Especies en peligro de extinción, propiedad privada y el bisonte americano

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El debate político sobre qué debería hacerse respecto de las especies en peligro de extinción parece continuar sin que haya un final. Ya están apareciendo este año reclamaciones para poner una multitud de especies en la lista en peligro de extinción, incluyendo al pingüino emperador, el sapo de Arizona, el león africano, así como muchas otras.

La actual lista de especies en peligro de extinción tanto de plantas como de animales supera las 9.000. Es una cifra considerablemente superior que las 78 especies distintas mencionadas bajo la Ley de Conservación de Especies en Peligro de Extinción de 1966. Casi 50 años después, 72 de estas 78 especies siguen en la lista, con solo 2 recuperadas, 3 extintas y 1 eliminada debido a un error en los datos.

Desde que Richard Nixon firmó la amplia Ley de Especies en Peligro de Extinción de 1973, pretendiendo “detener e invertir la tendencia hacia la extinción de especies, a cualquier precio” (cursivas añadidas), solo 30 de estas 9.000 especies se han recuperado en la práctica, habiéndose extinguido diez. Esto da a la Ley, aplicada tanto por el U.S. Fish and Wildlife Service (FWS) como por la National Oceanic and Atmospheric Administration (NOAA), una pésima tasa de éxito de menos del 1% a pesar de un presupuesto medio anual de casi 2.000 millones de dólares.

También firmado en 1973 por 80 gobiernos diferentes existe el tratado CITES, diseñado para “asegurar que el comercio internacional de comercio de especímenes de animales salvajes y plantas no amenace su supervivencia”. Ejemplos de esto son los comercios ilegales de cuernos de rinoceronte y colmillos de elefante.

En un reciente cambio que probablemente resulte una sorpresa para muchos amantes de los animales en todo el mundo, el gobierno de Sudáfrica está pidiendo a la comunidad internacional que legalice el comercio de cuerno de rinoceronte como medio para salvar al animal y luchar contra la caza furtiva.

La justificación para esto está clara: al prohibir la venta de cuernos y hacerlos así menos disponibles, su precio se ha disparado, creando increíbles incentivos monetarios para los cazadores furtivos. Al mismo tiempo, el rinoceronte ha perdido una fuente importante de su valor en mercados legales, lo que ha hecho que los propietarios privados de rinocerontes cuestionen la rentabilidad de proporcionar mucha seguridad al animal.

Esas fuerzas perversas actúan con respecto a toda la lista de especies en peligro de extinción, ya que el mismo estatus de “en peligro de extinción” hace casi imposible ganar ningún dinero de los animales.

Aunque algunos activistas de la protección de animales sin duda aborrecen la idea de ganar dinero con los animales, está claro que hacer ilegales esos beneficios no ha hecho nada para proteger a los que están en la lista de especies en peligro de extinción, ya que parece que pocas de ellas desaparecerán nunca de dicha lista. Es mucho más probable que la única forma de salvarlas sea a través de mercados libres y privatización, como se vio en el caso del bisonte americano.

El bisonte americano

Una razón importante para la dramática disminución de las cifras de población del bisonte de las decenas de millones que vivían en 1800 a los pocos centenares vivientes en la década de 1880 es lo que los economistas llaman una tragedia de los comunes.

Cuando la propiedad se posee privadamente, hay incentivos para ahorrar y conservar recursos, debido a la posibilidad de que pueda aparecer un momento más oportuno para su utilización a lo largo del tiempo. En la medida en que dichos recursos generen renta a sus propietarios, se harán planes para conservarlos en el futuro previsible. En otras palabras, una persona que venda productos de bisonte para ganarse la vida tendrá problemas si desaparece toda la población de bisontes.

Una tragedia de los comunes aparece cuando hay un acceso común (público) a la propiedad. Bajo esas condiciones, se imponen costes masivos al intentar ahorrar recursos, porque, después de todo, si no la usas, alguien lo hará. El aspecto trágico de la propiedad común es por tanto que el recurso en cuestión resulta sobreutilizado a niveles insostenibles, como se vio en el bisonte sin propietario (salvaje).

