Mises, Kant y gasto social

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Los derechos naturales del hombre y los límites del gobierno

En La ley, Frédéric Bastiat presenta la irrefutable máxima de que los derechos del hombre existen antes de la formación del estado  y de que, por tanto, la acción colectiva del estado no puede entrar en conflicto con los derechos previos del hombre. Según Bastiat, el hombre puede delegar al estado solo aquellos poderes que él mismo ya posee y el hombre no tiene un derecho natural a obligar a otros a darle caridad. Com no puedo obligarte a que me des la caridad que elijo, tampoco el gobierno puede obligarte a darle la caridad que elija. Pero eso es exactamente lo que hace. Supongamos que protestas porque el gobierno da dinero a una caridad que personalmente aborreces. No llegarás muy lejos argumentando que tienes un derecho a reducir tus pagos de impuestos en una cantidad a prorrata. Si persistes en retener el pago, el gobierno confiscará tus activos. Si tratas de proteger tus cativos, el gobierno te matará. Aun así, desde el contexto de los derechos naturales, el gobierno no tiene justificación para obligarte a pagar una caridad que desapruebas y no financiarías voluntariamente.

La justicia real y el imperativo categórico

Quizá haya una justificación superior para permitir al estado violar nuestros derechos naturales confiscando nuestra propiedad coactivamente para la supuesta mejora de otros. Para esta justificación, acudimos a dos filósofos: Immanuel Kant y T. Patrick Burke. Empezaremos con Kant. Nuestra concepción de la justicia real no ha encontrado mejor expresión que la de Immanuel Kant en su explicación del “imperativo categórico”. Un imperativo categórico nos dice qué hacer incondicionalmente en todo lugar en todo momento y a todo hombre. No deriva su poder de ninguna autoridad salvo la razón pura. Kant distingue este imperativo categórico de un imperativo hipotético, como una “necesidad”. Aunque un imperativo hipotético pueda ser válido, como “los pobres vivirían mejor si recibieran ayuda social”, nunca puede ser objetivo. Da una razón solo a los que se ven afectado, en este caso los pobres. Dar ayuda social a los pobres no puede ser una acción incondicional, aplicándose a toda la gente en todo lugar en todo momento.

En su libro de introducción a Kant, Roger Scruton explica que hay cinco variantes del imperativo categórico. Las primeras dos son las más importantes para nuestros propósitos ahora. La primera variante es la Regla de Oro, Mateo 7:12:” Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas.”. Abraham Lincoln aludía a la Regla de Oro cuando decía: “Como no sería esclavo, no sería amo”. Se basa solo en la razón. La segunda variante es que todos los hombres sean tratados como fines y no como medios. Los seres racionales son fines en sí mismos y nunca meros medios para otro fin o medios para alcanzar los fines de algunos hombres y no de otros. Por esta ley natural, incluso si todos excepto un hombre en una comunidad votaran que todo debería donarse a caridad, el imperativo categórico negaría que sea justo que la comunidad obligue a este hombre. La comunidad de hombres estaría usando a este hombre como un medio y no como un fin, un ser racional con dignidad humana.

El profesor T. Patrick Burke añade algo importante a la naturaleza injusta de la coacción del estado para donación de caridad. Defiende convincentemente que la acción de rechazar ayudar a alguien que lo necesite no es injusta, pues esa persona necesitada se queda en la misma situación en la que estaba antes. La acción de rechazar ayudar no añade nada al apuro de esa persona. Si nos vemos obligados por algún concepto superior de justicia a ayudar a todos los que acudan a nosotros con una necesidad, seríamos entonces esclavos de toda la humanidad, una violación del imperativo categórico en la que se nos usaría como medios y no como fines.

La imposibilidad del cálculo económico por el estado

En 1920, Ludwig von Mises escribió una crítica devastadora del emergente movimiento socialista. En menos de 75 páginas, que incluyen un prólogo del profesor Yuri Maltsev y un epílogo del profesor Joseph Salerno, Economic Calculation in the Socialist Commonwealth explica que, sin propiedad privada, el cálculo económico es imposible. Mises explicaba que ningún gobierno sabe qué producir o qué recursos usar para producir cualquier bien que se desee, porque solo los que realmente poseen propiedad pueden disponer racionalmente de ella. Pensad en dos mundos, el mundo de la mente conteniendo preferencias y el mundo de los mercados y los precios. Las preferencias se ordenan en la mente de acuerdo con su mayor necesidad. Estas preferencias son diferentes para gente diferente y cambian constantemente dentro de la misma persona. Estas preferencias internas se unen en el mercado con todas las demás preferencias para generar precios en dinero, que nos permiten tomar decisiones económicas acerca de qué producir y cómo producirlo y qué comprar. Mises apuntaba que, sin precios de mercado, el jefe de la economía está ciego respecto de qué producir y cómo producirlo. Los precios del mercado se determinan solo por gente expresando preferencias para todo lo que realmente poseen, es decir, propiedad privada. El jefe de la economía no está gastando su propio dinero o llevando al mercado su propio producto para venderlo. ¿Cómo puede entonces decidir racionalmente qué hacer? La respuesta de Mises es que no puede.

Como el gobierno está compuesto por individuos que no están gastando su propio dinero o llevando su propio producto al mercado, no hay manera de que puedan decidir racionalmente qué caridad, si es que tiene que haber alguna, debería apoyar el estado. Caen en lo que solo pueden calificarse como relaciones corruptas: es decir, ayudar a amigos, elegir organizaciones que puedan contratarles en el futuro, comprar organizaciones que sean especialmente persistentes y molestas, etc. La “teoría de la elección pública” es la que mejor describe este comportamiento, explicando que las acciones de los individuos en el gobierno están guiados por el mismo interés propio que tienen en todas las demás áreas de la vida, ridiculizando la idea de que los que están en el gobierno tienen consideración éticas superiores.

Conclusión

Al final vemos que el estado del bienestar se impone coactivamente: no tiene otra justificación que la de la pura fuerza. Nadie tiene un derecho natural a nuestro trabajo o nuestra propiedad, no hay ningún imperativo categórico para reclamar la ayuda de otros ni para avergonzarnos por rechazar “ayudar” a otros mediante coacción del estado y no hay posibilidad de cálculo económico racional para determinar qué caridades ha de apoyar el estado y en qué grado.


Publicado el 21  de febrero de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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