¿Qué es una ciencia a priori y por qué la economía cumple los requisitos para serlo?

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No es raro encontrar a gente bastante inteligente que, aunque simpatice enormemente con la economía política de Ludwig von Mises, se ve sin embargo confundida o incluso rechace los preceptos metodológicos que guían su teorización económica. Lo más habitual es que sus objeciones se dirijan particularmente a la afirmación repetida y enfática de Mises de que el núcleo de su teoría económica se compone de conceptos a priori, proposiciones a cuya veracidad se llega mediante la reflexión en lugar de mediante investigación empírica. A menudo consideran a este aspecto de su pensamiento como contrario a los principios científicos modernos, asemejándose a un fósil viviente, una bestia arcaica que en realidad debería haberse extinguido junto con el racionalismo abstracto de la era anterior a la Revolución Científica.

En el curso de diálogos con dichos críticos, creo  haber detectado una incomprensión común acerca de lo que significa que una proposición sea una verdad a priori sobre algún tema. Este error no solo crea confusión acerca de la metodología económica de Mises, sino que asimismo oculta los fundamentos reales de las ciencias empíricas que, justificadamente, tanto admira la mayoría de esta gente.

Tal y como yo le entiendo, al categorizar los principios fundamentales de la economía como verdades a priori y no asuntos circunstanciales abiertos a descubrimiento o reputación empíricos, Mises no estaba afirmando que la ley económica se nos revele por acción divina, como los diez mandamientos a Moisés. Tampoco estaba proponiendo que los principios económicos estén imbricados en nuestros cerebros por evolución, ni siquiera que pudiéramos articularlos o comprenderlos antes de familiarizarnos con el comportamiento económico participando y observándolo en nuestras propias vidas. De hecho, es bastante posible que alguien haya tenido mucha experiencia real con la actividad económica y aun así nunca se haya preguntado acerca de los principios básicos que exhibe, si es que hay alguno.

En todo caso, Mises se justificaba al describir esos principios como a priori, porque son lógicamente anteriores a cualquier estudio empírico de los fenómenos económicos. Sin ellos es imposible siquiera reconocer que hay una clase distinguible de acontecimientos  dispuestos para su explicación económica. Solo presuponiendo que conceptos como intención, propósito, medios, fines, satisfacción e insatisfacción son característicos de un cierto tipo de acontecimientos en el mundo, podemos concebir una materia que puede investigar la economía. Estos conceptos son prerrequisitos lógicos para distinguir un ámbito de acontecimientos económicos de todos los aspectos no económicos de nuestra experiencia, como el tiempo, el curso de un plantea en el cielo nocturno, el crecimiento de las plantas, las olas rompiendo en la orilla, la digestión animal, volcanes, terremotos, etc.

Salvo que postulemos primero que la gente realiza deliberadamente actividades previamente planificadas con el objetivo de mejorar su situación, tal y como la ven subjetivamente, de la que habría sido en caso contrario, no habría fundamento para diferenciar el intercambio que tiene lugar en la sociedad humana de los intercambios de moléculas que se producen entre dos líquidos separados por una membrana permeable. Y los aspectos que caracterizan a los miembros de la clase de fenómenos diferenciados como el asunto de una ciencia especial deben tener un estado axiomático para los practicantes de esa ciencia, pues si los rechazan, también rechazan la justificación para la existencia de esa ciencia.

La economía no es única en requerir la adopción de ciertas suposiciones como precondición para utilizar el modo de comprensión que ofrece. Toda ciencia se funda en proposiciones que forman la base en lugar del resultado de sus investigaciones. Por ejemplo, la física da por sentada la realidad del mundo físico que examina. Cualquier parte de evidencia física que pueda ofrecer tiene  valor solo si se supone antes que el mundo físico es real. Tampoco los físicos pueden demostrar su suposición de que los miembros de una secuencia de mediciones físicas similares muestren alguna relación coherente y con sentido entre sí. Cualquier prueba de un tipo concreto de medición debe presuponer la validez de alguna otra forma de medición sobre la que haya que juzgar la forma bajo examen.

¿Por qué sí aceptamos que cuando ponemos una regla junto a un objeto y descubrimos que este ocupa la mitad de la longitud de la regla y luego lo ponemos junto a otro objeto, que solo ocupa un cuarto de su longitud, esto significa que el primer objeto es más largo que el segundo? Indudablemente no por prueba empírica, pues no tendría sentido cualquiera de dichas pruebas, salvo que ya concediéramos el principio en cuestión. En matemáticas no llegamos a saber que 2 + 2 es siempre igual a 4 agrupando repetidamente dos cosas con otras dos y contando el resultado. Eso solo demostraría que nuestra respuesta era correcta en los ejemplos que examinamos (¡siempre suponiendo que la cuenta funciona!), pero creemos que es universalmente verdad. La biología presupone que hay una diferencia importante entre seres vivos y materia inerte, y i se niega esa diferencia también se negaría su propia validez como una ciencia especial.

Lo que es notable respecto de la economía en este aspecto es cuánto conocimiento puede obtenerse entendiendo las implicaciones de sus postulados. Carl Menger llegó a la gran idea de que el valor de un bien para un actor depende de su utilidad marginal para él, basada enteramente en entender las consecuencias de la suposición de que la gente actúa con el fin de mejorar sus circunstancias. La obra magna de Mises, La acción humana, es una magnífica exposición de los resultados que pueden lograrse siguiendo estas líneas.

