Akhal-Teke del actual Turkmenistán. Ver “The Art of the Horse in Chinese History” publicado por Kentucky House Park, 2000, ISBN 1-56469-071-7).
La muerte de la emperatriz Dowager, la madre de Han Wudi en el 126 a. de C. fue una oportunidad irresistible para los Xiongnu, que lanzaron nuevos ataques en las fronteras Han. Como la costumbre china del momento de la “piedad filial” prohibía estrictamente actividades militares durante los tiempos de luto imperial, estos ataques enfurecieron profundamente al emperador. En el primer día de la desaparición de la prohibición de ataques militares, ordenó a sus generales lanzar un ataque masivo en represalia contra los bárbaros del norte. Esta batalla hizo que el Da Chanyu (Gran Kan) y su ejército destrozado fueran expulsados de las estepas de Mongolia hacia la profundidad del desierto del Gobi.
Intervención del estado y monopolios
No satisfecho con que la amenaza Xiongnu se redujera considerablemente y pretendiendo eliminar permanente la amenaza de las incursiones fronterizas, Han Wudi anunció a sus ministros su plan para un ataque ofensivo a gran escala contra los Xiongnu. Uno de los aterrorizados ministros preguntó al emperador: “¿Cómo vamos a llevar a cabo una campaña militar tan ambiciosa en el vasto desierto del Gobi?” Sin vacilar, el emperador respondió: “¡Con dinero!”
Con el consejo de su intervencionista Ministro de Finanzas, Sang Yanghong, el emperador Han empezó por estandarizar todas las unidades de moneda en el país y luego monopolizó la acuñación de todas las monedas de cobre. Luego consolidó la producción de sal, hierro y licor puso el comercio de estos bienes esenciales bajo control del estado. Cuando vio que mercaderes y comerciantes estaban prosperando por las anteriores inversiones públicas en la red de carreteras y canales (construida para facilitar el movimiento de bienes, particularmente seda, producida en el sur), fijó un impuesto a las ganancias de capital y una tasa de transporte sobre ellas.
Dándose asimismo cuenta de la importancia del comercio internacional para la economía nacional, Han Wudi envió una segunda expedición al oeste el 122 a. de C. con la misión de establecer lazos comerciales con Asia Central, así como intercambiar la muy preciada seda china por el legendario caballo de Guerra “que suda sangre” para su caballería. Esas expediciones pioneras acabaron llevando a la apertura de la famosa Ruta de la Seda, el nombre dado a las rutas tomadas por las caravanas de comerciantes que usaban la seda china como la moneda internacional de hecho hasta la dinastía Tang (siglos VI a IX).
Enfrentamiento en el desierto
Las políticas económicas intervencionistas del monarca Han fueron tan eficaces que en unos pocos años las arcas y graneros de Han Wudi estaban repletos. El emperador podía ahora permitirse forjar armas de acero, comprar caballos de guerra a contrabandistas Xiongnu y cruzarlos con sementales “que sudaban sangre” del oeste e incluso reservar su mejor grano para sus soldados. En el punto máximo de su reinado, Han Wudi comandaba la más grande y asombrosa máquina de guerra conocida hasta entonces en la historia de China.
En el año 119 a. de C., un inmenso ejército Han, compuesto por 500.000 soldados de infantería equipados como las mejores armaduras y espadas, una caballería pesada de cien mil jinetes sobre los mejores caballos de guerra adquiridos en Asia Central, apoyados por un equipo de suministros de 40.000 carros, junto con un enorme contingente de ingenieros militares, veterinarios equinos, zahoríes y una manada de 5.000 cabezas, cruzó el desierto del Gobi.
La histórica batalla duró más de tres meses con bajas masivas tanto en el ejército de Han como en las fuerzas de los Xiongnu. Los guerreros nómadas fueron decisivamente aplastados y su vaga confederación se desintegró en el desierto. Los resto de los guerreros del Da Chanyu (Gran Kan) acabaron huyendo hacia Europa Oriental (la actual Hungría) y las tribus Xiongnu desaparecieron de las estepas de Mongolia a partir del 51 a. de C.
Las arcas del estado de los Han estaban exhaustas y la economía decayó enormenete al final del reinado de Han Wudi.
Lecciones
La historia de Han Wudi presenta ideas útiles sobre el pensamiento político del estado chino moderno que ha desconcertado una y otra vez a los políticos occidentales, particularmente a los de la administración Bush.
Por ejemplo, la energía es el equivalente actual de los legendarios caballos de guerra “que sudan sangre”, que necesita gobierno chino para mover su moderna maquinaria económica. Mientras el gobierno de EEUU persiste en disminuir el capital de la nación (a un ritmo de unos 7.000 millones de dólares al mes y con la pérdida de muchas preciosas vidas de jóvenes) en la guerra de Iraq, los chinos mantienen una política de “olvido benigno”.
