[Este artículo apareció por primera vez en la edición de otoño de 2013 de The Quarterly Journal of Austrian Economics]
No hay dos palabras de moda que definan a la crisis actual mejor que “contagio” y “robustez” en el mundo de los economistas y los empollones políticos. L actual naturaleza interrelacionada del sistema financiero ha alimentado una situación frágil en la que el éxito de la gran economía supuestamente depende de sus componentes individuales, como los bancos que son demasiado grandes para caer. Para combatir esta fragilidad, lo economistas buscan cada vez más construir instituciones robustas. Estas instituciones se mantendrán fuertes ante efectos adversos si falla un componente de la economía, ya sean hipotecas subprime, deuda soberana, instituciones tomadoras de depósitos o bancos de inversión. Esta aproximación a la crisis destaca que si no podemos combatir el contagio, sería mejor construir instituciones fuertes para capear futuras tormentas.
Nassim Taleb discrepa bastante de esta aproximación en su nuevo libro Antifragile. Su opinión es que construir esas instituciones calificadas como robustas no basta ya que continuamente libra batallas del ayer. Por el contrario, debería tratar de construirse instituciones “antifrágiles”. Aunque a menudo se confunda con robustez o resistencia, una institución antifrágil no solo no se ve dañada por acontecimientos adversos, sino que en realidad estos la fortalecen. Construir instituciones antifrágiles no solo fortalece la arena económica global, sino que asimismo tiene aplicaciones sociales de amplio rango.
La última obra de Taleb se apoya en dos libros previos: ¿Existe la suerte? (2001) y El cisne negro (2007). El tema común que subyace en los tres es que hay acontecimientos que son fundamentalmente imposibles de conocer (incertidumbre verdaderas) frente a resultados meramente arriesgados. Como no podemos conocer por adelantado cuáles son estos acontecimientos o cuáles serán sus efectos, no deberíamos ejercitar demasiado esfuerzo en crear plantes de contingencia.
Es en este punto donde aparece mi primera nimiedad sobre el libro, una que tuve con su predecesor, El cisne negro. Taleb se bifruca en dos definiciones de acontecimientos inciertos. Por un lado invoca acontecimientos al azar o fundamentalmente imposibles de conocer. Los lectores de esta revista simpatizarán con su definición de incertidumbre, mostrando un gran parecido con el uso de las “probabilidades de caso” del propio Mises[1] o el uso de los acontecimientos “no seriables, no divisibles” de Shackle.[2] Por otro lado, también está claro que Taleb también piensa que los acontecimientos inciertos son meramente acontecimientos raros. Son acontecimientos ubicados en los extremos de una distribución probabilística. Aunque piense que estos representan verdadera incertidumbre, no cabe duda de que se refiere a acontecimientos fundamente probabilísticos.
Aparte de esta nimiedad, se puede aplicar mucho del trabajo restante siendo consciente de que la terminología de Taleb difiera de la de los economistas austriacos y también que el dominio de su teoría es ligeramente distinto del que él piensa.
Algo es “antifrágil” si se hace más fuerte con un acontecimiento negativo. ¿Algunos ejemplos? Taleb aplica el prefijo de su libro liberalmente para señalar qué alternativas deberíamos buscar. De hecho el contenido del libro da una larga lista de acciones antifrágiles que, al menos a un nivel, se reducen a hacer exactamente lo opuesto a lo que piensas que deberías hacer.
Los autores deberían sorprenderse al saber que no hay casi ninguna noticia que pueda dañar la credibilidad de un escritor y que cualquier publicidad es buena publicidad (pp. 51-52). No debería confiarse en grandes empresas y gobiernos que tratan de “restaurar la confianza” porque solo lo harían si estuvieran definitivamente condenados (p. 53). Los niños no deberían tomar antidepresivos, ya que eliminan una fuente de aprendizaje de la experiencia de la vida y por tanto hacen a las personas menos capaces de ocuparse posteriormente de acontecimientos no deseados (p. 61). El hundimiento del Titanic fue un desastre positivo al poner en su sitio a los constructores de barcos y posiblemente evitó un accidente posterior aún mayor (p. 72). El tema general es que quienes cometen errores son más fuertes que los que no (fiabilidad o antifragilidad) y solo se produce cuando algo se prueba regularmente por medio de un acontecimiento no deseado.
La teoría tiene mérito. Consideremos esta lección aplicada a las políticas del banco central. Tras el declive de las punto com, una esfuerzo coordinado de los bancos centrales del mundo anegó el sistema financiero global con liquidez. La liquidación de activos que debería haberse producido no lo hizo nunca, y como consecuencia los prestamistas y prestatarios no aprendieron la lección de gestión prudente del dinero. Se plantaron las semillas para la crisis mayor que empezó en 2007-2008 porque no se aprendió una sencilla lección cuando los problemas del sistema aún estaban en una infancia relativa.
Hay mucho que aprender de este libro y mucho que temer. Al final, Taleb estima que la mejor prueba de una institución antifrágil es la Madre Naturaleza mezclada con una sana dosis de tiempo. En el capítulo 21 critica la ortodoxia pevaleciente de la “neomanía”, la creencia errónea de que lo nuevo es mejor. Aquellas instituciones que han existido más tiempo son, con toda probabilidad, aquellas que continuarán existiendo en el futuro. Como ejemplo, imaginemos que estamos en 1988 y preguntamos lo siguiente: ¿qué estructura durará más, el Muro de Berlín o la Gran Pirámide de Gizeh?
En esta prueba, como en buena parte del libro, Taleb pregunta demasiado y demasiado poco. Pregunta demasiado porque aquellas instituciones con mayor longevidad fueron en algún momento las que tenían menos. Debe haber una mejor prueba que la longevidad, ya que solo remonta el problema en el tiempo para identificar la fuente de antifragilidad. No puede haber tortugas en todas partes.
Un ejemplo aplicado relevante para la actual crisis financiera implicaría buscar aquellas instituciones que se hayan fortalecido con los asuntos actuales. La crisis ha cobrado peaje a muchos aspectos del sector de los servicios financieros, pero algunos tipos generales de productos se han mostrado sorprendentemente resistentes o antifrágiles. Los gobiernos con políticas fiscales prudentes (por ejemplo, Alemania, Suiza y Singapur) se las han arreglado bien y de hecho se han fortalecido mientras las finanzas se deterioraban en países más pródigos. Los fondos de inversión que invirtieron en lo que fueron una vez estrategias no ortodoxas, como en oro y otros metales preciosos, han rendido mejor que inversiones más tradicionales al empeorar la crisis económica. Los lectores de esta revista también advertirán que su inversión en economía austriaca ha aumentado en valor a lo largo de la pasada década. El planteamiento de preguntas y las políticas fallidas desarrolladas mediante teorías más ortodoxas ha llevado a muchos a las filas de los economistas austriacos. Un acontecimiento no deseado causó un resultado positivo en todos estos escenarios. Eso es ser antifrágil.
Taleb pregunta demasiado poco al no explorar las verdaderas fuentes de antifragilidad. Se acerca, aludiendo en muchos lugares a que las instituciones basadas en el mercado combaten mejor la falsa seguridad que crean las instituciones planificadas. Explicar y desarrollar esta relación haría mucho para llevar los méritos fundamentales de la antifragilidad al próximo nivel. Sin embargo sería munición para otro libro.
[1] Mises, Ludwig von. 1949. Human Action: A Treatise on Economics. Auburn, Ala.: Mises Institute, 1998. [La acción humana] [2] Shackle, G. L. S. 1949. Expectations in Economics. Westport, Conn.: Gibson.
Publicado el 10 de enero de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.