Democracia y gasto público: Extender y pretender

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Durante los pasados 80 años aproximadamente, los se ha esperado que los gobiernos proporcionen cada vez más servicios sociales. Esto significa facturas cada vez mayores para los contribuyentes de esta generación y las generaciones por nacer. Como los gobiernos están casi constantemente en números rojos, a menudo parecen adictos a la cocaína buscando desesperadamente la próxima dosis. La dosis, en el caso de los gobiernos, es la perpetua necesidad de más dinero, sin que importe cuánta riqueza pueda estar generando el motor de una economía robusta.

Uno de los engaños de cualquier gobierno democrático es el síndrome de “otro pagará”. Normalmente en democracias sociales maduras los legisladores miran los ciclos electorales y entienden que nunca hay dinero suficiente para respaldar sus promesas. Así que pasan el problema de la factura al futuro imprimiendo dinero y emitiendo bonos que no vencerán hasta que se hayan ganado sus elecciones.

Sin embargo, en la mayoría de las democracias, por citar al exentrenador profesional de fútbol americano George Allen, “el futuro es ahora”. Decenas de millones de personas en Estados Unidos, Europa y Japón se están jubilando ahora mismo después de toda una vida pagando impuestos a fondos públicos de jubilación con defectos. Las democracias están afrontando problemas para mantener todas las promesas de anteriores políticos, la mayoría de los cuales disfrutan ahora de crasas pensiones públicas, mientras que los contribuyentes luchan por pagar las facturas que dejaron atrás. Así que pagar las facturas es un problema perpetuo para políticos que afrontan las próximas elecciones.

Por ejemplo, en Estados Unidos, los superávits de los fondos de “garantía” de la Seguridad Social y el Medicare se han visto apropiados a lo largo de los años pro gobiernos de derechas y de izquierdas. Los usaron para pagar deudas políticas y hacer que los déficits parecieran más pequeños. Sin embargo, el presidente Clinton reconoció implícitamente el engaño. Al final de su presidencia, estaba pidiendo a los legisladores que “salvaran” la Seguridad Social. ¿Por qué tenía que salvarse? ¿Dónde habían ido años de altos impuestos a las nóminas?

Por suerte para los políticos, la mayoría de los votantes no parece entender que el exceso de gasto del pasado amenaza ahora su estilo de vida y el valor de su dinero. El engaño continúa mientras el gobierno busca nuevos impuestos para hacer buenas las promesas de gobiernos anteriores. Así que hoy el último truco fiscal es una nueva versión de un viejo programa: “Pagarán los ricos”.

La implicación de este juego es que el resto disfrutaremos de un viaje gratuito, o de bajo costo, mientras que una enorme fortuna en riquezas va a los cofres del gobierno. Los servicios públicos (todo lo que va de servicios médicos gratuitos a educación gratuita de calidad a soberbios servicios de transporte, etc., etc.)  se proporcionarán con poco o ningún coste porque los ricos (sean quienes sean) lo pagarán.

Aquí en Nueva York, un nuevo alcalde con fuertes lazos con el sindicato de maestros quiere extender los programas de la escuela pública preescolar gravando con un impuesto mayor a los que ganan 500.000$ anuales o más. A nivel nacional, el presidente Obama ha señalado que los que ganan 250.000$ anuales o más deberían pagar más impuestos. El argumento se basa también en la idea de que el gobierno debería intervenir y resolver el problema de la “desigualdad de rentas”.

Usando este tipo de pensamiento, se podría sin duda impedir que ciertos equipos ganen más campeonatos (los New York Yankees, el Real Madrid, los Green Bay Packers, los Boston Celtics), porque ya han ganado muchos más que otros, así que es injusto. La lógica de que el rico debe pagar a los políticos es que la liga o el gobierno debe corregir desigualdades. Pero las desigualdades entre humanos son muchas y son imposibles de definir, ya que cada individuo es único. Aun así, este tipo de políticas no solo no funcionan, sino que dañan a nuestra economía. Se han discutido y en algunos casos probado. En la práctica, dicen a los que tienen éxito: “Lo estás haciendo demasiado bien. Tenemos que hacer algo contigo”.