Durante cientos de años, los nativos americanos cazaron el bisonte como comida y recurso, pero la población humana era tan escasa que no había preocupación por el peligro de extinción del animal.

Todo cambió con la Revolución Industrial donde no solo se expandió masivamente la población americana, sino también la demanda de productos de bisonte. Por supuesto, la mayoría de los bisontes de pradera estaban ubicados lo suficientemente al oeste como para que este territorio no estuviera en buena parte poseído por blancos, lo que generó una matanza indiscriminada; solo en los años 1872 y 1873 se registran más de 3 millones de bisontes muertos.

Además, los ferrocarriles ayudaron a esta aniquilación, porque las manadas de bisontes eran en algunos sitios tan grandes que se sabía que llegaban a retrasar trenes durante días. Es otro ejemplo del problema de los comunes, igual que la creciente popularidad de la “caza por deporte”: si el bisonte hubiera sido de propiedad privada, interferir con los ferrocarriles había sido violación de propiedad, una responsabilidad que los propietarios de bisontes tendrían un incentivo para evitar.

La segunda gran razón para la casi extinción del bisonte fue el territorio controlado por el estado y todos los riesgos morales que lo acompañan.

La política oficial del gobierno federal también ayudó a acelerar el declive del bisonte. Además de las enormes extensiones de territorio no colonizado, seguía habiendo considerables poblaciones de nativos americanos que llamaban hogar a la región. Sin embargo el gobierno de EEUU quería para sí este territorio y precedió a mandar a los nativos a las llamadas “reservas”. Naturalmente, estalló la guerra con el ejército de EEUU. Liderada por el sanguinario general William Sherman, el ejército de EEUU adoptó una política de tierra quemada, que incluía intentos de erradicar el bisonte de las praderas.

Pero incluso olvidando esa gente malintencionada, lo que dentro del gobierno realmente  querían conservar al bisonte tampoco tuvieron éxito.

Aunque Idaho, Texas, Nuevo México y otros estados aprobaron leyes similares a la Ley de Especies en Peligro de Extinción, a menudo fracasaron en hacerlo antes de que fuera demasiado tarde y el bisonte ya hubiera desaparecido. En 1872, se abrió el Parque Nacional de Yellowstone como refugio seguro, pero la caza furtiva siguió siendo un problema importante. Henry Yount, recordado por su periodo en Yellowstone como primer ranger de parques nacionales, dimitió del cargo después de solo 14 meses debido a que, solos, sus esfuerzos resultaban inútiles.

Por suerte para el bisonte, Charles Goodnight, James McKay, William y Charles Alloway, así como un grupo de otros rancheros privados empezaron a apoyar al bisonte salvaje a lo largo de las décadas de 1860 y 1870. De 1884 a 1902, la población de bisontes en Yellowstone descendió en realidad de 25 a 23, pero también en 1902 unos 700 eran de propiedad privada. Esta tendencia ha continuado durante más de un siglo, ya que la relación en la década de 1990, la relación era de 25.000 de propiedad pública a 250.000 de propiedad privada.

Conclusión

Ya sea hablando del gobierno de Sudáfrica, el FWS y el NOAA o el gobierno de EEUU en general, los continuos fracasos en la protección de las especies en peligro de extinción aparece como resultado de un problema de asignación.

Mientras que los propietarios privados utilizan contabilidad básica para determinar si están obteniendo ganancias o sufriendo pérdidas, las actividades del gobierno no están sometidas a esas limitaciones, porque el estado es capaz de externalizar sus costes hacia otros mediante impuestos. Las empresas privadas que hubieran mostrado ese récord imbatido de fracasos habrían cerrado sus puertas hace años.

La experiencia del bisonte nos muestra que no solo los gobiernos son habitualmente responsables de poner en peligro de extinción muchas especies en primer lugar, sino que sus esfuerzos por la conservación de las especies no puede igualar el éxito de la propiedad privada.


Publicado el 10 de febrero de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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