Casualmente está posicionada para capitalizar la actual situación geopolítica en Oriente Medio, para ser amiga de las naciones ricas en petróleo de Asia Central y otras naciones ricas en recursos que son enemigas del gobierno de EEUU y para conseguir valiosas fuentes de energía mediante lazos diplomáticos o comprar directamente sus propiedades. Los chinos parecen entender la matemática sencilla de REPEE (retorno de energía por entrada de energía) mejor que los economistas profesionales que trabajan para el gobierno de Bush.
Cuando el Secretario de Defensa de EEUU, Donald Rumsfeld, anunció orgullosamente al público estadounidense que estaba empleando estrategias de El arte de la guerra en Iraq, el emperador Han Wudi podía haber estado allí para dar consejo con un famoso proverbio chino: “Qi Hu Nan Xia” (“Si montas el tigre, no puedes bajarte de él”). Sin duda habría hablado de su experiencia con los encuentros con los malvados Xiongnu en las estepas de Mongolia. Por desgracia para Mr. Rumsfeld, ese proverbio no se encuentra en el manual bélico de Sun Tzu.
Igualmente, sobre el tema de la unificación con Taiwán, la China continental mantendrá la presión política sobre la provincia renegada, para incitar al presidente taiwanés, Chen Shui Bian, a continuar con su masivo gasto público (comprando caro armamento militar estadounidense). Al mismo tiempo, relaja aún más sus políticas de inversión extranjera directa para impulsar el traslado de las industrias taiwanesas y sus bases económicas al continente. El objetivo a largo plazo es acabar con las existencias de capital de su enemigo político.
Para el Secretario del Tesoro de EEUU, John Snow, el gobierno chino continuará cumpliendo de boquilla esta inacabable cháchara sobre la necesidad de reformas monetarias y desregulaciones del sector bancario que podrían permitir a los especuladores extranjeros manipular la divisa china y generar caos en los “burdos” y problemáticos mercados financieros chinos. Fue testigo de los horribles disturbios económicos causados por sus vecinos durante la crisis financiera asiática de 1997/1998 y las desastrosas consecuencias políticas y sociales que la siguieron.
Desde la perspectiva del moderno estado chino, los especuladores de divisas no son distintos de los bárbaros del norte que atacaban al emperador Han Wudi: esos depredadores oportunistas no tienen ningún interés en la propiedad a largo plazo de factores de producción y producen pocos bienes de utilidad. La única forma de ocuparse de esos canallas: ¡Mantenerles Fuera!
Además, la presencia del siempre beligerante FMI, con sus severos condicionantes de reforma del mercado (a cambio de rescates nacionales) inspira poca confianza en los chinos por el muy descarado régimen de tipos flexibles de cambio, que se entiende como imperialismo monetario envuelto en una retórica de “libre mercado”.
Para el nuevo presidente de la Fed, Ben Bernanke, su fobia a la deflación es justamente lo que habría ordenado el doctor chino. La Fed puede continuar felizmente manteniendo en marcha los buenos tiempos con la imprenta y los chinos estarán igual de contento ofreciendo bienes cada vez más baratos. Mr. Bernanke puede llamarlo “atesoramiento de efectivo”, “propensión al ahorro” o cualquier otra cosa que elija para acusar a los frugales chinos, pero el trabajador chino no va a abandonar sus costumbres centenarias de ahorro a corto plazo.
Pero en su exceso de celo por demostrar su conocimiento de la economía mágica (creando dinero de la nada) en su nuevo trabajo, Mr. Bernanke va a acabar sirviendo a los intereses económicos del amo político equivocado.
Conclusiones
Se dice que, antes de las grandes batallas, Han Wudi recordaba a sus generales:
La guerra inevitablemente perjudica a los ciudadanos comunes y trae mucho sufrimiento, pero como Hijo del Cielo, es mi deber eliminar permanentemente la amenaza de los Xiongnu de forma que los futuros gobernantes del gran Imperio Han no tengan que ahogar a la ciudadanía y arriesgarse al destino de la dinastía Qin que vino antes de nosotros.
En emperador Han Wudi entendía las consecuencias a largo plazo de incesantes expropiaciones públicas sobre el campesinado y la clase mercantil para el fin de embarcarse en sangrientas guerras. Está claro que el monarca Han, que gobernó el Reino Medio durante 54 años, tenía una preferencia temporal mucho mayor que la mayoría de los primeros ministros y presidentes de los tiempos modernos elegidos mediante un proceso democrático.
Igualmente, al no estar sometido a los caprichos y modas de un electorado, el actual gobierno de Pekín tiene una perspectiva a largo plazo sobre los objetivos políticos e intereses económicos del estado autoritario.
Como el gran emperador Han que gobernó más de 2.000 años antes, el Capitalista Rojo ha amasado pacientemente un enorme arcón para la guerra económica, en torno a 700.000 millones de dólares en reservas en moneda extranjera, que están creciendo un ritmo de ¡unos 200.000 millones de dólares anuales! Esta vez no será para eliminar a nómadas guerreros no civilizados en el norte, sino para derrotar a los bárbaros monetarios de Occidente. Y cuando golpee la próxima gran crisis financiera, adivinad quién va a ser el nuevo “prestamista de último recurso” internacional.
Publicado el 30 de noviembre de 2005. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.