La gran fecundidad de dicho análisis en economía se debe al hecho de que, como humanos que actuamos, tenemos una comprensión directa de la acción humana, algo que nos falta al ponderar el comportamiento de electrones o estrellas. El modo reflexivo de teorizar se hace aún más importante en economía porque la naturaleza creativa de la elección humana no exhibe de por sí las regularidades cuantitativas y empíricas cuyo descubrimiento caracteriza las ciencias físicas modernas. (La biología nos presenta un interesante caso intermedio, ya que muchas de sus conclusiones son cualitativas).

Uno puede entender y asentir sobre la verdad nuclear respecto de la economía que destacaba Mises, pero sin embargo alejarse de él respecto de lo que significa exactamente esa verdad para el fin de la ciencia económica. Por ejemplo, el pupilo de Mises, F.A. Hayek, aunque estaba de acuerdo con su mentor en la naturaleza a priori de la “lógica de la acción” y su estatus fundacional en economía, llegó a considerar a investigar los asuntos empíricos que deja abierta la lógica de la acción como una tarea más importante que un mayor examen de esa misma lógica.

Espero que las consideraciones anteriores harán más inteligible el apriorismo de Mises para empiristas radicales. Pero sospecho que algunos pueden seguir viendo con recelo la propuesta de que tengamos este “excéntrico” tipo de conocimiento, que no es empírico ni analítico. Puede que todavía se inclinen por rechazarlo, advirtiendo que su afirmación de estado axiomático le protege de mayores análisis. También parece sospechosamente similar a esos marginados de la respetabilidad epistemológica posterior a la Ilustración: afirmación intuitiva, revelada y mística de conocimiento. Sin embargo, un examen más profundo del conocimiento humano, realizado sin un prejuicio a favor de los métodos actualmente sancionados de investigación, revela a todo modo de comprensión, incluyendo el lógico, el matemático y el experimental, como basado en último término en nuestro juicio intuitivo.

Por ejemplo, se puede presentar a una persona resultados de experimentos que apoyen que es sólida una teoría científica concreta, pero ningún experimento podrá demostrarle nunca que la experimentación es un medio razonable por el cual evaluar una teoría científica. (Salvo, por supuesto, que simplemente la adopte por la autoridad de otros). Pueden mostrársele cientos de pruebas rigurosas para diversos problemas matemáticos y enseñársele  los criterios por los que se han juzgado sólidos, pero no puede haber esta prueba para la validez del propio método. (Es conocido que Kurt Gödel demostró que un sistema formal de deducción matemática que sea tan complejo como para modelar incluso un asunto tan básico como la aritmética debe evitar o bien ser incompleto o ser incoherente, pero siempre debe sufrir al menos uno de esos defectos).

Se puede instruir a una persona en sistemas mecánicos de lógica formal, pero no hay procedimiento mecánico para decidir cuál de estos posibles sistemas merece la pena desarrollar. (Es bastante posible especificar sistemas formales de lógica perfectamente coherentes que generen conclusiones que sean correctas para las normas del sistema, pero que cualquier persona inteligente puede ver que no tienen sentido. Por ejemplo, podemos idear un sistema en el que si x implica y y z implica y, entonces x implica z. Dentro de ese sistema, la aceptación de todos los “hombres son mortales” y “todas las babosas son mortales” significaría que todos los hombres son babosas. Aparte, quizá, de feministas especialmente amargadas, todos podemos ver que el argumento es una porquería, pero solo podemos juzgar entre formalismo alternativos basados en nuestro sentido intuitivo de la verdad deductiva).

Michael Polanyi ha demostrado que el juicio intuitivo es el árbitro final incluso en las ciencias “duras” como física y química.

Mientras que los descubrimientos experimentales son, bastante apropiadamente, un factor importante en una decisión científica de cuál aceptar de entre dos teorías rivales, el juicio personal e intuitivo del científico siempre tendrá la última palabra en el asunto. Cuando los resultados de un experimento estén en conflicto con una teoría, el defecto puede estar o en la teoría o en el experimento. Al final, es el científico el que decide cuál descartar, una cuestión que no pueden resolver los mismos datos empíricos dudosos.

Esta confianza defintiva e inevitable en el juicio se ilustra por parte de Lewis Carroll en Alicia a través del espejo. Alicia dice a Humpty Dumpty que 365 menos uno es 364. Humpty se muestra escéptico y pide ver el problema escrito en un papel. Alicia lo escribe inmediatamente:

365
-1
—-
364

Humpty Dumpty estudia su  trabajo por un momento antes de declarar que parece correcto. La moraleja de la historia cómica de Carroll es que las herramientas formales de pensamiento son inútiles para convencer a alguien sobre sus conclusiones si no ha entendido ya intuitivamente los principios básicos sobre los que se construyen.

Todo nuestro conocimiento en último término se basa en nuestro reconocimiento intuitivo de la verdad cuando la vemos. No hay nada mágico ni misterioso acerca de los fundamentos apriorísticos de la economía, o al menos nada más mágico o misterioso que respecto de nuestra capacidad de comprender cualquier otro aspecto de la realidad.


Publicado el 9 de febrero de 2006. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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