Las regulaciones laborales y energéticas nos quitan todo

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Mi secadora de ropa se estropeó el día de nochebuena, produciendo una de las frustraciones más comunes que afrontamos en el estado nación moderno.

Ya veis, hubo un tiempo en que, cuando se averiaba la secadora, el dueño tenía dos opciones: repararla o comprar una nueva. El propietario sopesaría los costes y beneficios de cada una, tomaría una decisión y luego se dedicaría a otra cosa. Pero esos días han pasado. Ahora cuando un electrodoméstico se descompone, se nos impone cada vez más una temible tercera opción: la de repararlo nosotros mismos.

Ahora bien, la autorreparación era probablemente una alternativa más común durante la generación de mi abuelo. Pero al expandirse la economía y crecer la renta por cabeza, el tiempo dedicado a reparar los electrodomésticos propios significaba menos tiempo trabajando en el mercado. Hacia el final de su carrera, mi abuelo (dueño de una empresa de chapa metálica en Waukesha, Wisconsin), probablemente pagaba a otros para reparar sus electrodomésticos de forma que se pudiera dedicar a atender mejor a sus propios clientes.

Este es un ejemplo de cómo la expansión de riqueza que hizo posible el capitalismo llevó a la creación de nuevos trabajos que no existían antes. No sabemos qué alternativas habrían elegido estos reparadores como profesión si no se hubiera abierto el mercado de trabajo en reparación de electrodomésticos (e incluso esta evolución nunca se hubiera producido sin emprendedores de generaciones anteriores introduciendo los electrodomésticos en las casas, para empezar), pero podemos estar seguros de que les hubieran proporcionado menos beneficios. Si esto no fuera (apodícticamente) verdad, habrían elegido esas alternativas en lugar de su profesión real en la reparación de electrodomésticos.

Con mi secadora estropeada, podría haber usado mis ahorros y comprado un nuevo modelo barato por aproximadamente 500$, pero era una opción que quería evitar. Podría haber contactado con un servicio de reparación, pero el coste hubiera alcanzado fácilmente el precio de una máquina nueva.

Pero los resultados derivan en restricciones a las fuerzas de mercado que afectan tanto la oferta de secadoras como la disponibilidad de reparación. Los estándares de cumplimiento “Energy Star” sobre electrodomésticos han aumentado los costes de producción cartelizando este sector mientras proporcionaba solo beneficios nimios en término de eficiencia en la potencia. Entretanto, las intervenciones en los mercados laborales, especialmente en el lado dela  entrada en el mercado, han reducido la oferta de reparadores, dando así los existentes la capacidad de reclamar salarios superiores de los que tendrían en otro caso. Para gente (como yo) que no vive en una gran ciudad, incluso encontrar un reparador puede ser difícil.

El resultado final: Los efectos del fracaso del gobierno están alcanzando a mi hogar y mis ahorros. Lo que es peor, me están obligando a adoptar la temible tercera opción.

Decidí arreglar yo mismo mi secadora.

La decisión no se tomó alegremente. No soy un manitas. Mis ventajas comparativas tienden a no incluir juegos de destornilladores y darse palizas. Es más, me ofende verme obligado a enseñarme habilidades a las que renunciaron encantados mi abuelo y su generación cuando las fuerzas del mercado se desarrollaron hasta un punto en que pudieron hacerlo. Mi situación olía a delegación social hincando su pezuña hendida en mi cuarto de la lavadora.

Pero seguí adelante y pronto aprendí que estaba lejos de estar solo en mi aprieto y que, en realidad, enormes masas de individuos en todo el país se están viendo obligados por circunstancias artificiales similares a recibir formación de última hora en reparación de electrodomésticos contra su voluntad.

En respuesta, Internet está hoy plagada de manuales de reparación a los que puede accederse después de unos pocos clics en un portal de búsquedas, mientras que hay miles de vídeos de YouTube sobre reparaciones subidos por heroicos expertos explicando cómo diagnosticar y luego reparar aparentemente cualquier problema de electrodomésticos.

Tareas como reemplazar un motor o una correa de la secadora son mucho menos desalentadoras cuando puedes ver a otro hacerlo, paso a paso, en un vídeo que publica un profesional y lo ve un novato, todo con un coste cero. Mientras veía  varios de esos vídeos, se me ocurrió que eran parte de un sistema de formación vasto, descentralizado y no regulado que ha aparecido para contrarrestar los efectos adversos de la intervención pública. Lo que me llevó a ponderar (mientras desenchufaba mi secadora y la separaba de la pared): ¿Qué innovaciones similares del mercado se desarrollaron en la antigua Unión Soviética que hicieran la vida algo más soportable allí? Al ir creciendo el tamaño y ámbito del gobierno en Estados Unidos, ¿qué otros rodeos se verá obligada la gente a instigar para hacer la vida soportable aquí? ¿Aparecerán vídeos subversivos explicando bricolaje de cirugía una vez se deroguen completamente los precios de la atención sanitaria?

Estos sistemas espontáneos de formación están lejos de ser perfectos. Son claramente una segunda opción, siendo la primera esas opciones de mercado que se han hecho invisibles e inalcanzables debido a las intervenciones violentas en las fuerzas de mercado. Pero son más que suficientes. Yo soy una prueba. Si un economista como yo, que hasta ahora desconocía que los destornilladores se medían tanto en pulgadas como en centímetros puede reemplazar una correa y motor de una secadora con la ayuda de unos pocos amigos recién descubiertos en YouTube, sirven para mucho más que para el bien social.

También sirven especialmente a los pobres, que son los que más sufren cuando el gobierno restringe las alternativas del mercado. Muchos de los que usamos estos recursos aplicamos al menos parte de los fondos economizados para contratacar contra un gobierno arrogante que los hace necesarios para empezar.


Publicado el 7 de febrero de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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