Me recuerda a la política fiscal post-Segunda Guerra Mundial. Entonces la política fiscal progresiva dominaba el sistema antes de los recortes fiscales de la administración Kennedy de principios de la década de 1960. En Estados Unidos, en las décadas de 1940 y 1950 tuvimos realmente tipos fiscales marginales del 94%. Pensad en ello. Si llegarais a cierto punto en que solo pudieseis quedaros con seis centavos de cada dólar adicional que ganéis, ¿por qué ibais a ganar ese dólar extra? Esto es lo que pasó en las décadas de 1940 y 1950. La gente con renta alta dejaría de trabajar al final del año cuando se acercara al 94%.

¿Cómo pudo ayudar eso a nadie?

Evidentemente dañaba a nuestra economía, ya que gente con talento, en un escenario de La rebelión de Atlas modificado, se retiraba parte del año. ¿Qué pasa con los ricos? Quiero de ellos lo mismo que quiero de cualquier otro. Quiero que continúen gastando e invirtiendo tanto como quieran sin preocuparse por lo que J.S. Mill llamaba “un impuesto al éxito”. O consumen o ayudan a crear producción iniciando empresas que generan los “trabajos” por los que nuestros políticos están constantemente clamando durante estos tiempos de alto desempleo y débil crecimiento del empleo.

¿Pero qué pasa con el resto de nosotros: los que ganamos menos de 250.000$? Dudo que aumentar los impuestos a los ricos, que suponen un pequeño porcentaje de la sociedad, suponga mucha diferencia. Consideremos que muchos gobiernos occidentales tienen déficits de cientos de miles de millones de dólares cada año. Todo el concepto de sacudir a los ricos es tonto y contraproducente. Primero, consideremos a la gente que ya tiene riqueza. Si los gobiernos siguen aumentando los impuestos, cuando lleguen a cierto nivel, estas personas pueden dejar de trabajar justo antes de que salte la tasa sancionadora. Al contrario que el resto de nosotros, los ricos no tienen que trabajar por salarios gravables. Ya tienen bastante riqueza.

Y para el resto de nosotros, con rentas medias y bajas, ¿piensa alguien realmente que, una vez que el gobierno recaude impuestos aún mayores de los grandes asalariados que el dinero irá a nuestros gobiernos centrales y nos darán a los demás un respiro en los impuestos?

Ya podéis dejar de reír.

En contraargumento para el síndrome de los ricos pagarán es este: Primero, ni siquiera  los más altos tipos fiscales marginales sobre los ricos generarán nunca la cantidad de dinero que espera el gobierno. Al ir aumentando los impuestos, la gente no trabaja tan duro o, en el caso de gente con rentas modestas, trabajará por debajo de la mesa. Es un problema tremendo en un país con altos impuestos como España. Segundo, la historia de tantos programas del gobierno central es que, incluso cuando generan mucho en impuestos, una tremenda cantidad de los ingresos se los comen los gastos administrativos.

Las burocracias en los niveles más altos de los gobiernos son tremendamente caras de mantener. Esto es cierto ya estemos hablando de portaaviones o de Seguridad Social. De hecho, en el caso de esta última, una vez oí a un economista, Jeffrey Burnham, decir en una conferencia que siempre que la Seguridad Social tuvo un gran superávit, los gobiernos se han quedado con él. He aquí otro ejemplo de la filosofía de “envíalo y lo gastaremos y luego veremos”, que domina a los gobiernos democráticos. En la década de 1980 en Estados Unidos hubo una protesta para que se limpiaran los vertidos tóxicos. El gobierno, mediante su poder fiscal, recaudó cientos de millones de dólares. ¿Qué pasó con los vertederos? Pocos se limpiaron.

¿Qué pasó?

La mayoría del dinero se gastó en costes administrativos. El gobierno no debería aumentar los impuestos a los ricos, ni al resto de nosotros. Debería recortar impuestos cerrando departamentos completos del gobierno y vendiendo activos públicos. Dejen que la gente, toda la gente, lleve a casa más de su dinero duramente ganado. Con la Seguridad Social y otros programas sociales públicos afrontando increíbles problemas de financiación, es más importante que nunca que la gente tenga ahorro e inversión privada. Me refiero a activos bajo su control, no dependientes de un programa público que pueda cambiar los niveles de pago a golpe de pluma de político.

Dejemos que la gente no dependa del otro o de políticos hambrientos de votos, para pagar sus facturas. Dejemos que la gente cree sus propios activos y tome control de sus vidas a través de un sistema notable: más propiedad privada.


Publicado el 18 de febrero de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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